Antonio RODRÍGUEZ CARMONA,
fraternidad de Granada, España
La misericordia no es un concepto propio del mundo religioso, pertenece a la cultura general de toda la humanidad y ha sido objeto de reflexión por parte de pensadores de todos los tiempos. Se trata de una virtud natural que inclina a la persona a la compasión con el que sufre, lo que implica, por una parte, un sentimiento que comparte el sufrimiento ajeno y, por otra, una acción encaminada a remediarlo. Implica, pues, un elemento afectivo, que siente y sintoniza con el que sufre, y otro efectivo, que se manifiesta ayudándole. Por ser un sentimiento natural, es propio de todo ser humano y a nivel popular se considera positivo, hasta el punto de que se califica persona sin corazón ni sentimientos al que no lo tiene. A nivel filosófico, tanto en la antigüedad como en la cultura actual, prevalece una valoración positiva. Se considera misericordia la actitud de quien trasciende el egocentrismo e inclina su corazón al que sufre. Este salir de uno mismo no es una debilidad sino una fortaleza, pues implica negar las tendencias egoístas y poner la propia persona al servicio de otro que sufre. A pesar de ser un sentimiento positivo, se le han puesto objeciones a causa principalmente del componente afectivo que puede cegar a la persona, como a un juez, e impedirle enjuiciar objetivamente una situación, lo que ha llevado a algunos a una valoración negativa, como los estoicos, o a negarla a determinadas personas, como las responsables de crímenes contra la humanidad. Otro límite que suele tener la misericordia es la falta de correspondencia.
I Misericordia en el AT.
1. Dios se revela misericordioso (Éx 33,19; 34,6-7).
Donde termina la misericordia humana, comienza la misericordia divina, hasta el punto de que la misericordia divina se ha convertido en un atributo exclusivo de Dios, que perdona a todos, incluso al que no lo merece. Es interesante constatar que la primera vez que el AT emplea la palabra misericordia, es para afirmar que Dios perdona al que no lo merece (Ex 33,19). En la primera parte del libro del Éxodo se nos narra cómo Dios ha visto la aflicción de su pueblo, ha escuchado su clamor y ha determinado intervenir para librarlo de la esclavitud y llevarlo a la tierra de donde partieron y prometió dar a los patriarcas para que vivan en libertad. Sin nombrar la palabra misericordia, de hecho Dios actúa como misericordioso. Como consecuencia tiene lugar el éxodo y la alianza, en que Dios convierte a la turba de huidos en su pueblo. Más adelante, mientras el pueblo está acampado al pie del monte Sinaí, Moisés está en la cumbre recibiendo de Dios todas las prescripciones de la ley relativas al santuario, con el que va a habitar en medio de ellos y caminar con ellos hacia la libertad. Moisés tarda en regresar. Lleva 40 días y noche en el monte y el pueblo, viendo que tardaba su guía, cree que se ha perdido y pide a Aarón que les construya un dios de oro. Aarón secunda la petición del pueblo, fabrica un becerro de fundición y ellos exclaman: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto» y le dan culto. Han desobedecido la orden de construir ídolos (Éx 20,4-6) y con ello han roto la alianza. Dios da a conocer a Moisés lo que ha hecho el pueblo y su decisión de romper con él y destruirlo. Ya no tiene sentido hablar de santuario ni de acompañar. Moisés rompe las tablas de la ley como expresión de esta ruptura, pero junto a ello intercede por el pueblo para que no lo destruya y perdone. Dios acoge la petición de Moisés, perdonando el pecado porque es misericordioso (Éx 33,1-17), en concreto «porque has obtenido piedad». En este contexto se sitúan dos solemnes declaraciones divinas (Éx 33,18-23): «Entonces Moisés exclamó: “Muéstrame tu gloria”. Y él respondió: “Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé, pues yo me compadezco de quien quiero y tengo misericordia de quien quiero”» (Éx 33,19). En este texto Dios asocia su nombre a la misericordia. Esta es absolutamente libre, deriva de su propio ser y no de causas ajenas. La intercesión de Moisés es positiva, pues es una manifestación de solidaridad, valor muy querido por Dios, pero no “compra” y obliga a Dios, que en este caso ama a quien no se lo merece. Un poco más adelante, respondiendo a la petición de Moisés de ver su gloria, Dios hace otra declaración: «El Señor pasó ante él proclamando: “Yahvé, Yahvé, el Dios tierno y piadoso, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad, que mantiene la misericordia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación”» (Éx 34,6-7). De nuevo Dios asocia su nombre a la misericordia, revelándose como compasivo, clemente, misericordioso y fiel, que compagina la misericordia con la justicia. No es indiferente al mal, por lo que lo castiga con justicia, aunque solo por cuatro generaciones, mientras que tiene misericordia por mil generaciones.
2. Vocabulario empleado.
Los textos citados emplean un vocabulario cuyo conocimiento es útil para comprender el sentido de la misericordia divina: para el concepto “misericordia” la Biblia emplea especialmente dos términos, h͙esed y rah͙amîm.
H͙esed es un término importante para la determinación del concepto misericordia. Su significado básico aproximado es bondad firme en sus múltiples manifestaciones. Posiblemente su origen está en la solidaridad que se da en el contexto de la tribu y familia, en la que cada miembro se siente inclinado a ayudarse mutuamente. El contenido de estos hechos es amplio e incluye desde librar de una necesidad, que es el ámbito del concepto en nuestra cultura, hasta hacer dones especiales. Es de naturaleza comunitaria e interpersonal, pues se da entre persona y persona (padres-hijos, esposos, rey-súbditos, amigos, etc.), lo que implica que el que recibe un h͙esed debe corresponder con otro. Es de carácter permanente, por lo que frecuentemente se une h͙esed a fidelidad, porque la íntima convivencia dentro de la familia exige la bondad constante y segura como función esencial de supervivencia. Es de carácter libre y consciente del destinatario de su acción. El h͙esed, pues, es el comportamiento propio de una vida comunitaria y se puede traducir por amor, bondad, benevolencia, amabilidad, afabilidad, misericordia, pero todo esto de forma magnánima, que busca el bien por encima de obligaciones, lo que explica la variedad de términos que se emplean en nuestras traducciones de la Biblia. Aplicado el término a Dios, implica el ejercicio de una bondad magnánima, fuera del control de la lógica humana. Supone además que Dios asume un comportamiento de tipo comunitario y se considera unido al pueblo que ha elegido libremente, del que se considera go’el, redentor o familiar solidario que ayuda a su familiar necesitado (Is 43,1; 44,22; 48,20). El h͙esed divino se caracteriza por su estabilidad y constancia, a prueba de ingratitud. No excluye el castigo exigido por la justicia, pero le da un carácter positivo y hace que sea soportable cf. Éx 34,7; 2 Sam 7,14.15; Sal 85,6-8. Se trata de algo que va más allá de las ideas normales respecto al derecho y la obligación. El h͙͙esed divino, pues, manifiesta el amor gratuito y fiel de Dios que acompaña a la humanidad y es expresión de un compromiso interior que Dios libremente ha asumido consigo mismo y con su pueblo elegido.
El otro término importante es rah͙amîm, que literalmente significa entrañas. Es un sentimiento de piedad dinámico, que se caracteriza por considerar al otro como parte de uno mismo, de las propias entrañas, e induce a ponerse en su lugar, comprendiendo la situación y desde ella hacer el bien posible o evita el mal. Reacciona instintivamente para evitar el mal de la persona amada, así cuando Salomón propuso dividir en dos partes el niño en discusión, « a la mujer de quien era el niño vivo se le conmovieron las entrañas por su hijo» y pidió al rey que se lo den a la otra madre (2 Re 3,26). Se puede traducir con ternura, compasión, misericordia. Referido a Dios, designa el amor entrañable de Dios a sus criaturas, semejante al de un padre o madre que sintoniza y comprende a sus hijos: « Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura con los que le temen, porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro » (Sal 103,13-14), pero lo supera, pues es más grande y más seguro: « ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión entrañable del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré » (Is 49,15). Este amor es casi instintivo, pero no es ciego, castiga, cuando es necesario, pero siempre pensando en el perdón y en la plenitud de vida.
Realmente los dos términos describen dos modalidades del amor de Dios, que es padre-madre, la modalidad paterna (h͙esed) y la materna (rah͙amîm), que se dan juntas. Para matizar y explicitar mejor estos términos básicos, la Biblia emplea junto a ellos otros vocablos, como rah͙am, enternecerse y rah͙um, tierno; h͙anan, tener piedad, agraciar, h͙anûn, piadoso, Esta bondad h͙en, piedad compasiva, gracia. Finalmente aparece como sinónimo de rah͙amîm el concepto corazón (leb, lebab), que en la mentalidad bíblica designa el centro de la persona, la sede de los sentimientos y del juicio cf. Os 11,8.
Resumiendo, la Biblia emplea varios términos para referirse a misericordia. Con ellos designa no un amor cualquiera sino, igual que en la virtud natural, un amor a la vez efectivo y afectivo. Efectivo porque es una fuerza poderosa, libre y gratuita; toma la iniciativa de amar y nada la puede detener como movimiento de hacer el bien a la persona querida, aunque sea ingrata y no corresponda. Solo el rechazo por parte de esta impedirá que produzca sus frutos propios. Por otra parte, es un amor afectivo que sintoniza con el necesitado; en caso de necesidad, considera el dolor ajeno como propio, se compadece (= padece con), comprendiendo la situación de inferioridad, postración o miseria en que se encuentra el necesitado.
3. Dios misericordioso, santo y justo a la vez.
Hay que evitar deformar el atributo de la misericordia, separándolo o contraponiéndolo a otros, como la santidad y la justicia, pues los atributos divinos son inseparables e intercambiables.
Dios es santo. Posiblemente la etimología de la palabra hebrea qadôš sea “lo separado”, lo puesto a parte de todo lo que es profano, y de aquí viene a significar lo totalmente diferente que rechaza lo que no es como él con lo que no se puede mezclar, que en este contexto se denomina “lo profano”. En el AT se aplica a Yahvé para designar su naturaleza, que es bondad transcendente que no puede aceptar ningún tipo de mal sino que lo rechaza con justicia. Por ello la misericordia, inseparable de la santidad, no puede deformarse convirtiendo a Dios en una persona generosa que hace la vista gorda ante nuestros errores y maldades y nos los consiente todo.
Dios es justo. En virtud de su santidad Dios tiene que oponerse al mal, no lo puede aceptar, solo lo puede tolerar hasta que desaparezca. En contexto de opresión e injusticia, esto es una verdad consoladora para el oprimido, que espera la justicia. Por ello en la Biblia hacer justicia al oprimido es “hacer hesed”. Y también lo es para el opresor, ante el cual Dios tampoco queda impasible, pues sus acciones son contrarias a su santidad y destructoras para el mismo opresor. Esto exige que se le saque de esta situación negativa con castigos, que siempre son medicinales, tendentes a la rehabilitación del opresor. Dios, que conoce el corazón y las entrañas de la persona, lo hará de la forma más adecuada para conseguir sus fines, siempre que el opresor quiera colaborar. En este caso la misericordia se manifiesta igualmente en la paciencia, por la que Dios ralentiza su justicia para dar al hombre una oportunidad de conversión y ofrecerle su perdón. Finalmente hay que tener en cuenta que la misericordia de Dios es justicia creadora. No actúa como los jueces humanos condicionados por normas que les vienen dadas, ni tampoco de forma arbitraria o impulsado por reacciones instintivas, sino de acuerdo con su ser, que es amor fiel y sabio, que conoce la realidad de la persona y busca su bien, superando nuestros esquemas jurídicos, frecuentemente legalistas, pues, como dice Isaías, «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos – oráculo de Yahvé, – porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros.» (Is 55,8-9).
4. Misericordia en Oseas.
Dejamos los conceptos y nos fijamos en los hechos de la revelación, especialmente como los presentan los profetas. Es muy abundante y rica la doctrina de los profetas sobre la misericordia. Dada la escasez de tiempo, me limito a los textos más representativos, especialmente de Oseas.
Dios se sirvió de la situación personal del profeta Oseas para manifestar su mensaje. No está clara la situación matrimonial del profeta, pero posiblemente su esposa se había prostituido y en esta situación Oseas tenía derecho a repudiarla, pero Dios le ordena que la perdone y continúe con ella, amando a la que no se lo merece, como hace Dios con su pueblo que se ha prostituido con la idolatría. Esta situación personifica lo que es misericordia. Sintetizando la predicación de Oseas, se puede resumir la historia de las relaciones Yahvé-Israel en tres etapas: primer amor, ruptura, promesa de salvación:
a). La época del primer amor fue la época del éxodo desde Egipto y la alianza, y se recuerda como una época de amor apasionado mutuo:
«Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo (la primera vez que un profeta habla de la paternidad divina) […] Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos […] Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer» (11,1.3-4). Entonces se establece una firme relación Dios-pueblo, que se presenta con las comparaciones padre–hijo y esposo–esposa. El origen de esta relación es la libre decisión del amor de Dios (1,6; 12,10) que contrae con Israel una alianza que asegura a la comunidad su propia subsistencia en la misericordia, en la justicia, en el derecho y en el orden. No se trata de una simple unión jurídica sino unión íntima de voluntades en el amor y la fidelidad mutua, como sugiere el uso frecuente de conocer, que no es un simple acto intelectual sino una experiencia de conocimiento mutuo.
b). La ruptura es consecuencia de la falta de respuesta del pueblo que, de espaldas al conocimiento de Dios, no responde a su amor, siendo infiel a la alianza, en concreto, alternando el culto a Yahvé con el de Baal y con la injusticia social.
Esta ruptura de la alianza divina tiene graves consecuencias, religiosas y políticas. Van a dejar de ser pueblo de Dios y nación independiente, cayendo en manos de los asirios. Ya no merecen el perdón: «La compasión está oculta a mis ojos.» (Os 13,14).
c. Promesa de salvación. Parece que todo ha terminado. La lógica humana lleva a la destrucción, pero no así la lógica divina que, inspirada en la misericordia, produce un cambio radical y proclama: «me da un vuelco el corazón, se me revuelven las entrañas» (11,8). Por eso Dios hace justicia a su modo y en lugar de aniquilar al pueblo y romper definitivamente la alianza, ofrece el perdón y un nuevo comienzo, porque es lo suyo «porque yo soy Dios, no un hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador» (11,8s). Misericordia no es indiferencia ante el mal, que exige ser condenado y erradicado, pero de una forma en que triunfe la misericordia y la salvación. Los castigos de Dios son medicinales y buscan el bien del pecador. Israel va a perder su independencia yendo al destierro, dejará de existir como nación independiente. El destierro será castigo medicinal que les ayudará para la conversión necesaria, pero seguirán existiendo como pueblo de Dios, porque Dios mantiene su alianza: vosotros seréis mi pueblo y yo será vuestro Dios. «Y sucederá aquel día – oráculo de Yahvé – que ella me llamará: “Marido mío“, y no me llamará más: “baal mío”. […] Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en misericordia y ternura, me desposaré contigo en fidelidad y entonces conocerás al Señor (Os 2,18.20-22.25). Para ello Dios va a reiterar el noviazgo de antaño, los seducirá con amor «Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón». (2,16) y los sanará: «Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente; pues mi cólera se ha apartado de él» (14,5). Implícitamente es la promesa de la nueva alianza que aparece con más claridad en Jer 31,33-34 y Ez 11,19-20. Los profetas esperaban que el desierto sirviera para esta conversión, la donación del perdón de los pecados y la nueva alianza, pero no fue así. Por ello tanto en la época persa como en la siguiente se espera este perdón que dé paso a la nueva alianza. El cambio no fue posible por la dureza del corazón humano y tendrá lugar por obra de Jesús.
5. Violencia y misericordia
La lectura de la historia bíblica contiene una serie de textos de destrucción y venganza que deja un sinsabor negativo de violencia e injusticia, que justifica sobradamente la idea de que el Antiguo Testamento presenta un Dios vengativo, distinto del Dios del Nuevo, que es amor, lo que ha inducido a algunos a dejar la lectura del AT como inútil para alimentar la fe. Por ello es necesaria una información más detallada sobre el carácter de estos relatos para entenderlos adecuadamente.
En primer lugar hay que tener en cuenta que la revelación es progresiva en cuanto que Dios se ha ido dando a conocer y exigiendo respuestas de parte del hombre en la medida en que este era capaz de entender y de responder. Como buen pedagogo, Dios se comporta como los padres humanos que proceden de esta manera con sus hijos. Esto implica que en este proceso tiene que haber acciones no queridas directamente por los padres, pero que las toleran provisionalmente hasta que llegue el día de exigir su abandono, al igual que enseñanzas imperfectas, que poco a poco se van corrigiendo y matizando con formulaciones más adecuadas. Todo ello es un proceso que tiende a una formación humana completa. Igual sucede con la revelación progresiva de Dios, cuyo testigo privilegiado es el Antiguo Testamento. Todo ello implica comportamientos negativos e imperfectos, al igual que enseñanzas incompletas e imperfectas, como reconoce DV 15 y es manifestación de la condescendencia de Dios, que al igual que se hizo hombre asumiendo las limitaciones de la naturaleza humana, en la revelación se hizo lenguaje humano con todas sus limitaciones cf. DV 13. Realmente el Dios del AT es el mismo del NT, lo que va cambiando es la percepción humana de Dios, que se ha ido perfeccionando con la ayuda de la revelación divina.
Los textos que suelen causar dificultad sobre la imagen de Dios se pueden agrupar en dos bloques, los que presentan a Dios ordenando cosas negativas y las oraciones que piden venganza, especialmente en los salmos.
Los primeros presentan a Dios ordenando muertes y exterminios en la conquista de Canaán, por ejemplo, en 1 Sam 15,1-3. Estos textos son de carácter histórico-teológico, es decir, hay un fondo histórico, necesario para formar parte de la Historia de la salvación (cf. VD 32), pero muy interpretado doctrinalmente, de forma que no son una crónica del pasado sino que reflejan la fe del redactor, que los presenta desde una perspectiva religiosa. Desde un punto de vista estrictamente histórico, sabemos por la arqueología e historia que la penetración de las tribus hebreas en Palestina fue lenta y que durante siglos tuvieron que convivir con las poblaciones cananeas que ocupaban las ciudades más importantes. Históricamente nunca tuvieron lugar ni el exterminio ni la expulsión de poblaciones ni la conquista de Palestina fue tan rápida como la presenta el libro de Josué, así, por ejemplo, la arqueología desmiente la conquista de Jericó que narra el libro de Josué y la conquista de Ay. El primero es un relato litúrgico que pone de relieve que es Dios el que está dando a Israel el don de la tierra. Los relatos de exterminio y expulsiones pertenecen a la historia deuterononomista, escrita en una época en que se insiste mucho en conservar la pureza de la tradición israelita y en evitar para ello mezclas con extranjeros y matrimonios mixtos que llevan poco a poco a eclecticismos y pérdida de identidad, terminando en el paganismo, como dice la experiencia. Este tipo de historia retrotrae al pasado las experiencias actuales. La historia bíblica se escribe desde la fe, dice aspectos de verdad pero no todos los aspectos de la verdad en cuanto que silencia algunos importantes económicos y sociales que explican los acontecimientos de aquellos años. Contiene una verdad inspirada de tipo religioso, consistente en la convicción que tiene los autores de que Dios les ha acompañado a lo largo de su historia de una manera especial, lo que ha hecho posible la situación actual. Cuestión diferente es el lenguaje que emplea el autor bíblico para expresar esta verdad religiosa. Como es sabido, en la inspiración bíblica Dios se sirve de una persona para que exprese en lenguaje humano su mensaje. La persona que recibe este encargo expresa este mensaje de acuerdo con su forma de pensar y expresarse, recurriendo a los medios que le ofrece su cultura, y presenta el resultado en nombre de Dios, frecuentemente con la introducción, “así dice el Señor”, fórmula que no se puede entender en el sentido de que Dios le ha soplado al oído lo que escribe, sino en el de que esa norma es expresión de la voluntad de Dios en el orden religioso. El resultado será una norma que siempre será imperfecta, pues no expresa con todos sus matices la voluntad de Dios. Es verdad, pero no toda la verdad de Dios sobre el asunto tratado. De esta forma el AT presenta en nombre divino una serie de leyes, propias de la mejor cultura jurídica de su tiempo, purificándolas de elementos no conformes con la imagen de Yahvé. Una lectura cristiana de estos textos debe centrarse en la línea religiosa básica, que es la que contiene la palabra de Dios en un contexto de “condescendencia” junto con otras informaciones llenas de datos poco edificantes. En resumen, Dios nunca pronunció estas palabras de destrucción sino que son el medio que emplea el autor humano para expresar su convicción de que Dios no quiere la mescolanza peligrosa con los paganos en cuanto que pone en peligro la fe.
Tampoco niegan la misericordia de Dios los textos que hablan de ira divina, pues esta no es un desbordamiento de cólera emocional sino un antropomorfismo para significar el rechazo divino de todo lo que es contrario a su ser santo y misericordioso, como es el pecado y la injusticia, de forma semejante a como las personas sienten impulsos de ira ante una injusticia y reaccionan contra ella. Dios es misericordioso, pero también justo, como hemos visto. Por otra parte, la ira de Dios se concreta en un castigo, que no consiste en una acción negativa impulsada por Dios sino en que Dios “entrega” al pecador en manos de su pecado, es decir, tolera la libre opción de la persona por el mal, que se traducirá en su daño y miseria, pues todo pecado conlleva su penitencia, lo que en última instancia le puede llevar al arrepentimiento y así a acudir a la misericordia de Dios (cf. Rom 1,18.26-32; 11.32).
Otros textos manifiestan un Dios injusto que quita las tierras a los cananeos para dárselas a los israelitas, como estos del Deuteronomio en que habla Dios animando a la conquista cf. DDT 2,24-25; 7,22; 9, 3. La misma Biblia es consciente de esta injusticia cuando intenta justificar este procedimiento con varias razones: se apela al derecho divino de distribuir la tierra privilegiando a sus elegidos (Dt 7,6-11; 32,8-9), se dice que es un castigo por los pecados de los habitantes cananeos que han profanado la tierra con crímenes gravísimos (Gén 15,16; Lev 18,3.24-30; 20,23; Dt 9,4-5), por lo que incluso se ordena a los israelitas que los exterminen (Dt 7,1-6; 20,17-18), y se les advierte que ellos mismos perderán la tierra, si son infieles a la alianza. Una tercera explicación es el tema de la preferencia del Señor por los débiles y pobres, por lo que actúa a favor de Israel, el pequeño rodeado de poderosos. Para iluminar este problema hay que tener en cuenta la realidad histórica, diferente del relato bíblico en este punto. Sabemos por la arqueología e historia que el asentamiento de las doce tribus en Canaán fue un proceso lento y no terminó plenamente hasta la época de David.
Por su parte, los textos en que habla u ora una persona pidiendo venganza y muerte ofrecen menos dificultad en cuanto que son personas pertenecientes a una revelación progresiva con muchas imperfecciones y limitaciones. Si actuamos con limitaciones y errores los cristianos, que hemos recibido la plenitud de la revelación, mucho más los miembros de la primera alianza. Por ello todos los datos hay que verlos a la luz de todo el AT en que poco a poco se van perfilando los valores y especialmente a la luz de Jesucristo. Jesús leyó la Escritura como palabra de Dios y recitó los salmos como verdaderas fórmulas de oración, interpretando debidamente los pasajes y frases “escandalosas” a la luz de toda la revelación.
6. Los pobres son destinatarios privilegiados de la misericordia.
Una faceta concreta de la misericordia es la atención a los débiles. El AT manifiesta preocupación por su situación, como muestra la legislación que defiende los derechos de extranjeros, huérfanos y viudas (Éx 22,20-26; Dt 14,28-29; 15,1-18; 16,11.14; 24,10-22; 26,12), protege a los pobres ante los tribunales (Éx 23,6-8), prohíbe la usura (Éx 22,24-26; Lev 19,11-18; 25). Igualmente en la legislación sobre el año sabático (Lev 25,8ss; 27,14ss) subyace esta misma preocupación. Y es que “en el pueblo de Dios no debe haber pobres ni marginados” (Dt 8,9; 15,4), pues esta situación contradice el reinado de Yahvé, el «que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos… » (Sal 146,7-10). Siguiendo esta línea, los profetas anuncian la predilección divina por los pobres, denuncian y condenan constantemente las injusticias (cf. Am 2,6-7; 6,4-6 cf. Am 2,6-7; 6,2; Os 4,1-3; Ez 18,7-9).y el culto falso, que va unido a la injusticia (cf. Miq 6,6-8; Os 6,6; 8,13; Is 1,11-18; 58,5-7; Am 5,21-25.33-34; 8,4-7; Zac 7,9-10). Como resume Oseas, conoce a Yahvé el que ayuda a los débiles: « Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os 6,6 cf. Jer 22,16).
7. La misericordia en los salmos.
Los salmos son la parte de la Biblia donde más se habla de la misericordia, recogiendo en forma de oración poética toda la historia y doctrina del AT sobre la misericordia divina. En ellos se alaba a Dios tierno y piadoso, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad (Sal 86,15; 103,8; 145,8 cf. Éx 34,6) y se pide su ayuda en tiempos de necesidad.
Describen con imágenes vivas la misericordia: « Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura con los que le temen. » (Sal 102,13), se canta la infinita misericordia divina: « Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes. » (Sal 36,6). El sal 51 ofrece una buena síntesis de la justicia y la misericordia divina en un contexto de confesión de los pecados y súplica de perdón. Otros salmos que aluden de diversas formas a la misericordia son 25, 41,42 y 43, 57, 92, 103, 119 y 136.
II Misericordia en el NT
Lo que los profetas querían insinuar afirmando que Dios es h͙esed y rahamim, lo aclara Jesús revelando a Dios como Padre y haciéndose él mismo personificación de la misericordia. «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre» (Misericordiae Vultus 1). Jesús nos habla de la misericordia del Padre y él mismo se convierte en encarnación de esta misericordia.
2. Jesús enseña la misericordia del Padre
+ Revela a Dios como padre misericordioso (Lc 6,35). Básicamente esta revelación está asociada a la de la paternidad divina. Dios es Padre, con todo lo que implica ser padre.
1 Porque es Padre, perdona al que no lo merece y esto implica que los perdonados deben perdonar a su vez: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15). Y al final de la parábola de los dos deudores: « Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (Mt 18,35).
– Cuida de nosotros en nuestras necesidades: “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso”. (Mt 6,31-32); “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.” (Mt 10,28-30)
– En el Sermón de la Llanura manda: « amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,35-36).
+ Esta enseñanza aparece de forma especial en las parábolas, especialmente en la llamada del Padre Misericordioso o del Hijo Pródigo. Como es sabido, la parábola responde a murmuración de escribas y fariseos porque perdona a pecadores y come con ellos. Punto de partida es el hijo menor. Vive en la casa del padre, pero no lo aprecia y cree que fuera puede ser feliz. El padre respeta la libre decisión del hijo y le da su parte de la herencia, que dilapida, perdiendo sus derechos filiales y la posibilidad de reclamar al padre otros bienes. Pero el padre es padre y no puede dejar de serlo: para él su hijo es su hijo y tampoco lo puede dejar. Por ello el padre se mantiene fiel a sí mismo y a su hijo. Aunque se ha marchado, no pierde la esperanza de un retorno, lo que le empuja a otear el horizonte para verlo regresar. Y un día, su presentimiento se hizo realidad: el hijo aparece en el horizonte y, escribe Lucas, describiendo de forma plástica el elemento afectivo de la misericordia: se le conmovieron las entrañas. Y junto a esto el elemento efectivo: no espera que llegue sino que sale a su encuentro, lo abraza y besa, lo viste con vestiduras dignas de hijo, le pone el anillo y lo declara de nuevo hijo suyo, e.d. le restituye sus derechos filiales y le reconoce de nuevo su dignidad. La misericordia del Padre desborda toda medida esperada humanamente. No se ajusta a la justa distribución de los bienes sino a la dignidad filial. Este es el criterio del amor. Esta es la justicia suprema, pues la misericordia es la más perfecta realización de la justicia, ya que su finalidad es la desaparición del mal y la curación perfecta del dañado, en este caso el pecador arrepentido. La misericordia de Dios no humilla al hombre. Como escribió san Juan Pablo II “La relación de misericordia se basa en la común experiencia de aquel bien que el ser humano es, en la común experiencia de la dignidad inherente a este” (Dives in Misericordia 6). El texto no alude a la alegría del hermano menor, obvio, sino la del padre, y en contraste el enfado y la crítica negativa del hermano mayor, que representa a los escribas y fariseos que critican el comportamiento de Jesús. Ante él, de nuevo el padre toma la iniciativa y, comprensivo, sale a su encuentro suplicando. El mayor vive su situación como un contrato y cree que para vivir adecuadamente en la casa del padre era suficiente guardar el reglamento. Consideraba sus relaciones con el padre como laborales (dice: te sirvo, verbo típico de esclavos [douleúo]: dar y recibir). Se niega a reconocer al menor como hermano y juzga que el padre ha roto el contrato de trabajo, dando a su hermano lo que no le pertenece y nada a él, que tampoco lo ha pedido. Vivía su relación con el padre no como filial y confiada sino como obediencia laboral. El padre no defiende al menor ni aprueba al mayor, sino que reprende que deje de considerar hermano al menor, que no lo ame ni se alegre de su regreso, y le invita a entrar en la casa y a acoger a su hermano. ¿Entra? El texto no responde. Es una parábola abierta que espera la respuesta del oyente. Hay dos formas de huir de la casa paterna: 1) huir de la casa buscando fuera la alegría. Cuando se constate el engaño existencial es posible el retorno; 2) estar en la casa pero sin conciencia de hijo, con conciencia de esclavo laboral sin alegría y con resentimiento por la acogida de los pecadores. Es el tipo fariseo. La parábola pone de manifiesta la misericordia de Dios padre que quiere el regreso de todos sus hijos, el pecador y el fariseo.
3. Jesús es misericordia y vive la misericordia
A. Jesús es personificación de la misericordia del Padre.
“Por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto”, que es Jesús (Lc 1,78 cf 1,72: recordando la misericordia que tuvo con nuestros padres…). La vida de Jesús no es solo ejemplo de misericordia, sino un verdadero lugar teológico de la revelación de la misericordia, es el sacramento visible de Dios invisible. Su existencia realiza plenamente los dos elementos de la misericordia: sintoniza con los necesitados y hace todo cuanto puede para ayudarles.
1) Por una parte, sintoniza con la humanidad necesitada, encarnándose, tomando la naturaleza humana en todo igual a la nuestra, menos el pecado. La encarnación es fundamental, pues por ella asume una verdadera naturaleza humana, en todo igual a la nuestra, menos el pecado, compartiendo nuestras debilidades, entre ellas la mortalidad, todo ello consecuencia del pecado que lastraba la humanidad, echando sobre sí el pecado del mundo (Jn 1,29). Hebreos llega a afirmar que la encarnación fue una obligación del Hijo de Dios. Escribe en 2,17-18: «Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.» Ser pontífice o puente implicaba poder unir las dos orillas, la divina y la humana. Era Dios y podía unir con Dios, pero necesitaba también pertenecer a la otra orilla, haciéndose hombre. Por otra parte la encarnación lo convierte en representante natural de toda la humanidad, nuevo Adán, de modo que todo lo que haga vale para él y sus representados. Si Dios ha creado todo copiando a su Hijo, como afirma Col 1,16s: “en él fueron creadas todas las cosas… él es anterior a todo y todo se mantiene en él”, cuando el Hijo viene a esta creación se convierte en su miembro más importante a los ojos de Dios. Esta es la forma más perfecta de sintonizar con el necesitado, recorriendo el camino de la debilidad, asumiendo sus necesidades y deseando librarse de ellas, como afirma Hebreos: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte” (5,7)
2) Hace todo cuando puede para ayudar.
Realmente, si Dios es amor, el único camino para llegar a él es una vida totalmente consagrada al amor. Pero este camino era imposible a la humanidad, lastrada por la culpa original. La única solución está en manos de Dios, que envía a su Hijo para que, hecho hombre, solidario y representante de la humanidad, recorriera una existencia totalmente consagrada al amor en nombre propio y de los débiles, cuyas debilidades echó sobre sí, especialmente la muerte, la última consecuencia. Si estas están presentes en la historia humana, se debe a la desobediencia y al pecado, y este hay que destruirlo, cosa que se consigue con amor, meta imposible para la humanidad debilitada. Jesús asumió esta humanidad y amó a Dios de forma especial, llevando a cabo la voluntad del Padre, todo esto desde una humanidad debilitada, igual a la nuestra en todo menos en el pecado (limitaciones físicas, psicológicas, tentaciones, cansancios, temores, dolor, muerte…). Jesús se mantuvo fiel a pesar de chocar con los poderes del mal que lo castigan sin compasión, destruyendo en sí todo el pecado de la humanidad. Su recorrido comienza en la encarnación: Hebreos lo explicita muy bien: “Por eso, al entrar él en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, \ pero me formaste un cuerpo; \ no aceptaste \ holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo / -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi— | para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre (10,5-10). Esta oblación abarca toda su existencia, todos los «días de su carne»(5,7). Dentro de este contexto general, el NT concede mucha importancia a la cruz y la muerte como expresión privilegiada de su ofrenda. El elemento formal de ésta fue su actitud de obediencia total a la voluntad del Padre (10,10), disposición que es profundo temor religioso, eulabeia (5,7). Esta ofrenda la hizo Jesús en el Espíritu Santo (9,14), una sola vez -toda su vida- y por ello era irrepetible (7,27; 9,25.2 10,10.11.14). Jesús muere por amor y así le da un nuevo sentido a la muerte, que de obstáculo se convierte en tránsito al Padre. Y el Padre acepta su ofrenda, resucitándolo con todos los que representa. En Cristo Dios nos reconcilia consigo (2 Cor 5,17-18). Su debilidad fue aceptada por Dios y por ello transformada, hecha partícipe de la santidad ontológica del Santo. Y como representaba a toda la humanidad, en su resurrección, nos salvó, salvándose. Explicando el alcance de esta obra de representación, Pablo crea y emplea una serie de verbos compuestos de con: en Cristo todos estamos concrucificados, hemos conmuerto, estamos consepultados, en él conresucitaremos …
B. Jesús vivió la misericordia en su existencia
En el bautismo en el Jordán realiza un gesto de solidaridad con los pecadores, que el Padre confirma, ungiéndole como profeta-siervo de Yahvé, que echa sobre sí el pecado del mundo. A partir de ahora realizará su misión mesiánica en solidaridad salvadora, que muestra
– siendo amigo de publicanos y pecadores (Mc 2,13-17; Lc 5,31; 7,34; 15,1-2);
– buscando los pecadores cf Zaqueo (Lc 19,1-0);
– Curando y perdonando los pecados. Termina su vida en la cruz, perdonando al buen ladrón y orando por los que lo han crucificado (Lc 23,34.43).
– Y siempre actuando con entrañas de misericordia. Es interesante constar las veces que en los evangelios se usa splagnistheis: enternecido ante un leproso (Mc 1,41) y ante la viuda de Naín que ha perdido a su hijo único (Lc 7,13), ante numerosos enfermos (Mt 14,14), ante el pueblo que siente hambre (Mt 15,32) y que está como ovejas sin pastor (Mc 6,34), por los ciegos que suplican piedad (Mt 20,34), por Lázaro, por quien también llora (Jn 11,35.38).
– En la Última Cena deja su última voluntad e interpreta el sentido de su vida. Aunque las palabras de la consagración son diferentes en los cuatro relatos, hay ideas comunes. Por una parte, para Jesús su muerte es realización de la nueva alianza, anunciada por Jeremías y que implica el perdón de los pecados, como escribe Mt 26,28: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.» Por otra, afirma que da su vida por muchos (Mt, Mc), por vosotros (1 Cor, Lc), que además lo interpreta en la línea del Siervo de Yahvé como entrega vicaria de la vida. Jesús se hizo nuestro representante y como tal nos salva. Pero ser representante no coarta la libertad personal de cada persona, pues implica que Jesús lo hizo por mí, pero yo soy libre de aceptarlo o rechazarlo. Por esto se nos invita a actualizar en nosotros su obra, entregándonos seriamente a él.
No hay gracias baratas, la misericordia de Jesús tampoco es una gracia barata.
4. Imitar la misericordia de Jesús
Somos fruto de la misericordia divina. La Iglesia es pueblo de Dios por la misericordia divina (1 Pe 1,6.9), sus miembros son “vasos de misericordia” salvados gratuitamente por Dios (Rom 9,22 cf 11,30-32: misericordia con los gentiles y la tendrá con Israel). Si nuestro ADN es misericordia, tenemos que ser misericordiosos: Ser misericordiosos como el padre es misericordioso (Lc 6,36). BV los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7). Esto implica:
– Acogerse a la misericordia. Se nos invita a confiar en la ayuda misericordia de Jesús, que siempre nos comprende: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.» (Hebr 4,15-16).
– Agradecer la misericordia divina que es eterna. A todos nos suena el estribillos de algunos salmos de acción de gracias: “dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (cf 107; 118 y 136). Las versiones suelen traducir la segunda parte de la invitación con “porque es eterna su misericordia”, sin embargo el concepto eterno, eternidad es abstracto y no existe en la lengua hebrea, que responde a una mentalidad concreta. El equivalente hebreo de eternidad es una sucesión de hechos que se encadenan sin término y no se terminan nunca. Emplea para ello la palabra ‘ōlam, equivalente al griego aiōn, eón, que designa una unidad de tiempo y espacio vacías que hay que llenar de contenido. Es una forma de pensar también comprensible para nuestra mentalidad, que suele vivir el tiempo dividido en partes, así dividimos la jornada en día y noche y el día en mañana y tarde, y cada uno de estos tiempos los subdividimos mentalmente en trozos: desde que me levando al desayuno, de este al mediodía, de este a la comida etc. Igualmente dividimos el espacio cuando hacemos un recorrido: de tal ciudad a tal ciudad, y en esta de tal barrio a tal barrio, de tal calle a tal plaza, etc. Un eón es una unidad de tiempo o espacio que hay que llenar de vida. El salmista invita a alabar a Dios y lo motiva porque es bueno y muestra su bondad llenando con su misericordia todos los eones, todos los momentos que vive la persona. Afirma así que llena todos los momentos de nuestra vida, la infancia, la juventud, la edad adulta, y dentro de cada una de estas todas las acciones y momentos están llenos de su misericordia. Un ejemplo de esta acción de gracias lo ofrece el Sal 136, que invita a cantar la misericordia de Dios manifestada en la obra de la creación y la salvación. Y es un ejemplo para nosotros, que podemos añadir cada uno de los momentos de la vida en que experimentamos la misericordia divina.
– Finalmente no abusar de la misericordia divina. Hay que evitar confiar falsamente en la misericordia divina sin verdadero arrepentimiento. Es interesante el texto de Oseas, que condena el abuso de la paciencia de Yahvé, que reconocen como Dios de misericordia, pero malinterpretándola, opinando que misericordia es hacer vista gorda de las injusticias y que Dios se contenta con gestos superficiales de conversión. Dicen entre ellos: «“Venid, volvamos a Yahvé, pues él ha desgarrado y él nos curará, él ha herido y él nos vendará. Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer día nos hará resurgir y en su presencia viviremos. Conozcamos, corramos al conocimiento de Yahvé: cierta como la aurora es su salida; vendrá a nosotros como la lluvia temprana, como la lluvia tardía que riega la tierra”» (6,1-3). Pero Dios les responde condenado su falso conocimiento y misericordia y exigiendo el verdadero conocimiento, que implica misericordia y justicia: «“¿Qué he de hacer contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestra misericordia es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa! Por eso les he hecho trizas por los profetas, los he matado por las palabras de mi boca, y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero misericordia, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos» (6,4-6 cf.4, 1.6).
– Ser misericordiosos con los demás.Nuestro agradecimiento a Dios se manifiesta especialmente con nuestra misericordia con los demás, como dice Jesús al primer deudor en la parábola de los dos deudores: « Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu compañero, como yo tuve misericordia de ti?». Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.» (Mt 18,32-34). En el Sermón de la Llanura Jesús manda: « amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,35-36). En nuestro agradecimiento no podemos dar a Dios nada que no tenga, menos una cosa: Dios necesita que seamos sus instrumentos para ejercer su misericordia con todos sus hijos. Dios necesita de nuestras manos y sentidos para ejercer su misericordia.
– Qué sea ser misericordioso lo explica Jesús en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37), donde explica qué significa “Prójimo”. Le ha preguntado un doctor de la ley qué hay que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le devuelve la pregunta, preguntándole lo que dice la ley al respecto y este responde diciendo que amor total a Dios y al prójimo como a uno mismo: La respuesta está clara y Jesús está de acuerdo. El doctor se da cuenta de que está haciendo el ridículo haciendo estas preguntas fáciles en público, por eso, para no quedar desairado, vuelve a preguntar a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Prójimo significa cercano. La tradición judía había debatido ampliamente sobre el alcance de este término que progresivamente se había ido ampliando: mi familia, todos los judíos, también los emigrantes cf. Lev 19,15.33-34, pero no se incluye a los paganos; incluso en Qumran se manda que los hijos de la luz o miembros de la comunidad, odien a los hijos de las tinieblas. La parábola presenta un caso concreto para que el doctor se responda a su pregunta. Muestra una concepción universal del amor, completando lo dicho en el Sermón de la Llanura. «Un hombre», anthropos tis, un ser humano sin más connotación, en contraposición a los otros tres que sí la tienen. Este hombre cayó en manos de salteadores, que lo desnudaron para robarle, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. «Casualmente» van a pasar los tres personajes siguientes, es decir, son tres personas en cuyos planes no entraba auxiliar a nadie, pues se ponen en camino con otras finalidades: unos iban a descansar después de su trabajo en el templo, y otro a sus negocios. Los dos primeros que pasan son un sacerdote y un levita, representantes natos del judaísmo por su ascendencia y por su vinculación al templo. Ambos habían cumplido con su turno en el templo y regresaban a sus casas en Jericó, ciudad en la que residían muchos de ellos. Ven de lejos al herido y dan un rodeo en el camino para no tener que entretenerse y complicarse. El samaritano es el prototipo del mal judío, cismático, igual que un pagano. No tiene conocimientos de la ley mosaica, como el sacerdote y el levita, pero actúa con sentimientos naturales. Éste vio al herido y, al verlo, «se compadeció», literalmente se le conmovieron las entrañas (elemento afectivo); vendó las heridas y las curó con aceite y vino, que serían las provisiones que llevaba para el camino, «y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó». Al día siguiente da al posadero dos denarios, el salario de dos días, que sería el tiempo que preveía que pasaría de nuevo por el mismo lugar. Al regreso pagaría el exceso, si había lugar (elemento efectivo). La pregunta de Jesús es fundamental para entender el relato. No contesta a la pregunta del doctor sino que le replantea otra. El doctor preguntó quién «es prójimo» o cercano, lo que implica que él se considera permanentemente el centro para medir la distancia. Jesús pregunta quién «se hizo prójimo» o cercano del herido. Responde el doctor que «el que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». Para Jesús el amor no tiene límites y no se contenta con atender a las necesidades de los cercanos y conocidos, sino que sale al encuentro, «se hace cercano» de todo ser humano necesitado, aunque lo encontremos fuera de nuestros planes. La finalidad de este relato es ampliar los límites del amor, que se extiende a todo ser humano necesitado, sin restricciones fundadas en la raza, religión, situación social ni en reglamentos, pues el amor actúa siempre y en todas partes. En este caso el fundamento es natural, se le conmovieron las entrañas, pero este debe ser potenciado por la gracia, pues «la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona». Finalmente por dos veces Jesús invita al doctor, «Anda y haz tú lo mismo», sin quedarse en simples conocimientos teóricos. Los temas doctrinales son para llevarlos a la vida, no para perder el tiempo en discusiones vacías.
5. La misericordia implica¸ como hemos visto varias veces, sintonizar con el necesitado y hacer cuanto se pueda para ayudar.
– 1) Sintonizar es fundamental. Se trata de una actitud general de comprensión y conexión con el otro, de simpatía en cuanto que conecta para compartir activamente y actuar (la empatía se queda solo en conectar), de conectar con todo, sea positivo o negativo. Normalmente se piensa en lo negativo, pero el hesed abarca todo, es un amor que conecta con el otro y lo considera parte de uno. Por ello san Pablo invita a alegrase con los que se alegran y llorar con los que lloran (Rom 12,15). Este sintonizar es fundamental y sin él no hay misericordia. Es importante tenerlo en cuenta pues vivimos en la cultura de la caricatura. Todos tenemos en la mente un fichero con la caricatura o ficha de las personas y actuamos de acuerdo con él, sin tomarnos la molestia de sintonizar con la imagen real de la persona… Se nos exige una actitud de simpatía benevolente y magnánima con todos, no solo con el que sufre cf. Rom 12, 12,9-18: Que vuestro amor no sea fingido… compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde…. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno ante toda la gente; En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo.
– 2) Por otra parte, hacer todo lo posible para ayudar al otro en su situación. Si es positiva, compartiendo la alegría, sin es negativa, haciendo lo posible para que desaparezca la situación. Es un actuar inspirado en el amor e implica conocer bien la situación, estudiarla, tener paciencia si es necesario, pedir ayuda y cuanto sea necesario
– Excluye unas posturas que niegan lo anterior:
+ El paternalismo porque excluye la solidaridad entrañable. Se considera superior al otro y se digna abajarse para ayudar
+ La vanidad que se sirve de la necesidad del hermano para su propio lucimiento o de su institución
+ El profesionalismo que se ocupa del necesitado por horas. De tal hora a tal hora atiende, pero después se desentiende totalmente. Los padres aman a sus hijos permanentemente, no por horas. Naturalmente es necesario un orden y concierto en nuestras relaciones con los hermanos, pero siempre con el corazón abierto.
+ La frialdad profesional, que no conecta con el necesitado. Es necesaria la frialdad para plantearse el problema y ver la solución, pero en contexto de simpatía con el necesitado.
+ La hipocresía del que quiere “cumplir” y quedarse “tranquilo” sin hacer todo lo que puede realmente y sin tomarse el caso en serio. O el que relega la misericordia al último lugar, dando preferencias a aspectos menos importantes cf. Mt 23,23: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello”. Si la Iglesia es un “hospital de campaña”, como dice el papa Francisco, lo primero es la misericordia.
6. Misericordia pastoral.
Hablando a sacerdotes no se puede omitir lo que la palabra de Dios dice sobre la misericordia pastoral. En el comienzo del discurso de misión, Mateo presenta las premisas para la misión: misericordia y oración. Dice en 9,36-37: 36 «Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». 37 Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 38 rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Es una expresión que se repite en Mc 6,34 34 «Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas… » Y a continuación les da de comer. Jesús envía porque es misericordioso, sintoniza con las necesidades del pueblo necesitado y actúa en consecuencia. Él lo hizo personalmente en su ministerio terreno y ahora lo quiere hacer por medio de su Iglesia, especialmente los apóstoles y sucesores, que deben ser encarnación de la misericordia de Jesús. Es una misericordia que sintoniza con el pueblo, que «huele a oveja», como repite constantemente el papa Francisco, y que se lo toma en serio su tarea, reflexionando y preparándose concienzudamente, y haciendo todo lo que puede hacer en comunión con el pueblo de Dios y en actitud de dar la vida por las ovejas.
Granada, diciembre 2015
PDF: La Misericordia en la Biblia, Antonio RODRÍGUEZ CARMONA