La Eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT

La pandemia de la Covid 19 ha venido a desinstalar en profundidad, en nuestra vida cristiana, la dimensión de la “práctica eucarística”, y en esta gran desinstalación nos encontramos todos iguales.

¿Todos iguales? Sí, porque aunque sea sacerdote, celebrar solo constituye para mí, como para muchos otros, un desafío que experimentaba también a veces, al volver de mis viajes por el Sahara, celebraba solo en el pequeño oratorio de mi obispado. Pero, tengo que decirlo… ¡sin tener nunca el sentimiento de estar completamente solo!

Es verdad que las cosas han cambiado a partir de los “desconfinamientos” pero esta medida no es general en todo el mundo.

Ha habido numerosas reflexiones en la Iglesia sobre el sentido de la celebración eucarística, reavivado por esta ocasión. Más que considerar esta situación sobre todo como una especie de carencia, e incluso de amputación, ¿no sería mejor tomarla como un desafío positivo para nuestra fe?

¿No será la ocasión de poner una mirada nueva sobre una “práctica” que corre siempre el riesgo de gastarse con la costumbre? Sé que me dirijo también a personas que están ya a menudo privadas de una Eucaristía regular: no puedo excluirlas de una nueva mirada sobre su propia realidad. Ellas también tendrían mucho que decirnos.

Quisiera también alertarnos contra una práctica que se puede volver habitual (a menos que no haya otra posibilidad): la de las misas seguidas a través de la pantalla, que pueden individualizar la Eucaristía y hacer de ella un “show” espiritual del que nos volveríamos pronto simples espectadores. Dicho esto, si no disponemos de otro medio, ¿por qué no aprovecharlo? Lo importante es mantener muy viva nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo y a la pequeña célula de este Cuerpo a la que pertenecemos.

Carlos de FOUCAULD en el desierto: una situación que da luz

Para permanecer en el espíritu de Carlos de FOUCAULD, quiero empezar a él: quiso ser sacerdote para ir a compartir ese tesoro que había descubierto y del que se había alimentado durante muchos años.
“Este divino banquete del que iba a ser ministro, había que presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, a los más ciegos, a los más pobres, a los más abandonados por falta de sacerdotes” (A Maxime CARON, Beni-Abbès, 8 de abril de 1905).
¿Qué iba a pasar con esta vocación sacerdotal centrada en la celebración de la Eucaristía, en unas condiciones a menudo precarias e inciertas?

En Beni-Abbès podía celebrar con una cierta facilidad y regularidad debido a la presencia de soldados franceses cristianos. Durante sus viajes acompañado también, ya que podía transportar con él lo que necesitaba para ello.

Si se instalaba en Tamanrasset las cosas se iban a complicar, ya que se iba a encontrar prácticamente solo, sin la presencia de ninguna guarnición militar. Tendría que esperar que pasara un asistente eventual para poder celebrar. Comparte esa duda con su obispo cuando se le ofrece la posibilidad de ir al Hoggar:

“La cuestión que me plantea – es mejor vivir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa o celebrarla y no ir – yo mismo me la he planteado a menudo… creo que es mejor ir a pesar de todo al Hoggar, dejando a Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si así lo quiere (lo que ha hecho siempre hasta ahora por los medios más variados)…” (carta al P. GUÉRIN, 2 de julio de 1907). Y continúa, en la misma carta: “Vivir solo en el país es bueno; hay una acción posible; incluso sin hacer casi nada, porque uno se vuelve “del país”, todo abordable y muy pequeño”.

Finalmente elige la confianza y prefiere residir en el Hoggar, arriesgándose a no poder ni celebrar misa ni adorar el Santísimo. Vivir como Jesús en Nazaret es para él primordial, y la encarnación en ese pueblo le parece lo más importante dentro de la imitación de Jesús. Por ejemplo, no pudo celebrar la misa en la Navidad de 1907, apesadumbrado por no poder ofrecer el Sacrificio del Altar por falta de personas de paso. Cuando llegó el permiso de Roma, a finales de enero de 1908, ¡qué alegría! Pero no podrá a continuación, y durante bastante tiempo, conservar el Santísimo en la capilla; el permiso para esto llegará más tarde.

La situación que estamos viviendo no es pues insólita; de una cierta manera el Hermano Carlos la vivió, y en una soledad profunda; la decisión de entrar en su Familia Espiritual nos marca muy profundamente incluso en este aspecto. Su experiencia nos habla en el seno del despojamiento que podemos experimentar, y puede incluso ser inspiradora para vivir mejor esta “ausencia”.

Pero para esto tenemos que encontrar el sentido de la presencia del “Cuerpo de Cristo”, que no puede ser restringido o incluso “confinado” únicamente en la “Presencia Real” eucarística en el sagrario o en la celebración. El Cuerpo de Cristo tiene dos brazos, tan “sacramentales” uno como otro.

Su Presencia no se limita a la que adoramos o celebramos en el Santísimo Sacramento del Altar, sino que es igual de real en lo que se llama “el Sacramento del Hermano”. Una de ellas se inspira en la Cena, la otra en el Lavatorio de pies. Estamos delante de un único misterio, que no se puede reducir a uno u otro de estos aspectos. Cristo está realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. También está realmente presente en el gesto que hace al lavar los pies de sus discípulos, gesto que significa el Sacramento del Hermano. Se completan, se implican el uno al otro; si el Sacramento es doble, la realidad de la Presencia de Jesús es una: Él no se puede dividir.

Eucaristía y Sacramento del Altar

Volvamos a la institución de la Eucaristía la noche del Jueves Santo: estamos en un momento crucial en que Jesús va a dejar visiblemente esta tierra para ir al encuentro de su Padre, dando la vida, derramando su sangre “para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Lo hará con un gesto que se inscribe en la cena pascual y que va a transmitir a sus Apóstoles, que a su vez lo transmitirán a las generaciones futuras. Os remito al primer relato de la Institución, que nos narra el apóstol Pablo en 1Co 11, 23-26. Así, desde que Jesús se fue de la comunidad apostólica, ésta se encontraba regularmente, “fiel a la fracción del pan” (He 2, 42).Era para responder a su invitación: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Pero se trata de mucho más que de la mera repetición de un ritual litúrgico. Se trata de ir hasta las últimas consecuencias, de seguir a Cristo dando también nosotros la vida para la salvación del mundo, como lo hizo Él. Captamos el carácter muy comprometedor de la Eucaristía, cuya celebración es ineludible en la vida de la Iglesia, desde su nacimiento. Ha adquirido seguramente numerosos aspectos. Al inicio, celebrada en la clandestinidad, bajo forma de liturgia doméstica, luego de manera más abierta cuando la Iglesia pudo vivir en la visibilidad. Estas dos formas continúan bien actuales, según las posibilidades y las situaciones, el tamaño de la comunidad eclesial. La celebración eucarística continúa siendo uno de los pilares de la Iglesia. Más aún, cuando hay en ella hombres y mujeres que se comprometen en una vida consagrada. No se trata de una cuestión de piedad individual, sino del sentido que damos a nuestra vida:

“No es posible vivir nuestra vida de consagradas en el mundo, rodeadas como estamos de todo lo que nos puede ayudar a olvidar al Señor, si no tomamos valerosamente los medios absolutamente esenciales para permanecer fieles. Y el primero de estos medios es el sacrificio de la misa en el cual el Señor de manera visible se nos da para fortificarnos, despojarnos, transformarnos poco a poco en Él” (De Margot PONCET, Junio 1958. Diarios P. 93).

No podemos relativizar la participación en la misa, como si sólo fuera requerida de manera ocasional. Está en verdad en el corazón de nuestras vidas. La adoración eucarística la prolonga y nos lleva a profundizar nuestra pertenencia a Cristo muerto y resucitado, y a la comunidad a la que pertenecemos. Pero participamos también en ella por nuestra Humanidad, como “en embajada”. Toda Eucaristía se celebra “para la gloria de Dios y la salvación del mundo”. Ponemos en la patena el pan de nuestras vidas y vertemos en la copa el vino de nuestras penas y alegrías, es decir, toda la esperanza y todo el sufrimiento de nuestro mundo. Y recibimos a Cristo vivo, entregado en alimento. Conectados con la Comunión de los Santos, esta celebración es ininterrumpida a través del mundo, tanto si podemos participar presencialmente en ella como si no.

Eucaristía y Sacramento del Hermano

El otro brazo de Cristo es tan indispensable como el que acabamos de evocar, es el que nos fue desvelado en el lavatorio de pies, antes de su glorificación (Jn 13). Hay que señalar que la Institución de la Eucaristía no está relatada en el texto de Juan. Es evocada en el “compartir el pan” del capítulo 6. Sin duda la “Fracción del Pan” era frecuente en la Iglesia en esa época tardía del 4º Evangelio, y era necesario proyectar una nueva luz sobre esta otra Presencia Real de Jesús, manifestada a través de nuestro prójimo. ¿Qué dice Jesús después de haber lavado los pies a sus discípulos? “Os he dado un ejemplo, para que hagáis vosotros también como yo he hecho por vosotros” (Jn 13, 15). Esta palabra es como un eco de la que pronuncia en la Institución: “Haced esto en memoria de mi” (Lc 22,19).

Durante la pandemia, la acción caritativa de la Iglesia ha permanecido activa, incluso hubo iglesias que se abrieron para acoger a los pobres y darles ese pan cotidiano indispensable para su vida y la de su familia. Les ayudaron en esto una gran cantidad de voluntarios venidos de horizontes completamente indiferentes a la Iglesia. ¡No podemos decir que esto no tenga nada que ver con la Eucaristía!

En una meditación sobre la “multiplicación de los panes” (Mt 14, 13-21) en el Ángelus del 2 de agosto de este año, el Papa Francisco comenta:

“En este relato evangélico, la referencia a la Eucaristía es evidente, sobre todo cuando describe la bendición, la fracción del pan, la entrega a los discípulos, la distribución al pueblo (v. 19). Es importante observar cuán estrecho es el lazo entre el pan eucarístico, alimento para la vida eterna, y el pan cotidiano, necesario para la vida terrestre. Antes de ofrecerse como Pan de salvación, Jesús cuida del alimento de los que le siguen , y que, para estar con él, han olvidado llevar provisiones. A veces el espíritu y la materia se contraponen, pero en realidad, tanto el espiritualismo como el materialismo son ajenos a la Biblia”.

Carlos de FOUCAULD se sintió muy interpelado por la Eucaristía, y también por la presencia de Jesús en el pobre, el pequeño, el abandonado. Poco tiempo antes de su muerte escribe a Louis MASSIGNON:

“No hay ninguna palabra del Evangelio que haya producido en mí mayor impresión y haya transformado más mi vida que esta: ‘Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis’. Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la boca que dijo: ‘Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre’, ¡con qué fuerza seremos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos pequeños, estos pecadores, estos pobres, ofreciendo todos los medios materiales para alivio de las miserias temporales…” (Tamanrasset, 1 de agosto de 1916)

¡Es esto lo que une el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano! No podemos decir que abrir una iglesia para alimentar a los pobres no tiene nada que ver con la Eucaristía. No podemos decir que un compromiso cristiano en favor del prójimo no está en la línea de una celebración y de una participación en la misa. Los dos brazos de Cristo están unidos uno a otro, inseparables, tanto en la celebración como en el bien que se hace a los demás.

La unidad del Cuerpo de Cristo

Así, no se trata de escoger entre los dos ni de separarlos para privilegiar a uno u otro. Los dos son de cierta manera indispensables para la vida de la comunidad cristiana, para la nuestra y para la vida de nuestro mundo.

El P. René VOILLAUME decía a este respecto en una conferencia en 1970:

“No se puede separar el sacrificio de Cristo de la caridad fraterna, como no se puede separar una raíz de la planta que brota de ella; no se puede separar la adoración de Cristo y la comunión en su misterio que es el Amor encarnado, de la realización de un amor eficaz y fraterno entre los hombres… la caridad cortada de su tronco, que es Cristo, se seca y muere…”

Para decir que separar el sacramento del altar y el sacramento del hermano es inconcebible, ofrezco para terminar a vuestra meditación un fragmento de un sermón de San Juan Crisóstomo (del siglo IV): “¿Quieres venerar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está desnudo. No lo veneres aquí en la iglesia, con tejidos de seda, mientras lo dejas fuera sufrir de frío y de falta de vestidos. Porque aquél que dijo: ‘Este es mi cuerpo’, y que lo realizó al decirlo, es el mismo que dijo: me visteis tener hambre, y no me disteis de comer, y también: cada vez que no lo habéis hecho con estos pequeños, es a mí que no lo habéis hecho. Aquí, el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha solicitud” (Homilía sobre el Evangelio de San Mateo)

Nos corresponde a nosotros, cada uno donde está, cultivar este lazo entre el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano, en las condiciones en que vivimos. ¡Dios no nos pide lo imposible, nos lo da! Pongamos nuestro corazón y nuestra creatividad en alerta para vivir de la presencia de Jesús, y manifestarlo en estos tiempos en que vivimos.

+ Claude RAULT
Febrero 2021

(Claude RAULT, padre blanco, fue obispo de Laghouat, Argelia, y es miembro de la Familia Espiritual de Carlos de FOUCAULD)

PDF: La eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT, esp

Misioneros en la Amazonía como respuesta al pedido del Papa Francisco

Luís Miguel MODINO

Tres misioneros para la diócesis de nuestro hermano Edson DAMIAN, São Gabriel da Cachoeira

El Sínodo para la Amazonia ha contribuido a concienciar sobre la necesidad de la labor misionera en la región amazónica. El Papa Francisco hizo un fuerte llamamiento en este sentido, algo que poco a poco está dando sus frutos. El pasado miércoles, 24 de febrero, llegaron a São Gabriel da Cachoeira, en la Amazonía brasileña, tres sacerdotes que trabajarán como misioneros en la diócesis más indígena de Brasil.

Estamos hablando de una región fronteriza entre Brasil, Colombia y Venezuela, donde los desplazamientos son únicamente por vía aérea y fluvial, un lugar muy remoto, con grandes distancias que dificultan la vida cotidiana y la misión de la Iglesia.

Los misioneros han sido recibidos por la diócesis «con los brazos y el corazón abiertos», según su obispo. Mons. Edson Damian destacó que «es interesante ver cómo Dios ha ido actuando en la vida de cada uno de ellos», Alair Alexandre da Silva, sacerdote del clero de la Archidiócesis de Vitória – ES, Lucio André Pereira, sacerdote de la Diócesis de Registro – SP, y el Padre Luís Carlos Araújo Moraes, Misionero del Sagrado Corazón, congregación que está presente en la Diócesis de São Gabriel da Cachoeira desde hace 23 años.

Los tres llegan con sus respectivas motivaciones y han levantado también sus propias expectativas. Todos ellos sintieron esta llamada misionera hace tiempo, algunos desde el seminario, como afirma el padre Alair. Conoció la Amazonía en sus visitas a la Prelatura de Lábrea, iglesia hermana de la Archidiócesis de Vitoria. Su llegada a São Gabriel da Cachoeira, «un lugar en el que nunca había estado, un lugar que no conocía, nunca se me había pasado por la cabeza estar al servicio de esta Iglesia», fue fruto de una sugerencia del arzobispo de Vitoria, Mons. Dario Campos, que ya conocía São Gabriel.

El padre Alair, que recibió la invitación del arzobispo como una noticia que «cayó en mi corazón con mucha alegría», llega con el deseo de «conocer las comunidades ribereñas, conocer los pueblos indígenas, y aprender de toda esta gente, aprender a vivir la vida de otra manera, aprender a vivir la fe de otra manera, junto a esta gente». Dice que llega «no para traer conocimiento, porque no es esa la intención, sino para aprender con toda esta gente», y así «poder crecer en mi ministerio sirviendo a la gente más sencilla, a la gente más pobre, a una Iglesia centrada en la misión, a una Iglesia que se preocupe de verdad por los que más lo necesitan».

Él, que viene de una realidad y de una Iglesia completamente diferente, insiste en su propósito de «aprender cada vez más y estar, como dice el Papa Francisco, entre los más sencillos, entre los más pobres, buscando vivir con sencillez, buscando vivir con humildad, al servicio de Dios y también de esta gente tan querida, pero que también sufre tanto a lo largo y ancho de este país, por las fechorías de los gobiernos que no se preocupan por quienes deberían preocuparse». Para su nueva misión, el padre Alair pide «que Dios nos ayude, nos fortalezca, para poder seguir en este camino, y así prestar un servicio a Dios y a esta Iglesia aquí en las orillas del Río Negro».

Como parte del Proyecto de Iglesias Hermanas entre los Regionales Sur 1 y Norte 1 de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil – CNBB, que ya ha cumplido 25 años, llega el Padre Lucio André Pereira, quien dice que fue motivado por el Sínodo de la Amazonía y la invitación del Papa Francisco a los sacerdotes para que tengan un corazón despojado para la misión, para ayudar a la Iglesia de la Amazonía. Por eso se pone «al servicio de la Iglesia de São Gabriel en todo lo que necesite, salir al encuentro de la gente, sentir la alegría, pero también sentir juntos la tristeza».

El sacerdote de la Diócesis de Registro espera «poder alimentar la fe de estas personas y alimentar esta fe junto a ellas». Recuerda sus palabras en la misa de envío, donde dijo que «trabajé de camarero, trabajé de ayudante de albañil, trabajé ayudando a mi padre a subir la red, en la pesca, en la playa». De estos trabajos surgen sus expectativas, «ser un sacerdote camarero que sirve la mesa del Evangelio, que sirve la mesa de la gente como Cristo resucitado, vivo, que fortalece la vida». También ser el ayudante del albañil que va llenando y manteniendo llena la caja de cemento para que el pequeño ladrillo de la esperanza, de la alegría, sea siempre asentado. Y el que viene a ayudar a tirar de la red junto con Mons. Edson, junto con los misioneros y las misioneras que ya están aquí. Mi expectativa es ponerme realmente al servicio de esta Iglesia».

Las motivaciones del padre Luís Carlos Araújo Moraes, MSC, tienen que ver con el carisma de su congregación, que le llama a «poder contribuir de alguna manera desde lo que reza mi carisma, que es el carisma de la misericordia, la compasión, la acogida, la escucha, el respeto a las personas, a las realidades, a las culturas”. El religioso, que dice que es la primera vez que va a trabajar en una realidad tan específica, São Gabriel da Cachoeira está considerado como el municipio más indígena de Brasil, ve esto como «una gran riqueza«, afirmando «poder estar orgulloso de esta realidad que, por otra parte, me lleva a sumergirme en mis orígenes indígenas, en mi ser brasileño».

Él, que también dice sentirse tocado por el pedido del Papa Francisco de una mayor sensibilidad hacia los pueblos amazónicos, también quiere, desde lo que es, con sus riquezas y límites, «ser ese corazón de Dios para la gente, en la cercanía, en la escucha, en el servicio gratuito». Movido por el Evangelio, del que quiere ser expresión, el religioso quiere «poder aprender, soltar mi experiencia anterior para abrir mi mente, mi corazón para aprender algo nuevo, para beber de esta fuente que está aquí», una fuente desconocida que espera que le ayude a crecer, a poder mirar hacia un nuevo horizonte, sintiendo que tiene ante sí «una hoja en blanco para escribir una nueva historia, un nuevo momento, con la gente de este lugar».

En cuanto a sus expectativas, espera ser uno «con todas las personas que de alguna manera dan su vida al servicio de esta diócesis». El misionero espera «ser uno más para sumar, para entrar en este círculo de la vida, como nos muestra el tema de la Campaña de la Fraternidad, este círculo que está abierto y vengo a sumar». Al mismo tiempo, espera «aprender a caminar con los que están aquí, que yo pueda contribuir de alguna manera», siendo así «un ingrediente más en la misión, con mi propia forma de ser, que se une a otras vidas de misión».

Mons. Edson Damian agradeció a los obispos que enviaron a los misioneros, a los que considera amigos, «que conocen nuestra realidad y tienen la sensibilidad misionera para responder a la llamada de sus sacerdotes que quieren venir aquí». También agradece a la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón, que atienden la mayor parroquia de São Gabriel da Cachoeira, que abarca toda la periferia de esta ciudad que tanto está creciendo. Todo ello es un motivo, en palabras del obispo, para «dar gracias a Dios, a los obispos que envían a estos misioneros, y más aún a la disponibilidad de estos hermanos que vienen aquí a asumir la misión que Dios les encomienda».

PDF: Misoneros en la Amazonía como respuesta al pedido del papa Francisco

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2021

En estos tiempos tan difíciles para la humanidad, el Papa Francisco ha enviado un mensaje de esperanza, de misericordia y solidaridad en la Cuaresma 2021 que se avecina ya muy pronto.

Te dejamos la carta redactada el 11 de noviembre de 2020 en el día de San Martín de Tours:

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…»
Mateo 20,18

Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo.

En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento.

Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10).

Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19).

Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor.

Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto. En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación.

El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44).

Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223).

A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6).

Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea
grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco

PDF: Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2021

Texto 5. El diálogo en el itinerario espiritual del hermano Carlos. Jean-François BERJONNEAU

Jean-François BERJONNEAU, France

El hermano Carlos vivió sesenta años antes del Concilio Vaticano II.

La noción de diálogo interreligioso tal como la escuchamos hoy en la Iglesia le era totalmente ajena. Aunque creo que fue un precursor de las propuestas del Concilio a la dimensión universal de la misión de la Iglesia. El proceso de diálogo entre los creyentes cristianos y los musulmanes como tal, no entraba en sus categorías. Vivió con la teología de su tiempo en el temor de unirse a los musulmanes para salvar «estas almas ignorantes» haciéndoles conocer a Cristo.

Además, desarrolló su ministerio en un contexto sociopolítico específico. Francia, en su día, extendió su imperio colonial sobre parte de África. Muchos creían en ese momento que estaba haciendo un trabajo civilizador y que podía brindar la educación necesaria para liberar a los pueblos colonizados de la pobreza y la ignorancia. El hermano Carlos se adhirió a este objetivo. Por tanto, no veía en el Islam de su tiempo una religión con consistencia propia, su historia, sus diversas corrientes con algunas de las cuales los cristianos pudieran dialogar.

Si bien el Islam había ejercido sobre él, en un determinado momento de su vida, una cierta fascinación y que el encuentro con los musulmanes constituía para él una etapa significativa en el camino de su conversión, estaría lejos de suscribir esta visión conciliar del Islam según la cual “La Iglesia mira con estima a los musulmanes que adoran al Único Dios, vivo, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló con los hombres…” (Nostra Aetate No. 3). Por tanto, no se sitúa en la problemática teológica del Concilio Vaticano II, que reconoce en las religiones no cristianas la presencia de «semillas de la Palabra» que pueden constituir una base para entablar un diálogo con los creyentes de otra religión.

Sin embargo, me parece que podemos considerar al hermano Carlos como un precursor del diálogo. Porque instituyó con las poblaciones musulmanas que conoció, en particular con los tuareg, un «diálogo de vida» que luego fue presentado por la encíclica «Ecclesiam Suam» del Papa Pablo VI en 1964 como base fundamental de cualquier diálogo: “No podemos salvar al mundo exterior; como la Palabra de Dios que se hizo hombre, debemos asimilar, en cierta medida, las formas de vida de aquellos a quienes queremos llevar el mensaje de Cristo … Debemos compartir usos comunes, siempre que sean humanos y honestos, especialmente los de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Antes incluso de hablar, es necesario escuchar la voz y más aún el corazón del hombre … Debemos hacernos hermanos de los hombres … El clima de diálogo es la amistad ”N ° 87.

Así, el hermano Carlos, dedicando toda su energía y gran parte de su tiempo a aprender el idioma de los tuareg cuya vida compartía, desarrollando conversaciones muy sencillas sobre las realidades de su vida diaria, abriéndose a ellos, la poesía, y así, al intentar comprender la genialidad de este pueblo, supo abrir, mediante el diálogo con sus anfitriones, un clima de confianza hasta el punto en que se convirtió para muchos en «un amigo». Así demostró que la misión de la Iglesia es también la de suscitar hermanos, respetando las diferencias de cultura o religión, como lo hizo posteriormente la Iglesia en muchos países del planeta. fuerte de las propuestas del Concilio Vaticano II.

Por lo tanto, podemos reconocer, para los sacerdotes de la fraternidad sacerdotal Iesus Caritas que somos, que el hermano Carlos nos abrió una espiritualidad de diálogo que aún puede inspirarnos en los encuentros que vivimos no sólo con los musulmanes sino también con todos aquellos que no comparten nuestra fe. Así, el camino de diálogo que abrió con los tuareg se desdobló en varias figuras fundamentales:

  • Supo alejarse de todo para sumergirse en el país de otro. Llevó a cabo este movimiento que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”. Quería ser acogido por estas personas y convertirse en la medida de lo posible en «uno de ellos». E hizo del aprendizaje de su idioma una obra mística, porque fue para él la línea de la encarnación de Cristo en esta humanidad a la que vino a salvar.
  • Aunque su mayor deseo era que los musulmanes se convirtieran a la fe cristiana, nunca ejerció ninguna presión para lograr sus fines. Siempre respetó su libertad. En 1908, reconoció que no haría ninguna conversión y concluyó que probablemente no era la voluntad de Dios. Pero permaneció en medio de este pueblo tuareg en nombre de la alianza que había hecho con ellos, simplemente para avanzar en el camino de la hermandad con ellos.
  • Su objetivo: convertirse en amigo del otro. En una carta que dirigió a un corresponsal, caracterizó así el modo de relación que quería adoptar con los musulmanes que lo rodeaban: “Primero, preparar el terreno en silencio a través de la bondad, el contacto íntimo, ejemplo; amarlos desde el fondo de mi corazón, ser estimado y amado por ellos; De esta manera, romper prejuicios, ganar confianza, adquirir autoridad -esto lleva tiempo- para luego hablar en particular a los más dispuestos, con mucha cautela, poco a poco, de diversas maneras, dando a cada uno según lo que es capaz de hacer. para recibir. «. A falta de poder proclamar explícitamente el Evangelio, él personalmente quiso convertirse en presencia del Evangelio. Esto es lo que quiso decir cuando dijo que quería «clamar el Evangelio no con palabras sino con toda su vida».
  • Pudo adaptarse a la mirada que Dios tiene sobre los musulmanes que conoció. No los vio primero como «infieles» o «incrédulos», sino que, en su deseo de convertirse en un hermano universal, los consideró «hermanos amados, hijos de Dios, almas redimidas por la sangre de Jesús, almas amadas de Jesús ”
  • Manifestó el rostro de una Iglesia diaconal. No solo convivió con ellos, sino que también contribuyó, en la medida de sus posibilidades, a la mejora de sus condiciones de vida y al desarrollo de su país. Luchó contra la esclavitud, luchó contra las enfermedades, introdujo la medicina, nuevas técnicas agrícolas y medios de comunicación en este país tan pobre.
  • Siempre que pudo, abrió un diálogo espiritual con los musulmanes. Por supuesto, no se adhirió en absoluto a la doctrina del Islam. Pero reconoció en ella un punto en común con la fe cristiana: el doble mandamiento de amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Sobre esta base desarrolló numerosos diálogos con sus amigos musulmanes, mostrándoles en diversas circunstancias cómo este doble mando podía desplegarse en sus relaciones cotidianas.
  • Finalmente, y éste no es uno de los elementos menores del diálogo, hizo del misterio pascual el camino real del diálogo. Porque, contemplando constantemente la vida de Cristo en Nazaret, como él, tomó el camino de la humildad, de la pobreza, de la escucha y del morir a sí mismo en el encuentro con el otro. A lo largo de su vida ha manifestado que “no hay amor más grande que dar la vida por los que amas. «

Al presentarse a sí mismo como «un pionero», nos mostró que el diálogo en la vida es parte integral de la misión de la Iglesia.

PDF: Texto 5. El diálogo en el itinerario espiritual del hermano Carlos. Jean-François BERJONNEAU -es

Texto 4. Nuestra forma de evangelizar

Fernando Tapia, Chile

Como sacerdotes diocesanos, compartimos con toda la Iglesia la única misión que ella tiene: evangelizar. El Papa Francisco nos ha dado orientaciones muy claras para hacerlo en su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. Hacemos nuestros todos sus planteamientos e intentamos inspirarnos en ellos para nuestra acción evangelizadora en nuestras parroquias, comunidades, centros de formación cristiana, centros de atención a los más pobres, etc.

Sin embargo, es válida la pregunta si nosotros, como sacerdotes de la Fraternidad IESUS CARITAS, ponemos algunos acentos particulares que nacen del carisma del Hermano Carlos y de nuestra espiritualidad. Creemos que sí y aquí exponemos algunos de esos acentos.

1. EL MISTERIO DE LA ENCARNACION

Nuestro modo de evangelizar está marcado en primer lugar por el misterio de la Encarnación, misterio que fascinó al Hermano Carlos y está en la raíz de su espiritualidad:

“La encarnación tiene su raíz en la bondad de Dios. Pero una cosa aparece, primeramente, tan maravillosa, brillante y asombrosa que brilla como un signo deslumbrador: es la humildad infinita que encierra tal misterio. Dios, el Ser, el Infinito, la Perfección, el Creador, el Omnipotente inmenso, soberano Señor de todo, haciéndose hombre, uniéndose a un alma y a un cuerpo humano y apareciendo en la tierra como un hombre, y el último de los hombres” (EsEs p.49.)

La encarnación se da siempre en un tiempo y en un lugar y cultura determinados. El Hermano Carlos hizo un gran trabajo para conocer la cultura de los tuaregs, su lengua, sus costumbres, su poesía, etc. Nosotros quisiéramos tomar siempre muy en cuenta el contexto histórico, las características del tiempo y la cultura en que evangelizamos, porque estamos convencidos que Dios prolonga su encarnación en cada época y Cristo Resucitado sigue hablándonos desde los signos de los tiempos para invitarnos a construir su Reino de Vida.

Tomando en cuenta que Cristo entra en el mundo por “la puerta de los pobres”, como decía el Obispo Enrique Alvear, también nosotros quisiéramos entrar por esa puerta en nuestra acción evangelizadora y desde ahí proclamar el Evangelio a todos.

2. LAS PERIFERIAS.

Dentro de un espíritu de disponibilidad a nuestros Obispos, quisiéramos tener como prioridad los lugares más abandonados y más lejanos a la Iglesia. Las periferias geográficas o existenciales, como dice el Papa Francisco. Son los lugares de frontera: poblaciones marginales, campos lejanos, campamentos de refugiados, migrantes, adictos, privados de libertad, excluidos en general. Esta cercanía nos permitirá escuchar y atender el grito de los pobres1 que a veces es muy tenue y otras veces impetuoso. Y utilizando medios pobres, básicamente nuestra propia presencia amistosa y misericordiosa.

Nos dice el Hno. Carlos:

“Para mí, buscar siempre el último de los últimos puestos, para ser también pequeño como mi Maestro, para estar con él, marchar tras él, paso a paso, como fiel criado, fiel discípulo y –puesto que, en su bondad infinita, incomprensible, se digna hablar así- como fiel hermano y fiel esposo” (EsEs p.68).

“Este banquete divino, del cual yo soy ministro, es necesario presentarlo no a los hermanos y parientes, a los vecinos ricos, sino a los cojos, a los ciegos, a las almas más abandonadas y faltas de sacerdotes…He solicitado y obtenido permiso para establecerme en el Sahara argelino”. (EsEs p.80).

Si somos enviados a lugares más pudientes, quisiéramos ser agentes de sensibilización social y forjadores de puentes entre los ricos y las realidades de los pobres.

Llegamos como amigos y hermanos de los pobres. Descubrimos a Dios ya presente en sus gritos y aspiraciones. Nosotros, a su vez, dejamos que los pobres nos evangelicen y enriquezcan nuestro ministerio.

3. EL TESTIMONIO PERSONAL

En todo lugar, pero particularmente en los lugares marginalizados, queremos dar prioridad a la evangelización con el testimonio más que con la palabra. Testimonio marcado por la cercanía, la sencillez, la acogida, la bondad, el interés por lo que al otro le sucede, el servicio concreto, la alegría interior. Escribía el Hno. Carlos a un amigo:

“Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos. No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”. (EsEs p.84).

Ya en un retiro de noviembre de 1897, había formulado su manera de evangelizar con esta frase, puesta en la boca de Jesús: “Accede a tu vocación: la de pregonar el Evangelio desde los tejados, no con tu palabra, sino con tu vida”.

Esto no quiere decir que dejemos de lado el ministerio de la Palabra. Sabemos que es parte esencial de nuestra misión para suscitar y alimentar la fe: “la fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). El Concilio Vaticano II lo dice claramente en el decreto sobre “Ministerio y vida de los presbíteros”: “Con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles

4. NUESTRA OPCION POR LA FRATERNIDAD

Desde nuestra opción por la fraternidad, privilegiamos el trabajo en equipo con otros sacerdotes, sean o no de nuestra Fraternidad, con religiosas, con diáconos y con laicos. Queremos ser más hermanos que tiranos, maestros o señores religiosos, como dice el Concilio: “Los presbíteros moran con los demás hombres como hermanos”3. El Hno. Carlos se adelantó en este sentido al Concilio cuando busca y valora el trabajo con laicos:

“Al lado de los sacerdotes, se necesitan Priscilas y Aquilas, que vean a los que el sacerdote no ve, que penetren donde él no puede penetrar, que vayan a los que le huyen, que evangelicen con un contacto bienhechor, con una bondad desbordante sobre todos, un afecto siempre dispuesto a darse, un buen ejemplo que atraiga a los que dan la espalda al sacerdote y les son hostiles por principio”.(desde Assekrem, 3 de mayo de 1912).

Por lo mismo, queremos dar tiempo a la formación de los laicos, al acompañamiento espiritual de ellos y a apoyar la formación de comunidades fraternas, respetando el ritmo propio de cada persona.

Igualmente, creemos en la fraternidad como un modo de vida, una fraternidad universal, que incluye a las personas que no pertenecen a la Iglesia, caracterizada por la amistad, la reciprocidad y el diálogo.

Así mismo, nuestra opción por la fraternidad nos lleva a favorecer la participación de los laicos en la conducción pastoral de nuestras parroquias evitando todo autoritarismo y clericalismo por parte nuestra y toda pasividad por parte de los laicos. La existencia de Consejos Pastorales, Comités de Asuntos Económicos, Equipos para animar las distintas áreas pastorales, Asambleas Parroquiales, Planificación pastoral hecha en conjunto, etc. debieran ser una marca distintiva de las parroquias u otras estructuras pastorales confiadas a nuestro cuidado.

5. VIDA ESPIRITUAL Y EUCARISTICA

Este modo de evangelizar supone una vida espiritual muy profunda en cada uno de nosotros que nos lleve a contemplar a Jesús en los Evangelios para ir configurándonos cada vez más con El, gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros. Él nos capacitará para entrar en la dinámica del descenso, del abajamiento, del despojo, propia del misterio de la Encarnación, dejando muchas cosas por El y por fidelidad al Evangelio: prejuicios, bienes materiales, prestigio, búsqueda de poder, seguridades, etc. Nos dará la libertad interior para encontrar caminos y campos nuevos en la tarea evangelizadora de la Iglesia, siempre buscando la voluntad del Padre, con infinita confianza.

Nuestro impulso misionero, sobre todo para llegar y permanecer en los lugares más difíciles, se sostiene con la celebración de la Eucaristía, la Adoración diaria y con los demás medios de crecimiento espiritual, propios de nuestra Fraternidad. Ellos nos ayudan a tomar conciencia del Amor infinito de Dios por nosotros, de su fidelidad y de su misericordia y nos impulsan a la misión.

La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros un estilo de vida caracterizado por el compartir el pan, las historias personales y la palabra incluso con personas de otras tradiciones de fe.

Una experiencia espiritual similar debemos promover entre los laicos si queremos transformar nuestras parroquias en el sentido misionero que desea el Papa Francisco: una Iglesia en salida que, sin temor a accidentarse o a mancharse con el barro del camino, va en busca de los alejados y los descartados por la sociedad4

La Eucaristía, por otra parte, nos abre a la pertenencia a un Cuerpo eclesial siempre más amplio. Queremos tener mucha conciencia de que la Evangelización es una misión compartida con toda la Iglesia diocesana y universal. Como presbíteros diocesanos queremos ser los primeros en sentirnos parte de un presbiterio, con su Obispo a la cabeza, apoyando la gestación e implementación de proyectos diocesanos al cual nosotros aportamos nuestro carisma y acentuaciones pastorales.

PARA LA REFLEXION PERSONAL Y LA ORACION.

  1. ¿Agregarías algún punto a este esquema?
  2. ¿Está mi estructura pastoral (parroquia, centro de formación, etc.), caminando en esta dirección?
  3. ¿Qué características debieran marcar nuestro estilo de vida personal para ser coherentes con este modo de evangelizar?

PDF: Texto 4 – Nuestro modo de evangelizar – ES

Texto 3. FUNDAMENTOS DE UNA ESPIRITUALIDAD INSPIRADA POR CARLOS DE FOUCAULD

Ab. Nabons-Wendé Honoré SAVADOGO, Burkina Faso

Carlos de FOUCAULD «emprendió un viaje de transformación hasta sentirse hermano de todos los hombres y mujeres. [..] Orientó el deseo del don total de su persona a Dios hacia la identificación con los últimos, los abandonados, en lo profundo del desierto africano. » Fratelli tutti, 286-287

La diversidad de la familia espiritual de Carlos de FOUCAULD es impresionante. Allí encontramos todos los diferentes estados de la vida cristiana: fieles laicos, religiosos y religiosas de vida activa o contemplativa, laicos consagrados, sacerdotes y obispos. Todos ellos logran obtener una inspiración rica y relevante de la experiencia espiritual del hermano Carlos. A menudo nos olvidamos de los no cristianos e incluso de aquellos que no tienen mucha práctica religiosa pero se sienten inspirados por la experiencia de Carlos.
El secreto de una espiritualidad tan profunda y sin fronteras es, ante todo, la fidelidad al Evangelio. Cuanto más de cerca haya vivido la vida de una persona según el evangelio, más atractiva y relevante será para todos los cristianos. Además de esta fidelidad al Evangelio, el hermano Carlos pasó por todos los estados de la vida cristiana: un fiel laico que perdió y redescubrió su fe, un monje contemplativo y ermitaño, un sacerdote “libre” al mismo tiempo, diocesano y “religioso” a su manera, extraordinario misionero. Esta profundidad de la experiencia espiritual de Carlos de FOUCAULD implica la existencia de elementos básicos comunes a todos los que afirman pertenecer a su familia espiritual. Estos elementos no deben faltar en la vida espiritual de quien quiera seguir a Jesús, inspirándose en el modelo foucauldiano.

1. Una espiritualidad del corazón: hacer de la religión el amor

Lo primero y principal es el amor y la misericordia. El corazón, asiento y símbolo del amor, es el emblema del hermano Carlos, elemento central, distintivo y específico de su espiritualidad. Desde su conversión, quiso que su corazón fuera como el de Cristo. A lo largo de su accidentada vida, hizo todo lo que estuvo a su alcance para transformar su corazón y expandirse según los límites infinitos del Sagrado Corazón de Jesús. Este amor insaciable por Dios y los hombres es la razón principal de todos los cambios y transformaciones inesperados en su vida. En su oración, nunca deja de llamar a Jesús para traer su reino de amor al mundo. Conocemos la oración de abandono del hermano Carlos, pero una invocación que acudía a estos labios muy a menudo era: “¡COR IESU sacratissimum, adveniat Regnum tuum! » (¡Sagrado Corazón de Jesús, venga tu reino!). A él mismo le gustaba decir que el fundamento de la religión y la vida espiritual es el corazón y el amor. Lo que escribió en el reglamento de la congregación que quería fundar sigue siendo válido para todos los que quieran seguirlo: «¡Ardemos de amor como el Corazón de Jesús! … amemos a todos los hombres hechos a la imagen de Dios, ¡este Corazón que tanto amó a los hombres! «… Amemos a Dios, en vista de quien debemos amar a los hombres, y a quien sólo debemos amar por sí mismo … ¡Amemos a Dios como el Corazón de Jesús lo ama, tanto como sea posible! «. C. De Foucauld, Règlements et directoire, Nouvelle Cité, Paris 1995, 287. En cuanto al amor, estaba convencido de que se debe amar sin límites y sin restricciones. Dijo: “El amor es perfección; podemos excedernos en todo, excepto en el amor: en el amor nunca podemos llegar lo suficientemente lejos… ” C. De Foucauld, Correspondances sahariennes, Cerf, Paris 1998, 970.

2. La Eucaristía celebrada, adorada y vivida

Podemos tomar prestada la expresión consagrada del Concilio Vaticano II para decir que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la experiencia espiritual de Carlos de FOUCAULD. En esta experiencia espiritual, la presencia de la Eucaristía es fundamental, transversal e inevitable hasta tal punto que se puede decir que su vida se desarrolló como una contemplación única y una experiencia cada vez más profunda de la Eucaristía. La Eucaristía marcó de principio a fin todo lo que vivió espiritualmente: su conversión, su oración, su relación con Jesús, la trayectoria accidentada de su vocación, su pastoral de la bondad, su fraternidad universal, su visión misionera, su presencia en el Sáhara, cada momento de su vida, su muerte …

No se puede ser discípulo del hermano Carlos sin un amor cada vez mayor por Jesús presente en la Eucaristía celebrada y adorada. A pesar de su gran devoción eucarística, nunca dejó de tomar decisiones para amar más la Eucaristía. Como él, también necesitamos renovar constantemente nuestro amor por la Eucaristía. Necesitamos hacer nuestra esta resolución que formuló durante uno de sus muchos retiros espirituales: “Estar al pie del santo sacramento siempre que la voluntad de Dios, es decir, un deber muy cierto. , no me obligues a apartarme de ella… […] – Nunca dejes de recibir la Sagrada Comunión, bajo cualquier pretexto ”. C. de Foucauld, Petit frère de Jésus, 84 ; voir aussi Aux plus petits de mes frères, 141.

3. La fraternidad universal

El bienaventurado Carlos de FOUCAULD encontró en la Eucaristía la fuente de la fraternidad universal. Habiendo percibido claramente que cada ser humano es de una manera u otra, una parte, un miembro del cuerpo eucarístico de Cristo, dedujo de esto la necesidad de amar a todos los hombres sin distinción: “debemos amar a todos los hombres, venerarlos, respetarlos, incomparablemente porque todos son miembros de Jesús, son parte de Jesús… ”. C. de Foucauld, Petit frère de Jésus, 84 ; voir aussi Aux plus petits de mes frères, 141.Considerando también que la Eucaristía es el sacramento en el que el amor de Dios se manifiesta de manera suprema, piensa que su recepción debe hacernos tiernos, buenos y llenos de amor por todos los hombres. El Papa Francisco acaba de darnos al hermano Carlos como modelo de fraternidad y amistad universal en estos términos: Carlos de FOUCAULD «hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos los hombres y mujeres». [..] Orientó el deseo del don total de su persona a Dios hacia la identificación con los últimos, los abandonados, en lo profundo del desierto africano. » Fratelli tutti, 286-287. Un desafío inevitable para cualquier discípulo del hermano Carlos es esta transformación en un hermano universal, luchando sin cesar por un amor sin fronteras para convertirse en un hermano universal de todos los hombres y mujeres.

4. El amor de los más pobres

Para Carlos, la adoración y la ternura que tenemos por el Cuerpo de Cristo tanto en la celebración como en la adoración eucarística debe ser la misma veneración y la misma ternura por los pobres. Tenía el sentimiento de que cada vez que decíamos «éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre», es el mismo Señor quien dijo en la parábola del Juicio Final que todo lo habremos hecho al más pequeño de sus hermanos, se lo hicimos a él. Cuando hizo sus largas exposiciones del Santísimo Sacramento en Beni Abbes y alguien llamó a la puerta, salió del sagrario para ir a encontrarse con la persona que venía a visitarlo. Es el mismo Cristo que encontró en el Santísimo Sacramento el de los pobres que venían a visitarlo. Para quedarse con los más pobres, para llegar a las almas más lejanas, aceptó enormes sacrificios: la soledad, la pobreza, la inseguridad, la imposibilidad de celebrar la Eucaristía …

5. Sobriedad de vida: penitencia, anonadamiento, pobreza, compartir

Para imitar a Jesús en su descenso al último lugar a través de su encarnación y el sacrificio de la cruz, Carlos de FOUCAULD llevó una vida de anonadamiento e intensa mortificación. Aunque en algunos momentos de su vida tuvo que aliviar sus mortificaciones, el hermano Carlos siguió siendo un gran asceta durante toda su vida. La penitencia y la mortificación ya no están siempre presentes en nuestras prácticas espirituales y en nuestro mundo consumista, pero la figura del hermano Carlos nos recuerda constantemente la invitación de Jesús a seguirlo en su descenso a nuestra humanidad y su sacrificio sobre la cruz. ¿Cómo reclamar la propia escuela espiritual sin una cierta dosis de penitencia, o al menos de sobriedad? Necesitamos tanta sobriedad para remar contra la marea del consumismo que tanto desfigura la belleza de nuestro mundo y amenaza con destruir nuestra Madre Tierra. Una espiritualidad de penitencia y sobriedad constituye un verdadero antídoto contra cualquier uso excesivo y abusivo de los bienes que la divina Providencia pone a nuestra disposición.

6. La contemplación de la belleza de Dios en la naturaleza

Decíamos anteriormente que la vida de Carlos se desarrolló como una contemplación continua de la presencia de Jesús en la Eucaristía y en la Sagrada Escritura. Diariamente, Carlos pasaba largas horas contemplando a Dios, mirándolo con amor y ternura en oración. Fue una persona siempre enamorada del esplendor y la belleza del amor infinito de Dios. A pesar de esta intensa vida de contemplación, Carlos no fue indiferente a la naturaleza, también supo encontrar allí el esplendor de la belleza divina. Mantuvo este sentido de la belleza en la creación durante toda su vida. Dijo: “Admiremos las bellezas de la naturaleza, todas tan hermosas y tan buenas, porque son obra de Dios. Inmediatamente nos llevan a admirar y alabar a su autor. Si la naturaleza, el hombre, la virtud, si el alma es tan hermosa, entonces ¡cuán hermosa debe ser la belleza de alguien de quien estas bellezas prestadas no son más que un pálido reflejo! «. (Meditación sobre los Salmos, p. 66 o: Ch. D. Foucauld, Rencontres à themes, Nouvelle Cité 2016. Capítulo: Beauté)

7. Un celo misionero inalterable

La vida espiritual del hermano Carlos estuvo marcada por un inquebrantable celo misionero. En cuanto descubrió su vocación de ser misionero del banquete eucarístico de los más pobres, los más lejanos y los más hambrientos – hoy diríamos los más «periféricos» – no dejó de orar y trabajar por la misión. Para que el Evangelio sea conocido y anunciado, dijo que estaba dispuesto a sacrificarlo todo para “ir al fin del mundo y vivir hasta el último día…” C. De Foucauld, Correspondances sahariennes, 155. Cualquiera que sea la forma que adopte nuestro estado de vida, ¿podemos seguir auténticamente al hermano Carlos, sin querer que el Evangelio y la Eucaristía sean conocidos y amados hasta el fin del mundo?

Para terminar como comenzamos, reafirmemos que con Carlos de FOUCAULD estamos ante una espiritualidad casi inagotable por su conexión directa con el Evangelio. Sólo hemos esbozado algunos de los elementos básicos de su experiencia espiritual. A cada uno le corresponde cuestionar el lugar y la extensión de estos elementos centrales y fundamentales en su vida espiritual personal. Su presencia y su profundización pueden ser un indicio de la autenticidad de nuestra fidelidad a la experiencia espiritual del hermano Carlos.

Ab. SAVADOGO Nabons-Wendé Honoré
Ouahigouya (Burkina Faso), diciembre 2020.

PDF: Texto 3, esp. Fundamentos de una espiritualidad inspirada por Carlos de FOUCAULD. Honoré SAVADOGO es