Baba Simon, el misionero de los pies descalzos

Sábado 10 junio 2023
Baba Simón, el misionero de los pies descalzos
(De “ECOS DE LA SABANA”)

El sábado 20 de mayo, el Santo Padre Francisco reconoció las virtudes heroicas del sacerdote diocesano camerunés don Simon Mpeke. Se convierte así en el primer “beato” camerunés.
Simon Mpeke nació hacia 1906 en Pongo, un pueblo en la densa selva del sur del Camerún, en el seno de una familia de campesinos de la etnia bakoko.

Sus padres no eran cristianos ya que los primeros misioneros católicos habían llegado a la costa de este país solo unos años antes de su nacimiento, en 1895. Tras terminar sus estudios en la escuela misionera católica de los misioneros palotinos de origen alemán, pidió el bautismo, que recibió el 14 de agosto de 1918, cuando tenía 12 años de edad bajo el nombre de Simón. Se hizo profesor y enseñó durante un tiempo.

Hasta entonces los sacerdotes eran todos misioneros extranjeros, alemanes y franceses y se pensaba que los africanos no podían serlo.  En 1921, cuando Simón descubre que «un negro puede llegar a ser sacerdote» no lo duda. Rompe con la joven que le había sido prometida y se pone a estudiar el latín con un pequeño grupo de amigos. En agosto de 1924 entran a formar parte del Seminario Menor de Yaundé, que había abierto sus puertas en julio de 1923. Allí deja el recuerdo de un seminarista excelente, serio, muy piadoso y pacífico.

Forma parte del grupo de los ocho primeros sacerdotes cameruneses ordenados el 08 de diciembre de 1935. Trabajó durante doce años como vicario en una Misión en medio del campo, donde deja el recuerdo de un sacerdote muy celoso y muy espiritual, que maravilla a la gente y se da sin límites.

Marcado por la teología de su época toma una posición muy firme contra las prácticas de la religión tradicional de la región. Tenido como un sacerdote de gran valor, es nombrado en 1947 para la gran parroquia de New-Bell, en Douala, donde será nombrado párroco. Simón da un gran impulso a la parroquia, creando grupos, sosteniendo los movimientos de Acción Católica y las escuelas y estando siempre disponible y con gran generosidad hacia sus feligreses.

La instalación de las fraternidades de los Hermanitos y las Hermanitas de Jesús, a comienzos de los años 1950, le hace descubrir la espiritualidad de Carlos de Foucauld. En 1953 pasa a formar parte del Instituto secular de Hermanos de Jesús y pide un año sabático para hacer su « noviciado » en Argelia.

El será uno de los fundadores a nivel internacional de la Unión Sacerdotal Jesús-Caritas y su primer responsable en Camerún y en África.

Sacerdote muy amado e influyente, fue incluso propuesto con otros dos, al puesto de auxiliar de su Obispo. Hacia 1954 siente la llamada a participar en la evangelización de los pueblos llamados «paganos» del Norte de Camerún. Después de haber largamente reflexionado, llevado por el dinamismo misionero de la Encíclica « Fidei Domun », se convertirá en 1959 en el primer sacerdote secular camerunés misionero en su propio país.

Después de una breve estancia en una comunidad de hermanitos de Jesús, se instala en Tokombéré, en la actual Diócesis de Maroua- Mokolo, a más de mil kilómetros de su pueblo.

En los siglos anteriores, hordas de jinetes musulmanes de origen peul, procedentes de la vecina Nigeria, habían obligado a los clanes que estaban asentados desde la noche de los tiempos en esa fértil llanura a desplazarse hacia las montañas rocosas, para protegerse de sus ataques. Estos pueblo fueron llamados peyorativamente por los musulmanes kirdi, que parece significar cafre o incircunciso.

Enseguida empezó a ser llamado «Baba Simón » (Papa Simón) por la población local. Recorrió las montañas predicando incansablemente el Evangelio a los habitantes de esta región montañosa. Viviendo en una gran sencillez es llamado el «misionero de los pies descalzos», dedicará su vida a luchar contra la miseria en la que esta gente vive. Afirmando, según dice un sabio musulmán, que la miseria es un« enemigo de Dios ».

Su vida de oración intensa y su alegría comunicativa hacen de él un testigo luminoso del amor de Dios incluso en los pueblos más alejados de su extensa parroquia. Bajo su guía y ejemplo, nació una ferviente comunidad cristiana. Una sola pasión animaba a Baba Simón:dar Jesucristo a los Kirdi y darles instrumentos para liberarse de toda esclavitud. Baba Simón insistió sobre la importancia de la escuela. Pero, después de los primeros fracasos, comprendió que era necesario conquistar antes de nada la confianza de los Kirdi. De aquí nació aquella que fue llamada “la escuela bajo el árbol”.

A través de la escuela, las estructuras sanitarias, el compromiso contra la injusticia, el acompañamiento de jóvenes y la llamada a la fraternidad universal, permitió una real promoción de poblaciones menospreciadas hasta ese momento. Su preocupación por el diálogo permanente con los responsables de las religiones tradicionales y el encuentro con los musulmanes ha hecho de él un precursor del diálogo intereligioso y le ha merecido el nombre por el cual es todavía venerado después de su muerte, tanto por cristianos como por no cristianos.

Pocos meses antes de morir escribía estas notas: “Todo lo que me rodea respira a Dios. Todo el universo es un hogar de vida. Para ponerse delante de Dios, no se tiene que imaginarlo en otro lugar sino en nosotros donde Él está, en nuestra acción donde Él actúa, en nuestro prójimo donde Él vive. Al morir, nuestro cuerpo será sepultado en la tierra de Dios donde se marchitará en Dios y se despertará en el Océano de la Vida Eterna… ¡Creer es tomar conciencia de la Vida… en Dios“!

Baba Simón escucha, cura y ayuda. Intenta comprender. Él, que en su primera parroquia del Sur, en 1936, rompió los tambores de la religión tradicional, profundiza en su visión espiritual de los hombres y de Dios. Ve el sufrimiento de estos pueblos. A lo largo de sus paseos por la montaña y de sus encuentros, todo se aclara: anunciar a Jesús significa construir al hombre, a todo el hombre, mediante la Buena Noticia. Estos hombres, considerados esclavos, escuchan a Baba Simón decirles que son hijos de Dios, amados por Dios. Y que son hermanos.

Con el paso de los años, Tokombéré se convirtió en el lugar de una inusual experiencia pastoral de promoción humana y espiritual. El 13 de agosto de 1975 se apagó, agotado del todo, al final de una vida enteramente consagrada a Dios y a los hombres.

Encomendamos esta región del Extremo-Norte de Camerún, tan expuesta permanentemente al grupo terrorista Boko Haram, a la intercesión de Baba Simón, para que los cristianos guarden su sangre fría y continúen dando testimonio de «la Buena Noticia de Jesús».


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San Carlos de Foucauld, a un año de su canonización. Fernando TAPIA

El 15 de mayo del año pasado tuve la alegría y el privilegio de participar en la canonización del Hno. Carlos y de otros nueve beatos, en Roma. Cada vez que era pronunciado su nombre una tremenda ovación se sentía en la plaza de San Pedro. Laicos y laicas de nuestra espiritualidad, religiosos y religiosas que se inspiran en la vida y el testimonio del nuevo santo, sacerdotes y obispos de la fraternidad sacerdotal IESUS CARITAS, todos y todas dábamos gracias a Dios por este tremendo regalo a nuestra Iglesia.

Se veían los rostros de aquéllos y aquéllas que hace varias décadas descubrieron el camino espiritual del Hno. Carlos y se hicieron pobres con los pobres en las fábricas, en los campos, en el aseo de las calles, etc. y los rostros de jóvenes que hace poco lo descubrieron y se sintieron interpretados e interpelados por él y allí estaban celebrando su canonización. Rostros oscuros, blancos y amarillos.

Sin duda que este acontecimiento, tan esperado, ha marcado un antes y un después en el caminar de nuestras fraternidades. En primer lugar, porque significa un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia del camino espiritual del Hno. Carlos. Su espiritualidad es un camino de santidad válido para cualquier bautizado y no un camino excepcional para algunos cristianos un poco extremistas.

La canonización da confianza a los obispos para aceptarnos en sus diócesis y a los rectores de seminarios para dar a conocer nuestra espiritualidad y nuestra fraternidad sacerdotal en sus casas de formación. De hecho, hemos sabido que varios obispos en Filipinas han pedido al Equipo Nacional de ese país, hacer una presentación de nuestra Asociación IESUS CARITAS en sus respectivos presbiterios. Tal vez ustedes pueden contar otras experiencias similares.

Por otro lado, las varias veces que el Papa Francisco ha citado al Hno. Carlos en sus documentos, nos muestra que en él tiene una inspiración y un aliado para seguir impulsando la renovación de la Iglesia. Tal vez por eso, en los planes de Dios, la canonización fue hecha ahora y no antes. El Papa Francisco y Carlos de Foucauld son cómplices por así decir, y nosotros, desde nuestra espiritualidad estamos bien equipados para sumarnos y aportar al proceso renovador puesto en marcha por el Papa. Siento que esto es un privilegio, pero también una gran responsabilidad.

¿Qué elementos podemos aportar nosotros, en sintonía con el Papa Francisco?

En primer lugar, la convicción de que Dios es misericordioso. Carlos de Foucauld derrochó gran parte de su juventud en una vida disipada, malgastando mucho dinero, teniendo comportamientos muy irresponsables. Nuestro hermano Eric Lozada piensa que esta era “su forma de protestar contra los dolores de la vida y una forma de curarse de sus dolores”1, tal como lo hacen tantos jóvenes hoy día, heridos por la droga, el erotismo, el secularismo y el ateísmo.

Años más tarde, recordando esta etapa de su vida Carlos escribe:

“El mal que hacía, no lo aprobaba, ni lo quería. Me hacías sentir un vacío doloroso, una tristeza que no he experimentado más que entonces; ésta volvía todas las noches cuando me encontraba en mi alojamiento. Me tenía mudo y abrumado durante lo que se llaman fiestas; las organizaba, pero, cuando llegaba el momento, las pasaba en un mutismo, una repugnancia y un fastidio inauditos. Tú me dabas esa vaga inquietud de una mala conciencia que, por dormida que estuviera, no había muerto del todo. Nunca he sentido esa tristeza, ese malestar, esa inquietud como entonces, Dios mío; esto, era, pues, un don tuyo ¡Cuan lejos estaba yo de sospecharlo! ¡Qué bueno eres!”.

Carlos de Foucauld reconoció la bondad y la misericordia de Dios en ese vacío que experimentaba y que finalmente lo llevó a buscar a Dios y convertirse a Él. De ese tiempo es esa oración que repetía incansablemente y que él mismo llama “extraña”: “Dios mío, si existes, haz que te conozca”.

Este testimonio del Hno. Carlos nos invita a nosotros a acercarnos a los jóvenes de hoy, escucharlos y facilitar sus caminos hacia la conversión, sea cual sea la situación moral en que se encuentran.

Un segundo aspecto es la paciencia en la evangelización. El Hno. Carlos dio muchas vueltas antes de encontrarse con el Dios verdadero: quedó fascinado con la religiosidad de los musulmanes, leyó muchos libros de filosofía y de religión. Hoy también nuestros contemporáneos buscan la trascendencia en espiritualidades orientales, libros de filosofía de todo tipo, sectas, etc. Estamos llamados no a combatirlos sino acompañarlos en sus búsquedas y estar atentos al momento en que el Dios verdadero quiere revelárseles, como estuvo atento el P. Huvelin cuando Carlos fue a conversar con él sobre religión. Descubrió al Dios verdadero y le entregó su vida. Dice en uno de sus escritos: “Ahora que sé que tu existes, no puedo sino darte toda mi vida”. Creo que muchos de nosotros hemos sigo testigos del entusiasmo de los recién convertidos en nuestras parroquias y comunidades.

El paso siguiente fue descubrir que este Dios bondadoso y misericordioso tiene un rostro humano: Jesús de Nazaret, despertándose en él un gran deseo de conocerlo, amarlo e imitarlo. Largas horas de contemplación ante el Santísimo Sacramento y de lectura orante del Santo Evangelio, lo fueron modelando a él como otro Cristo. El misterio de la Encarnación lo fascinó: cuanto amor, cuanta humildad la del Hijo de Dios para acercarse a nosotros. EL Hno. Carlos hizo del abajamiento, de la kénosis, el eje de su estilo de vida y de su seguimiento de Jesús y es la razón por la cual Nazaret es su meta. Hizo muchos cambios en su vida religiosa buscando la simplicidad y la pobreza de Nazaret hasta que la encontró.

El Papa Francisco también se ha ido despojando de toda la pompa imperial que se acostumbraba en el Vaticano: dejó el palacio apostólico, los autos blindados, los ropajes elegantes, el trato distante, etc. y nos invita una y otra vez a volver a la sencillez y cercanía del Evangelio.

Es un esfuerzo que también nosotros podemos hacer: gritar el evangelio con nuestra vida, austera, sencilla, cercana, tan impactante en nuestra cultura consumista e individualista.

Finalmente, Carlos de Foucauld descubre la necesidad de la misión y parte hacia las periferias geográficas: el Sahara profundo. Dice en una carta: “Ahora no tengo que llevar esta vida de Nazaret en esa Tierra Santa tan querida. Debo ir hacia las almas más enfermas, hacia las ovejas más abandonadas. Ese divino banquete, del que ahora soy ministro, no es para presentarlo a los hermanos, a los familiares, a los vecinos ricos, sino a los que renguean, a los más ciegos, a los más pobres, a las almas más abandonadas, a los que no tienen sacerdotes”.

(Carta al P. Caron)

¿Cómo no reconocer aquí la sintonía con el llamado del Papa a ser una “Iglesia en salida” hacia las periferias geográficas y existenciales? Lo que era tan propio de los Religiosos y religiosas inspirados en la espiritualidad del Hno. Carlos hoy se hace extensivo a toda la Iglesia y, con su canonización, se valida como un camino de santidad y un signo eficaz de evangelización.

El modo de evangelizar a los musulmanes que descubrió el Hno. Carlos fue su presencia amistosa en medio de ellos, sin palabras, pero con mucha acogida y mucha solidaridad, viendo en cada uno de ellos la presencia de Jesús. “Lo que hiciste al más pequeño de mis hermanos a mí me lo hiciste”. Escribe a un amigo:

“Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos. No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”.

Es lo que él llamaba “el apostolado de la bondad” tan válido hoy también para nosotros en un contexto de creciente secularización y agnosticismo. En su diario de vida escribe:

“Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome deben decirse: ‘Ya que este hombre es tan bueno, su religión debe ser buena’. Y si me preguntan porque soy manso y bueno, debo decir: ‘porque soy el servidor de alguien que es más bueno que yo. Si supieran que bueno es mi maestro Jesús’…. Yo querría ser bastante bueno para que se diga: ‘si así es el servidor, ¿cómo debe ser el Maestro?”

Su bondad era reconocida por todos al punto que la gente empezó a llamar su casa “la fraternidad”. Dice en una carta a su prima María de Bondy:

“Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes judíos, que me miren como a un hermano. Empiezan a llamar mi casa “la fraternidad” y esto me es muy querido”.

Con razón el Papa Francisco termina su Carta sobre la fraternidad y la amistad social, citando a San Carlos de Foucauld:

“Quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld” (FT n. 286).

“El fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: “ruegue para que yo sea realmente el hermano de todos”. Quería ser en definitiva “el hermano universal”. Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén” (FT n. 287).

Fernando Tapia Miranda, pbro.
Miembro del Equipo Internacional
De la Fraternidad Sacerdotal IESUS CARITAS.

Santiago de Chile, 5 de mayo de 2023.

1 Eric Lozada, “El don del hermano Carlos a la Iglesia de hoy”


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Jacques GAILLOT. Testimonio de Jean-François BERJONNEAU

Jacques GAILLOT decía a veces: “Si sólo quedara un sacerdote en la diócesis, lo nombraría capellán de la prisión. Era una prioridad para él.
Fue allí donde vivió esta preferencia evangélica por la oveja descarriada.
Fue allí donde puso en práctica esta audacia de Cristo que consiste en dejar las 99 ovejas del redil para ir en busca de la que se ha extraviado por caminos peligrosos.

Y aceptó que yo asumiera el ministerio de vicario general siendo capellán de prisiones para no perder la relación con los excluidos.
Asimismo, eligió a Roland DOLLÉ como vicario general en relación con su ministerio como capellán del hospital psiquiátrico.
Para él, la prisión era el lugar donde la Iglesia podía estar en contacto directo con el grito de los excluidos, los marginados, los “maltratados por la existencia”, como decía el Abbé Pierre.
Y se dejó tocar por estos gritos.
Y nunca dejó de mostrarles su dignidad a pesar de su duro pasado.
Hemos vivido una hermosa colaboración en este ministerio que consiste en ser testigos de esperanza para aquellos que tanto la necesitan y que a veces piensan que ya no tienen futuro.

Por supuesto, vino a celebrar Misa en las fiestas mayores con esta parroquia intramuros.
Y nos reuníamos por la mañana antes de partir hacia la Maison d’Arrêt en el jardín del obispado a recoger las flores en primavera para decorar la sala que servía de nuestra capilla.
Pero también le gustaba participar en las reuniones de capellanía, escuchar los sufrimientos, los gritos de rebelión, las preguntas abismales de estas personas en espera de juicio.

Y recuerdo que en ciertos momentos salía de la sala de capellanía explicando que no sólo estaba para los muchachos que frecuentaban la capellanía sino también para los demás.
Y acudió con la llave de la capellanía al encuentro de los presos cualquiera que fuera su religión, su origen o el delito cometido en sus celdas.
Allí residía en breves estancias donde podía ejercitar su extraordinaria capacidad de ponerse al alcance de las personas, de comprenderlas y de mostrarles esa amistad que les daba confianza y que le permitía escuchar tantas confidencias.
Y no sólo estaba allí..

También supo mojarse y comprometerse a contribuir a la reinserción de los muchachos que salían de prisión.
Llegó incluso a abrir algunas habitaciones en el segundo piso del obispado para acomodar a los hombres que salían de prisión como parte de la asociación de Pause Café..
No fue fácil porque un día lo llamó un joyero de Évreux a quien uno de sus anfitriones había intentado revender su cruz pectoral que le había robado al obispado.
También llevó esta preocupación en colaboración con asociaciones como Pause café, el abrigo, el hogar, el humanismo, el socorro católico para contribuir en este largo camino del obstáculo que representa la reintegración.

Finalmente, nunca dejó de interpelar a todas las comunidades cristianas reunidas en su diócesis sobre su capacidad de abrirse a estas angustias de los excluidos y de poner en práctica una solidaridad concreta.
Él decía :
“Nuestra Iglesia carece de la pobreza del riesgo.
¿Cuáles son nuestras audacias ahora?
La Iglesia es servidora cuando, en realidad, está del lado de los inmigrantes, de los parados, de los presos, de los excluidos, de las minorías…
La credibilidad obliga a ser veraz en cualquier situación.
Cuando haces cosas, no puedes hacer trampa.
Si la Iglesia no sirve, es inútil”.

Gracias, Jacques, por haber servido a nuestra Iglesia diocesana poniendo a los pobres en el centro de la comunión fraterna.
Contigo hemos comprendido que una Iglesia sólo puede ser fiel a la Buena Noticia de Cristo siendo muy solidaria con todos aquellos a quienes el mundo desatiende.

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