Noticias y comunicaciones, n° 301. Paternidad y maternidad espiritual

El término «espiritual» ha sido una de esas palabras que, teniendo un sentido profundamente rico en los primeros tiempos del cristianismo y en todas las grandes épocas de la historia de la Iglesia, cada tanto lo pierde y se diluye en superficialidades, o se convierte en sinónimo de expresiones meramente negativas – como no corporal o inmaterial –, y se hace una de tantas palabras «edificantes», un sinónimo de «religioso» o de «sobrenatural».

Para Orígenes, el hombre «espiritual» es un hombre «práctico», porque el Espíritu se adquiere en la acción; y el Espíritu se manifiesta en sus operaciones. Hombre «espiritual» es, según Orígenes, aquel en el que se juntan «teoría» y «práctica», cuidado del prójimo y carisma espiritual en bien del prójimo. Y, entre estos carismas, Orígenes recalca sobre todo el carisma que llama diakrisis, o sea, el don de discernir la variedad de espíritu.


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Hermano de mi enemigo. Aurelio SANZ BAEZA

Nuestro taller del corazón tiene herramientas para mantener, reparar cuando hay un deterioro, poner al día o incluso crear los sentimientos buenos. A veces no encontramos la herramienta, o están desordenadas, o rotas, o precisamos nuevas que son difíciles de conseguir. También a veces usamos la herramienta equivocada, porque pensamos que es más fácil de manejar. El taller del corazón puede estar dañado, con goteras, o sin ventilación; se puede quedar pequeño o no está siempre limpio. Es probable que hayamos tenido épocas en las que el taller estaba “cerrado por vacaciones”… En el taller del corazón pasan cada día los sentimientos dañados, las desconfianzas hacia los demás, el orgullo herido -el ego puesto en ridículo- y las decepciones. Formas, colores, percepciones muy diversas.

Una vez escuché una persona que me decía “Las cañas se vuelven lanzas”, refiriéndose a la gran decepción de la “nulidad amistosa” de quien creía un gran amigo. Después de perder la amistad puede llegar esa desconfianza no sólo hacia la persona, sino a otras que nos resultan sospechosas. El corazón se limpia, se ordena, se purifica. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la doblez de la hipocresía; todos las tenemos, todos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que enturbian la vida, la hacen doble. Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento.” Papa Francisco en la Misa en Erbil, Irak, 7 marzo 2021.

Escuchamos frecuentemente “eso no se lo voy a perdonar nunca”, “no te fíes de nadie”, “piensa mal y acertarás”… Con el evangelio en las manos, sabiendo que es u na llamada permanente a la fidelidad, porque Jesús, el Maestro, el Señor, perdonó, confió y no tuvo un sentimiento negativo hacia nadie, no podemos aceptar como norma de vida la desconfianza, la sospecha, pero es comprensible porque somos seres humanos, y no robots programados para una conducta determinada.

Por nuestra vida pasan muchas personas, unas se quedan, otras sencillamente pasan. Según donde estemos y vivamos, vemos cada día realidades humanas diversas, y algunas de ellas nos requieren la atención por nuestro trabajo o convivencia en un lugar común o vecindad, y otras realidades son externas a nuestro día a día más cercano.

Las áreas de conflicto o de buen entendimiento son variables según nuestra psicología, cultura, edad… Hay un mundo en cada uno de nosotros diferente al de los demás y, por tanto, diferentes modos de resolver o superar las dificultades de convivencia, amor familiar o comunitario, espíritu de trabajo en común o la relación de amistad.

Si nuestra vida entra en conflicto con una o varias personas, el taller de nuestro corazón debe producir una gran cantidad de respeto y responsabilidad, para situarnos donde debemos estar, con el diálogo posible, comprendiendo las razones de los demás, sin juzgarlas. Mejor es reparar que tirar. Y si cerramos puertas, quizá nos quedemos encerrados nosotros mismos dentro, con la llave fuera.

Porque:

cuando creemos que nunca se va a romper una amistad, y se rompe.
Cuando nos situamos por encima de cualquiera.
Cuando nos creemos mejores que los demás.
Cuando en la vida nos pesan más los fracasos que los triunfos.
Cuando nos consideramos el enemigo de uno mismo.
Cuando nos duele que haya gente que no se compromete como nosotros.
Cuando no estamos maduros para encajar las derrotas,

entonces:

echemos mano de la herramienta de la humildad, miremos a Jesús abandonado, herido. Ha dicho el papa Francisco en la misa del rito caldeo en la catedral de San José de Bagdad el 6 de marzo de 2021: Si vivo como pide Jesús, ¿qué gano? ¿No corro el riesgo de que los demás me pisoteen? ¿Vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es perdedora? No es perdedora, sino sabia”. Y la sabiduría es hermana gemela de la humildad.

Si nos encontramos con situaciones en las que, aún habiendo perdonado y olvidado, el taller de nuestro corazón no consigue hacer cambios en la vida personal o la de quienes se han alejado de nuestro afecto, de nuestra fraternidad, de nuestra amistad y confianza, de nuestra acogida, sentiremos de nuevo la derrota… No podemos cambiar a los demás. Aceptar la situación nos exige un grado de madurez que nos hará estar en paz con nosotros mismos.Cuando nos consideramos “hijos pródigos” de nuestros hermanos, y volvemos adonde nunca debimos decir adiós, cuando la otra persona nos estaba esperando, el taller del corazón queda libre de trastos viejos e inservibles, limpio de las telarañas de los prejuicios, dando tiempo al tiempo, sin vencedores ni vencidos.

Que pueda ser hermano de mi enemigo, con la alegría interior no de tener la conciencia tranquila por haber hecho las cosas lo mejor posible, sino la que da la paz al corazón, la que la caridad y el amor reparan, entonces brotará la alegría que denota el equilibrio en nuestros sentimientos. Un reto, el reto de Jesús que nos llama a perdonar setenta veces siete y a ser perdonados otras tantas más.

Aurelio SANZ BAEZA

(Boletín Iesus Caritas, 210)

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Horeb-Ekumene, septiembre 2021

SUMARIO

  • Religión cristiana: ¿Buena o mala para la humanidad? – Byron Barlowe – Pág. 03
  • Otro Jeremías llora en la barca de Pedro – Jairo del Agua – Pág. 11
  • Diálogo Interreligioso en contexto – Karsten Lehmann – Pág. 16
  • Do ut des – Jaume Patiel Puig – Pág. 22
  • El simbolismo ibero, celta, germano y eslavo – José Luis Vázquez Borau – Pág. 25
  • Sobre la intersección de la ciencia y la religión – Courtney Johnson, Cary Lynne Thigpen y Cary Funk – Pág. 28
  • Desde la ermita: Las medusas – Emili M. Boïls – Pág. 39
  • Textos de Carlos de Foucauld – Pág. 38
  • Libro: «La salut espiritual» – Pág. 39
  • IX Jornadas de desierto «online»: Espiritualidad evangelizadora en Carlos de Foucauld – Pág. 41

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La fraternidad universal. Fernando TAPIA

Fernando Tapia, pbro.

Equipo Internacional IESUS CARITAS

TODOS USTEDES SON HERMANOS” (Mt 23,8)

  1. La FRATERNIDAD está en el corazón del Evangelio. Es la novedad que trae Jesús en una sociedad muy estratificada, con esclavos y libres, ricos muy ricos y pobres muy pobres, poderes absolutos y pueblos dominados a sangre y fuego, justos y pecadores, etc. Jesús es muy consciente de estas rupturas de la fraternidad y pide a sus discípulos ser diferentes: “No será así entre ustedes (…); quien quiera ser el primero que se haga el sirviente de los demás” (Mt 20,27; ver también Mt 23, 8-11).

  2. La práctica evangelizadora de Jesús es semilla de fraternidad: se acercó a publicanos, enfermos y pecadores (Mc. 2,15-17), dialoga con samaritanos (Jn 4, 1-42), se deja interpelar por una mujer extranjera (Mt 15,21-28), etc.; es decir, rompe los muros que en su tiempo separaban a los seres humanos y se acerca a aquéllos que eran despreciados y excluidos, generando en ellos alegría y esperanza. Pero al mismo tiempo, lo hizo entrar en un conflicto creciente con aquéllos que querían mantener en pie los muros de separación entre los seres humanos: escribas, fariseos, sacerdotes del templo.

  3. Con su cercanía y compasión hacia los descartados de la sociedad de su tiempo, Jesús quería hacer visible el fundamento de la fraternidad humana: todos somos hijos e hijas de mismo Padre del cielo que “hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). En el corazón de Dios no hay discriminación alguna. Todos somos amados por El, cualquiera que sea nuestra situación moral.

  4. San Pablo comprendió a fondo la novedad del Evangelio predicado por Jesús y puede escribir a los gálatas estas audaces palabras: “Por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios. Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todo ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). Las Comunidades Cristianas vivían esta fraternidad, sorprendente para los tiempos de Pablo, y por eso eran atractivas y se multiplicaban en toda la cuenca del Mediterráneo. Eran verdaderamente “luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5, 13-14).

  5. El sacramento del bautismo es entonces el inicio de la vida fraterna. Recibimos como una semilla la gracia de la filiación y de la fraternidad, pero tenemos que cultivarla porque de lo contrario se queda infecunda. Somos hijos de Dios, pero tenemos que hacernos hijos de Dios cada día buscando y haciendo la voluntad del Padre. Somos hermanos y hermanas, pero tenemos que hacernos hermanos y hermanas acercándonos unos a otros cada día, sirviéndonos mutuamente, perdonándonos hasta setenta veces siete.

LAS RUPTURAS DE LA FRATERNIDAD

  1. Desarrollar la cultura de la filiación, la amistad y la fraternidad es una tarea ardua en nuestra sociedad porque ésta promueve y sostiene una contracultura de individualismo y competitividad, egoísmo y violencia, discriminación y exclusión, aislamiento y autosuficiencia. Basta para ello, escuchar y ver las noticias en la TV.

  2. Los ministros del Evangelio fácilmente nos podemos contagiar con estos virus que circulan en nuestros ambientes sociales y culturales y ser “sal que pierde su sabor o luz que se coloca debajo de un mueble” (cfr Mt 5, 13-15). Lo que el Señor espera de nosotros es exactamente lo contrario: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y alaben a su Padre que está en el cielo” (Mt 5, 16).

  3. La vacuna es vivir nuestro ministerio en fraternidad, ojalá desde los tiempos de nuestra formación inicial en el seminario. Es un aprendizaje que purifica nuestro amor del egoísmo, de la rigidez, de la tendencia a usar a los otros para nuestro propio beneficio. Nos protege de la angustia, de la amargura, de la hiperactividad, de enfermedades psicosomáticas y de las depresiones, propias de quien siempre tienen que ser el número 1 en todo y serlo sin ayuda de nadie.

  4. Si somos honestos, tenemos que reconocer que no podemos solos con la vida, que necesitamos de otros, de compañeros, de consejo, de consuelo y corrección. Por eso Jesús inicia su anuncio del Reino nuevo, formando una fraternidad: los Doce Apóstoles.

¿Qué BUSCA UNA FRATERNIDAD SACERDOTAL?

  1. Crecer juntos en el seguimiento de Jesucristo. Nos reunimos, como los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), para reencontrarnos con el Resucitado en la amistad, en la revisión de vida, en el compartir la Palabra, en la fracción del Pan, en la oración.

  2. Aprender a ser transparentes, a confiar en otros, que otros sepan de mi familia, de mi vida, de mi dinero, de mi relación con hombres y mujeres, de mis penas, de mi necesidad de ser apoyado. Aprender a querernos y a pelear; a ser diferentes y no por eso cada uno se va por su lado. Abrirnos a las diferencias, aceptar su existencia.

  3. Aprender a pertenecer, a ser con otros y de otros. No basta con ser, es necesario pertenecer, crear vínculos. Aprender a cargar con la vida de otros. Aprender a vivir y compartir con iguales. Salir de las categorías superior-inferior, dominador-dominado, protector-protegido que son rasgos autoritarios que todos tenemos.

  4. Esta experiencia se da en grupos pequeños (4 a 6 participantes) de tal manera de que todos se sientan escuchados, acogidos, aceptados, contenidos. Nos ayudamos a ser fieles en el ministerio que se nos ha confiado y caminar juntos tras las huellas de Jesús, para que El sea el centro de nuestras vidas, animados por su Espíritu.

¿Qué SE REQUIERE?

  1. Decisión de participar y unirse a otros. Decisión de ser verdaderos, de compartir lo que realmente está pasando en nuestras vidas. Bajar las defensas y dejarse mirar. Confidencialidad de lo escuchado.

  2. Participar en la reunión mensual de la fraternidad que incluye descanso, comida, adoración, revisión de vida, compartir el Evangelio y, a veces, celebración de la Eucaristía.

  3. Estabilidad en la asistencia ya que toma tiempo crear los vínculos. Aceptar las frustraciones que toda vida fraterna tiene: que los otros no van, que uno quisiera hablar y no hay espacio o posibilidad de hacerlo, que alguno habla más de la cuenta, etc.

  4. Vivir la fraternidad más allá de la reunión formal, en la medida de las posibilidades de cada sacerdote. Me refiero a llamadas o visitas gratuitas para saber como está la otra persona, saludos el día del cumpleaños o del aniversario de ordenación, presencia cuando se asume una nueva parroquia u otro encargo importante, algún paseo de fraternidad.

CARLOS DE FOUCAULD, EL HERMANO UNIVERSAL

  1. Nuestra Fraternidad Sacerdotal tiene como principal figura inspiradora al Bienaventurado Carlos de Foucauld. Seguimos a Jesús tras las huellas de este santo misionero. Como él, quisiéramos ser apasionados buscadores de Dios y dejarnos conducir por el Espíritu Santo, a dónde quiera llevarnos. Después de su conversión, se hizo monje trapense, después fue empleado de las monjas clarisas y finalmente sacerdote diocesano misionero en el norte de África. Su deseo era imitar lo más cercanamente posible a Jesús de Nazaret, su hermano y Señor, en una vida de oración, pobreza y disponibilidad a quien lo necesitara.

  2. Su modo de evangelizar fue la fraternidad universal. En una carta a un amigo responde: “¿Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos? No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”. Es lo que él llama EL APOSTOLADO DE LA AMISTAD. Tal vez algunos de nosotros hemos tenido experiencia de este modo de evangelizar a personas no creyentes, agnósticas o alejadas de la Iglesia.

  3. De este modo, nuestra experiencia de fraternidad sacerdotal nos deja mejor preparados para ser forjadores de vida fraterna tanto al interior de nuestro presbiterio y de nuestras comunidades cristianas como a nivel social. La ermita del Hno. Carlos estaba abierta a todos y a toda hora. En una carta a su prima María de Bondy le dice: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos que me miren como a un hermano. Empiezan a llamar mi casa ‘la fraternidad’ y esto me es muy querido”.

  4. No es extraño entonces que el Papa Francisco que trabaja incansablemente por la fraternidad universal, señala al final de su encíclica Fratelli Tutti que el Hno. Carlos ha sido la principal figura inspiradora de esta carta: “Quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld (…) el hermano universal”1.

  5. Creo que la pandemia nos ha dado la oportunidad de descubrir y vivir la fraternidad universal a través del trabajo solidario. En nuestra parroquia y en muchas parroquias hemos trabajado codo a codo creyentes y no creyentes, católicos, evangélicos y agnósticos para levantar comedores parroquiales y ollas comunes, para entregar canastas de alimentos, útiles de aseo y medicinas etc. a los enfermos de covid, a desempleados, a adultos mayores. También para trabajar en red con municipios, centros de salud, organizaciones sociales, juntas vecinales, etc.

CONCLUSION.

  1. Hemos creído en la palabra de Jesús: “Todos ustedes son hermanos” y tratamos de vivirla en nuestras pequeñas fraternidades sacerdotales y ser forjadores de fraternidad en nuestro entorno. No queremos ser grupos cerrados, simplemente de ayuda mutua, que se separan de los demás y se creen mejores que los otros, como una elite sacerdotal. Buscamos la vida fraterna porque nos sabemos frágiles y necesitados de los otros y porque nuestro mundo necesita encontrar caminos de fraternidad, como plantea el Papa Francisco en Fratelli Tutti. Nuestra fraternidad está siempre al servicio de la Misión.

Santiago de Chile, Julio 2021

1 Francisco, “Fratelli Tutti”, n.286 y 287

PDF: La fraternidad universal

Escrito sobre las fraternidades. 1980

Escrito sobre las fraternidades probablemente de 1980,
Original aportado por un hermano de la fraternidad de España

RESUMEN de nuestros intercambios

Carlos de Foucauld escribía en Beni-Abbès en 1902: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes: cristianos, musulmanes, judíos e idólatras a mirarme como su “Hermano Universal”.
Esto nos ha parecido un elemento esencial de su mensaje. ¿Cómo lo vivimos? He aquí unos elementos importantes que se sacan de nuestros intercambios:

1) No se puede hablar de universalidad sin estar enraizado en un medio muy concreto como lo estuvo Jesús de Nazaret.
El encuentro profundo en la amistad con una persona concreta nos pone en comunión con todo un medio o todo un pueblo. Haciendo nuestros tantos sufrimientos de los pobres, nos unimos a lo que es universal en el corazón del hombre. Así se sabrá fácilmente encontrar, en todas las situaciones, el hombre universal.

2) En nuestros grupos concretos – fraternidades, etc. se hace el aprendizaje de la universalidad en la actuación de la diversidad de temperamentos, de maneras de vivir, de situaciones, de opciones, etc. Uno no escoge a sus hermanos, a sus hermanas, Asimismo, en una familia, los padres deben aceptar la diversidad de sus hijos. Saber escuchar, parece primordial por completo para acoger al otro en su originalidad.

3) Esta aceptación, para ser auténtica, debe ser profundizada en la verdad, en la claridad, a fin de que cada uno sea reconocido y admitido en lo que él es, en su destino propio o su compromiso, por muy extremo que nos parezca. Es necesaria la “Revisión de Vida” en profundidad, para situarse de cara a la común vocación de nuestro grupo.

4) Querer vivir la Universalidad se hace a menudo en el sufrimiento, porque esto lleva incomprensiones y ruptura, encuentro de obstáculos, de tensiones, ver imposibilidades. ¿Cómo amar a los ricos cuando sufre con los pobres alguno? ¿Cómo en un caso concreto llegar al perdón? Así, como cuando uno siente su impotencia ante los enormes problemas del mundo.
Todo esto nos obliga a vivir la Universalidad en la esperanza, impulsada en la oración. Cuando todo nos sobrepasa, es el momento de pedir a Dios que Él acompañe a mi hermano.

5) La universalidad no es natural. Sólo nos llega a través de Cristo; es en Él donde encontramos la unidad de todos los hombres. En la oración las barreras quedan abolidas. La oración eucarística y la ofrenda del sufrimiento, en unión con el misterio redentor, tienen una eficacia de alcance universal.

6) Una acción universal es imposible. Pero nuestro corazón debe llegar a ser universal: todos los hombres son nuestro prójimo, nuestra responsabilidad está comprometida con cada uno.
Ser universal no es solamente el respeto al otro, al pobre, al no-cristiano, más especialmente a nuestro hermano musulmán, sino que es la humildad que permite aprender del otro, de ser transformado y evangelizado por él.Estamos tentados por la autosuficiencia, que nos impide renovar nuestras relaciones humanas, y de sentir que uno tiene sin cesar la necesidad de los demás.

Tendremos la ilusión de creernos universales porque poseemos una vasta información: la cultura intelectual no es suficiente, es preciso humildad y realismo.

Los Responsables de las Fraternidades

PDF: Escrito sobre las fraternidades. 1980 es