El término «espiritual» ha sido una de esas palabras que, teniendo un sentido profundamente rico en los primeros tiempos del cristianismo y en todas las grandes épocas de la historia de la Iglesia, cada tanto lo pierde y se diluye en superficialidades, o se convierte en sinónimo de expresiones meramente negativas – como no corporal o inmaterial –, y se hace una de tantas palabras «edificantes», un sinónimo de «religioso» o de «sobrenatural».
Para Orígenes, el hombre «espiritual» es un hombre «práctico», porque el Espíritu se adquiere en la acción; y el Espíritu se manifiesta en sus operaciones. Hombre «espiritual» es, según Orígenes, aquel en el que se juntan «teoría» y «práctica», cuidado del prójimo y carisma espiritual en bien del prójimo. Y, entre estos carismas, Orígenes recalca sobre todo el carisma que llama diakrisis, o sea, el don de discernir la variedad de espíritu.
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