El mundo que viene ya está aquí. La lenta descomposición de lo que antecede coexiste desde hace tiempo con lo que está germinando. Treinta años más tarde se habrán disuelto aún más las formas del pasado y se habrán desarrollado las germinaciones actuales. Los cambios, cuanto más profundos, más lentos, porque han de ir de las raíces hasta la última de las ramas.
¿Qué es lo que ya está sucediendo? Por un lado, la inadecuación de las actuales forma institucionales de la religión para acompaña el cambio epocal que estamos viviendo. Por otro, la emergencia de una mirada integral que no se reconoce en escisiones que nos dañan y que nos fragmentan. Veamos ambas mutaciones.
La insuficiencia de las formas con las que se transmite la experiencia religiosa de las grandes tradiciones ha pasado de despertar un rechazo explícito y agresivo a una creciente indiferencia, ya que la influencia de tales instituciones y sus representantes ha dejado de ser social y culturalmente significativas. Pero junto a este alejamiento generalizado respecto a las formas tradicionales, puja y se extiende le deseo, la necesidad y la exploración de esa dimensión intangible que podemos llamar espíritu, interioridad, trascendencia, Dios. Son muchos los buscadores, pero también los encontradores, personas que han hallado en sí mismas y por sí mismas lo que antes se buscaba fuera o en las formas institucionalizadas: la conexión con el Ser o con la Fuente de la que mana continuamente todo ser. La religación con lo Esencial cada vez pasará menos con las formas tradicionales a no ser que estas perciban la necesidad de renovarse y tengan el coraje de hacerlo. El papel del tutelaje será cada vez menor, si bien no dejarán de existir grupos que se aferren de forma defensiva u ofensiva a sus maneras de interpretar lo Sagrado. Pero también habrá grupos y comunidades que vivan con serenidad y profundidad una determinada identidad religiosa. A mi modo de entender, se irán clarificando y armonizando los tres ámbitos en los que cultivar la relación con lo Intangible: por un lado, el ámbito personal, cada vez más ligado a una práctica meditativa diaria. Igual que no se puede estar alimentado sin comer, no descansado sin dormir, ni limpio corporalmente sin higiene diaria, del mismo modo se vivirá con más evidencia y naturalidad el reservar diariamente un espacio meditativo para cuidar el vínculo con lo Esencial.
En segundo lugar, la pertenencia o asiduidad a algún tipo de grupo o de comunidad en la que alimentar, compartir y celebrar esta dimensión; y, en tercer lugar, la identificación con alguna gran corriente religiosa de orden mundial o planetaria. Estas pertenencias grupales a escalas diferentes serán cada vez más porosas, menos rígidas y dogmáticas, con una capacidad creciente de comprender el lenguaje ajeno, con una especie de instinto interreligioso y transconfesional. Por entonces seremos más capaces de abrazar colectivamente el legado de sabiduría de todas las tradiciones.
Simultáneamente seguirá desarrollándose una mirada integral de la realidad, donde las diferentes aproximaciones cognitivas se irán viendo cada vez más complementarias y necesitadas unas de las otras, en lugar de caer en competitividades o descalificaciones ajenas. SE habrá desarrollada una sensibilidad holística capaz de captar cada vez más la relación de todo con todo, de modo que ciencia y religión, espiritualidad y ecología, ética y política, tecnología y filosofía se darán cada vez mayor cuenta de la necesidad que tienen unas de otras. Se comprenderá cada vez más que todo el tejido de una Realidad única que emerge y se sumerge en un Todo, una expansión y contracción cósmica y metacósmica que están inscritas en el latido de nuestro corazón y en el ritmo de la respiración tanto personal como colectiva.
Descargar documento en PDF: Espiritualidad, una mirada integral. Javier MELONI