Si me pidieran dibujar la misericordia, ¿cómo lo haría? Una persona va hacia mí con los brazos levantados, con un rostro lleno de bondad y ojos que hablan de la ternura de su corazón.
La misericordia manifiesta el exceso, la desmesura, la sobreabundancia, la gratuidad.. Va más allá de nuestras miserias.
No es de extrañar que estamos sorprendidos y desconcertados.
Fuera de la lógica del dar y recibir, supera la estricta justicia, no espera nada a cambio.
La misericordia es la firma de Jesús: un don que excede toda justicia.
En el Evangelio, ¡sólo las mujeres muestran pruebas de sobreabundancia!
“Las quiero tanto que las encuentro bellas”
Hace tiempo fui invitado a visitar una casa para personas con grandes discapacidades. Una casa que se encontraba a las afueras de una población, Quien me acompañó por la diferentes salas era un sacerdote. Trabajaba habitualmente de noche, pero él tenía que estar para poder hacer yo la visita.
Pasé al lado de cuerpos desarticulados, de caras deshechas que parecían cubiertas de máscaras de fealdad. Sus gritos se me hacían insoportables
Estaba preocupado y molesto. Quien me acompañaba se dio cuenta de mi malestar, me miró y me dijo esto tan extraordinario que aún no he olvidado:
“¡Las quiero tanto que las encuentro bellas!”
Esto me traspasó el corazón. Un camino se abría delante de mí para hacerme descubrir mis miedos y mis debilidades.
Comprendí que amar no es hacer cosas por alguien, es descubrir que eso es bello. La felicidad, ¿no es saberse bello ante la mirada de los demás?
Este sacerdote tenía un corazón de “carne” y no un corazón de “piedra”. No tenía muros de miedo para protegerse de los demás. Era libre de ir hacia ellos y quererlos. Podía comprender a cada persona discapacitada: “¡Tú eres importante! Te quiero . Con tus heridas y con tus fragilidades, tú puedes ser grande y ser tú mismo”.
“No puedo perdonar”.
Una tarde, una mujer que apenas conocía, me pidió con insistencia ir a ver a una gran amiga suya a punto de morir en la Salpêtrière, el gran hospital parisino: sufría la enfermedad de Charcot.
Me resistía: ir a ver al hospital a una mujer que no conocía y que estaba para morirse; era difícil. ¿Por qué? Pero la mujer del teléfono no hacía caso de mi resistencia.
“Se lo ruego, venga aquí”.
Lo dejé todo y fui al hospital, con pies de plomo y de mala gana: no conocía nada de esta enferma que iba a morir, ni siquiera su nombre. ¿Estaba casada? ¿Era cristiana? Y si había dos enfermas en la habitación, ¿cuál era?
Llamando a la puerta de la habitación dejé de preguntarme cosas y me confié al Espíritu Santo.
Vi una sonrisa enorme en esta mujer con la enfermedad de Charcot. El hombre al pie de su cama era su marido. Se fue precipitadamente.
Me encontré solo con esta mujer que estaba muy delgada y no podía hablar. Escribía en una pequeña pizarra sin vacilar y me mostró la pizarra. Su escritura me gustó.
- “Gracias por estar aquí. ¿Puedo preguntarle unas cosas?”
- “Sí, si no son demasiado difíciles”.
Ella se puso a reír. Su pregunta me sorprendió:
- “¿Qué va a suceder cuando llegue al más allá?”
- “Lo verá cuando esté allí, Lo importante es lo que ocurre ahora”
Mi respuesta la hizo reír de buena gana. Todo fue bien entre nosotros.
“Yo pienso como usted”
Después vino la pregunta esencial:
- “No llego a perdonar a los que me han hecho mal. Me gustaría morir en paz. Guardo un peso en mi corazón”
- “No es fácil perdonar. A pesar de nuestros esfuerzos no llegamos a ello. Pidamos los dos a nuestro Padre del cielo poder perdonar a los que nos han hecho daño”.
Tomé su mano y recité despacio la oración de Jesús. Noté que se unía con todo su corazón a esta plegaria.
La bendije. La besé en la frente y salí.
Una tarde he recibí un sms en mi teléfono:
“He perdonado. Mi corazón está en paz. Gracias a Dios. Gracias a usted por este encuentro lleno de luz”
Al día siguiente por la mañana, un nuevo sms:
“Mi corazón tiene una gran paz. Estoy dispuesta a irme cuando el Señor quiera. Gracias otra vez por ese encuentro de paz y de luz”.
Murió poco después.
La misericordia no se fabrica; se recibe.
El don de Dios no se compra, no se vende, no devuelve la llamada.
Dar gratuitamente sin esperar nada, sin que nadie pierda la esperanza.
Arriesgarse a amar hasta el final.
« La misericordia es el mejor camino para entrar en el Reino de Dios » (Papa Francisco)
“Felices los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia” Mt 5,7
Jacques GAILLOT,
Obispo de Partenia,
Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas
París, 20 de julio de 2016
(Texto de Jacques GAILLOT en exclusiva para iesuscaritas.org)