La historia del Pueblo de Dios en la Biblia empieza con un Abraham llamado a dejar su tierra y buscar una tierra distinta, de la que solo llega a poseer realmente un pequeño terreno –que compra a duras penas– en Macpelá para sepultar a su esposa (Gn 23,4), luego de declararse como “extranjero y refugiado”1; y termina con un pueblo que se reconoce también como constituido por “extranjeros y refugiados” (1Pe 2,11), convertidos en “extraños” en medio del mundo. En definitiva, la “extranjeridad” forma parte de nuestro “ADN” teológico, por así decirlo, y no es raro que atraviese todas las páginas de la Escritura. Desde ese lugar de extranjeros permanentes, vamos a reflexionar aquí acerca de este desafío enorme que es la realidad inmensa de los migrantes y refugiados en nuestro mundo actual.
Documento completo en PDF: Migrantes y refugiados. Eleuterio RUIZ