El discípulo de Jesús, el testigo del Evangelio, la persona habitada por el Espíritu, ha hecho de Dios su absoluto, gracias a una experiencia personal y transformadora de su vida. De ahí que sea una persona abierta, acogedora, clarividente, reconciliada con las cosas, con los demás y con el mismo, libre de todo aquello que hace inhumano a nuestro mundo y a nuestra vida. Así, ver desde la fe, es vivir en una actitud contemplativa. Es buscar siempre lo esencial de las cosas y no perderse en la superficialidad de los detalles, sintonizando con el fondo de las situaciones y de las personas.
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