Nuestro taller del corazón tiene herramientas para mantener, reparar cuando hay un deterioro, poner al día o incluso crear los sentimientos buenos. A veces no encontramos la herramienta, o están desordenadas, o rotas, o precisamos nuevas que son difíciles de conseguir. También a veces usamos la herramienta equivocada, porque pensamos que es más fácil de manejar. El taller del corazón puede estar dañado, con goteras, o sin ventilación; se puede quedar pequeño o no está siempre limpio. Es probable que hayamos tenido épocas en las que el taller estaba “cerrado por vacaciones”… En el taller del corazón pasan cada día los sentimientos dañados, las desconfianzas hacia los demás, el orgullo herido -el ego puesto en ridículo- y las decepciones. Formas, colores, percepciones muy diversas.
Una vez escuché una persona que me decía “Las cañas se vuelven lanzas”, refiriéndose a la gran decepción de la “nulidad amistosa” de quien creía un gran amigo. Después de perder la amistad puede llegar esa desconfianza no sólo hacia la persona, sino a otras que nos resultan sospechosas. “El corazón se limpia, se ordena, se purifica. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la doblez de la hipocresía; todos las tenemos, todos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que enturbian la vida, la hacen doble. Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento.” Papa Francisco en la Misa en Erbil, Irak, 7 marzo 2021.
Escuchamos frecuentemente “eso no se lo voy a perdonar nunca”, “no te fíes de nadie”, “piensa mal y acertarás”… Con el evangelio en las manos, sabiendo que es u na llamada permanente a la fidelidad, porque Jesús, el Maestro, el Señor, perdonó, confió y no tuvo un sentimiento negativo hacia nadie, no podemos aceptar como norma de vida la desconfianza, la sospecha, pero es comprensible porque somos seres humanos, y no robots programados para una conducta determinada.
Por nuestra vida pasan muchas personas, unas se quedan, otras sencillamente pasan. Según donde estemos y vivamos, vemos cada día realidades humanas diversas, y algunas de ellas nos requieren la atención por nuestro trabajo o convivencia en un lugar común o vecindad, y otras realidades son externas a nuestro día a día más cercano.
Las áreas de conflicto o de buen entendimiento son variables según nuestra psicología, cultura, edad… Hay un mundo en cada uno de nosotros diferente al de los demás y, por tanto, diferentes modos de resolver o superar las dificultades de convivencia, amor familiar o comunitario, espíritu de trabajo en común o la relación de amistad.
Si nuestra vida entra en conflicto con una o varias personas, el taller de nuestro corazón debe producir una gran cantidad de respeto y responsabilidad, para situarnos donde debemos estar, con el diálogo posible, comprendiendo las razones de los demás, sin juzgarlas. Mejor es reparar que tirar. Y si cerramos puertas, quizá nos quedemos encerrados nosotros mismos dentro, con la llave fuera.
Porque:
cuando creemos que nunca se va a romper una amistad, y se rompe.
Cuando nos situamos por encima de cualquiera.
Cuando nos creemos mejores que los demás.
Cuando en la vida nos pesan más los fracasos que los triunfos.
Cuando nos consideramos el enemigo de uno mismo.
Cuando nos duele que haya gente que no se compromete como nosotros.
Cuando no estamos maduros para encajar las derrotas,
entonces:
echemos mano de la herramienta de la humildad, miremos a Jesús abandonado, herido. Ha dicho el papa Francisco en la misa del rito caldeo en la catedral de San José de Bagdad el 6 de marzo de 2021: “Si vivo como pide Jesús, ¿qué gano? ¿No corro el riesgo de que los demás me pisoteen? ¿Vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es perdedora? No es perdedora, sino sabia”. Y la sabiduría es hermana gemela de la humildad.
Si nos encontramos con situaciones en las que, aún habiendo perdonado y olvidado, el taller de nuestro corazón no consigue hacer cambios en la vida personal o la de quienes se han alejado de nuestro afecto, de nuestra fraternidad, de nuestra amistad y confianza, de nuestra acogida, sentiremos de nuevo la derrota… No podemos cambiar a los demás. Aceptar la situación nos exige un grado de madurez que nos hará estar en paz con nosotros mismos.Cuando nos consideramos “hijos pródigos” de nuestros hermanos, y volvemos adonde nunca debimos decir adiós, cuando la otra persona nos estaba esperando, el taller del corazón queda libre de trastos viejos e inservibles, limpio de las telarañas de los prejuicios, dando tiempo al tiempo, sin vencedores ni vencidos.
Que pueda ser hermano de mi enemigo, con la alegría interior no de tener la conciencia tranquila por haber hecho las cosas lo mejor posible, sino la que da la paz al corazón, la que la caridad y el amor reparan, entonces brotará la alegría que denota el equilibrio en nuestros sentimientos. Un reto, el reto de Jesús que nos llama a perdonar setenta veces siete y a ser perdonados otras tantas más.
Aurelio SANZ BAEZA
(Boletín Iesus Caritas, 210)