E ste año no hemos podido encontrarnos en nuestro retiro anual. Se extraña. Se extraña el olor a leña del comedor y los pasillos, la eucaristía diaria y el compartir inspirado y sencillo, los corazones abiertos de la revisión de vida, el día de desierto sabiendo que la comunidad te espera, la librería ambulante, los suvenires de Daniel, los turnos de adoración nocturna, algún licor por la noche, los encuentros cara a cara con el Señor. Se extraña la fraternidad de nuestro encuentro.
Cada año tomábamos distancia de nuestro vecindario, parroquia, iglesia particular, para encontrarnos como fraternidad nacional. En esta ocasión nos
hemos visto invitados a continuar siendo “vecinos” entre los vecinos. La responsabilidad por el cumplimiento de las disposiciones sanitarias, el cuidado de cada uno y de los demás, la presencia latente de este enemigo invisible, hizo que “nos guardáramos”. Una de las intuiciones evangélicas más inspiradoras del hermano Carlos, es volver a Nazaret, a la vida oculta, a la vida sencilla de vecino, a una vida que parece inútil. Y estamos teniendo nuestro Nazaret como nunca lo habíamos imaginado. Algunos pareciéramos encontrar algún escape del ocultamiento a través de las redes sociales y transmisiones de la misa. En todo caso, el vecindario sigue siendo vecindario. ¿Cómo gritar el evangelio con la vida entre los vecinos, en estas circunstancias? ¿Cómo ser amigo, hermano, vecino sin salir de casa? Aunque a los curas nos han otorgado permiso de circulación por ser “servicio esencial”, las iniciativas se encontraron con sus límites. Los templos cerrados y muchas de las actividades de los grupos de nuestras comunidades se
vieron resentidas por el forzado confinamiento. Un gran desierto. “Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de su corazón” (Os. 2, 16). No imaginábamos este desierto, pero lo estamos viviendo. Y Dios habla en él. Y Dios nos habla…
A fines de mayo recibíamos la noticia de que el hermano Carlos será canonizado. Quien experimentó como vocación la búsqueda del último lugar, será propuesto para toda la Iglesia y para los hombres y mujeres de buena voluntad como alguien que vivió de modo único y ejemplar el evangelio. Pareciera una contradicción que Carlos de Foucauld quede tan expuesto. Pero no entenderíamos correctamente la santidad si la interpretáramos como un “primer lugar”, como un “aparecer” de un modo privilegiado ante los demás. La santidad en la vida del hermano Carlos es, en efecto, un camino de descenso. Desde los testimonios vertidos en este Boletín, nos asomamos a los vecindarios de los hermanos de la Fraternidad nacional. Muchas gracias a cada uno por sus aportes. Continuamos en comunión y fraternidad.
Abre el boletín completo en PDF: Boletín Iesus Caritas 2020