Éste va a ser mi primer saludo y felicitación en el tiempo de Pascua, como responsable de la Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas, en España. El primero debería haber sido en la última Navidad. Pero, como muchos sabéis, un ictus repentino, sin avisar, pocos días antes de la Navidad, decidió que empezara mi tiempo de “confinamiento”, casi tres meses antes del confinamiento oficial. No puedo sino dar gracias, a tantos sanitarios buenos y competentes, a mi familia y a los amigos, que han estado ahí, acompañando, apoyando y rezando. Por supuesto, he contado también con la amistad y la oración de tantos hermanos sacerdotes de la Fraternidad.
De repente, el mundo se ha “paralizado”. O quizá no. En pleno siglo XXI, cuando pensábamos que muchas cosas ya estaban superadas, cuando creíamos que las epidemias y pandemias eran cosa del pasado, en el que existían menos medios, más pobreza, menos recursos… entonces nos vemos sorprendidos, en todo el mundo, con esta pandemia del coronavirus. Hemos caído en la cuenta de nuestra vulnerabilidad, de que no somos tan fuertes, ni estamos tan preparados como pensábamos. Un “bichito” está poniendo “en jaque” a todo el mundo. Y aún no somos capaces de intuir las consecuencias de todo esto. Consecuencias a nivel económico, social, laboral, educativo… E, incluso, a nivel religioso. Los medios nos van poniendo al día de las cifras: contagiados, muertos, curados… Cifras de nuestro país, y de los países del Primer Mundo. Como siempre, el Tercer Mundo no cuenta. No salen cifras, ni imágenes, prácticamente. Las consecuencias de una pandemia en Africa, por ejemplo, pueden ser terribles. Pero, también, en esos Cuartos Mundos invisibles, pero muy presentes en el Primer Mundo.
Mi intención, con este mensaje de Pascua, dirigido a sacerdotes de la fraternidad, no es plasmar esta situación insólita causada por el coronavirus, sino intentar compartir algo de mi reflexión durante este tiempo de confinamiento. Ciertamente, para mucha gente está siendo una vivencia muy negativa y dolorosa. Un dolor que compartimos, pues también nosotros hemos perdido últimamente a hermanos sacerdotes de la fraternidad, unos por coronavirus, otros por otras enfermedades y circunstancias. Nuestro homenaje a todos los difuntos de esta etapa y, también, a todos los que acompañan, en primera línea, a los afectados. Cuánto santo anónimo tenemos por ahí, cuya santidad estos días está brillando, mientras otros estamos recogidos y “tranquilos” en nuestras casas. Pero, más allá de nuestra oración por los que se han ido o están muy enfermos, y nuestro reconocimiento a los que los acompañan de cerca, se nos ofrece una ocasión magnífica para adentrarnos, un poco más si cabe, en nuestro carisma: Nazaret. Por eso, me he atrevido a ponerle título a estas reflexiones, más o menos entrelazadas: “Una Pascua distinta, con sabor a Nazaret”.
Nunca podemos dar por zanjado nuestro camino de profundización en Nazaret. Siempre estamos en camino de redescubrir y actualizar ese Nazaret en nuestra vida sacerdotal, como presbíteros diocesanos. Y, quizá, esta etapa en casa es una gran ocasión para ello. Cuando seguramente teníamos todo preparado o en marcha para vivir una nueva Semana Santa y una nueva Pascua, el bichito ha decidido que todos esos planes se vengan abajo y que nos encerremos en casa. Pero, en cristiano, cualquier circunstancia, incluso las negativas, las no previstas, las que aparentemente nos superan, pueden ser una gran ocasión para crecer, para dar un paso en nuestra vida de fe, y como sacerdotes.
Sin duda, el coronavirus nos ha introducido en el Nazaret más básico: nuestra casa. Desde hace más de un mes no podemos salir de casa, si no es para lo imprescindible. Y lo que, en un primer momento, nos ha podido dejar un tanto desconcertados, nos puede estar proporcionando una lectura más profunda de nuestra vida, humana, cristiana y sacerdotalmente hablando. Se nos regala la oportunidad de recrear, en cierto sentido, ese Nazaret doméstico de Jesús, que fue como un “entrenamiento” para su vida pública. Aunque, como nos decía nuestro hermano Francisco Clemente, esa primera etapa en Nazaret ya formaba parte de la misión apostólica: “A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la vida apostólica. ¡Como si Nazaret no fuera en sí misma apostólica, y como si los años en que Jesús caminó por Palestina no llevaran en sus entrañas la experiencia nuclear de Nazaret! Jesús es apóstol en sus treinta y tres años, aunque en cada etapa exprese su acción pastoral con acentos diferentes” (Nazaret, espiritualidad del exilio. Francisco Clemente). El tiempo que Jesús vivió en Nazaret con su familia, “en casa”, ya era misión. Y un poco más adelante Francisco Clemente hace más explícita esa misión en Nazaret: “En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde explicará con su palabra…” (ídem).
Quizá, superados los primeros días de cierto desconcierto, hemos podido entrar, dentro de este confinamiento, en una etapa más “nazarena”, en el sentido de vivir en silencio, sin ruido, más “hacia dentro” que “hacia fuera”, realidades que forman parte de nuestra vida sacerdotal y que, quizá, muchas veces están descuidadas. Está siendo un tiempo para orar más y mejor. Ese tiempo que muchas veces echamos en falta, por el cúmulo de tareas pastorales o, simplemente, porque nos hemos “acostumbrado” a ir tirando, haciendo muchas cosas, pero cuidando poco nuestra amistad con Jesús. ¡Cuántas horas dedicaba el hermano Carlos a su amistad con Jesús y con el Padre!. Y no por eso dejaba de ser misionero, todo lo contrario. Ese tiempo de intimidad con Jesús formaba parte, para el hermano Carlos, de la misión. Esta Pascua distinta puede ser una ocasión para saborear mucho más esa intimidad con Jesús.
Unido a lo anterior, y en ese contexto de intimidad con Jesús, cuánto podemos crecer en esta etapa de confinamiento en algo que era parte importante en el Nazaret diario de Carlos de Foucauld: la meditación pausada del evangelio. Cuántas “vueltas” le daría el hermano Carlos al evangelio, y así lo expresa en sus escritos: “Es necesario empaparnos del espíritu de Jesús, meditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos. Que sean en nosotros como la gota que cae y recae sobre una piedra siempre en el mismo lugar”. Es muy probable que supiera de memoria todos los pasajes. Tenemos muchos comentarios suyos de los evangelios. Cuántas veces contemplaría las escenas de Nazaret. Cómo se iría forjando una imagen de Jesús en la lectura y meditación continua de esos evangelios, cómo se iría acercándose a Él a través de los evangelios. Tenemos una ocasión magnífica para profundizar en el evangelio y la Palabra de Dios. Una lectura pausada, serena, contemplativa…que nos ayude a conocer más y mejor a Jesús, y nos impulse a hacer una lectura encarnada y actualizada del evangelio.
Pero, además, podemos crecer en el amor, en el afecto, hacia tantas personas que forman parte de nuestra vida sacerdotal y pastoral. A veces, metidos y comprometidos en tantas faenas pastorales, olvidamos que lo más importante es querer de verdad, con un amor como el de Jesús, a aquellas personas con las que caminamos y trabajamos en nuestras parroquias y en nuestros ámbitos de referencia. Este tiempo en casa, curiosamente, puede ser un tiempo para estrechar nuestros lazos y nuestro afecto con toda esa gente a la que, no solo tenemos que servir y orientar, sino también querer. Como hacía Jesús. Y como hacía también el hermano Carlos: tenía muy presentes, en su contacto habitual con Jesús, a todos aquellos que formaban parte de su misión. Podemos así romper ese sacerdocio funcionarial en el que muchas veces caemos. Estamos llamados a querer a la gente y, desde ese afecto, mostrarle a Jesús. Desde ahí, podemos darle más realce a una expresión que suele formar parte de nuestro lenguaje, pero muchas veces sin contenido: comunión. Tiempo del coronavirus: tiempo para crecer en el afecto y la comunión con nuestra gente.
Y, por supuesto, podemos tener mucho más presentes a los últimos, a los que más sufren, a los descartados. No nos faltan ejemplos estos días. Sin olvidar que, antes y después del coronavirus, desgraciadamente, van a seguir estando ahí. Fue una de las tareas prioritarias del hermano Carlos. Solía estar cerca de los que no contaban. Acogerlos, atenderlos, quererlos…también formaba parte de la misión, era la misión. Si queremos seguir a Jesús de Nazaret, teniendo en cuenta el estilo de Carlos de Foucauld, una parte importante de nuestro tiempo y de nuestro corazón tiene que ir dedicado a ellos. Ahora, en este tiempo de confinamiento, en el que aparentemente estamos “lejos” de los que sufren, en realidad puede ser un tiempo para estrechar nuestros lazos con ellos. El hermano Carlos nos enseña, no sólo a atender a los pobres, a los que sufren, sino a quererlos, a ponerlos en el centro. Y esa actitud no se improvisa. Se madura en la adoración, en la liturgia de las horas, en la Eucaristía, y se concreta en el encuentro acogedor con ellos. Ahora podemos hacerles presentes con nuestro afecto. Quizá podemos hacer algo concreto, a través de nuestras Cáritas u otras formas de acercarnos e interesarnos por ellos.
Este pequeño “listado” de acciones, a modo de propuesta para este tiempo de confinamiento, podría alargarse. Seguro que cada uno podemos completarlo, desde nuestra propia historia como hermanos de la fraternidad, y desde lo que estamos viviendo en este momento. Se nos regala una nueva Pascua que, efectivamente, puede ser “una Pascua distinta, con saber a Nazaret”. Ojalá podamos compartir todo esto el próximo verano, en nuestros ejercicios espirituales, momento de encuentro y de profundización en nuestra espiritualidad.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
Aquilino MARTÍNEZ,
Responsable de la Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas (España)
Xirivella (Valencia), 19 de abril de 2020