La fraternidad universal. Fernando TAPIA

Fernando Tapia, pbro.

Equipo Internacional IESUS CARITAS

TODOS USTEDES SON HERMANOS” (Mt 23,8)

  1. La FRATERNIDAD está en el corazón del Evangelio. Es la novedad que trae Jesús en una sociedad muy estratificada, con esclavos y libres, ricos muy ricos y pobres muy pobres, poderes absolutos y pueblos dominados a sangre y fuego, justos y pecadores, etc. Jesús es muy consciente de estas rupturas de la fraternidad y pide a sus discípulos ser diferentes: “No será así entre ustedes (…); quien quiera ser el primero que se haga el sirviente de los demás” (Mt 20,27; ver también Mt 23, 8-11).

  2. La práctica evangelizadora de Jesús es semilla de fraternidad: se acercó a publicanos, enfermos y pecadores (Mc. 2,15-17), dialoga con samaritanos (Jn 4, 1-42), se deja interpelar por una mujer extranjera (Mt 15,21-28), etc.; es decir, rompe los muros que en su tiempo separaban a los seres humanos y se acerca a aquéllos que eran despreciados y excluidos, generando en ellos alegría y esperanza. Pero al mismo tiempo, lo hizo entrar en un conflicto creciente con aquéllos que querían mantener en pie los muros de separación entre los seres humanos: escribas, fariseos, sacerdotes del templo.

  3. Con su cercanía y compasión hacia los descartados de la sociedad de su tiempo, Jesús quería hacer visible el fundamento de la fraternidad humana: todos somos hijos e hijas de mismo Padre del cielo que “hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). En el corazón de Dios no hay discriminación alguna. Todos somos amados por El, cualquiera que sea nuestra situación moral.

  4. San Pablo comprendió a fondo la novedad del Evangelio predicado por Jesús y puede escribir a los gálatas estas audaces palabras: “Por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios. Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todo ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). Las Comunidades Cristianas vivían esta fraternidad, sorprendente para los tiempos de Pablo, y por eso eran atractivas y se multiplicaban en toda la cuenca del Mediterráneo. Eran verdaderamente “luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5, 13-14).

  5. El sacramento del bautismo es entonces el inicio de la vida fraterna. Recibimos como una semilla la gracia de la filiación y de la fraternidad, pero tenemos que cultivarla porque de lo contrario se queda infecunda. Somos hijos de Dios, pero tenemos que hacernos hijos de Dios cada día buscando y haciendo la voluntad del Padre. Somos hermanos y hermanas, pero tenemos que hacernos hermanos y hermanas acercándonos unos a otros cada día, sirviéndonos mutuamente, perdonándonos hasta setenta veces siete.

LAS RUPTURAS DE LA FRATERNIDAD

  1. Desarrollar la cultura de la filiación, la amistad y la fraternidad es una tarea ardua en nuestra sociedad porque ésta promueve y sostiene una contracultura de individualismo y competitividad, egoísmo y violencia, discriminación y exclusión, aislamiento y autosuficiencia. Basta para ello, escuchar y ver las noticias en la TV.

  2. Los ministros del Evangelio fácilmente nos podemos contagiar con estos virus que circulan en nuestros ambientes sociales y culturales y ser “sal que pierde su sabor o luz que se coloca debajo de un mueble” (cfr Mt 5, 13-15). Lo que el Señor espera de nosotros es exactamente lo contrario: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y alaben a su Padre que está en el cielo” (Mt 5, 16).

  3. La vacuna es vivir nuestro ministerio en fraternidad, ojalá desde los tiempos de nuestra formación inicial en el seminario. Es un aprendizaje que purifica nuestro amor del egoísmo, de la rigidez, de la tendencia a usar a los otros para nuestro propio beneficio. Nos protege de la angustia, de la amargura, de la hiperactividad, de enfermedades psicosomáticas y de las depresiones, propias de quien siempre tienen que ser el número 1 en todo y serlo sin ayuda de nadie.

  4. Si somos honestos, tenemos que reconocer que no podemos solos con la vida, que necesitamos de otros, de compañeros, de consejo, de consuelo y corrección. Por eso Jesús inicia su anuncio del Reino nuevo, formando una fraternidad: los Doce Apóstoles.

¿Qué BUSCA UNA FRATERNIDAD SACERDOTAL?

  1. Crecer juntos en el seguimiento de Jesucristo. Nos reunimos, como los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), para reencontrarnos con el Resucitado en la amistad, en la revisión de vida, en el compartir la Palabra, en la fracción del Pan, en la oración.

  2. Aprender a ser transparentes, a confiar en otros, que otros sepan de mi familia, de mi vida, de mi dinero, de mi relación con hombres y mujeres, de mis penas, de mi necesidad de ser apoyado. Aprender a querernos y a pelear; a ser diferentes y no por eso cada uno se va por su lado. Abrirnos a las diferencias, aceptar su existencia.

  3. Aprender a pertenecer, a ser con otros y de otros. No basta con ser, es necesario pertenecer, crear vínculos. Aprender a cargar con la vida de otros. Aprender a vivir y compartir con iguales. Salir de las categorías superior-inferior, dominador-dominado, protector-protegido que son rasgos autoritarios que todos tenemos.

  4. Esta experiencia se da en grupos pequeños (4 a 6 participantes) de tal manera de que todos se sientan escuchados, acogidos, aceptados, contenidos. Nos ayudamos a ser fieles en el ministerio que se nos ha confiado y caminar juntos tras las huellas de Jesús, para que El sea el centro de nuestras vidas, animados por su Espíritu.

¿Qué SE REQUIERE?

  1. Decisión de participar y unirse a otros. Decisión de ser verdaderos, de compartir lo que realmente está pasando en nuestras vidas. Bajar las defensas y dejarse mirar. Confidencialidad de lo escuchado.

  2. Participar en la reunión mensual de la fraternidad que incluye descanso, comida, adoración, revisión de vida, compartir el Evangelio y, a veces, celebración de la Eucaristía.

  3. Estabilidad en la asistencia ya que toma tiempo crear los vínculos. Aceptar las frustraciones que toda vida fraterna tiene: que los otros no van, que uno quisiera hablar y no hay espacio o posibilidad de hacerlo, que alguno habla más de la cuenta, etc.

  4. Vivir la fraternidad más allá de la reunión formal, en la medida de las posibilidades de cada sacerdote. Me refiero a llamadas o visitas gratuitas para saber como está la otra persona, saludos el día del cumpleaños o del aniversario de ordenación, presencia cuando se asume una nueva parroquia u otro encargo importante, algún paseo de fraternidad.

CARLOS DE FOUCAULD, EL HERMANO UNIVERSAL

  1. Nuestra Fraternidad Sacerdotal tiene como principal figura inspiradora al Bienaventurado Carlos de Foucauld. Seguimos a Jesús tras las huellas de este santo misionero. Como él, quisiéramos ser apasionados buscadores de Dios y dejarnos conducir por el Espíritu Santo, a dónde quiera llevarnos. Después de su conversión, se hizo monje trapense, después fue empleado de las monjas clarisas y finalmente sacerdote diocesano misionero en el norte de África. Su deseo era imitar lo más cercanamente posible a Jesús de Nazaret, su hermano y Señor, en una vida de oración, pobreza y disponibilidad a quien lo necesitara.

  2. Su modo de evangelizar fue la fraternidad universal. En una carta a un amigo responde: “¿Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos? No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”. Es lo que él llama EL APOSTOLADO DE LA AMISTAD. Tal vez algunos de nosotros hemos tenido experiencia de este modo de evangelizar a personas no creyentes, agnósticas o alejadas de la Iglesia.

  3. De este modo, nuestra experiencia de fraternidad sacerdotal nos deja mejor preparados para ser forjadores de vida fraterna tanto al interior de nuestro presbiterio y de nuestras comunidades cristianas como a nivel social. La ermita del Hno. Carlos estaba abierta a todos y a toda hora. En una carta a su prima María de Bondy le dice: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos que me miren como a un hermano. Empiezan a llamar mi casa ‘la fraternidad’ y esto me es muy querido”.

  4. No es extraño entonces que el Papa Francisco que trabaja incansablemente por la fraternidad universal, señala al final de su encíclica Fratelli Tutti que el Hno. Carlos ha sido la principal figura inspiradora de esta carta: “Quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld (…) el hermano universal”1.

  5. Creo que la pandemia nos ha dado la oportunidad de descubrir y vivir la fraternidad universal a través del trabajo solidario. En nuestra parroquia y en muchas parroquias hemos trabajado codo a codo creyentes y no creyentes, católicos, evangélicos y agnósticos para levantar comedores parroquiales y ollas comunes, para entregar canastas de alimentos, útiles de aseo y medicinas etc. a los enfermos de covid, a desempleados, a adultos mayores. También para trabajar en red con municipios, centros de salud, organizaciones sociales, juntas vecinales, etc.

CONCLUSION.

  1. Hemos creído en la palabra de Jesús: “Todos ustedes son hermanos” y tratamos de vivirla en nuestras pequeñas fraternidades sacerdotales y ser forjadores de fraternidad en nuestro entorno. No queremos ser grupos cerrados, simplemente de ayuda mutua, que se separan de los demás y se creen mejores que los otros, como una elite sacerdotal. Buscamos la vida fraterna porque nos sabemos frágiles y necesitados de los otros y porque nuestro mundo necesita encontrar caminos de fraternidad, como plantea el Papa Francisco en Fratelli Tutti. Nuestra fraternidad está siempre al servicio de la Misión.

Santiago de Chile, Julio 2021

1 Francisco, “Fratelli Tutti”, n.286 y 287

PDF: La fraternidad universal

Escrito sobre las fraternidades. 1980

Escrito sobre las fraternidades probablemente de 1980,
Original aportado por un hermano de la fraternidad de España

RESUMEN de nuestros intercambios

Carlos de Foucauld escribía en Beni-Abbès en 1902: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes: cristianos, musulmanes, judíos e idólatras a mirarme como su “Hermano Universal”.
Esto nos ha parecido un elemento esencial de su mensaje. ¿Cómo lo vivimos? He aquí unos elementos importantes que se sacan de nuestros intercambios:

1) No se puede hablar de universalidad sin estar enraizado en un medio muy concreto como lo estuvo Jesús de Nazaret.
El encuentro profundo en la amistad con una persona concreta nos pone en comunión con todo un medio o todo un pueblo. Haciendo nuestros tantos sufrimientos de los pobres, nos unimos a lo que es universal en el corazón del hombre. Así se sabrá fácilmente encontrar, en todas las situaciones, el hombre universal.

2) En nuestros grupos concretos – fraternidades, etc. se hace el aprendizaje de la universalidad en la actuación de la diversidad de temperamentos, de maneras de vivir, de situaciones, de opciones, etc. Uno no escoge a sus hermanos, a sus hermanas, Asimismo, en una familia, los padres deben aceptar la diversidad de sus hijos. Saber escuchar, parece primordial por completo para acoger al otro en su originalidad.

3) Esta aceptación, para ser auténtica, debe ser profundizada en la verdad, en la claridad, a fin de que cada uno sea reconocido y admitido en lo que él es, en su destino propio o su compromiso, por muy extremo que nos parezca. Es necesaria la “Revisión de Vida” en profundidad, para situarse de cara a la común vocación de nuestro grupo.

4) Querer vivir la Universalidad se hace a menudo en el sufrimiento, porque esto lleva incomprensiones y ruptura, encuentro de obstáculos, de tensiones, ver imposibilidades. ¿Cómo amar a los ricos cuando sufre con los pobres alguno? ¿Cómo en un caso concreto llegar al perdón? Así, como cuando uno siente su impotencia ante los enormes problemas del mundo.
Todo esto nos obliga a vivir la Universalidad en la esperanza, impulsada en la oración. Cuando todo nos sobrepasa, es el momento de pedir a Dios que Él acompañe a mi hermano.

5) La universalidad no es natural. Sólo nos llega a través de Cristo; es en Él donde encontramos la unidad de todos los hombres. En la oración las barreras quedan abolidas. La oración eucarística y la ofrenda del sufrimiento, en unión con el misterio redentor, tienen una eficacia de alcance universal.

6) Una acción universal es imposible. Pero nuestro corazón debe llegar a ser universal: todos los hombres son nuestro prójimo, nuestra responsabilidad está comprometida con cada uno.
Ser universal no es solamente el respeto al otro, al pobre, al no-cristiano, más especialmente a nuestro hermano musulmán, sino que es la humildad que permite aprender del otro, de ser transformado y evangelizado por él.Estamos tentados por la autosuficiencia, que nos impide renovar nuestras relaciones humanas, y de sentir que uno tiene sin cesar la necesidad de los demás.

Tendremos la ilusión de creernos universales porque poseemos una vasta información: la cultura intelectual no es suficiente, es preciso humildad y realismo.

Los Responsables de las Fraternidades

PDF: Escrito sobre las fraternidades. 1980 es

Las grandes potencias sostienen el paraguas sobre el golpe de Estado en Myanmar. Arne WILLEMS

Tertio, 14 de julio de 2021 (semanario religioso en Flandes / Bélgica)

La situación en Myanmar se ha agravado por completo desde febrero. Los militares depusieron al gobierno de Aung San Suu Kyi y la arrestaron por numerosos presuntos delitos. Desde entonces, se ha desatado una guerra civil, las luchas se sucedieron rápidamente. Después del ataque a una iglesia, el Papa Francisco pidió la prohibición de los lugares religiosos, un llamado que hasta ahora ha caído en oídos sordos. Walter Mensaert, especialista en Myanmar, arroja luz sobre el conflicto.

Walter Mensaert es un agente de viajes experimentado que se ha especializado en Myanmar, la antigua Birmania, durante más de un cuarto de siglo. Como agente de viajes, tiene buenos contactos en el país asiático y sus países vecinos. A través de corresponsales locales y sitios de noticias, está siguiendo de cerca la situación en Myanmar. «Hace más de 25 años, nos centramos en algunos países asiáticos. Después de algunas visitas a Tailandia, Birmania nos llamó la atención. La pureza de Myanmar contrasta fuertemente con la comercialidad de los países vecinos. Esta autenticidad es típica del país. Pero también es muy inestable, ha estado en guerra civil durante más de 70 años: es la guerra más larga del mundo. Desde mi primera visita en 1995, Myanmar ha tenido buenos tiempos, pero también muchos tiempos oscuros, y lo más oscuro ahora está sobre nosotros ”, Dice Mensaert.

«Myanmar tiene siete estados donde las minorías étnicas son dominantes y siete regiones centrales más donde Bamars, los habitantes originales, constituyen la mayoría de la población. Muchas reglas y leyes discriminan a los birmanos no indígenas. Las personas de estas minorías no pueden acceder a altos cargos en el ejército o puestos importantes en la función pública: estos están reservados para los auténticos birmanos. El gobierno de Aung San Suu Kyi ha tratado de cambiar esto y ha puesto más énfasis en la igualdad. Esto ha provocado una gran protesta del ejército. El ejército destruye pueblos católicos y expulsa a 100.000 residentes durante la temporada de lluvias.

El ejército está ahora en el poder después de un golpe militar. ¿Por qué el gobierno y los militares se oponen diametralmente?

«No se puede comparar el ejército de Myanmar con lo que conocemos en Bélgica como Defensa. Aquí el ejército es pagado por el gobierno, en Myanmar el ejército genera más ingresos que el gobierno. Ellos obtienen sus ingresos de allí. Exportación de materias primas: piedras preciosas» , jade, gas y petróleo. Este dinero le da al ejército un gran poder y provoca una lucha de poder entre el ejército y el estado. Muchos soldados son birmanos conservadores y nacionalistas, que se oponen a los grupos de población extranjeros. También hay un movimiento conservador de monjes, que sólo quieren el budismo en Myanmar. Ambos movimientos han tolerado otros grupos de población y otras religiones durante años, pero esto parece haber terminado «.

Ya se han producido varios ataques contra objetivos cristianos en Myanmar. ¿Existe una persecución a los cristianos?

«Los católicos se encuentran principalmente en los estados de Kayah, Chin y Kayin. En el estado de Kayah, la región donde viven los escarabajos de cuernos largos, se están librando intensos combates en este momento. Esto no es una persecución de los cristianos. Es una lucha de poder entre el ejército y las minorías , un intento de impulsar su agenda nacionalista. La violencia no está dirigida específicamente a los cristianos; los rohingya, la minoría musulmana, también están sufriendo. Un factor importante es la llegada de cientos de miles de rohingya de Bangladesh. Ya no son una minoría en el estado de Rakhine, lo que ha causado malestar entre la población y las autoridades «.

La guerra en Myanmar aún continúa, pero los informes van llegando. Cómo explicas eso ?

«Informar es un gran problema. Como el país ha estado en crisis durante décadas, los libros publicados son históricamente incorrectos. Por lo tanto, es muy difícil para el mundo exterior comprender los problemas de Myanmar. Están apareciendo muchas noticias falsas, lo que hace que la situación aún más difícil. Estoy siguiendo de cerca a Al Jazeera, la BBC y algunas agencias de noticias internacionales, pero la información es escasa. En este momento hay algunos anuncios llamativos que circulan para los espectadores birmanos en YouTube. Uno de mis corresponsales, con quien he trabajado De cerca desde hace 26 años, me envió un mensaje publicitario: “Amigo mío, sé que estás lleno de sentimientos y palabras pegadas que te gustaría expresar, pero que no sabes a quién contárselo. Puedes hablar conmigo. Soy tu amigo, Jesús. Por tanto, no debemos subestimar el impacto de estos mensajes en la difusión del catolicismo, especialmente entre los jóvenes asustados en busca de identidad «.

El conflicto se ha prolongado durante décadas. ¿Por qué se apagó el fuego el 1 de febrero?

«Covid-19» fue el detonante, en mi opinión. No había más turistas en el país, la economía estaba muy golpeada y el ejército aprovechó este impulso para cerrar todos los aeropuertos y llevar a cabo el golpe. Los cargos contra Aung San Suu Kyi son ridículos: fue arrestada en particular por no llevar máscara bucal. Febrero es normalmente la temporada alta de turismo, ahora, en ausencia de turistas y atención internacional, se ha visto empañada por los eventos del 1 de febrero.

¿Cuál es la situación actual del país?

«El coronavirus se está propagando de forma muy violenta en Myanmar. Millones de residentes están desempleados debido a la caída de la economía. Cientos de miles de personas han huido de la violencia en los bosques. El ejército está jugando un juego. Sucio (suspiro). Están trabajando con informantes y han designado un funcionario en cada distrito. De esta manera, ejercen presión y control sobre la población, que se rebela contra estas medidas. Las protestas pacíficas son brutalmente reprimidas. Informes Los habituales emanan de barrios católicos: una hermana arrodillada frente a un soldado en la carretera y pidiendo paz, un ataque a una iglesia, la detención de sacerdotes que llamaban a una protesta pacífica … Incluso el Papa Francisco llamó al régimen a preservar los lugares de culto de la violencia: un llamado que ha caído en oídos sordos. »

Myanmar todavía se encuentra en la frontera entre la guerra y la paz. ¿Hay algún adelgazamiento en un futuro próximo?

«Es una situación muy delicada. Con un oleoducto y una Ruta de la Seda que cruzan Myanmar, los intereses internacionales están en juego en el desarrollo político del país. Las superpotencias circundantes están interfiriendo en el conflicto de manera negativa, principalmente a través de intereses comerciales. . Algunos suministran armas, otros tienen un oleoducto que atraviesa el país. La población ahora se está volviendo contra China: ya ha habido varios ataques a fábricas chinas. Los representantes de las Naciones Unidas han intentado entablar un diálogo, pero sin éxito. Mientras las superpotencias interesadas mantienen su paraguas sobre la junta militar, la situación parece desesperada «.

El ejército birmano destruye pueblos católicos y asusta a 100.000 habitantes durante la temporada de lluvias.

PDF: Las grandes potencias sostienen el paraguas sobre el golpe de Estado en Myanmar. Arne WILLEMS

El amor, la tercera (o primera) virtud teologal. Armand PUIG i TÀRRECH

1. El amor de Dios y el amor de Cristo

La primera cosa que muchas personas piensan cuando hablan del cristianismo es que el cristianismo es la religión de la acción. Nosotros, los cristianos, seríamos una gente que nos dedicaríamos sobre todo a la acción social. Muchos tienen esta idea. Recordamos, por ejemplo la buena aceptación mediática de que disfruta Cáritas entre la opinión pública –muy merecido, por otro lado. De hecho, muchos ven el cristianismo como una ONG y lo justifican precisamente por eso. Para muchas personas, el cristianismo hace acciones meritorias de cara a las personas necesitadas, desvalidas, los pobres, los sin techo, los extranjeros. Esto es verdad, pero se trata de una visión parcial. Los cristianos no somos una Organización No Gubernamental (ONG) dedicada a hacer acción social. Los cristianos somos una iglesia, una comunidad de fe y de amor que está injertada en el amor de Dios, que se derrama en la humanidad.

Ahora bien, esto que parece bastante evidente visto desde dentro, visto desde fuera no lo es tanto. Muchas personas desconocen, o no entienden, que la dimensión fundamental de la fe cristiana es la dimensión teologal, es decir, la dimensión de arraigo en el amor de Dios. La civilización occidental no está totalmente secularizada. El cristianismo se explica por la conjunción de dos vectores: la dimensión espiritual y la dimensión social, y la una no puede vivir sin la otra.

Los cristianos amamos porque Dios nos ha amado primero. Más todavía, el amor de Dios y el amor de Cristo son realidades que se superponen, que están colocadas la una dentro de la otra. En Juan 3,16 se lee: ”Dios ha amado tanto al mundo que ha dado su Hijo único para que no se pierda nadie de quienes creen en él, sino que tengan vida eterna”. Notamos que en el Evangelio de Juan el término “mundo” tiene, a menudo, un sentido negativo como aquella realidad que no conoce Dios y no reconoce Jesucristo. De hecho, hay mucha gente indiferente que realmente no conoce Dios, que no sabe qué quiere decir tener vida interior. Este es uno de los grandes dramas de nuestro tiempo. Henri de Lubac escribió un libro, “El drama del humanismo ateo”, que ahora podríamos titular “El drama del humanismo indiferente”. La palabra “ateo” expresa una posición que puede ser filosófica y práctica y que se resume diciendo que Dios no existe. La posición más habitual de hoy en día es la de decir que Dios no cuenta para nada. Quizás sí que Dios existe, pero el mundo no queda afectado. Este es el drama de la indiferencia. Así lo subrayan nuestros obispos en la Carta pastoral “Espíritu, ¿hacia dónde guías nuestras Iglesias?”, firmada el 21 de enero de 2021. En el apartado 2.1 de esta Carta se afirma que el problema es el Dios indiferente, no el Dios inexistente. Un Dios que restaría Indiferente en el mundo, y el mundo sería indiferente a Él.

Aun así, cuando leemos Juan 3,16 nos damos cuenta que Dios no es indiferente, sino que Dios es aquel que ha amado, y ha amado tanto, precisamente, el mundo, que ha dado su Hijo único. Por otro lado, tenemos en Juan 13,1 una frase parecida a esta. Juan 13,1 es el versículo que abre el relato de la Última Cena tal como se encuentra en el Evangelio según Juan. En la segunda parte de este versículo leemos: “Él (Jesús), que había amado los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Por lo tanto, parecería contradictorio que en Juan 3 se diga que Dios ama el “mundo”, todo el mundo, y en Juan 13 se afirme que Jesús ama “los suyos”, un grupo, sus amigos, los discípulos. Conviene, pero, leer ambos textos (3,16 y 13,1) conjuntamente, puesto que ambos amores están puestos el uno dentro del otro. El mundo no es una realidad “dejada de la mano de Dios”, sino que es una realidad que existe “dentro de la mano de Dios”. En el cristianismo la mejor categoría que explica quién es Dios es la del amor: el amor de Dios. Leemos en la Primera carta de Juan 4,7-8: “Estimados míos, amémonos los unos a los otros porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce Dios. Quien no ama no conoce Dios porque Dios es amor.”

Se puede decir que Dios es luz, como se dice en el prólogo del Evangelio (Juan 1,5). Podemos decir que Dios es verdad o vida, pero aquello que más le procede es el término “amor”, en griego agapê, que quiere decir el amor incondicionado e incondicional, el amor gratuito, el amor fiel, el amor que no se pide a sí mismo explicaciones para ser, de amor. Nos podemos preguntar si el niño ama su madre porque esta le da lo que el necesita. El niño ama la madre y el padre sencillamente porque los ama, y por eso le darán todo aquello que le haga falta y puedan darle. No hay razones para el amor. Me refiero, obviamente, al niño que no ha sido manipulado ni desfigurado por la cultura de la posesión, de la pequeña arrogancia, de la protesta impertinente. Este niño cuando aprecia, aprecia incondicionalmente, incondicionadamente, gratuitamente. De hecho, este niño no podría vivir sin saber que su padre y su madre lo estiman.

En consecuencia, cuando decimos que Dios es amor, hablamos de la realidad que pertenece al más profundo de su persona, a su dimensión última. Un filósofo se preguntaría por los trascendentales, los atributos fundamentales de Dios (uno, verdadero, bueno, bello). La respuesta es que hay que mantenerlos pero sabiendo que el amor da una respuesta existencial a la pregunta del porqué de las cosas, del ser humano y de Dios mismo. Tal como subraya Ramon Llull, el amor no es un concepto sino una acción: Dios es amor porque aprecia. Mi persona –y el mundo– se explica porque al principio de todo ha habido un acto de amor por parte de Dios. Por eso san Agustín enfoca su teología a partir del amor de Dios, la caritas Dei.

En el texto de la Primera carta de Juan 4,7-8 hay otra cosa remarcable. Leemos: “el amor viene de Dios”. Pues bien, si el amor viene de Dios, quiere decir que lo llevamos dentro, que es un don, que no es un puro movimiento interno de nuestro psiquismo. Si el amor viene de Dios, quiere decir que este amor es aquello que más nos define como seres humanos. Si la persona humana es hecha a imagen y semblanza de Dios, como leemos en el libro del Génesis 1,26, quiere decir que aquello que es imagen de Dios en nosotros es el amor de Dios “derramado en nuestros corazones” (Romanos 5,5). Somos imagen de Dios porque su amor nos configura y nos hace ser personas capaces de amar, dotadas de inmensas energías de amor. El ser humano es el resultado del amor que Dios ha escampado. Tenemos una capacidad para amar. Por eso somos imagen de Dios. Cierto que, como imagen de Dios, tenemos la razón y tenemos la palabra, pero, por encima de todo tenemos el amor. En el paraíso terrenal Dios conversaba con Adam y Eva. El uno y la otra habían sido creados por Dios, y reconocían que su relación con Él pasaba por la gratitud ante la cura y la atención con qué habían sido creados. Breve, del mismo modo que Dios es capaz de amar, el hombre es un ser hecho para amar.

Toda la revelación habla de la primacía del amor en Dios. En el salmo 86 leemos: “El Señor es compasivo y benigno, fiel y rico en el amor” (v. 15). Así, pues, en el Primer Testamento, en la revelación primera de Dios, en su Primera Alianza, ya se entendía que Dios es amor, con la frase preciosa del Salmo 86. Esta frase vuelve a aparecer en Efesios 2,4-5, donde se llama: “Dios rico en el amor”. Esta expresión mujer nombre incluso a una encíclica del Papa Juan Pablo II: la que se titula Dives in misericordia, “Ric en misericordia” que retoma Efesios 2,4. El amor es la dignidad más alta de Dios, aquello que más lo caracteriza.

Resumiendo este primer punto, el cristianismo es la religión de Dios Amor. Y, a partir de aquí sigue todo el resto. Pero el cimiento de la fe es el Dios que ama. No se tiene que empezar el cristianismo por la acción. Más bien, la acción cristiana es el resultado del gran principio del amor de Dios. Por eso las mismas cosas se pueden hacer de muchas maneras. Por ejemplo, hay muchas maneras de servir comidas a los pobres, de dar mantas a quienes pasan frío, de acoger alguien que no tiene papeles, de acercarse a un anciano que está solo, de estar con un niño mentalmente desarticulado… Hay maneras diferentes de hacerlo, pero, vistas las cosas desde el Evangelio, el principio es uno solo: Dios que ama. Por eso el amor se formula en términos de donación. No hablamos solo de hacer una ayuda a este o a aquel otro sino de un amor que estima y que se da. Todo empieza con el amor primero de Dios: Él se da y da su Hijo único (ved Juan 3,16). Podemos, pues, decir: In principio erat amor, “al comienzo existía el amor”.

2. Amor a Dios y amor al prójimo

En el cristianismo el amor a Dios forma una sola cosa con el amor al prójimo. Diciéndolo de otro modo, la ayuda del otro no se entiende de manera filantrópica o asistencial, como si fuera una promoción social a la manera de unas determinadas instituciones, públicas o privadas. El amor del cual hablamos es el agapê, y por eso el amor a Dios forma una sola cosa con el amor al otro. Jesús lo explica en un episodio muy importante de su ministerio (ved Marc 12,29-31). Un maestro de la Ley preguntó a Jesús cual era el primer mandamiento o, cual, el mandamiento más importante de la Ley. Era una pregunta de escuela teológica, un intento de sacar punta a la enseñanza de Jesús, aquel rabino singular de Nazaret.

Jesús, pero, lo defraudó primero y lo sorprendió después. En efecto, el primer mandamiento citado por Jesús corresponde a la plegaria que cada judío recita tres veces cada día. En el famoso “Escucha, Israel” (Deuteronomio 6,4-6), leemos: “Ama al Señor, tu Dios” (v. 5), y hazlo de manera intensa, con todo tu ser (el corazon, el alma, todas las fuerzas). Jesús responde cómo habría hecho el judío más ignorante de las cosas de la Ley pero con un sentido alto de su fe. La respuesta de Jesús es la del pueblo sencillo que cree de corazón y que piensa que Dios lo es todo en la vida. Pero Jesús continúa hablando y cita un segundo mandamiento, el texto del cual es tomado prestado del Levítico 19,18: “Ama a los demás  como a ti mismo”. Es decir, con la misma fuerza que te amas a ti y aprecias tu vida, tienes que amar a los demáa. Esta es la sorpresa: Jesús pone a pie de igualdad el amor a Dios y el amor al otro. Dice: “No hay ningún mandamiento más grande que estos” (Marc 12,31). Le habían preguntado por un mandamiento, y responde citando dos. El otro entra en la historia religiosa de la humanidad como categoría teológica. A partir de ahora Dios y la persona humana son dos realidades sagradas, inviolables, únicas.

La consecuencia del planteamiento de Jesús es que el amor de Dios y a Dios se articula con el amor al otro y, si queréis, del otro. La Primera carta de Juan lo formula así: “Quien no ama a su hermano, que ve, no puede estimar Dios, que no vez” (4,20). A Dios se le ama  pasando por el hermano, no sin el hermano, no sin el otro. Si alguien pretendía ser un adorador de Dios y pasaba de largo ante el otro, no conseguiría conocer Dios. A Dios, se le conoce amándolo y tan solo se le ama si el amor a Él incluye el amor en el otro. Cierto que en el Antiguo Testamento se habla a menudo de defender los pobres, los huérfanos, las viudas, los desvalidos, los extranjeros. Pero el Evangelio, tal como ha salido de los labios y de la praxis de Jesús, coloca el amor en el otro al mismo nivel que el amor a Dios. Ambos amores son, de hecho, uno solo, porque el corazón de la persona es uno y de él brota toda la capacidad que tenemos de amar. Por eso, la carne de quien sufre o vive en la necesidad, es la carne de Cristo. A Dios se le encuentra en el fondo del corazón y en el hermano: la interioridad no se contrapone con la salida hacia el otro. Más todavía, se trata de dos momentos, sístole y diástole, de un solo latido del corazón. Ni el anacoreta más recluido dedicado a la plegaria deja tener presente la humanidad, ni la persona más comprometida en una tarea a favor de los pobres puede vivir sin Dios.

El amor es central y primero, y por eso lo podemos considerar como criterio, como teniendo una identidad y como desarrollando un alcance, un radio de acción.

2.1. El amor como criterio

En Juan 13,35 el amor se nos manifiesta como criterio. Y, en este texto de la Última Cena, el criterio es el amor de Jesús. Leemos en los vers. 34-35: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros tal como yo os he amado. Así, pues, amaos los unos a los otros. Todo el mundo conocerá que sois discípulos míos por el amor que os tendréis entre vosotros”. Nos interesa la frase “tal como yo os he amado” (v. 34). La pregunta es sobre cómo nos ha amado y nos ama Jesús. Se puede pensar que este criterio no es alcanzable y que nosotros no llegaremos nunca a amar y a amarnos con la misma fuerza, donación e intensidad con que nos ha amado él. Jesús, pero, no habla de una perfección humanamente imposible. Tampoco la frase del libro del Levítico 19,2 “seáis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo” o la frase parecida de Mateo 5,48 “seáis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” no significan que haya que vivir en un perfeccionismo inabarcable. Jesús es el criterio, no porque haya que repetir el que él ha hecho sino porque la medida y la referencia del amor son él, su vida y su muerte.

2.2.La identidad del amor

Para precisar qué quiere decir amar, hay que preguntarse por la identidad del amor. Nos puede ayudar la Primera carta a los Corintios 13,1-13. En este texto, que a menudo se denomina ”himno de la caridad”, Pablo se refiere a “un camino mucho más excelente” (12,31). Este camino es el del amor, tal como queda explicitado en 13,13: “ahora, pues, se mantienen la fe, la esperanza y el amor, los tres; pero el amor es lo más grande”. La fe y la esperanza son un camino seguro de vida cristiana, pero el apóstol afirma que el amor es más grande que las otras dos virtudes teologales. La razón es que el amor no es prescindible. La fe dejará de contar el día que se logre aquello en que creemos y igualmente, la esperanza llegue en su punto de cumplimiento (ved Hebreos 11,1). El amor, en cambio, restará por siempre jamás, y se mantiene ahora. Si Dios es amor, cuando estamos en Él, conseguimos o, al menos, llegamos a su plenitud.

Dicho de otro modo, el cielo es saborear el amor de Dios de manera llena. Pero también en esta tierra, según Pablo en 1Co 13, el amor es una realidad que traspasa y ultrapasa el conocimiento de todos los lenguajes (“de los hombres y de los ángeles”), el don de profecía, el conocimiento incluso “de los misterios escondidos de Dios”, la capacidad de mover montañas, la máxima generosidad hacia los pobres, la heroicidad de venderse un mismo como es esclavo para salvar la vida de otra persona. Sin el amor, ninguna de estas cosas no sirve de nada. Es decir, nada sirve, por muy grande que sea, si no se hace amando. El amor incondicional, el que no se hace por orgullo ni para ser admirado ni para ser reconocido, este es el único amor digno de este nombre. El amor es la antítesis del salvarse a sí mismo. Por eso Jesús muere amando porque renuncia a salvarse a sí mismo (ved Mateo 27,42-43). Se dice de manera cortante y paradójica al final de las malaventuranzas: “Ay cuando toda la gente hablará bien de vosotros!” (Lucas 6,26). No se puede hacer nada sin el amor. El amor hace útiles y realmente buenas nuestras obras. El amor es la terapia del corazón, de un corazón que escucha y estima.

2.3. El alcance del amor

Tomemos la figura de san Carlos de Foucauld para entender el alcance del amor, él que ha sido proclamado santo y modelo del pueblo cristiano. Foucauld habla de sí mismo como “hermano universal”, en un contexto como el que él vive, donde la inmensa mayoría son musulmanes. Para él, los musulmanes son hermanos, y lo es cualquier ser humano que habita en esta tierra. De hecho, hablar de hermano universal es hablar de amor universal. Este es el sentido que tiene la expresión de Jesús sobre el amor a los enemigos. Se encuentra en Mateu 5,44: “Amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persiguen”. Es lo que también hizo el beato P. Christian de Chergé, monje cisterciense a Tibhirine, al Atlas argelino, mártir en 1996. Foucauld y de Chergé eran personas que amaban con un amor universal y que vivían aquello que proclama la última encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti: la fraternidad universal. Una fraternidad sin límites tan solo se sostiene porque detrás hay un amor que no hace distinciones, que no excluye ningún ser humano, que no tiene límites.

3. El amor a los pobres

“¿Si alguien ve a su hermano que está en apuros y le cierra las entrañas, como puede habitar dentro de él el amor de Dios?”. Esta frase pertenece en la Primera carta de Juan (3,17). Antes hemos comentado la relación entre amor al prójimo y amor a Dios (4,20) y ahora viene el momento de encontrar la concreción del término “prójimo”. Incluso nos podríamos preguntar qué es primero: el amor a los hermanos o el amor a los pobres. Queda claro, de todas maneras, que en ambos casos la Carta de Juan habla de la relación que hay entre nuestro amor hacia otro ser humano y el amor hacia Dios, que es la fuente y el origen del amor. Pues bien, la primera y más radical concreción del término “prójimo” es el término “pobre”. El nombre de “el otro” es en primer lugar el de “pobre”. El pobre es la prioridad, la que resulta más incondicionada, la que cuesta más de mistificar. El pobre es el “tú” por excelencia, pareciendo al “tú” de Dios. El pobre es lo preferido del Reino, es decir, es aquel que Dios sienta a su lado en el banquete de la joya sin fin.

Hay una parábola que responde a una pregunta sobre a quién tengo que considerar prójimo mío. Un maestro de la Ley se acerca a Jesús, después de que este ha hablado de amar al prójimo como así mismo. El maestro de la Ley quiere saber cuál es la anchura y el alcance del término “prójimo”. Jesús no responde con una disquisición sabia sino con una parábola que entiende todo el mundo, los sabios y los sencillos. La parábola está construida sobre dos personajes: un pobre (el hombre malherido) y un extranjero (el samaritano). Por lo tanto, la palabra “prójimo” tiene un sentido doble. Por un lado, el maestro de la Ley pregunta: “¿Quién son los otros que tengo que amar?” (Lucas 10,29). Según el relato parabólico, la respuesta es fácil: el hombre malherido. El otro es el hombre medio muerto, el pobre que se encuentra falto de lo más fundamental, la vida. Por otro lado, Jesús cierra la parábola con esta pregunta dirigida al maestro de la Ley: “¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los bandoleros?” (v. 36). La respuesta del maestro de la Ley es esta: “Quien lo trató con amor” (v. 37). El otro es, aquí, el samaritano, el extranjero, quien hace de prójimo del hombre malherido y medio muerto. Y Jesús concluye: “Ve, y tú y haz lo mismo”, es decir, compórtate como lo hizo aquel samaritano.

La parábola del buen samaritano afirma que “pobre” es el nombre del otro. El pobre es quien ha sido apaleado y casi muerto, y yace exánime al lado del camino. A suyo lado se para el extranjero, el samaritano, en contraste con quienes no se paran: dos judíos (sacerdote y levita) que pertenecen a la misma nación de los oyentes de la parábola –los cuales se sienten avergonzados del comportamiento de los miembros del templo, representantes del establishment religioso del pueblo judío. Estos no han hecho caso del hombre malherido, que no tiene nombre ni etnia ni religión conocida. Es, simplemente, un ser humano en estado de máxima necesidad, apaleado, desnudo, medio muerto, es decir, reducido a cero. Pues bien, alguien se comporta como prójimo de él. Y es que el amor al prójimo solo lo practica aquel que hace de prójimo, quien ejerce el amor hacia el pobre malherido. El samaritano es prójimo y se siente prójimo. Por eso encadena una serie de operaciones orientadas todas ellas al hombre malherido: llegar cerca de él, verlo, compadecerse, acercársele, curarle las heridas, vendarlas, subirlo a la propia cabalgadura, llevarlo al hostal, ocuparse, sacarse dos denarios de la bolsa, darlos al hostelero, pagarle los gastos extras. Solo llegamos a ser prójimo de los otros, prójimo del prójimo si, llegados ante el otro, nos compadecemos.

La compasión es una palabra cristiana fundamental. Compadecerse, que significa “sufrir con”, quiere decir ponerse ante el otro, en lugar del otro y sufrir con él. Entonces todo es posible. No hay límites. Si eres capaz de compadecerte del otro, de sufrir con el otro, de ponerte en lugar del otro, no hace falta que haya demasiadas estructuras ni cursillos de preparación. Hay que ir a la directa. El samaritano es uno que se compadece y, cuando se compadece, todo se pone en marcha. Pero el samaritano también arriesga. Si los bandoleros siguen por allá cerca y lo localizan, podría acabar mal. En el desierto de Judea no hay demasiadas escapatorias, te tienes que arriesgar.

El amor a los pobres empieza con la compasión. De entrada, los pobres no son atractivos, provocan a veces repulsión, pueden ser incluso antipáticos, quejarse continuamente, pueden responder mal. Ciertamente, también pueden responder bien. Puede pasar de todo. El amor es incondicionado e incondicional. Hay pobres simpáticos y pobres antipáticos, como pasa con el resto de personas. Pero los pobres son los amigos de Jesús, nos hacen tocar la vida, su vida y esto es cómo si tocáramos Jesús mismo. Los pobres son el rostro concreto del Señor.

De la parábola del buen samaritano, el papa Pablo VI dijo «el paradigma de la espiritualidad del Concilio Vaticano II». También se expresaba así el P. Lluís Duch, que comentó este texto y lo citó muchísimas veces. La parábola del buen samaritano representa el triunfo del ser humano y de su dignidad. Un hombre se compadece de  otro hombre, tiene misericordia y piedad. El samaritano, ¿se para porque es un buen hombre, porque tiene la curiosidad de saber qué pasa, porque aquel día estaba de buenas, porque creyó que se lo exigían sus  creencias religiosas? No lo sabemos. Tan solo hay un hecho: se para. Las motivaciones, ni se llaman ni, en último término, interesan. La pregunta por las motivaciones puede llegar a ser un escrúpulo. Pero esto no es cristiano ni evangélico. La pregunta por las motivaciones es una pregunta más bien inútil, que a menudo solo sirve para torturar las conciencias. La cuestión nace si haces esto o no lo haces, si te compadeces del otro o pasas de largo. Quien recibe tu compasión, no te pregunta porque lo haces, o como te encuentras, simplemente recibe aquello que le das. La pregunta por las motivaciones es menor. La cuestión es saber qué haces ante el otro que yace al lado del camino.

El Evangelio es una historia de gente pobre que acompaña Jesús y que son realmente el pueblo, el pueblo de la tierra, la ’am ha-àrets’, la gente sencilla y sin demasiadas palabras. Esta gente son, a menudo, en expresión del papa Francisco en la Gaudete te exsultate, «los santos de la puerta del lado». Notamos que la única plegaria de Jesús durante su ministerio que nos ha llegado, es una acción de gracias a Dios porque los más pequeños, los sencillos conocen los misterios del Reino. Dice Jesús: “Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y la tierra, porque has revelado a los sencillos todo esto que has escondido a los sabios y entendidos” (Mateo 11,25). El primero que ha hecho la opción por los pobres es Jesús. Después, muchos lo han seguido, como san Òscar Romero, el obispo mártir de Salvador, un santo de nuestro tiempo.

4. El amor entre hermanos

La amistad con los pobres no es cosa de personas aisladas sino de comunidades articuladas y plenamente fundamentadas en el Evangelio de Jesús. Es importante acercarse a los pobres en el interior de una comunión, dentro de una comunidad. Esto es decisivo. Sin la comunidad, se corre el riesgo de hacer camino a solas y, por lo tanto, de construir sobre barro. Mateo 25,3-46, el juicio final, donde se habla de los criterios que usa el Cristo como juez universal en relación al bien obrado hacia los más pequeños, se tiene que vincular con Mateo 23,8, donde Jesús dice: «Todos vosotros sois hermanos». Cierto que en Mateo 25 no se habla de comunidad sino de personas –el juicio siempre es personal!–, pero no deja de haber una relación entre la atención a los pobres y la comunidad cristiana, que resta el sujeto primero de esta atención y de las decisiones personales de cada uno.

El fundamento del amor entre hermanos es Dios mismo. Leemos, pero, en la Primera carta de Juan 3,14: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte en la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama continúa muerto». Es decir, la acción de Dios en nosotros se verifica como el paso de la muerte en la vida –por eso la resurrección de Jesús constituye el modelo por excelencia–, pero conocemos que en nosotros este paso se ha realizado gracias al hecho que amamos a los hermanos. Quien no ama, no resucita. Quizás parecerá que viva, aparentemente hará todo lo que es propio de un ser vivo, pero si no ama continúa muerto. En cambio, si ama a los hermanos, quiere decir que ha pasado realmente y plenamente de la muerte en la vida. Vivimos cuando amamos a los hermanos.

La comunidad cristiana no es una convención social, sino una familia que surge del amor de Dios. En nuestra sociedad hay muchos grupos y asociaciones, presenciales y telemáticos. Estamos conectados diariamente por todos lados, estamos puestos en red a muchos niveles. Aun así, la comunidad cristiana emerge cuando hay un paso de la muerte a la vida, no cuando se establece una conexión entre algunos individuos. La comunidad no es un simple estar conectados. Personas muy amigas pueden estar tiempos sin conectarse. Incluso alguien puede reclamar la conexión pensante que «si no te conectas conmigo, es que no me amas». No se trata de vivir conectados, en una perpetua adolescencia, sino de vivir comunicados gracias a la fe y al amor, valiéndonos, eso sí, de los múltiples instrumentos que nos permiten estar cerca los unos de los otros y de impulsar la comunicación del Evangelio. El amor es una realidad que depende del amor de Dios «derramado en nuestros corazones» (Romanos 5,5). Más abajo, en el v. 8, se dice que, como prueba del amor de Dios, «Cristo murió por nosotros». Por eso nosotros también tenemos que dar la vida por los hermanos.

Entramos, pues, en un nivel que no tiene nada que ver con la banalidad y la ambigüedad, con las cosas frágiles y volubles. Nos movemos en el nivel de las grandes opciones de vida. Da la vida por los hermanos quien muere por ellos, con un gesto supremo de martirio como el P. Kolbe, que toma el lugar de un padre de familia condenado a muerte, o bien con un gesto martirial lento de donación hasta el extremo. Dar la vida es irse dando poco a poco, ir perdiendo la vida y, por lo tanto, ganarla. Cómo dice Jesús: «Quién quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la pierda por mí y por el evangelio, la salvará» (Marc 8,36). Y todavía en el discurso de despedida, tal como lo reporta el Evangelio de Juan, leemos: «Nadie tiene un amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (15,13). El amor entre hermanos se inscribe y se maravilla en el amor de Dios y de su Hijo, Jesucristo. La vida de Jesús, dada y ofrecida como realización del designio de Dios, es punto de referencia para los discípulos que siguen el Señor en aquello más transversal que contiene el misterio cristiano: el amor. Por eso el amor, la caridad, es, probablemente, la primera y definitiva virtud teologal.

PDF: Armand Puig-El amor la tercera o primera virtud

Al samaritano no le hicieron falta 4.080 caracteres. Josep DALMASES

Se me aventura que 4.000-5.000 caracteres -contando los espacios en blanco- para hablar del amor a los pobres pueden ser pocos. Pero también demasiados. De momento, tonteando, ya llevo 220 si incluyo este punto y aparte.

Simone Weil, antes de que se redactaran, ya profetizó que los derechos humanos son una mierda pinchada en un palo. Evidentemente he versionado, porque ella lo dijo más delicadamente –aunque con la misma contundencia. Ella proponía declarar, definir, los deberes humanos. Porque, ¿de qué sirve detallar los derechos si no hay dónde reclamarlos? si su garantía queda ‘colgada en la nube’? Un brindis al sol. ¿De qué les sirven a Brahim, Leonor, Ramón, Ahmed, Claudia… y a tanta infinidad de seres humanos?

En realidad, lo que importa son los ‘deberes’. Es un deber humano que si yo tengo agua le dé al que no tiene, que si tengo dos capas le dé una al que no tiene –un iluminado ya lo dijo hace unos siglos.

¡Cuánta hipocresía detrás del fatalismo: pobres los ha habido y los habrá siempre! A Jesús le aplicaron la censura los mismos evangelistas –hipótesis no contrastada- cuando dijo porque siempre tendréis pobres con vosotros (Mt 26.11). Quizá la frase continuaba diciendo “mientras haya estúpidos engreídos, ególatras que funden su felicitad en el acaparar, acumular, proteger, o en la imbécil vanagloria del éxito…” Los evangelios citaban Dt 15.11. ¡Pero solo recogieron una parte! Porque el versículo completo dice: Pues nunca faltarán pobres en medio de la tierra; por eso yo te mando: abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra. Las negritas –cosecha propia- señalan un deber, no un derecho. Un versículo previo, Dt 15.4, ya decía: de esta manera no habrá pobres entre vosotros.

Los derechos humanos por desgracia son meros tranquilizantes, sedantes. Curas paliativas para mantener una condena a muerte. Para que mueran soñando que habrá un día en que todos al levantar la vista…

Cretino narcisismo subyace detrás del yo y los míos somos distintos. ¡Cuánta simpleza detrás del ellos se lo han buscado! ¡Cuánta ceguera detrás del no es para tanto o aquel se quejan de vicio! ¡Cuánto antifaz -de justificaciones razonadas- para no ver! ¡Cuánta coraza adherida como una segunda piel en aquello de cambiemos de tema que esta cantinela ya me la sé! ¡Cuánta banalidad en la cultura del todo irá bien, confiando que el tiempo todo lo cura!

2.384 caracteres y todavía no he atendido a lo que me ha pedido la redacción del Més a prop. Debo escribir sobre mi voluntariado en Arrels-Sant Ignasi de Lleida, como testimonio del apartado “el amor a los pobres”. Y no lo atiendo; porque en el fondo no quiero atenderlo. Tengo un problema de vocabulario: usuarios, voluntario, voluntariado, pobres, cooperantes… Este etiquetaje infinito -que reconozco que necesitamos para abreviar las conversaciones- acaba llevando a un reduccionismo, a una despersonalización perversa.

El amor a todo ser humano, a cualquier ser humano, cuando añade etiquetas no es amor. Es un fraude. El amor, el gratuito e incondicional, aquel que Jesús plasmó, no admite ninguna.

El amor universal –matiz que subraya Carlos de Foucauld- menos aún. Cualquier etiqueta resulta un oxímoron.

Aquí es donde –por honestidad– debo mencionar la mediación de Arrels-Sant Ignasi, que me ha permitido entrar en contacto con otros ‘hermanos en la humanidad’. Y probar de quererlos como personas. Y dejarme querer por ellos. Los círculos –a menudo concéntricos- de la familia, los amigos, los colegas, la comunidad de fe, han quedado atrás. Las distancias se han reducido lo suficiente. Las gafas de mirar de cerca que usaría para ver la letra pequeña, lo desenfocado, han dado paso a unas progresivas. No hay un cambio de graduación para tratar contigo, o contigo, o contigo… No hacen falta distintas monturas, distintas etiquetas, la graduación es única. Es el buen enfoque el que habilita adaptarse a cada realidad. Realidad única, siempre única.

Quizá, para salir de Jerusalén e ir a Jericó, al samaritano -para detenerse a amar- no le hicieron falta ninguno de estos 4.080 caracteres.

josep dalmases

PDF: Josep Dalmases-Al samaritano no le hicieron falta 4080 caracteres