Calendario Pluricultural 2019
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Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas de Carlos de Foucauld
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En su libro Faith versus Fact de 2015, el biólogo y polemista Jerry Coyne lanzó uno de sus muchos ataques a la religión en nombre de la ciencia. Por David N Livingstone y John Hedley Brooke
Hubo un tiempo en que China se gobernaba prácticamente desde sus templos, centros de culto espiritual diseminados por los pueblos y ciudades del vasto imperio. Por Esther Miranda
Uno de los grupos que practican trance sin posesión más interesantes de África del Norte son los gnawas. Pertenecen a una minoría étnica procedente de lo que antiguamente conformó el Gran Imperio del Oeste. Por Á. Lafuente Laarby
Al menos una vez al año, se invita a los cristianos a evocar la oración de Jesús para sus discípulos: «para que todos sean uno; […]; para que el mundo crea […]» (véase Juan 17,21).
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Texto de la ponencia de Antonio SICILIA VELASCO en el encuentro interfamiliar de Andalucía y Murcia, España.
Abrir el documento completo (PDF): Vivir con alegría la grandeza de ser pequeño. Antonio SICILIA VELASCO, fraternidad de Murcia
Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo: «Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros» (Lc 10,5-6).
Dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana[1]. La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y al que estamos llamados a cuidar con interés.
Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del nuevo año: “Paz a esta casa”.
La paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy[2]; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.
Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles ―local, regional, nacional y mundial― es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad»[3].
En efecto, la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.
El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana»[4]. Es un programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio:
Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo[5].
Cada renovación de las funciones electivas, cada cita electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho. Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz; respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud.
En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella. Estos vicios, que socavan el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho, el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la “razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han visto obligados a ir al exilio.
Cuando el ejercicio del poder político apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo»[6].
Cada uno puede aportar su propia piedra para la construcción de la casa común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales.
Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado. Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan “artesanos de la paz” que puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y la felicidad de la familia humana.
Cien años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una verdadera concordia. El terror ejercido sobre las personas más vulnerables contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En cambio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas.
Asimismo, nuestro pensamiento se dirige de modo particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo, uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la humanidad.
Celebramos en estos días los setenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos»[7].
La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:
— la paz con nosotros mismos, rechazando la intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como aconsejaba san Francisco de Sales― teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”;
— la paz con el otro: el familiar, el amigo, el extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el mensaje que lleva consigo;
— la paz con la creación, redescubriendo la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La política de la paz ―que conoce bien y se hace cargo de las fragilidades humanas― puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat que María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).
Vaticano, 8 de diciembre de 2018
Francisco
[1] Cf. Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
[2] Cf. Le Porche du mystère de la deuxième vertu, París 1986.
[3] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 46.
[4] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 7.
[5] Cf. Discurso en la exposición-congreso “Civitas” de Padua: “30giorni” (2002), 5.
[6] Benedicto XVI, Discurso a las Autoridades de Benín (Cotonou, 19 noviembre 2011).
[7] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 44.
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PDF: PF 1_1_2019 es
Informe de la visita seguimiento del proyecto WEND BE NE DO (WBND) en Burkina Faso, de los cooperantes Carlos LLANO, Alberto HERNANDIS, Andrés Pedro MUÑOZ y Aurelio SANZ, de la Fundación Tienda Asilo de San Pedro de Cartagena (FTASP), España, en diciembre de 2018.
WBND tiene ya una trayectoria de trece años en Burkina Faso, siendo un referente como proyecto de atención a personas afectadas por el VIH-sida en esta zona africana castigada por la pobreza, la corrupción, la inseguridad… 271 adultos y 341 niños, adolescentes y jóvenes son nuestra preocupación para más de sesenta voluntarios en España, siete en Burkina Faso y el equipo local formado por cinco personas. “Estar con”, acompañar, ponernos en su piel, no permanecer insensibles ante el sufrimiento ajeno, participar de su alegría: eso es WBND.
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Queridos hermanos,
en este día de la fiesta de nuestro hermano Carlos iniciamos el Adviento: las semanas de esperanza que son un reflejo de toda la esperanza de la humanidad. Nuestra humanidad, en una crisis permanente, una crisis humanitaria en muchos aspectos, nos duele a todos, y no podemos ocultarla en nuestra Iglesia ni permanecer indiferentes. Las celebraciones con nuestras comunidades, la oración personal, la vida en la fraternidad, sean de cercanía a esa parte de humanidad que vivimos en nuestros lugares y en aquellos que están lejos. El Adviento nos motiva a escuchar la voz que clama en el desierto de todos los que alzan su voz por la supervivencia, sus deseos de paz, de trabajo, de libertad. La humanidad sigue esperando una liberación; los pobres que esperan salvación, los amenazados por la guerra, los desplazados buscando un lugar seguro… Son millones de personas en esta situación. Para ellos también se anuncia Jesús, y nosotros, como misioneros, debemos anunciarlo.
La Iglesia vive un momento difícil por la crisis que provoca la denuncia de los abusos a menores, y el papa Francisco está respondiendo con humildad y valentía ante el mundo. Esto es un testimonio de búsqueda de la verdad. Francisco también es testigo de la verdad.
Estamos preparando nuestra asamblea mundial 2019. Somos llamados a reflexionar sobre nuestra identidad como presbíteros diocesanos misioneros en el carisma de Carlos de FOUCAULD. Es una tarea de todos los hermanos, apoyando a los responsables regionales, orando por todos los hermanos del mundo, por las fraternidades que se inician y por las que envejecen.
Todos los días recibimos malas noticias de hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que sufren por causas que no siempre están claras para la opinión pública y los medios de comunicación. Sabemos que depende muchas veces de los intereses ocultos de potencias económicas y de los gobiernos que ocultan realidades muy duras en sus países, incluso si éstos pertenecen al “Primer Mundo”. Las víctimas de las guerras, de la violencia, del narcotráfico, de la hegemonía del hombre sobre la mujer en muchas culturas, las víctimas de la pobreza, claman en este desierto, donde abundan las voces pidiendo justicia. Voces que se mezclan con otras que buscan venganza, o las de “aquí no pasa nada”, o “que vuelvan a su país”. Nosotros también tenemos una voz: la voz de Jesús, el anunciado por los profetas. Una voz que debe nacer de nuestra fe, nuestra vocación misionera, en ese estilo de Nazaret que es estar con las personas de nuestro pueblo o ciudad, con los más humildes de ellos, porque sólo los humildes nos enseñan a ser humildes. El hermano Carlos descubrió a Jesús en medio de la gente sencilla: aprendamos de él.
Este tiempo de Adviento es una invitación a escuchar, a parar el tiempo del reloj y, en actitud contemplativa, estar a la escucha de la Palabra, del silencio de Dios en la adoración, y escuchar a los hermanos: los hermanos de la fraternidad, los hermanos sacerdotes de nuestro presbiterio diocesano que, a veces, nos cuesta tanto escuchar y aceptar porque los prejuicios matan el diálogo y el encuentro; la gente que acude a nosotros buscando respuestas a sus problemas, o quienes comparten con nosotros el trabajo pastoral, social o, sencillamente, como vecinos. Abramos la puerta, dejemos el mejor sitio de nuestra casa a quien busca, y no nos acostumbremos a una dinámica de buenos consejos y palabras fáciles. Mostrar nuestra pobreza, nuestras limitaciones para arreglar “máquinas dañadas”, corazones heridos, es dejar a Dios hacer. Él sí que es imprescindible. Él sí que sana. Jesús no es indiferente a nada, y en este Adviento nos anima a abrir el corazón y dejarnos inundar por el amor de Dios y el amor de la gente. Recobremos la alegría de seguir a Jesús y ayudemos a muchas personas tristes a transformar su fracaso en triunfo, a quererse a sí mismas un poco más.
Todos estamos sufriendo las consecuencias de los abusos a menores ocultados en muchas diócesis del mundo. La Iglesia pierde credibilidad, garantías, etc. Podríamos decir que siempre ha ocurrido así, que eso era inevitable… No seríamos fieles a la verdad. Sabemos que esta crisis abierta aún no se ha cerrado. Nuestro papa Francisco está sufriendo también por todo ello, y está dando ante el mundo la cara, pidiendo perdón en nombre de los que hicieron daño, escuchando, abriendo caminos de solución para una justicia en bien de las víctimas, y este hombre merece nuestro apoyo. Vivamos en comunión con el papa Francisco, con enemigos en su propia Iglesia, pero con el respaldo de toda la gente de bien, sean creyentes o no, que ven en Francisco un profeta de nuestro tiempo, un hombre coherente que, a pesar de ser “jefe de Estado”, es un ser humano sensible al sufrimiento de la humanidad. Yo estoy seguro de que, de toda esta crisis, saldrá algo muy positivo para la vida de la Iglesia y el anuncio del Reino. Unamos nuestra oración para hacer fraternidad con el papa, allí donde estemos.
Hace 102 años Carlos de FOUCAULD se puso definitivamente en las manos del Padre. Hoy es un día para dar gracias a Dios por él, por lo que nos transmitió con sus intuiciones, por la misión que realizó junto a la gente que fueron sus vecinos, por sus sueños de loco. El hermano Carlos nos ha ayudado en nuestra vocación y nuestra espiritualidad a vivir la amistad con Jesús y con la gente, en el Nazaret que cada uno vivimos, con nuestra edad y ganas de vivir, en el silencio y en el anuncio. Es un regalo de Dios que merece nuestra acción de gracias continuamente. Tengamos un tiempo para valorar este regalo: pongamos en la adoración de este día ante Jesús todo lo que nos ha llegado de Carlos de FOUCAULD que, probablemente, no sean tanto sus escritos espirituales cuanto su testimonio de vida, de amor, de abandono, de confianza y generosidad.
Hagamos la Oración de Abandono aunque nos cueste aceptar que nos queda mucho aún para hacerla nuestra completamente.
Desde el 15 al 30 de enero de 2019 celebraremos nuestra Asamblea Mundial de la fraternidad en Cebu, Filipinas. El tema central es profundizar en nuestro carácter de presbíteros diocesanos misioneros en el carisma de Carlos de FOUCAULD. Todo lo referente a la asamblea está anunciado en nuestra página iesuscaritas.org
En la barra verde de inicio se encuentra el cuestionario preparatorio, programa de la asamblea, la hoja de inscripción… Hasta ahora son pocas las inscripciones recibidas y sólo un continente (América) ha presentado las respuestas al cuestionario, así como algunas fraternidades regionales. Es conveniente que no dejemos para el último momento estas tareas. Ánimo con todo. Yo sé que todos estamos muy ocupados y tenemos poco tiempo. Hagamos un esfuerzo. Me llena de alegría recibir correos con inscripciones y respuestas al cuestionario, y comprendo las dificultades que esto supone para algunas fraternidades.
A la asamblea vendrán todos los responsables regionales o delegados, anteriores responsables internacionales y los responsables continentales. Algunos de nuestros hermanos no pueden pagar sus viajes, por las situaciones de su país. La fraternidad mundial se hace cargo de estos gastos en la medida de lo posible, pero actualmente es muy difícil poder llegar a cubrir todas las necesidades. Algunas fraternidades de Europa y América han respondido pagando el billete de un hermano de África, de la propia América… Gracias. Os pido a las fraternidades vuestra disponibilidad para ayudar en su viaje a hermanos de Haití, Burkina Faso, República Centroafricana, Tchad, Congo, Camerún, Ruanda, Madagascar, Pakistán, India, Bangla Desh, que aún no tiene su billete de avión. Es un esfuerzo importante que hará posible la presencia y participación de estos hermanos en Filipinas.
Gracias a los hermanos filipinos por todo el trabajo en el lugar para hacer posible la asamblea, y confiemos en la buena voluntad de todos los hermanos del mundo en demostrar que la fraternidad es algo más que un grupo de sacerdotes, una forma de espiritualidad: es compartir lo que tenemos. Gracias.
Nuestro próximo hermano responsable, que elegiremos en Cebu, y su nuevo equipo nos ayudarán a seguir haciendo posible la fraternidad desde nuestras realidades y sueños.
En estas semanas de preparación a la Navidad vamos a disponer el mejor lugar de nuestra vida al que llega para quedarse. Los ángeles anunciaron a los pastores la Buena Noticia, y nos anuncian muchas alegrías. Hay ángeles que nos llaman a la puerta, o por teléfono, o en la calle, y que nos dicen, a veces sin saberlo, que Dios está junto a nosotros. Hay rostros que nos hacen ver a Jesús en el hospital, en la cárcel, en los lugares de acogida de los refugiados. Ángeles en las personas de nuestros hermanos enfermos o muy mayores, que lo han dado todo por la Iglesia, por la fraternidad, por los pobres. Rostros de las personas anónimas que hacen el bien sin esperar nada a cambio. Los ángeles de la gente sencilla de nuestras parroquias que nos ayudan en la pastoral, o con su presencia en las celebraciones, o nos ofrecen lo mejor que tienen de su cercanía y amistad. Son ángeles sin alas, pero con una voz que nadie puede silenciar.
Con la esperanza en este Adviento de un mundo mejor, una Iglesia libre de tristezas del pasado, una fraternidad de hermanos que trabajan en las tareas del Reino, un mundo renovado por el esfuerzo por la paz, por los Derechos Humanos, contra todas las desigualdades, mi deseo de una Navidad llena de Dios, de Jesús hermano y amigo. Un gran abrazo.
Aurelio SANZ BAEZA, hermano responsable
Perín, Cartagena, Murcia, España, 1 de diciembre 2018,
fiesta del bienaventurado Carlos de FOUCAULD