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Mes: junio 2017
Juan MARTÍN VELASCO: «Creer y orar en la ciudad», en «Entre Paréntesis»
Índice
- Esquema de la conferencia → 5
- Introducción → 6
- El ser humano, un ciudadano → 8
- Dios y la ciudad → 9
- Ser cristiano en la ciudad → 11
- ¿Huir de la ciudad para orar? → 12
- Creer y orar en la ciudad → 13
- Rehumanizar la deshumanizada vida ciudadana → 15
- Comunidades fraternas en medio de la muchedumbre
solitaria de la ciudad → 16 - Abrir los ojos a las huellas del paso de Dios por la ciudad → 17
- Algunos rasgos de una oración cristiana desde la ciudad → 18
- Creer y orar desde la cotidianidad creyentemente vivida
en la ciudad secular → 19 - Algunas condiciones externas que faciliten el ejercicio
de la oración en la ciudad → 21 - Disponer de unos materiales → 22
Introducción
“Creer y orar” constituyen dos momentos nucleares de la respuesta del ser humano a la Presencia del Misterio en el fondo de lo real y en el corazón de la persona. En el caso del cristianismo, son dos aspectos o dos pasos fundamentales en el conjunto de la vida cristiana. El título de mi intervención invita a reflexionar sobre su realización en el medio, muy frecuentemente tenido por inhóspito, de la ciudad y, especialmente, de la gran ciudad.
Comenzaré por una breve clarificación del significado de los dos verbos de nuestro título. En relación con el primero: “creer”, se inscribe en una forma de abordar el tratamiento de la fe que abandona su estudio desde la perspectiva de la teología de las virtudes, como un hábito que el sujeto adquiere o que Dios infunde en el alma y que el sujeto poseería, conservaría, y que podría perder; mientras “ser creyente” se refiere a una forma peculiar de la realización de la propia existencia por parte del creyente. Es bien sabido que “creer” puede referirse a tres actitudes diferentes según se “conjugue” bajo la forma de “creer que”, “creer a” o “creer en”, como observaba ya san Agustín.
Puedes leer el documento en el siguiente enlace: MVelasco-Orar-Ciudad
(Português) Inácio José do VALE: Pedagogia da Oraçâo
(Français) Charles de FOUCAULD, au regard des Audois
Boletín nº 83, Junio de 2017
ÍNDICE
- Editorial.
- Entrevista al Padre Solalinde, candidato al Premio Nobel de la Paz 2017. (Páginas 5 a la 19)
- Un libro: “Una hermosa aventura” de José Luís Vázquez Borau.
- Conferencia Internacional sobre la Paz en Al-Azahar, Egipto.
- Jornada sobre Protestantismo en Ateneo de Madrid, Misioneras de la Unidad.
- El odio entre las religiones es idea de los terroristas, Salvatore Cernuzio.
- Ecos de los Viajes Apostólicos. Oración ecuménica y Homilía del Papa en El Cairo – Egipto. Homilía del Papa en Fátima – Portugal. (Páginas 27 a la 35)
- Pentecostés 2017.
- Mensaje de los Presidentes del Consejo Mundial de Iglesias.
- Papa Francisco: Docilidad al Espíritu Santo para tener bondad.
- Oramos.
- Cambios en la Dirección del Boletín.
- Despedida del Director Víctor José Viciano Climent.
- Nuevo Consejo Editorial
Félix
Nuestro hermano Félix RAJAONARIVELO
Miembro del equipo internacional y responsable continental de África
Félix se ha ido con el Padre después de su enfermedad de cáncer de hígado.
Estaba siendo tratado en un hospital de Bangalore, India, con la ayuda de muchos hermanos de la fraternidad y de su familia. Regresó a Madagascar el 8 de mayo, y en la víspera de Pentecostés, a las 14, 50, en el Carmelo de Amborovy, donde tuvimos nuestro encuentro el equipo internacional en 2014, entregó su espíritu a Dios y comenzó la vida de los bienaventurados.
Hoy, 5 de junio, se celebra su misa de resurrección en la catedral de Mahajanga.
Estoy triste y contento al mismo tiempo. Este hermano querido nos deja un vacío, y también una esperanza. Félix ha dado mucho a la fraternidad y a la Iglesia en Madagascar, y su vida nos tiene que animar a seguir anunciando a Jesús con la presencia al estilo de Nazaret. Él nos va a seguir ayudando ante el Padre con su intercesión y su sonrisa indestructible.
El equipo internacional y todos los hermanos de las fraternidades sacerdotales Iesus Caritas del mundo, junto con la Familia Carlos de FOUCAULD de Madagascar tenemos el corazón dolorido; Félix nos cambiará la tristeza en alegría, como Jesús resucitado a sus amigos.
Gracias, Félix, por todo lo que nos has dado. Gracias por tu Nazaret y tu acogida.
Estarás siempre con nosotros.
Aurelio SANZ BAEZA,
hermano responsable
5 de junio de 2017
PDF: FÉLIX, esp
NOTICIAS Y COMUNICACIONES Nº 180
Del hermano Alois, prior de Taizé
“En muchas regiones del mundo, cuando llega la fiesta de Pentecostés la naturaleza se vuelve hermosa. La primavera estalla, se anuncia ya el verano, el trigo crece y el viento se divierte jugando con las espigas como si fuese él quien las hace crecer. Para el pueblo judío, la fiesta de Pentecostés, Shavuot, era una acción de gracias por los trigos maduros. En muchas de sus parábolas, Jesús habla del Reino de Dios que viene a través de una maduración. Pentecostés anuncia el tiempo de cosechar.
Pero Pentecostés es también la irrupción de la novedad, de lo inesperado. Lo que ocurrió en el Sinaí fue como una prefiguración que, según la fe cristiana, encuentra ahora su cumplimiento. Dios hace conocer su voluntad, por lo que su Ley no se escribirá más sobre tablas de piedra, sino en los corazones. Ya no es únicamente Moisés el que está delante de Dios, el fuego del Espíritu desciende sobre cada uno. Por el Espíritu Santo, Dios viene a habitar en nosotros. Él está aquí sin intermediarios. Es para hacernos entrar en una relación personal con Dios la razón por la que el Espíritu Santo nos es dado.
Si el Espíritu Santo permanece a menudo discreto, sin pretender intervenir, es porque no quiere ocupar nuestro lugar, sino fortificar nuestra persona. En lo profundo de nuestro ser, él dice incansablemente el sí de Dios a nuestra existencia. Así, esta es una plegaria accesible a cada uno: «¡Que tu aliento de bondad me guíe!» (Salmo 143,10). Llevados por ese aliento podemos avanzar.
Al final de su vida, el hermano Roger dirigía sus oraciones, con mucha frecuencia, al Espíritu Santo. Quería inculcarnos la confianza en su presencia invisible. Sabía que el combate interior para abandonarse al soplo del Espíritu y creer en el amor de Dios es decisivo en una vida humana.
Durante mi estancia con mis hermanos, que viven en Corea, fuimos a un monasterio budista. Recibimos allí una acogida muy fraternal. Sentí una gran admiración por esos monjes budistas que buscan con coraje ser consecuentes con sus creencias. Hacen un esfuerzo enorme para salir de sí mismos y abrirse a una realidad más grande que ellos, al absoluto. Han desarrollado una profunda sabiduría, una búsqueda de la misericordia que compartimos con ellos.
Pero ¿cómo pueden hacerlo, me preguntaba, sin creer en un Dios que los ama personalmente? Su compromiso implica una soledad extrema. Nosotros, como cristianos, creemos que el Espíritu Santo nos habita, Cristo nos ha enseñado a dirigirnos a Dios diciéndole: «Tú». Es un paso enorme, inimaginable para una gran parte de la humanidad.
Volví de allí con un nuevo asombro por la revelación traída por Cristo y me dije: ¿no es urgente, para nosotros los cristianos, tener más confianza en la presencia del Espíritu Santo y mostrar con nuestra vida que está actuando en el mundo?
Comencemos por profundizar el misterio de comunión que nos une. Cuando juntos nos volvemos hacia Cristo, en una oración común, el Espíritu Santo nos reúne en esta única comunión que es la Iglesia y nos concede nacer a una vida nueva.
El don del Espíritu Santo está unido al perdón. Cristo resucitado dice a los suyos: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados» (Juan 20,22-23). La Iglesia es ante todo una comunión de perdón. Cuando comprendemos que Dios nos da su perdón, nos volvemos capaces de darlo también a los demás. Por supuesto, nuestras comunidades, nuestras parroquias están siempre desprovistas y lejos de aquello que soñamos de ellas. Pero el Espíritu Santo está continuamente presente en la Iglesia y nos hace avanzar en el camino del perdón.
Si Cristo nos envía a proclamar la Buena Nueva al mundo entero, él nos pide también discernir los signos de su presencia allí donde él nos precede. Los primeros cristianos se quedaron sorprendidos al descubrir la presencia del Espíritu allí donde no lo esperaban (ver Hechos 10). Jesús mismo se conmovió por la confianza tenaz de una madre griega (Marcos 7,24-30) y por la fe de un soldado romano (Lucas 7,1-10) ¿Somos capaces de sorprendernos reconociendo las expectativas espirituales de nuestros contemporáneos?
Cuando un día fui a visitar a mis hermanos que viven en Dakar, Senegal, quedé impresionado al ver la amistad que se ha creado en el barrio entre ellos y algunos musulmanes. Cuando me iba a ir, llegó un hombre mayor, musulmán, muy bien vestido. Al principio lo confundí con un dignatario, pero era el abuelo de una familia vecina que quería decirme lo felices que les hacía que los hermanos estuvieran allí. Le respondí: «La alegría de los hermanos es más grande que la vuestra». Me contestó firmemente: «No, es nuestra alegría la que es mayor».
Dejemos crecer en nuestras vidas los frutos del Espíritu: «Amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, confianza en los otros, dulzura, dominio de sí» (Calatas 5,22-23). El Espíritu nos encamina hacia los otros y, sobre todo, a los más abandonados. En una solidaridad concreta con los más desfavorecidos, la luz del Espíritu Santo puede inundar nuestra vida.
Sí, el Espíritu Santo está actuando hoy. Él renueva sin cesar el amor de Dios en nuestro corazón. Dichoso quien no se abandona al miedo, sino a la inspiración del Espíritu Santo. Él es también el agua viva, el Espíritu de paz que puede vivificar nuestro corazón y comunicarse, a través de nosotros, al mundo entero”.
(Atreverse a creer, Editorial Perpetuo Socorro, págs.79-83)
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