Horeb Ekumene, n°366

ALIENTO DE VIDA

Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato, muchos siglos anterior a Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un [ser] viviente».

Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.

Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar el aliento de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del Resucitado?

Sin el Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se cierra a toda renovación: no está permitido soñar en grandes novedades; lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros; nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.

¿Cómo no gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón. José Antonio Pagola.


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Carta de Pentecostés a los hermanos de todo el mundo 2024. Eric LOZADA

«Ven, Espíritu Santo… y renueva la faz de la tierra…»

«Ven, Espíritu Santo, ven… ¡Ven, Padre de los pobres! ¡Ven, fuente de toda nuestra vida… Oh, bendita Luz divina, brilla dentro de estos corazones nuestros… Sana nuestras heridas, renueva nuestras fuerzas; Sobre nuestra sequedad vierte tu rocío… Doblega el corazón y la voluntad obstinados; Derrite lo congelado, calienta el frío; Guía los pasos que se extravían…» Amén.

Queridos hermanos:

Saludos de paz y fuego en el Espíritu!!

¿Cómo estás? ¿Cuáles han sido tus alegrías y desolaciones en el ministerio? Es importante tomarse el tiempo para nombrarlas y atenderlas para un servicio ministerial más equilibrado y lleno de gozo. Te llevo cerca de mi corazón mientras escribo esta carta desde el Centro Galilea en Tagaytay, Filipinas, mientras hago el Formación de Pastores para vicarios, para sacerdotes y formadores de seminarios.

Pregunto: ¿cuál es el rostro o cuáles son los rostros de la tierra que rogamos al Espíritu que venga a renovar? Puede ser bueno que nos detengamos y echemos un vistazo prolongado a nuestro mundo fluido de hoy con los ojos de la fe y la razón. Cuando no vemos, dejamos que una visión muy politizada sea la única absoluta. Existe la tentación de entregar la visión de la fe a la visión reduccionista del secularismo y de abandonar la razón a la lente determinista del materialismo desenfrenado. Cuando invitamos al Espíritu a venir, admitimos que por nosotros mismos nos resulta difícil ver, que estamos ciegos en nuestras formas de ver y entender no redimidas, heridas, congeladas, secas y obstinadas. Así que, mientras oramos, Ven, oh Espíritu Santo, le rogamos que intervenga en nuestras vidas, que renueve nuestros corazones y mentes para que podamos ver como Él quiere que veamos, para que podamos responder adecuadamente a las realidades de nuestro mundo. Las invitaciones proféticas del Papa Francisco a ser misioneros alegres del Evangelio, a ir a las periferias, a cuidar colectivamente a la Madre Tierra, a ser todos hermanos y hermanas, son puntos de vista llenos del Espíritu desde los cuales vemos y respondemos a los porqués, dónde, qué y cómo es nuestro mundo de hoy a la luz del Evangelio.

Muchos de nosotros estamos en situaciones de injusticia, pobreza, destrucción, violencia, migración, minoría y es un poco miope ver el mundo desde un lente pesimista e impotente. O algunos de nosotros podemos estar en situaciones de mejores oportunidades, abundancia, poder, privilegio, honor, y la tentación es mirar el mundo desde el lente de un espectador indiferente. Siento que es importante para nosotros, después de que aclaramos nuestra identidad en Cebú en 2019 que somos discípulos misioneros de Jesús de Nazaret inspirados por los pasos del hermano Carlos, que le pidamos específicamente al Espíritu que nos resucite de las tumbas de la comodidad, el narcisismo, la indiferencia, el clericalismo, y reavive en nuestros corazones la sencillez, ternura, solicitud fraterna, generosidad, para que nos convirtamos en auténticos agentes del Espíritu para la transformación de nuestro mundo allí donde estamos viviendo. También soñamos juntos con ser constructores y forjadores de fraternidad, que es el tema de nuestra próxima asamblea mundial.

En nuestra práctica de los medios espirituales de la adoración diaria, la meditación diaria del Evangelio, el día mensual del desierto y la reunión fraterna mensual junto con la espiritualidad de la simplicidad de Nazaret, puede que no seamos muy consistentes, pero seguimos siendo inspirados por nuestros hermanos mayores que han estado dando testimonio toda su vida. Tocados por el Espíritu, nuestra pobreza es también nuestra fuerza. En el camino espiritual, el número y la edad no importan mucho, pero sí la calidad del testimonio, aunque seamos pocos.

Nuestro constante regreso a nuestras prácticas espirituales entrena nuestras mentes y suaviza nuestros corazones para que nuestros compromisos misioneros con el mundo provengan de nuestra cercanía a Dios en Jesús de Nazaret y nuestros encuentros formativos con los pobres, personas entre nosotros. Cuando el Papa Francisco nos ha invitado a dejarnos sorprender por el Espíritu en nuestro caminar juntos y en nuestra escucha mutua en esta iglesia sinodal, el proceso se ha convertido en el mensaje. Cuando soñamos juntos con un mundo más pacífico y fraterno, nos comprometemos en procesos pacíficos y fraternos de todas laz maneras y en todos los frentes. Porque no puede haber paz desde la violencia y no puede haber paz en las comunidades cuando las personas tienen corazones amargados y no reconciliados. Fue Mahatma Gandhi quien dijo que la paz es el arma de los fuertes, mientras que la violencia es el arma de los débiles. La violencia es el arma de quienes enmascaran sus miedos, inseguridades, envidias, impotencias con armaduras que amenazan la vida de todo ser humano, incluida la de la Madre Tierra. Por eso, oramos con convicción, Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, renueva nuestras fuerzas, doblega nuestro corazón y voluntad obstinados, guía los pasos que se extravían.

Que la intercesión de nuestro hermano mayor, san Carlos de Foucauld, fortalezca nuestra determinación de ser discípulos misioneros de Cristo resucitado y forjadores de fraternidad en nuestro mundo tan cambiante. Por favor, ora por mí, tu hermanito, mientras continúo manteniéndote cerca de mi corazón en oración.

Tu hermano servidor,
Eric LOZADA, responsable internacional


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Vigilia de Oración Segundo Aniversario Canonización de San Carlos de FOUCAULD

El día 15 de Mayo de 2022 fue canonizado Carlos de Foucauld .Es una alegría para su Familia Espiritual saber que la Iglesia Universal muestra al mundo como testimonio evangélico singular al Hno. Carlos, que ya desde hacía más de cien años venía siendo guía y modelo de vida para muchos grupos y personas que vivían su carisma en cualquier rincón del planeta.

Entremos hoy todos juntos con alegría en la presencia de Dios, dando gracias y poniendo ante el Señor, a quienes sufren, a los enfermos, a los marginados, a los refugiados, a los que
padecen la consecuencia de guerras fratricidas y a tantas personas que andan pérdidas y desorientadas por la vida. Lo hacemos con la certeza de que Dios puede disipar nuestras
tinieblas con su luz. Al orar hoy unidos, pedimos al Señor y a nuestro Hermano Carlos que también nosotros y nuestras comunidades seamos luces que guíen a los demás a Jesús, el Salvador.


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Horeb Ekumene, 364, Reverenciar la Vida

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. (Mateo 5:13-16)

En el crepúsculo de un día de septiembre de 1915, repentinamente Albert Schweitzer, premio novel de la paz 1952, se hizo la pregunta: ¿Quién soy yo? Y se respondió a la vez: yo soy vida, que quiere vivir, rodeado de otras vidas, que también desean vivir. Así acuñó la expresión reverenciar la vida, que tomó como fórmula de toda su filosofía. Reverencia que es más que respeto, surge de una profunda comprensión espiritual del mundo. Decía Schweitzer “Hasta que el ser humano no extienda su compasión a toda forma de vida, no llegará a encontrar la paz”. En la compasión Schweitzer encontró su misión trabajando a favor de toda criatura que pudiera sentirse necesitada. Por ello, el gran mérito de su vida fue su testimonio, no fue sólo un hombre de palabra sino de acción, capaz de llevar a la práctica sus ideas y mostrar coherencia en sus formas de vida.


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Cardenal YOU: Vale la pena ser sacerdotes, estamos llamados a ser felices

L’Osservatore Romano habla con el Prefecto del Dicasterio para el Clero antes de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del 21 de abril

Andrea MONDA

Con vistas a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del próximo domingo 21 de abril, L’Osservatore Romano ha planteado algunas preguntas al cardenal prefecto del Dicasterio para el Clero, Lázaro You Heung-sik.

¿Qué es una vocación?

Antes de pensar en cualquier aspecto religioso o espiritual, diría lo siguiente: la vocación es esencialmente la llamada a ser feliz, a hacerse cargo de la propia vida, a realizarla plenamente y a no desperdiciarla. Este es el primer deseo que Dios tiene para cada hombre y cada mujer, para cada uno de nosotros: que nuestra vida no se apague, que no se desperdicie, que brille al máximo. Y, por eso, se ha hecho cercano en su Hijo Jesús y quiere atraernos al abrazo de su amor; así, gracias al Bautismo, nos convertimos en parte activa de esta historia de amor y, cuando nos sentimos amados y acompañados, entonces nuestra existencia se convierte en un camino hacia la felicidad, hacia una vida sin fin. Un camino que luego se encarna y se realiza en una opción de vida, en una misión específica y en las múltiples situaciones cotidianas.

Pero, ¿cómo se reconoce una vocación y cuál es su relación con los deseos?

Sobre este tema, la rica tradición de la Iglesia y la sabiduría de la espiritualidad cristiana tienen mucho que enseñarnos. Para ser felices -y la felicidad es la primera vocación compartida por

todos los seres humanos- es necesario no equivocarse en las opciones de vida, al menos en las fundamentales. Y las primeras señales de tráfico que debemos seguir son precisamente nuestros deseos, lo que sentimos en nuestro corazón que es bueno para nosotros y, a través de nosotros, para el mundo que nos rodea. Sin embargo, cada día experimentamos cómo nos engañamos a nosotros mismos, porque nuestros deseos no siempre corresponden a la verdad de lo que somos; puede ocurrir que sean fruto de una visión parcial, que surjan de heridas o frustraciones, que estén dictados por una búsqueda egoísta de nuestro propio bienestar o, incluso, a veces llamamos deseos a lo que en realidad son ilusiones. Entonces es necesario el discernimiento, que es básicamente el arte espiritual de comprender, con la gracia de Dios, lo que debemos elegir en nuestra vida. El discernimiento sólo es posible a condición de que nos escuchemos a nosotros mismos y escuchemos la presencia de Dios en nosotros, superando la tentación tan actual de hacer coincidir nuestros sentimientos con la verdad absoluta.

Por eso el Papa Francisco, al inicio de las catequesis de los miércoles dedicadas al discernimiento, nos invitó a afrontar el esfuerzo de escarbar en nuestro interior y, al mismo tiempo, a no olvidar la presencia de Dios en nuestra vida. He aquí que la vocación se reconoce cuando ponemos en diálogo nuestros deseos profundos con la obra que la gracia de Dios realiza en nosotros; gracias a esta confrontación, la noche de las dudas y de los interrogantes se despeja poco a poco y el Señor nos hace comprender qué camino tomar.

Este diálogo entre las dimensiones humana y espiritual está cada vez más en el centro de la formación de los sacerdotes. ¿Cuál es nuestra posición?

Este diálogo es necesario y quizás a veces lo hemos descuidado. No debemos correr el riesgo de pensar que el aspecto espiritual puede desarrollarse al margen del humano, atribuyendo así una especie de «poder mágico» a la gracia de Dios. Dios se hizo carne y, por tanto, la vocación a la que nos llama está siempre encarnada en nuestra naturaleza humana. El mundo, la sociedad y la Iglesia necesitan sacerdotes profundamente humanos, cuyo rasgo espiritual se pueda resumir en el mismo estilo de Jesús: no una espiritualidad que nos separe de los demás o nos convierta en fríos maestros de una verdad abstracta, sino la capacidad de encarnar la cercanía de Dios a la humanidad, su amor por cada criatura, su compasión por cualquiera que esté marcado por las heridas de la vida. Esto requiere personas que, aunque frágiles como todos los demás, en su fragilidad tengan suficiente madurez psicológica, serenidad interior y equilibrio emocional.

Son muchos son, sin embargo, los sacerdotes que viven situaciones de dificultad y sufrimiento. ¿Qué piensa de ellos?

En primer lugar, me conmueven mucho. He dedicado casi toda mi vida al cuidado de la formación sacerdotal, a acompañar y estar cerca de los sacerdotes. Hoy, como Prefecto del Dicasterio para el Clero, me siento aún más cercano a los sacerdotes, a sus esperanzas y a sus trabajos. No faltan elementos de preocupación, porque en muchas partes del mundo hay un verdadero malestar en la vida de los sacerdotes. Los aspectos de la crisis son muchos, pero creo que en primer lugar necesitamos una reflexión eclesial en dos frentes. El primero: necesitamos repensar nuestro modo de ser Iglesia y de vivir la misión cristiana, en la colaboración efectiva de todos los bautizados, porque los sacerdotes están muchas veces sobrecargados de trabajo, con las mismas tareas -no sólo pastorales, sino también jurídicas y administrativas- que hace muchos años, cuando eran numéricamente más.

En segundo lugar, es necesario revisar el perfil del sacerdote diocesano porque, aunque no esté llamado a la vida religiosa, debe redescubrir el valor sacramental de la fraternidad, de sentirse en casa en el presbiterio, junto con el obispo, sus hermanos sacerdotes y los fieles, porque, especialmente en las dificultades de hoy, esta pertenencia puede sostenerlo en el servicio pastoral y acompañarlo cuando la soledad se hace pesada. Sin embargo, es necesaria una nueva mentalidad y nuevos caminos de formación, porque a menudo el sacerdote es educado para ser un líder solitario, un «hombre solo al mando», y esto no es bueno. Somos pequeños y estamos llenos de limitaciones, pero somos discípulos del Maestro. Movidos por Él podemos hacer muchas cosas. No individualmente, sino juntos, sinodalmente. Discípulos misioneros», repite el Santo Padre, «sólo pueden estar juntos».

¿Están los sacerdotes «equipados» para enfrentarse a la cultura actual?

Este es uno de los principales retos a los que nos enfrentamos hoy en día, tanto en la formación inicial como en la permanente. No podemos quedarnos encerrados en las formas sagradas y hacer del sacerdote un mero administrador de ritos religiosos; hoy atravesamos un tiempo marcado por numerosas crisis globales, con ciertos riesgos relacionados con el crecimiento de la violencia, la guerra, la contaminación ambiental y la crisis económica, todo lo cual repercute luego en la vida de las personas en términos de inseguridad, angustia y miedo al futuro. Y hay una gran necesidad de sacerdotes y laicos capaces de llevar a todos la alegría del Evangelio, como profecía de un mundo nuevo y brújula de orientación en el camino de la vida. Siempre se es discípulo, aunque se haya sido diácono, sacerdote u obispo durante muchos años. Y el discípulo siempre tiene algo que aprender del único Maestro que es Jesús.

Pero, en su opinión, ¿sigue valiendo la pena convertirse en sacerdote hoy en día?

A pesar de todo, sigue valiendo la pena seguir al Señor por este camino, dejarse seducir por Él, entregar la vida por su designio. Podemos mirar a María, esta joven doncella de Nazaret que, aunque turbada por el anuncio del ángel, eligió arriesgarse a la fascinante aventura de la llamada, convirtiéndose en Madre de Dios y Madre de la humanidad. Con el Señor, ¡nunca se pierde nada! Y quisiera decir una palabra a todos los sacerdotes, especialmente a los que en este momento están desanimados o heridos: el Señor nunca rompe su promesa. Si Él los ha llamado, no les faltará la ternura de su amor, la luz del Espíritu, la alegría del corazón. De muchas maneras Él se manifestará en tu vida de sacerdote. Me gustaría que esta esperanza llegara a los sacerdotes, diáconos y seminaristas de todo el mundo, para consolarlos y animarlos. No estamos solos, ¡el Señor está siempre con nosotros! Y quiere que seamos felices.


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