EL PAPA FRANCISCO EN IRAK. Marzo 2021

Oración que el Papa Francisco rezó en su paso por Ur,
la tierra de Abraham (6 de marzo –mañana-)

Este sábado, antes de culminar el encuentro interreligioso en la llanura de Ur, como parte de su viaje apostólico a Irak, el Papa Francisco participó en el rezo de la “Oración de los hijos de Abraham” junto a representantes de otras religiones.

El Santo Padre viajó este 6 de marzo a la llanura de Ur, en el sur de Irak, lugar que la Biblia registra como la tierra natal de Abraham, para realizar un encuentro interreligioso.

La oración recuerda a Abraham como padre de judíos, cristianos y musulmanes, y pide a Dios que conceda a los creyentes “una fe fuerte, diligente en el bien, una fe que abra nuestros corazones a Ti y a todos nuestros hermanos y hermanas; y una esperanza invencible, capaz de percibir en todas partes la fidelidad de tus promesas”.

Además, pide por todas las personas que han fallecido víctimas de la violencia y de las guerras, por los que siguen secuestrados, y por la protección de las mujeres y los niños.

“Sostiene nuestras manos en la reconstrucción de este país, y concédenos la fuerza necesaria para ayudar a cuantos han tenido que dejar sus casas y sus tierras con vistas a alcanzar seguridad y dignidad, y a comenzar una vida nueva, serena y próspera”, concluye la oración.

A continuación la “Oración de los hijos de Abraham”:

Dios omnipotente, Creador nuestro que amas a la familia humana y a todo lo que han hecho tus manos, nosotros, los hijos e hijas de Abrahán pertenecientes al judaísmo, al cristianismo y al islam, junto a los otros creyentes y a todas las personas de buena voluntad, te agradecemos por habernos dado como padre común en la fe a Abrahán, hijo insigne de esta noble y amada tierra.

Te damos gracias por su ejemplo de hombre de fe que te obedeció hasta el fin, dejando su familia, su tribu y su patria para ir hacia una tierra que no conocía.

También te agradecemos por el ejemplo de valentía, resiliencia y fortaleza, de generosidad y hospitalidad que nuestro padre común en la fe nos ha dado.

Te damos gracias, en particular, por su fe heroica, demostrada por la disponibilidad para sacrificar a su hijo por obedecer tu mandato. Sabemos que era una prueba muy difícil, de la que, no obstante, salió vencedor, porque sin condiciones confió en Ti, que eres misericordioso y abres siempre nuevas posibilidades para volver a empezar.

Te agradecemos porque, bendiciendo a nuestro padre Abrahán, lo has hecho una bendición para todos los pueblos.

Te pedimos, Dios de nuestro padre Abrahán y Dios nuestro, que nos concedas una fe fuerte, diligente en el bien, una fe que abra nuestros corazones a Ti y a todos nuestros hermanos y hermanas; y una esperanza invencible, capaz de percibir en todas partes la fidelidad de tus promesas.

Haz de cada uno de nosotros un testigo de tu cuidado amoroso hacia todos, en particular hacia los refugiados y los desplazados, las viudas y los huérfanos, los pobres y los enfermos.

Abre nuestros corazones al perdón recíproco y haznos instrumentos de reconciliación, constructores de una sociedad más justa y fraterna.

Acoge en tu morada de paz y de luz a todos los difuntos, en particular a las víctimas de la violencia y de las guerras.

Asiste a las autoridades civiles en la búsqueda y el rescate de las personas secuestradas, y en la particular protección de las mujeres y los niños.

Ayúdanos a cuidar el planeta, la casa común que, en tu bondad y generosidad, nos has dado a todos nosotros.

Sostiene nuestras manos en la reconstrucción de este país, y concédenos la fuerza necesaria para ayudar a cuantos han tenido que dejar sus casas y sus tierras con vistas a alcanzar seguridad y dignidad, y a comenzar una vida nueva, serena y próspera. Amén.

Homilía del Papa Francisco en la Misa de rito caldeo en Catedral de San José en Bagdad (6 marzo –tarde-)

La Palabra de Dios nos habla hoy de sabiduría, testimonio y promesas.

La sabiduría ha sido cultivada en estas tierras desde la antigüedad. Su búsqueda ha fascinado al hombre desde siempre; sin embargo, a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado.

Se trata de una desigualdad inaceptable, que hoy se ha ampliado. Pero el Libro de la Sabiduría nos sorprende cambiando la perspectiva. Dice que «el que es pequeño será perdonado por misericordia, pero los poderosos serán examinados con rigor» (Sb 6,6). Para el mundo, quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios, no; quien tiene más, quien tiene poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los últimos son los privilegiados de Dios.

Jesús, la Sabiduría en persona, completa este vuelco en el Evangelio, no en cualquier momento, sino al principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas. El cambio es total. Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados. ¿Cómo es posible? Bienaventurados, para el mundo, son los ricos, los poderosos, los famosos. Vale quien tiene, quien puede y quien cuenta. Pero no para Dios.

Para Él no es más grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado por las multitudes, sino el que es misericordioso con su hermano. A este punto nos puede venir la duda: Si vivo como pide Jesús, ¿qué gano? ¿No corro el riesgo de que los demás me pisoteen? ¿Vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es perdedora? No es perdedora, sino sabía.

La propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence. En la cruz demostró ser más fuerte que el pecado, en el sepulcro venció a la muerte. Es el mismo amor que hizo que los mártires salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más que en los anteriores!

El amor es nuestra fuerza, la fuerza de tantos hermanos y hermanas que aquí también han sufrido prejuicios y ofensas, maltratos y persecuciones por el nombre de Jesús. Pero mientras el poder, la gloria y la vanidad del mundo pasan, el amor permanece, como nos dijo el apóstol Pablo, «no pasa nunca» (I Co 13,8). Vivir las bienaventuranzas, pues, es hacer eterno lo que pasa. Es traer el cielo a la tierra.

Pero, ¿cómo practicamos las bienaventuranzas? Estas no nos piden que hagamos cosas extraordinarias, que realicemos acciones que están por encima de nuestras capacidades. Nos piden un testimonio cotidiano. Bienaventurado es el que vive con mansedumbre, el que practica la misericordia allí donde se encuentra, el que mantiene puro su corazón allí donde vive. Para convertirse en bienaventurado no es necesario ser un héroe de vez en cuando, sino un testigo todos los días.

El testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas. Porque así lo hizo Jesús, viviendo hasta el final lo que había dicho al principio. Se trata de dar testimonio del amor de Jesús, aquella misma caridad que san Pablo describe de manera tan hermosa en la segunda lectura de hoy. Veamos cómo la presenta.

Primero dice que la caridad «es magnánima» (v. 4). No nos esperábamos este adjetivo. El amor parece sinónimo de bondad, de generosidad, de buenas obras, pero Pablo dice que la caridad es ante todo magnánima. Es una palabra que, en la Biblia, habla de la paciencia de Dios.

A lo largo de la historia el hombre ha seguido traicionando la alianza con Él, cayendo en los pecados de siempre y el Señor, en lugar de cansarse y marcharse, siempre ha permanecido fiel, ha perdonado, ha comenzado de nuevo.

La paciencia para comenzar de nuevo es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima, sino que sigue siendo creativo. Ante el mal no se rinde, no se resigna.

Quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la cruz. El testigo de Dios actúa así, no es pasivo, ni fatalista, no vive a merced de las circunstancias, del instinto y del momento, sino que está siempre esperanzado, porque está cimentado en el amor que «siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta» (v. 7).

Podemos preguntarnos: ¿Y yo cómo reacciono ante las situaciones que no van bien? Ante la adversidad hay siempre dos tentaciones. La primera es la huida. Escapar, dar la espalda, no querer saber más. La segunda es reaccionar con rabia, con la fuerza.

Es lo que les ocurrió a los discípulos en Getsemaní; en su desconcierto, muchos huyeron y Pedro tomó la espada. Pero ni la huida ni la espada resolvieron nada. Jesús, en cambio, cambió la historia. ¿Cómo? Con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a hacer; es así como Dios cumple sus promesas.

Promesas. La sabiduría de Jesús, que se encarna en las bienaventuranzas, exige el testimonio y ofrece la recompensa, contenida en las promesas divinas. De hecho, vemos que a cada bienaventuranza sigue una promesa. Quien la vive poseerá el reino de los cielos, será consolado, será saciado, verá a Dios (cf. Mt 5,3-12).

Las promesas de Dios garantizan una alegría sin igual y no defraudan. Pero, ¿cómo se cumplen? A través de nuestras debilidades. Dios hace bienaventurados a los que recorren el camino de su pobreza interior hasta el final. Este es el camino, no hay otro.

Fijémonos en el patriarca Abraham. Dios le promete una gran descendencia, pero él y Sara son ancianos y no tienen hijos. Y es precisamente en su vejez paciente y confiada cuando Dios obra maravillas y les da un hijo. Veamos a Moisés. Dios le promete que liberará al pueblo de la esclavitud y por eso le pide que hable con el faraón. Moisés le dice que no es capaz de hablar, porque es tartamudo; sin embargo, Dios cumplirá la promesa a través de sus palabras.

Fijémonos en la Virgen que, según lo establecido en la ley, no puede tener hijos, y es llamada a ser madre. Y veamos a Pedro, que niega al Señor, y Jesús lo llama para que confirme a sus hermanos. Queridos hermanos y hermanas, a veces podemos sentirnos incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas precisamente a través de nuestras debilidades.

A Él le encanta comportarse así, y esta tarde, ocho veces nos ha dicho ţūb’ā [bienaventurados], para hacernos entender que con Él lo somos realmente. Claro, pasamos por pruebas, caemos a menudo, pero no debemos olvidar que, con Jesús, somos bienaventurados. Todo lo que el mundo nos quita no es nada comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas.

Querida hermana, querido hermano: Tal vez miras tus manos y te parecen vacías, quizás la desconfianza se insinúa en tu corazón y no te sientes recompensado por la vida. Si te sientes así, no temas; las bienaventuranzas son para ti, para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido.

El Señor te promete que tu nombre está escrito en su corazón, en el cielo. Y hoy le doy gracias con ustedes y por ustedes, porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz.

El Papa rezó por víctimas de la guerra en ruinas de Mosul,
la ciudad devastada por ISIS (7 marzo –mañana-)

El encuentro del Papa Francisco con las víctimas de la guerra y de las atrocidades causadas por los terroristas de Estado Islámico era uno de los momentos más esperados del viaje apostólico que el Pontífice está realizando en Irak.

En la mañana del domingo, el Papa llegó a Mosul, ciudad mártir del norte de Irak que durante tres años padeció los crímenes, la violencia y la destrucción sistemática bajo dominio de Estado Islámico. Mosul es la ciudad más grande de la llanura de Nínive.

El Papa se trasladó hasta la conocida como Plaza de las 4 Iglesias, o Hosh al-Bieaa, para presidir la oración de sufragio por las víctimas de la guerra en todo el mundo.

Esta plaza recibe el nombre por la iglesia siro-católica, la iglesia armenio-ortodoxa, la iglesia siro-ortodoxa y la iglesia caldea que la rodean. Los cuatro templos fueron destruidos por ataques terroristas de Estado Islámico entre 2014 y 2017 y desde ahí ISIS grabó un video en el que prometía conquistar Roma y decapitar al Papa Francisco.

Mosul es una antigua ciudad fundada en el siglo VII a.C. que ha tenido gran protagonismo a lo largo de la historia, de la cual son testimonio sus monumentos de época asiria, abasí, mongola y otomana.

Antes de la llegada del Estado Islámico, Mosul era conocida por su bien conservado centro histórico medieval, sus antiguas mezquitas y madrasas, el famoso minarete de al-Hadba de 44 metros de altura, sus iglesias cristianas y su convivencia étnica, religiosa y cultural.

Todo eso se acabó entre julio de 2014 y julio de 2017. Los terroristas del Estado Islámico sometieron la ciudad a sangre y fuego, dejándola completamente devastada.

Los terroristas destruyeron todos los mausoleos de la ciudad, incluido uno atribuido al profeta Jonás, destruyeron las iglesias, el minarete de al-Hadba, destruyeron estatuas antiguas y restos arqueológicos de las civilizaciones mesopotámicas, quemaron más de 100.000 libros de la Biblioteca histórica e, incluso, destruyeron la mezquita de Mur ad-din.

Se calcula que medio millón de personas, entre ellas 120.000 cristianos, huyeron de Mosul ante la conquista del Estado Islámico. La ciudad fue liberada en julio de 2017 tras nueve meses de violentos enfrentamientos bélicos con bombardeos que dejaron la ciudad prácticamente destruida en su totalidad.

Allí, el Santo Padre inauguró una lápida conmemorativa de su visita a Mosul con el siguiente mensaje: “¡Qué bellos son los pies de quienes traen un alegre anuncio de paz!”.

En la placa se explica también que se trata de un monumento “en recuerdo de la visita de Su Santidad, el Papa Francisco, mensajero de paz y de amor fraterno, a la ciudad de Mosul y a la Llanura de Nínive. En este lugar, que los cristianos tuvieron que abandonar obligatoriamente (2003-2017), el Papa rezó por la difusión de la paz y de la justicia, de la coexistencia serena y de la fraternidad entre los hombres”.

En su saludo previo a la oración, el Papa reflexionó sobre la disminución de la población cristiana en Irak y en otros países de Oriente Medio debido a la guerra, a la violencia, la discriminación y los problemas económicos.

El Pontífice afirmó que “la trágica disminución de los discípulos de Cristo, aquí y en todo Oriente Medio, es un daño incalculable no sólo para las personas y las comunidades afectadas, sino para la misma sociedad que dejan atrás”.

“En efecto, un tejido cultural y religioso tan rico de diversidad se debilita con la pérdida de alguno de sus miembros, aunque sea pequeño”, señaló el Papa.

El Santo Padre subrayó que “hoy elevamos nuestras voces en oración a Dios omnipotente por todas las víctimas de la guerra y de los conflictos armados”.

El Papa recordó que “en Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas, musulmanes, cristianos, yazidíes y otros, desalojadas por la fuerza o asesinadas”.

En ese sentido, hizo hincapié en que “a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”.

“Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”, concluyó.

Oración

Antes de pronunciar la oración por todas las víctimas de la guerra en Mosul, en Irak y en todo Oriente Medio, el Papa Francisco presentó tres reflexiones:

En primer lugar, el Papa señaló que “si Dios es el Dios de la vida, y lo es, a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre”.

En segundo lugar, indicó que “si Dios es el Dios de la paz, y lo es, a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre”.

Por último, “si Dios es el Dios del amor, y lo es, a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”.

A continuación, rezó la siguiente oración:

“Dios altísimo, Señor del tiempo y de la historia, tú has creado el mundo por amor y no dejas nunca de derramar tus bendiciones sobre tus criaturas. Tú, más allá del océano del sufrimiento y de la muerte, más allá de las tentaciones de la violencia, de la injusticia y de la ganancia inicua, acompañas a tus hijos y a tus hijas con tierno amor de Padre”.

“Pero nosotros hombres, desagradecidos de tus dones y absortos en nuestras preocupaciones y ambiciones demasiado terrenas, a menudo hemos olvidado tus designios de paz y de armonía. Nos hemos cerrado en nosotros mismos y en nuestros intereses particulares, e indiferentes a Ti y a los demás, hemos atrancado las puertas a la paz. Así se repitió lo que el profeta Jonás oyó decir de Nínive: la maldad de los hombres subió hasta el cielo (cf. Jon 1,2). No elevamos al cielo manos limpias (cf. 1 Tm 2,8), sino que desde la tierra subió una vez más el grito de sangre inocente (cf. Gn 4,10). Los habitantes de Nínive, en el relato de Jonás, escucharon la voz de tu profeta y encontraron salvación en la conversión. También nosotros, Señor, mientras te confiamos a las numerosas víctimas del odio del hombre contra el hombre, invocamos tu perdón y suplicamos la gracia de la conversión”:

“Kyrie eleison. Kyrie eleison. Kyrie eleison”.

“Señor Dios nuestro, en esta ciudad dos símbolos dan testimonio del deseo constante de la humanidad de acercarse a Ti: la mezquita Al Nuri con su alminar Al Hadba y la iglesia de Nuestra Señora de la Hora, con un reloj que desde hace más de cien años recuerda a los transeúntes que la vida es breve y el tiempo precioso. Enséñanos a comprender que Tú nos has confiado tu designio de amor, de paz y de reconciliación para que lo llevemos a cabo en el tiempo, en el breve desarrollo de nuestra vida terrena. Haznos comprender que sólo poniéndolo en práctica sin demoras esta ciudad y este país se podrán reconstruir, y se lograría sanar los corazones destrozados de dolor. Ayúdanos a no emplear el tiempo al servicio de nuestros intereses egoístas, personales o de grupo, sino al servicio de tu designio de amor. Y cuando nos desviemos del camino, haz que podamos escuchar las voces de los verdaderos hombres de Dios y recapacitar durante un tiempo, para que la destrucción y la muerte no nos arruinen de nuevo”.

“Te confiamos a aquellos cuya vida terrena se ha visto abreviada por la mano violenta de sus hermanos, y te suplicamos también por los que han lastimado a sus hermanos y a sus hermanas; que se arrepientan, alcanzados por la fuerza de tu misericordia”.

“Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis”.

“Requiescant in pace. Amen”.

Tras su llegada a Mosul, el Papa se trasladó hasta la conocida como Plaza de las 4 Iglesias, o Hosh al-Bieaa, para presidir la oración de sufragio por las víctimas de la guerra en todo el mundo.

Esta plaza recibe el nombre por la iglesia siro-católica, la iglesia armenio-ortodoxa, la iglesia siro-ortodoxa y la iglesia caldea que la rodean. Los cuatro templos fueron destruidos por ataques terroristas de Estado Islámico entre 2014 y 2017 y desde ahí ISIS grabó un video en el que prometía conquistar Roma y decapitar al Papa Francisco.

El Papa en Irak: Discurso en Qaraqosh
“Catedral de la Inmaculada Concepción”

El 7 de marzo, en su tercer día de visita en Irak, el Papa Francisco se reunió con la comunidad cristiana de Qaraqosh en la Catedral de la Inmaculada Concepción, para hacer un llamado al perdón y asegurar que el terrorismo nunca tiene la última palabra, sino Cristo que venció a la muerte.

A continuación el discurso del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Agradezco al Señor la oportunidad de estar con ustedes esta mañana. He esperado con impaciencia este momento. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Ignace Youssif Younan su saludo, como también a la señora Doha Sabah Abdallah y al padre Ammar Yako por sus testimonios. Mirándolos, veo la diversidad cultural y religiosa de la gente de Qaraqosh, y esto muestra parte de la belleza que vuestra región ofrece al futuro. Vuestra presencia aquí recuerda que la belleza no es monocromática, sino que resplandece por la variedad y las diferencias.

Al mismo tiempo, con mucha tristeza, miramos a nuestro alrededor y percibimos otros signos, los signos del poder destructivo de la violencia, del odio y de la guerra. Cuántas cosas han sido destruidas. Y cuánto debe ser reconstruido. Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso ante la devastación que causa el terrorismo y la guerra podemos ver, con los ojos de la fe, el triunfo de la vida sobre la muerte. Tienen ante ustedes el ejemplo de sus padres y de sus madres en la fe, que adoraron y alabaron a Dios en este lugar. Perseveraron con firme esperanza en su camino terreno, confiando en Dios que nunca defrauda y que siempre nos sostiene con su gracia. La gran herencia espiritual que nos han dejado continúa viviendo en ustedes. Abracen esta herencia. Esta herencia es su fortaleza. Ahora es el momento de reconstruir y volver a empezar, encomendándose a la gracia de Dios, que guía el destino de cada hombre y de todos los pueblos. ¡No están solos! Toda la Iglesia está con ustedes, por medio de la oración y la caridad concreta. Y en esta región muchos les han abierto las puertas en los momentos de necesidad.

Muy queridos: Este es el momento de reconstruir no sólo los edificios, sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos. El profeta Joel dice: «Sus hijos e hijas profetizarán; sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones» (cf. Jl 3,1). Cuando los ancianos y los jóvenes se encuentran, ¿qué es lo que sucede? Los ancianos sueñan, sueñan un futuro para los jóvenes; y los jóvenes pueden recoger estos sueños y profetizar, llevarlos a cabo. Cuando los ancianos y los jóvenes se unen, preservamos y trasmitimos los dones que Dios da. Miremos a nuestros hijos, sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una cultura y una tradición, sino también los frutos vivos de la fe que son las bendiciones de Dios sobre esta tierra. Los animo a no olvidar quiénes son y de dónde vienen, a custodiar los vínculos que los mantienen unidos y a custodiar sus raíces.

Seguramente hay momentos en los que la fe puede vacilar, cuando parece que Dios no ve y no actúa. Esto se confirmó para ustedes durante los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad. En estos momentos, acuérdense de que Jesús está a su lado.

No dejen de soñar. No se rindan, no pierdan la esperanza. Desde el cielo los santos velan sobre nosotros: invoquémoslos y no nos cansemos de pedir su intercesión. Y están también “los santos de la puerta de al lado”, «aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7). Esta tierra está llena de ellos, es una tierra de muchos hombres y mujeres santos. Dejen que los acompañen hacia un futuro mejor, un futuro de esperanza.

Algo que dijo la señora Doha me conmovió; dijo que el perdón es necesario para aquellos que sobrevivieron a los ataques terroristas. Perdón: esta es una palabra clave. El perdón es necesario para permanecer en el amor, para permanecer cristianos. El camino hacia una recuperación total podría ser todavía largo pero les pido, por favor, que no se desanimen. Se necesita capacidad de perdonar y, al mismo tiempo, valentía para luchar. Sé que esto es muy difícil. Pero creemos que Dios puede traer la paz a esta tierra. Nosotros confiamos en Él y, junto con todas las personas de buena voluntad, decimos “no” al terrorismo y a la instrumentalización de la religión.

El padre Ammar, recordando los horrores del terrorismo y de la guerra, agradeció al Señor que siempre los haya sostenido, en los tiempos buenos y en los malos, en la salud y en la enfermedad. La gratitud nace y crece cuando recordamos los dones y las promesas de Dios. La memoria del pasado forja el presente y nos hace avanzar hacia el futuro.

En todo momento, demos gracias a Dios por sus dones y pidámosle que conceda paz, perdón y fraternidad a esta tierra y a su gente. No nos cansemos de rezar por la conversión de los corazones y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y del amor fraterno, que respete las diferencias, las distintas tradiciones religiosas, y que se esfuerce por construir un futuro de unidad y colaboración entre todas las personas de buena voluntad. Un amor fraterno que reconozca «los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer» (Carta enc. Fratelli tutti, 283).

Mientras llegaba con el helicóptero, miré la estatua de la Virgen María colocada sobre esta iglesia de la Inmaculada Concepción, y le confié el renacer de esta ciudad. La Virgen no sólo nos protege desde lo alto, sino que desciende hacia nosotros con ternura maternal. Esta imagen suya incluso ha sido dañada y pisoteada, pero el rostro de la Madre de Dios sigue mirándonos con ternura. Porque así hacen las madres: consuelan, reconfortan, dan vida. Y quisiera agradecer de corazón a todas las madres y las mujeres de este país, mujeres valientes que siguen dando vida, a pesar de los abusos y las heridas. ¡Que las mujeres sean respetadas y defendidas! ¡Que se les brinden cuidados y oportunidades! Y ahora recemos juntos a nuestra Madre, invocando su intercesión por vuestras necesidades y vuestros proyectos. Los pongo a todos bajo su protección. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Homilía del Papa Francisco en la Misa en Erbil,
capital del Kurdistán iraquí [7 marzo 15:00h]

Ex 20, 1-17
Sal 18
I Cor 1,22-25
Jn 2, 13-25

Domingo 3º Cuaresma

El Papa Francisco celebró este domingo 7 de marzo una Misa ante 10.000 personas en el Estadio “Franso Hariri” de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, en la que reconoció: “hoy, puedo ver y sentir que la Iglesia de Irak está viva, que Cristo vive y actúa en este pueblo suyo, santo y fiel”.

“La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, hizo y está haciendo mucho por anunciar esta maravillosa sabiduría de la cruz propagando la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. También en medio de una gran pobreza y dificultad, muchos de ustedes han ofrecido generosamente una ayuda concreta y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Este es uno de los motivos que me han impulsado a venir como peregrino entre ustedes, a agradecerles y confirmarlos en la fe y en el testimonio”, señaló el Papa.

Texto completo de la Homilía del Papa Francisco durante la Misa en Erbil:

San Pablo nos ha recordado que «Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,24). Jesús reveló esta fuerza y esta sabiduría sobre todo con la misericordia y el perdón. No quiso hacerlo con demostraciones de fuerza o imponiendo su voz desde lo alto, ni con largos discursos o exhibiciones de una ciencia incomparable. Lo hizo dando su vida en la cruz. Reveló la sabiduría y la fuerza divina mostrándonos, hasta el final, la fidelidad del amor del Padre; la fidelidad del Dios de la Alianza, que hizo salir a su pueblo de la esclavitud y lo guió por el camino de la libertad (cf. Ex 20,1-2).

Qué fácil es caer en la trampa de pensar que debemos demostrar a los demás que somos fuertes, que somos sabios… En la trampa de fabricarnos falsas imágenes de Dios que nos den seguridad… (cf. Ex 20,4-5). En realidad, es lo contrario, todos necesitamos la fuerza y la sabiduría de Dios revelada por Jesús en la cruz. En el Calvario, Él ofreció al Padre las heridas por las cuales nosotros hemos sido curados (cf. 1 P 2,24).

Aquí en Irak, cuántos de sus hermanos y hermanas, amigos y conciudadanos llevan las heridas de la guerra y de la violencia, heridas visibles e invisibles. La tentación es responder a estos y a otros hechos dolorosos con una fuerza humana, con una sabiduría humana. En cambio, Jesús nos muestra el camino de Dios, el que Él recorrió y en el que nos llama a seguirlo.

En el Evangelio que acabamos de escuchar (Jn 2,13-25), vemos que Jesús echó del Templo de Jerusalén a los cambistas y a todos aquellos que compraban y vendían. ¿Por qué Jesús hizo ese gesto tan fuerte, tan provocador? nos preguntamos. Lo hizo porque el Padre lo mandó a purificar el templo, no sólo el templo de piedra, sino sobre todo el de nuestro corazón. Como Jesús no toleró que la casa de su Padre se convirtiera en un mercado (cf. Jn 2,16), del mismo modo desea que nuestro corazón no sea un lugar de agitación, desorden y confusión.

El corazón se limpia, se ordena, se purifica. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la doblez de la hipocresía; todos las tenemos, todos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que enturbian la vida, la hacen doble. Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento. Necesitamos eliminar de nuestro corazón y de la Iglesia las nefastas sugestiones del poder y del dinero.

Para limpiar el corazón necesitamos ensuciarnos las manos, sentirnos responsables y no quedarnos de brazos cruzados mientras el hermano y la hermana sufren. Pero, ¿cómo purificar el corazón? Solos no somos capaces, necesitamos a Jesús. Él tiene el poder de vencer nuestros males, de curar nuestras enfermedades, de restaurar el templo de nuestro corazón.

Para confirmar esto, como signo de su autoridad dice: «Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo» (v. 19). Jesucristo, sólo Él, puede purificarnos de las obras del mal, Él que murió y resucitó, Él que es el Señor.

Queridos hermanos y hermanas: Dios no nos deja morir en nuestro pecado. Incluso cuando le damos la espalda, no nos abandona a nuestra propia suerte. Nos busca, nos sigue, para llamarnos al arrepentimiento y para purificarnos. «Juro por mi vida -oráculo del Señor Dios- que no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su mala conducta y viva» (33,11). El Señor quiere que nos salvemos y que seamos templos vivos de su amor, en la fraternidad, en el servicio y en la misericordia.

Jesús no sólo nos purifica de nuestros pecados, sino que nos hace partícipes de su misma fuerza y sabiduría. Nos libera de un modo de entender la fe, la familia, la comunidad que divide, que contrapone, que excluye, para que podamos construir una Iglesia y una sociedad abiertas a todos y solícitas hacia nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Y al mismo tiempo nos fortalece, para que sepamos resistir a la tentación de buscar venganza, que nos hunde en una espiral de represalias sin fin.

Con la fuerza del Espíritu Santo nos envía, no a hacer proselitismo, sino como sus discípulos misioneros, hombres y mujeres llamados a testimoniar que el Evangelio tiene el poder de cambiar la vida. El Resucitado nos hace instrumentos de la paz de Dios y de su misericordia, nos hace artesanos pacientes y valientes de un nuevo orden social. Así, por la potencia de Cristo y de su Espíritu, sucede lo que profetizó el apóstol Pablo a los Corintios: «Lo que parece locura en Dios es más sabio que todo lo humano, y lo que parece debilidad en Dios es más fuerte que todo lo humano» (1 Co 1,25). Comunidades cristianas formadas por gente humilde y sencilla se convierten en signo del Reino que llega, Reino de amor, de justicia y de paz.

«Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo» (Jn 2,19). Hablaba del templo de su cuerpo y, por tanto, también de su Iglesia. El Señor nos promete que, con la fuerza de su Resurrección, puede hacernos resurgir a nosotros y a nuestras comunidades de los destrozos provocados por la injusticia, la división y el odio. Es la promesa que celebramos en esta Eucaristía. Con los ojos de la fe, reconocemos la presencia del Señor crucificado y resucitado en medio de nosotros, aprendemos a acoger su sabiduría liberadora, a descansar en sus llagas y a encontrar sanación y fuerza para servir a su Reino que viene a nuestro mundo. Por sus llagas hemos sido curados (cf. 1 P 2,24); en sus heridas, queridos hermanos y hermanas, encontramos el bálsamo de su amor misericordioso; porque Él, Buen Samaritano de la humanidad, desea ungir cada herida, curar cada recuerdo doloroso e inspirar un futuro de paz y de fraternidad en esta tierra.

La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, hizo y está haciendo mucho por anunciar esta maravillosa sabiduría de la cruz propagando la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. También en medio de una gran pobreza y dificultad, muchos de ustedes han ofrecido generosamente una ayuda concreta y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Este es uno de los motivos que me han impulsado a venir como peregrino entre ustedes, a agradecerles y confirmarlos en la fe y en el testimonio. Hoy, puedo ver y sentir que la Iglesia de Irak está viva, que Cristo vive y actúa en este pueblo suyo, santo y fiel.

Queridos hermanos y hermanas: Los encomiendo a ustedes, a sus familias y a sus comunidades, a la materna protección de la Virgen María, que fue asociada a la pasión y a la muerte de su Hijo y participó en la alegría de su resurrección. Que Ella interceda por nosotros y nos lleve a Él, fuerza y sabiduría de Dios.

السلام معكم شكرا لكم
(La Paz con vosotros. Gracias !)

PDF: El Papa Francisco en Irak, marzo 2021

La Eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT

La pandemia de la Covid 19 ha venido a desinstalar en profundidad, en nuestra vida cristiana, la dimensión de la “práctica eucarística”, y en esta gran desinstalación nos encontramos todos iguales.

¿Todos iguales? Sí, porque aunque sea sacerdote, celebrar solo constituye para mí, como para muchos otros, un desafío que experimentaba también a veces, al volver de mis viajes por el Sahara, celebraba solo en el pequeño oratorio de mi obispado. Pero, tengo que decirlo… ¡sin tener nunca el sentimiento de estar completamente solo!

Es verdad que las cosas han cambiado a partir de los “desconfinamientos” pero esta medida no es general en todo el mundo.

Ha habido numerosas reflexiones en la Iglesia sobre el sentido de la celebración eucarística, reavivado por esta ocasión. Más que considerar esta situación sobre todo como una especie de carencia, e incluso de amputación, ¿no sería mejor tomarla como un desafío positivo para nuestra fe?

¿No será la ocasión de poner una mirada nueva sobre una “práctica” que corre siempre el riesgo de gastarse con la costumbre? Sé que me dirijo también a personas que están ya a menudo privadas de una Eucaristía regular: no puedo excluirlas de una nueva mirada sobre su propia realidad. Ellas también tendrían mucho que decirnos.

Quisiera también alertarnos contra una práctica que se puede volver habitual (a menos que no haya otra posibilidad): la de las misas seguidas a través de la pantalla, que pueden individualizar la Eucaristía y hacer de ella un “show” espiritual del que nos volveríamos pronto simples espectadores. Dicho esto, si no disponemos de otro medio, ¿por qué no aprovecharlo? Lo importante es mantener muy viva nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo y a la pequeña célula de este Cuerpo a la que pertenecemos.

Carlos de FOUCAULD en el desierto: una situación que da luz

Para permanecer en el espíritu de Carlos de FOUCAULD, quiero empezar a él: quiso ser sacerdote para ir a compartir ese tesoro que había descubierto y del que se había alimentado durante muchos años.
“Este divino banquete del que iba a ser ministro, había que presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, a los más ciegos, a los más pobres, a los más abandonados por falta de sacerdotes” (A Maxime CARON, Beni-Abbès, 8 de abril de 1905).
¿Qué iba a pasar con esta vocación sacerdotal centrada en la celebración de la Eucaristía, en unas condiciones a menudo precarias e inciertas?

En Beni-Abbès podía celebrar con una cierta facilidad y regularidad debido a la presencia de soldados franceses cristianos. Durante sus viajes acompañado también, ya que podía transportar con él lo que necesitaba para ello.

Si se instalaba en Tamanrasset las cosas se iban a complicar, ya que se iba a encontrar prácticamente solo, sin la presencia de ninguna guarnición militar. Tendría que esperar que pasara un asistente eventual para poder celebrar. Comparte esa duda con su obispo cuando se le ofrece la posibilidad de ir al Hoggar:

“La cuestión que me plantea – es mejor vivir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa o celebrarla y no ir – yo mismo me la he planteado a menudo… creo que es mejor ir a pesar de todo al Hoggar, dejando a Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si así lo quiere (lo que ha hecho siempre hasta ahora por los medios más variados)…” (carta al P. GUÉRIN, 2 de julio de 1907). Y continúa, en la misma carta: “Vivir solo en el país es bueno; hay una acción posible; incluso sin hacer casi nada, porque uno se vuelve “del país”, todo abordable y muy pequeño”.

Finalmente elige la confianza y prefiere residir en el Hoggar, arriesgándose a no poder ni celebrar misa ni adorar el Santísimo. Vivir como Jesús en Nazaret es para él primordial, y la encarnación en ese pueblo le parece lo más importante dentro de la imitación de Jesús. Por ejemplo, no pudo celebrar la misa en la Navidad de 1907, apesadumbrado por no poder ofrecer el Sacrificio del Altar por falta de personas de paso. Cuando llegó el permiso de Roma, a finales de enero de 1908, ¡qué alegría! Pero no podrá a continuación, y durante bastante tiempo, conservar el Santísimo en la capilla; el permiso para esto llegará más tarde.

La situación que estamos viviendo no es pues insólita; de una cierta manera el Hermano Carlos la vivió, y en una soledad profunda; la decisión de entrar en su Familia Espiritual nos marca muy profundamente incluso en este aspecto. Su experiencia nos habla en el seno del despojamiento que podemos experimentar, y puede incluso ser inspiradora para vivir mejor esta “ausencia”.

Pero para esto tenemos que encontrar el sentido de la presencia del “Cuerpo de Cristo”, que no puede ser restringido o incluso “confinado” únicamente en la “Presencia Real” eucarística en el sagrario o en la celebración. El Cuerpo de Cristo tiene dos brazos, tan “sacramentales” uno como otro.

Su Presencia no se limita a la que adoramos o celebramos en el Santísimo Sacramento del Altar, sino que es igual de real en lo que se llama “el Sacramento del Hermano”. Una de ellas se inspira en la Cena, la otra en el Lavatorio de pies. Estamos delante de un único misterio, que no se puede reducir a uno u otro de estos aspectos. Cristo está realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. También está realmente presente en el gesto que hace al lavar los pies de sus discípulos, gesto que significa el Sacramento del Hermano. Se completan, se implican el uno al otro; si el Sacramento es doble, la realidad de la Presencia de Jesús es una: Él no se puede dividir.

Eucaristía y Sacramento del Altar

Volvamos a la institución de la Eucaristía la noche del Jueves Santo: estamos en un momento crucial en que Jesús va a dejar visiblemente esta tierra para ir al encuentro de su Padre, dando la vida, derramando su sangre “para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Lo hará con un gesto que se inscribe en la cena pascual y que va a transmitir a sus Apóstoles, que a su vez lo transmitirán a las generaciones futuras. Os remito al primer relato de la Institución, que nos narra el apóstol Pablo en 1Co 11, 23-26. Así, desde que Jesús se fue de la comunidad apostólica, ésta se encontraba regularmente, “fiel a la fracción del pan” (He 2, 42).Era para responder a su invitación: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Pero se trata de mucho más que de la mera repetición de un ritual litúrgico. Se trata de ir hasta las últimas consecuencias, de seguir a Cristo dando también nosotros la vida para la salvación del mundo, como lo hizo Él. Captamos el carácter muy comprometedor de la Eucaristía, cuya celebración es ineludible en la vida de la Iglesia, desde su nacimiento. Ha adquirido seguramente numerosos aspectos. Al inicio, celebrada en la clandestinidad, bajo forma de liturgia doméstica, luego de manera más abierta cuando la Iglesia pudo vivir en la visibilidad. Estas dos formas continúan bien actuales, según las posibilidades y las situaciones, el tamaño de la comunidad eclesial. La celebración eucarística continúa siendo uno de los pilares de la Iglesia. Más aún, cuando hay en ella hombres y mujeres que se comprometen en una vida consagrada. No se trata de una cuestión de piedad individual, sino del sentido que damos a nuestra vida:

“No es posible vivir nuestra vida de consagradas en el mundo, rodeadas como estamos de todo lo que nos puede ayudar a olvidar al Señor, si no tomamos valerosamente los medios absolutamente esenciales para permanecer fieles. Y el primero de estos medios es el sacrificio de la misa en el cual el Señor de manera visible se nos da para fortificarnos, despojarnos, transformarnos poco a poco en Él” (De Margot PONCET, Junio 1958. Diarios P. 93).

No podemos relativizar la participación en la misa, como si sólo fuera requerida de manera ocasional. Está en verdad en el corazón de nuestras vidas. La adoración eucarística la prolonga y nos lleva a profundizar nuestra pertenencia a Cristo muerto y resucitado, y a la comunidad a la que pertenecemos. Pero participamos también en ella por nuestra Humanidad, como “en embajada”. Toda Eucaristía se celebra “para la gloria de Dios y la salvación del mundo”. Ponemos en la patena el pan de nuestras vidas y vertemos en la copa el vino de nuestras penas y alegrías, es decir, toda la esperanza y todo el sufrimiento de nuestro mundo. Y recibimos a Cristo vivo, entregado en alimento. Conectados con la Comunión de los Santos, esta celebración es ininterrumpida a través del mundo, tanto si podemos participar presencialmente en ella como si no.

Eucaristía y Sacramento del Hermano

El otro brazo de Cristo es tan indispensable como el que acabamos de evocar, es el que nos fue desvelado en el lavatorio de pies, antes de su glorificación (Jn 13). Hay que señalar que la Institución de la Eucaristía no está relatada en el texto de Juan. Es evocada en el “compartir el pan” del capítulo 6. Sin duda la “Fracción del Pan” era frecuente en la Iglesia en esa época tardía del 4º Evangelio, y era necesario proyectar una nueva luz sobre esta otra Presencia Real de Jesús, manifestada a través de nuestro prójimo. ¿Qué dice Jesús después de haber lavado los pies a sus discípulos? “Os he dado un ejemplo, para que hagáis vosotros también como yo he hecho por vosotros” (Jn 13, 15). Esta palabra es como un eco de la que pronuncia en la Institución: “Haced esto en memoria de mi” (Lc 22,19).

Durante la pandemia, la acción caritativa de la Iglesia ha permanecido activa, incluso hubo iglesias que se abrieron para acoger a los pobres y darles ese pan cotidiano indispensable para su vida y la de su familia. Les ayudaron en esto una gran cantidad de voluntarios venidos de horizontes completamente indiferentes a la Iglesia. ¡No podemos decir que esto no tenga nada que ver con la Eucaristía!

En una meditación sobre la “multiplicación de los panes” (Mt 14, 13-21) en el Ángelus del 2 de agosto de este año, el Papa Francisco comenta:

“En este relato evangélico, la referencia a la Eucaristía es evidente, sobre todo cuando describe la bendición, la fracción del pan, la entrega a los discípulos, la distribución al pueblo (v. 19). Es importante observar cuán estrecho es el lazo entre el pan eucarístico, alimento para la vida eterna, y el pan cotidiano, necesario para la vida terrestre. Antes de ofrecerse como Pan de salvación, Jesús cuida del alimento de los que le siguen , y que, para estar con él, han olvidado llevar provisiones. A veces el espíritu y la materia se contraponen, pero en realidad, tanto el espiritualismo como el materialismo son ajenos a la Biblia”.

Carlos de FOUCAULD se sintió muy interpelado por la Eucaristía, y también por la presencia de Jesús en el pobre, el pequeño, el abandonado. Poco tiempo antes de su muerte escribe a Louis MASSIGNON:

“No hay ninguna palabra del Evangelio que haya producido en mí mayor impresión y haya transformado más mi vida que esta: ‘Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis’. Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la boca que dijo: ‘Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre’, ¡con qué fuerza seremos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos pequeños, estos pecadores, estos pobres, ofreciendo todos los medios materiales para alivio de las miserias temporales…” (Tamanrasset, 1 de agosto de 1916)

¡Es esto lo que une el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano! No podemos decir que abrir una iglesia para alimentar a los pobres no tiene nada que ver con la Eucaristía. No podemos decir que un compromiso cristiano en favor del prójimo no está en la línea de una celebración y de una participación en la misa. Los dos brazos de Cristo están unidos uno a otro, inseparables, tanto en la celebración como en el bien que se hace a los demás.

La unidad del Cuerpo de Cristo

Así, no se trata de escoger entre los dos ni de separarlos para privilegiar a uno u otro. Los dos son de cierta manera indispensables para la vida de la comunidad cristiana, para la nuestra y para la vida de nuestro mundo.

El P. René VOILLAUME decía a este respecto en una conferencia en 1970:

“No se puede separar el sacrificio de Cristo de la caridad fraterna, como no se puede separar una raíz de la planta que brota de ella; no se puede separar la adoración de Cristo y la comunión en su misterio que es el Amor encarnado, de la realización de un amor eficaz y fraterno entre los hombres… la caridad cortada de su tronco, que es Cristo, se seca y muere…”

Para decir que separar el sacramento del altar y el sacramento del hermano es inconcebible, ofrezco para terminar a vuestra meditación un fragmento de un sermón de San Juan Crisóstomo (del siglo IV): “¿Quieres venerar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está desnudo. No lo veneres aquí en la iglesia, con tejidos de seda, mientras lo dejas fuera sufrir de frío y de falta de vestidos. Porque aquél que dijo: ‘Este es mi cuerpo’, y que lo realizó al decirlo, es el mismo que dijo: me visteis tener hambre, y no me disteis de comer, y también: cada vez que no lo habéis hecho con estos pequeños, es a mí que no lo habéis hecho. Aquí, el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha solicitud” (Homilía sobre el Evangelio de San Mateo)

Nos corresponde a nosotros, cada uno donde está, cultivar este lazo entre el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano, en las condiciones en que vivimos. ¡Dios no nos pide lo imposible, nos lo da! Pongamos nuestro corazón y nuestra creatividad en alerta para vivir de la presencia de Jesús, y manifestarlo en estos tiempos en que vivimos.

+ Claude RAULT
Febrero 2021

(Claude RAULT, padre blanco, fue obispo de Laghouat, Argelia, y es miembro de la Familia Espiritual de Carlos de FOUCAULD)

PDF: La eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT, esp

Misioneros en la Amazonía como respuesta al pedido del Papa Francisco

Luís Miguel MODINO

Tres misioneros para la diócesis de nuestro hermano Edson DAMIAN, São Gabriel da Cachoeira

El Sínodo para la Amazonia ha contribuido a concienciar sobre la necesidad de la labor misionera en la región amazónica. El Papa Francisco hizo un fuerte llamamiento en este sentido, algo que poco a poco está dando sus frutos. El pasado miércoles, 24 de febrero, llegaron a São Gabriel da Cachoeira, en la Amazonía brasileña, tres sacerdotes que trabajarán como misioneros en la diócesis más indígena de Brasil.

Estamos hablando de una región fronteriza entre Brasil, Colombia y Venezuela, donde los desplazamientos son únicamente por vía aérea y fluvial, un lugar muy remoto, con grandes distancias que dificultan la vida cotidiana y la misión de la Iglesia.

Los misioneros han sido recibidos por la diócesis “con los brazos y el corazón abiertos”, según su obispo. Mons. Edson Damian destacó que “es interesante ver cómo Dios ha ido actuando en la vida de cada uno de ellos”, Alair Alexandre da Silva, sacerdote del clero de la Archidiócesis de Vitória – ES, Lucio André Pereira, sacerdote de la Diócesis de Registro – SP, y el Padre Luís Carlos Araújo Moraes, Misionero del Sagrado Corazón, congregación que está presente en la Diócesis de São Gabriel da Cachoeira desde hace 23 años.

Los tres llegan con sus respectivas motivaciones y han levantado también sus propias expectativas. Todos ellos sintieron esta llamada misionera hace tiempo, algunos desde el seminario, como afirma el padre Alair. Conoció la Amazonía en sus visitas a la Prelatura de Lábrea, iglesia hermana de la Archidiócesis de Vitoria. Su llegada a São Gabriel da Cachoeira, “un lugar en el que nunca había estado, un lugar que no conocía, nunca se me había pasado por la cabeza estar al servicio de esta Iglesia”, fue fruto de una sugerencia del arzobispo de Vitoria, Mons. Dario Campos, que ya conocía São Gabriel.

El padre Alair, que recibió la invitación del arzobispo como una noticia que “cayó en mi corazón con mucha alegría”, llega con el deseo de “conocer las comunidades ribereñas, conocer los pueblos indígenas, y aprender de toda esta gente, aprender a vivir la vida de otra manera, aprender a vivir la fe de otra manera, junto a esta gente”. Dice que llega “no para traer conocimiento, porque no es esa la intención, sino para aprender con toda esta gente”, y así “poder crecer en mi ministerio sirviendo a la gente más sencilla, a la gente más pobre, a una Iglesia centrada en la misión, a una Iglesia que se preocupe de verdad por los que más lo necesitan”.

Él, que viene de una realidad y de una Iglesia completamente diferente, insiste en su propósito de “aprender cada vez más y estar, como dice el Papa Francisco, entre los más sencillos, entre los más pobres, buscando vivir con sencillez, buscando vivir con humildad, al servicio de Dios y también de esta gente tan querida, pero que también sufre tanto a lo largo y ancho de este país, por las fechorías de los gobiernos que no se preocupan por quienes deberían preocuparse”. Para su nueva misión, el padre Alair pide “que Dios nos ayude, nos fortalezca, para poder seguir en este camino, y así prestar un servicio a Dios y a esta Iglesia aquí en las orillas del Río Negro”.

Como parte del Proyecto de Iglesias Hermanas entre los Regionales Sur 1 y Norte 1 de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil – CNBB, que ya ha cumplido 25 años, llega el Padre Lucio André Pereira, quien dice que fue motivado por el Sínodo de la Amazonía y la invitación del Papa Francisco a los sacerdotes para que tengan un corazón despojado para la misión, para ayudar a la Iglesia de la Amazonía. Por eso se pone “al servicio de la Iglesia de São Gabriel en todo lo que necesite, salir al encuentro de la gente, sentir la alegría, pero también sentir juntos la tristeza”.

El sacerdote de la Diócesis de Registro espera “poder alimentar la fe de estas personas y alimentar esta fe junto a ellas”. Recuerda sus palabras en la misa de envío, donde dijo que “trabajé de camarero, trabajé de ayudante de albañil, trabajé ayudando a mi padre a subir la red, en la pesca, en la playa”. De estos trabajos surgen sus expectativas, “ser un sacerdote camarero que sirve la mesa del Evangelio, que sirve la mesa de la gente como Cristo resucitado, vivo, que fortalece la vida”. También ser el ayudante del albañil que va llenando y manteniendo llena la caja de cemento para que el pequeño ladrillo de la esperanza, de la alegría, sea siempre asentado. Y el que viene a ayudar a tirar de la red junto con Mons. Edson, junto con los misioneros y las misioneras que ya están aquí. Mi expectativa es ponerme realmente al servicio de esta Iglesia”.

Las motivaciones del padre Luís Carlos Araújo Moraes, MSC, tienen que ver con el carisma de su congregación, que le llama a “poder contribuir de alguna manera desde lo que reza mi carisma, que es el carisma de la misericordia, la compasión, la acogida, la escucha, el respeto a las personas, a las realidades, a las culturas”. El religioso, que dice que es la primera vez que va a trabajar en una realidad tan específica, São Gabriel da Cachoeira está considerado como el municipio más indígena de Brasil, ve esto como “una gran riqueza“, afirmando “poder estar orgulloso de esta realidad que, por otra parte, me lleva a sumergirme en mis orígenes indígenas, en mi ser brasileño”.

Él, que también dice sentirse tocado por el pedido del Papa Francisco de una mayor sensibilidad hacia los pueblos amazónicos, también quiere, desde lo que es, con sus riquezas y límites, “ser ese corazón de Dios para la gente, en la cercanía, en la escucha, en el servicio gratuito”. Movido por el Evangelio, del que quiere ser expresión, el religioso quiere “poder aprender, soltar mi experiencia anterior para abrir mi mente, mi corazón para aprender algo nuevo, para beber de esta fuente que está aquí”, una fuente desconocida que espera que le ayude a crecer, a poder mirar hacia un nuevo horizonte, sintiendo que tiene ante sí “una hoja en blanco para escribir una nueva historia, un nuevo momento, con la gente de este lugar”.

En cuanto a sus expectativas, espera ser uno “con todas las personas que de alguna manera dan su vida al servicio de esta diócesis”. El misionero espera “ser uno más para sumar, para entrar en este círculo de la vida, como nos muestra el tema de la Campaña de la Fraternidad, este círculo que está abierto y vengo a sumar”. Al mismo tiempo, espera “aprender a caminar con los que están aquí, que yo pueda contribuir de alguna manera”, siendo así “un ingrediente más en la misión, con mi propia forma de ser, que se une a otras vidas de misión”.

Mons. Edson Damian agradeció a los obispos que enviaron a los misioneros, a los que considera amigos, “que conocen nuestra realidad y tienen la sensibilidad misionera para responder a la llamada de sus sacerdotes que quieren venir aquí”. También agradece a la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón, que atienden la mayor parroquia de São Gabriel da Cachoeira, que abarca toda la periferia de esta ciudad que tanto está creciendo. Todo ello es un motivo, en palabras del obispo, para “dar gracias a Dios, a los obispos que envían a estos misioneros, y más aún a la disponibilidad de estos hermanos que vienen aquí a asumir la misión que Dios les encomienda”.

PDF: Misoneros en la Amazonía como respuesta al pedido del papa Francisco

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2021

En estos tiempos tan difíciles para la humanidad, el Papa Francisco ha enviado un mensaje de esperanza, de misericordia y solidaridad en la Cuaresma 2021 que se avecina ya muy pronto.

Te dejamos la carta redactada el 11 de noviembre de 2020 en el día de San Martín de Tours:

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…»
Mateo 20,18

Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo.

En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento.

Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10).

Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19).

Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor.

Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto. En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación.

El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44).

Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223).

A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6).

Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea
grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco

PDF: Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2021

Texto 5. El diálogo en el itinerario espiritual del hermano Carlos. Jean-François BERJONNEAU

Jean-François BERJONNEAU, France

El hermano Carlos vivió sesenta años antes del Concilio Vaticano II.

La noción de diálogo interreligioso tal como la escuchamos hoy en la Iglesia le era totalmente ajena. Aunque creo que fue un precursor de las propuestas del Concilio a la dimensión universal de la misión de la Iglesia. El proceso de diálogo entre los creyentes cristianos y los musulmanes como tal, no entraba en sus categorías. Vivió con la teología de su tiempo en el temor de unirse a los musulmanes para salvar “estas almas ignorantes” haciéndoles conocer a Cristo.

Además, desarrolló su ministerio en un contexto sociopolítico específico. Francia, en su día, extendió su imperio colonial sobre parte de África. Muchos creían en ese momento que estaba haciendo un trabajo civilizador y que podía brindar la educación necesaria para liberar a los pueblos colonizados de la pobreza y la ignorancia. El hermano Carlos se adhirió a este objetivo. Por tanto, no veía en el Islam de su tiempo una religión con consistencia propia, su historia, sus diversas corrientes con algunas de las cuales los cristianos pudieran dialogar.

Si bien el Islam había ejercido sobre él, en un determinado momento de su vida, una cierta fascinación y que el encuentro con los musulmanes constituía para él una etapa significativa en el camino de su conversión, estaría lejos de suscribir esta visión conciliar del Islam según la cual “La Iglesia mira con estima a los musulmanes que adoran al Único Dios, vivo, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló con los hombres…” (Nostra Aetate No. 3). Por tanto, no se sitúa en la problemática teológica del Concilio Vaticano II, que reconoce en las religiones no cristianas la presencia de “semillas de la Palabra” que pueden constituir una base para entablar un diálogo con los creyentes de otra religión.

Sin embargo, me parece que podemos considerar al hermano Carlos como un precursor del diálogo. Porque instituyó con las poblaciones musulmanas que conoció, en particular con los tuareg, un “diálogo de vida” que luego fue presentado por la encíclica “Ecclesiam Suam” del Papa Pablo VI en 1964 como base fundamental de cualquier diálogo: “No podemos salvar al mundo exterior; como la Palabra de Dios que se hizo hombre, debemos asimilar, en cierta medida, las formas de vida de aquellos a quienes queremos llevar el mensaje de Cristo … Debemos compartir usos comunes, siempre que sean humanos y honestos, especialmente los de los más pequeños, si queremos ser escuchados y comprendidos. Antes incluso de hablar, es necesario escuchar la voz y más aún el corazón del hombre … Debemos hacernos hermanos de los hombres … El clima de diálogo es la amistad ”N ° 87.

Así, el hermano Carlos, dedicando toda su energía y gran parte de su tiempo a aprender el idioma de los tuareg cuya vida compartía, desarrollando conversaciones muy sencillas sobre las realidades de su vida diaria, abriéndose a ellos, la poesía, y así, al intentar comprender la genialidad de este pueblo, supo abrir, mediante el diálogo con sus anfitriones, un clima de confianza hasta el punto en que se convirtió para muchos en “un amigo”. Así demostró que la misión de la Iglesia es también la de suscitar hermanos, respetando las diferencias de cultura o religión, como lo hizo posteriormente la Iglesia en muchos países del planeta. fuerte de las propuestas del Concilio Vaticano II.

Por lo tanto, podemos reconocer, para los sacerdotes de la fraternidad sacerdotal Iesus Caritas que somos, que el hermano Carlos nos abrió una espiritualidad de diálogo que aún puede inspirarnos en los encuentros que vivimos no sólo con los musulmanes sino también con todos aquellos que no comparten nuestra fe. Así, el camino de diálogo que abrió con los tuareg se desdobló en varias figuras fundamentales:

  • Supo alejarse de todo para sumergirse en el país de otro. Llevó a cabo este movimiento que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”. Quería ser acogido por estas personas y convertirse en la medida de lo posible en “uno de ellos”. E hizo del aprendizaje de su idioma una obra mística, porque fue para él la línea de la encarnación de Cristo en esta humanidad a la que vino a salvar.
  • Aunque su mayor deseo era que los musulmanes se convirtieran a la fe cristiana, nunca ejerció ninguna presión para lograr sus fines. Siempre respetó su libertad. En 1908, reconoció que no haría ninguna conversión y concluyó que probablemente no era la voluntad de Dios. Pero permaneció en medio de este pueblo tuareg en nombre de la alianza que había hecho con ellos, simplemente para avanzar en el camino de la hermandad con ellos.
  • Su objetivo: convertirse en amigo del otro. En una carta que dirigió a un corresponsal, caracterizó así el modo de relación que quería adoptar con los musulmanes que lo rodeaban: “Primero, preparar el terreno en silencio a través de la bondad, el contacto íntimo, ejemplo; amarlos desde el fondo de mi corazón, ser estimado y amado por ellos; De esta manera, romper prejuicios, ganar confianza, adquirir autoridad -esto lleva tiempo- para luego hablar en particular a los más dispuestos, con mucha cautela, poco a poco, de diversas maneras, dando a cada uno según lo que es capaz de hacer. para recibir. “. A falta de poder proclamar explícitamente el Evangelio, él personalmente quiso convertirse en presencia del Evangelio. Esto es lo que quiso decir cuando dijo que quería “clamar el Evangelio no con palabras sino con toda su vida”.
  • Pudo adaptarse a la mirada que Dios tiene sobre los musulmanes que conoció. No los vio primero como “infieles” o “incrédulos”, sino que, en su deseo de convertirse en un hermano universal, los consideró “hermanos amados, hijos de Dios, almas redimidas por la sangre de Jesús, almas amadas de Jesús ”
  • Manifestó el rostro de una Iglesia diaconal. No solo convivió con ellos, sino que también contribuyó, en la medida de sus posibilidades, a la mejora de sus condiciones de vida y al desarrollo de su país. Luchó contra la esclavitud, luchó contra las enfermedades, introdujo la medicina, nuevas técnicas agrícolas y medios de comunicación en este país tan pobre.
  • Siempre que pudo, abrió un diálogo espiritual con los musulmanes. Por supuesto, no se adhirió en absoluto a la doctrina del Islam. Pero reconoció en ella un punto en común con la fe cristiana: el doble mandamiento de amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Sobre esta base desarrolló numerosos diálogos con sus amigos musulmanes, mostrándoles en diversas circunstancias cómo este doble mando podía desplegarse en sus relaciones cotidianas.
  • Finalmente, y éste no es uno de los elementos menores del diálogo, hizo del misterio pascual el camino real del diálogo. Porque, contemplando constantemente la vida de Cristo en Nazaret, como él, tomó el camino de la humildad, de la pobreza, de la escucha y del morir a sí mismo en el encuentro con el otro. A lo largo de su vida ha manifestado que “no hay amor más grande que dar la vida por los que amas. “

Al presentarse a sí mismo como “un pionero”, nos mostró que el diálogo en la vida es parte integral de la misión de la Iglesia.

PDF: Texto 5. El diálogo en el itinerario espiritual del hermano Carlos. Jean-François BERJONNEAU -es

Texto 4. Nuestra forma de evangelizar

Fernando Tapia, Chile

Como sacerdotes diocesanos, compartimos con toda la Iglesia la única misión que ella tiene: evangelizar. El Papa Francisco nos ha dado orientaciones muy claras para hacerlo en su Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”. Hacemos nuestros todos sus planteamientos e intentamos inspirarnos en ellos para nuestra acción evangelizadora en nuestras parroquias, comunidades, centros de formación cristiana, centros de atención a los más pobres, etc.

Sin embargo, es válida la pregunta si nosotros, como sacerdotes de la Fraternidad IESUS CARITAS, ponemos algunos acentos particulares que nacen del carisma del Hermano Carlos y de nuestra espiritualidad. Creemos que sí y aquí exponemos algunos de esos acentos.

1. EL MISTERIO DE LA ENCARNACION

Nuestro modo de evangelizar está marcado en primer lugar por el misterio de la Encarnación, misterio que fascinó al Hermano Carlos y está en la raíz de su espiritualidad:

“La encarnación tiene su raíz en la bondad de Dios. Pero una cosa aparece, primeramente, tan maravillosa, brillante y asombrosa que brilla como un signo deslumbrador: es la humildad infinita que encierra tal misterio. Dios, el Ser, el Infinito, la Perfección, el Creador, el Omnipotente inmenso, soberano Señor de todo, haciéndose hombre, uniéndose a un alma y a un cuerpo humano y apareciendo en la tierra como un hombre, y el último de los hombres” (EsEs p.49.)

La encarnación se da siempre en un tiempo y en un lugar y cultura determinados. El Hermano Carlos hizo un gran trabajo para conocer la cultura de los tuaregs, su lengua, sus costumbres, su poesía, etc. Nosotros quisiéramos tomar siempre muy en cuenta el contexto histórico, las características del tiempo y la cultura en que evangelizamos, porque estamos convencidos que Dios prolonga su encarnación en cada época y Cristo Resucitado sigue hablándonos desde los signos de los tiempos para invitarnos a construir su Reino de Vida.

Tomando en cuenta que Cristo entra en el mundo por “la puerta de los pobres”, como decía el Obispo Enrique Alvear, también nosotros quisiéramos entrar por esa puerta en nuestra acción evangelizadora y desde ahí proclamar el Evangelio a todos.

2. LAS PERIFERIAS.

Dentro de un espíritu de disponibilidad a nuestros Obispos, quisiéramos tener como prioridad los lugares más abandonados y más lejanos a la Iglesia. Las periferias geográficas o existenciales, como dice el Papa Francisco. Son los lugares de frontera: poblaciones marginales, campos lejanos, campamentos de refugiados, migrantes, adictos, privados de libertad, excluidos en general. Esta cercanía nos permitirá escuchar y atender el grito de los pobres1 que a veces es muy tenue y otras veces impetuoso. Y utilizando medios pobres, básicamente nuestra propia presencia amistosa y misericordiosa.

Nos dice el Hno. Carlos:

“Para mí, buscar siempre el último de los últimos puestos, para ser también pequeño como mi Maestro, para estar con él, marchar tras él, paso a paso, como fiel criado, fiel discípulo y –puesto que, en su bondad infinita, incomprensible, se digna hablar así- como fiel hermano y fiel esposo” (EsEs p.68).

“Este banquete divino, del cual yo soy ministro, es necesario presentarlo no a los hermanos y parientes, a los vecinos ricos, sino a los cojos, a los ciegos, a las almas más abandonadas y faltas de sacerdotes…He solicitado y obtenido permiso para establecerme en el Sahara argelino”. (EsEs p.80).

Si somos enviados a lugares más pudientes, quisiéramos ser agentes de sensibilización social y forjadores de puentes entre los ricos y las realidades de los pobres.

Llegamos como amigos y hermanos de los pobres. Descubrimos a Dios ya presente en sus gritos y aspiraciones. Nosotros, a su vez, dejamos que los pobres nos evangelicen y enriquezcan nuestro ministerio.

3. EL TESTIMONIO PERSONAL

En todo lugar, pero particularmente en los lugares marginalizados, queremos dar prioridad a la evangelización con el testimonio más que con la palabra. Testimonio marcado por la cercanía, la sencillez, la acogida, la bondad, el interés por lo que al otro le sucede, el servicio concreto, la alegría interior. Escribía el Hno. Carlos a un amigo:

“Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos. No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”. (EsEs p.84).

Ya en un retiro de noviembre de 1897, había formulado su manera de evangelizar con esta frase, puesta en la boca de Jesús: “Accede a tu vocación: la de pregonar el Evangelio desde los tejados, no con tu palabra, sino con tu vida”.

Esto no quiere decir que dejemos de lado el ministerio de la Palabra. Sabemos que es parte esencial de nuestra misión para suscitar y alimentar la fe: “la fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). El Concilio Vaticano II lo dice claramente en el decreto sobre “Ministerio y vida de los presbíteros”: “Con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles

4. NUESTRA OPCION POR LA FRATERNIDAD

Desde nuestra opción por la fraternidad, privilegiamos el trabajo en equipo con otros sacerdotes, sean o no de nuestra Fraternidad, con religiosas, con diáconos y con laicos. Queremos ser más hermanos que tiranos, maestros o señores religiosos, como dice el Concilio: “Los presbíteros moran con los demás hombres como hermanos”3. El Hno. Carlos se adelantó en este sentido al Concilio cuando busca y valora el trabajo con laicos:

“Al lado de los sacerdotes, se necesitan Priscilas y Aquilas, que vean a los que el sacerdote no ve, que penetren donde él no puede penetrar, que vayan a los que le huyen, que evangelicen con un contacto bienhechor, con una bondad desbordante sobre todos, un afecto siempre dispuesto a darse, un buen ejemplo que atraiga a los que dan la espalda al sacerdote y les son hostiles por principio”.(desde Assekrem, 3 de mayo de 1912).

Por lo mismo, queremos dar tiempo a la formación de los laicos, al acompañamiento espiritual de ellos y a apoyar la formación de comunidades fraternas, respetando el ritmo propio de cada persona.

Igualmente, creemos en la fraternidad como un modo de vida, una fraternidad universal, que incluye a las personas que no pertenecen a la Iglesia, caracterizada por la amistad, la reciprocidad y el diálogo.

Así mismo, nuestra opción por la fraternidad nos lleva a favorecer la participación de los laicos en la conducción pastoral de nuestras parroquias evitando todo autoritarismo y clericalismo por parte nuestra y toda pasividad por parte de los laicos. La existencia de Consejos Pastorales, Comités de Asuntos Económicos, Equipos para animar las distintas áreas pastorales, Asambleas Parroquiales, Planificación pastoral hecha en conjunto, etc. debieran ser una marca distintiva de las parroquias u otras estructuras pastorales confiadas a nuestro cuidado.

5. VIDA ESPIRITUAL Y EUCARISTICA

Este modo de evangelizar supone una vida espiritual muy profunda en cada uno de nosotros que nos lleve a contemplar a Jesús en los Evangelios para ir configurándonos cada vez más con El, gracias a la acción del Espíritu Santo en nosotros. Él nos capacitará para entrar en la dinámica del descenso, del abajamiento, del despojo, propia del misterio de la Encarnación, dejando muchas cosas por El y por fidelidad al Evangelio: prejuicios, bienes materiales, prestigio, búsqueda de poder, seguridades, etc. Nos dará la libertad interior para encontrar caminos y campos nuevos en la tarea evangelizadora de la Iglesia, siempre buscando la voluntad del Padre, con infinita confianza.

Nuestro impulso misionero, sobre todo para llegar y permanecer en los lugares más difíciles, se sostiene con la celebración de la Eucaristía, la Adoración diaria y con los demás medios de crecimiento espiritual, propios de nuestra Fraternidad. Ellos nos ayudan a tomar conciencia del Amor infinito de Dios por nosotros, de su fidelidad y de su misericordia y nos impulsan a la misión.

La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros un estilo de vida caracterizado por el compartir el pan, las historias personales y la palabra incluso con personas de otras tradiciones de fe.

Una experiencia espiritual similar debemos promover entre los laicos si queremos transformar nuestras parroquias en el sentido misionero que desea el Papa Francisco: una Iglesia en salida que, sin temor a accidentarse o a mancharse con el barro del camino, va en busca de los alejados y los descartados por la sociedad4

La Eucaristía, por otra parte, nos abre a la pertenencia a un Cuerpo eclesial siempre más amplio. Queremos tener mucha conciencia de que la Evangelización es una misión compartida con toda la Iglesia diocesana y universal. Como presbíteros diocesanos queremos ser los primeros en sentirnos parte de un presbiterio, con su Obispo a la cabeza, apoyando la gestación e implementación de proyectos diocesanos al cual nosotros aportamos nuestro carisma y acentuaciones pastorales.

PARA LA REFLEXION PERSONAL Y LA ORACION.

  1. ¿Agregarías algún punto a este esquema?
  2. ¿Está mi estructura pastoral (parroquia, centro de formación, etc.), caminando en esta dirección?
  3. ¿Qué características debieran marcar nuestro estilo de vida personal para ser coherentes con este modo de evangelizar?

PDF: Texto 4 – Nuestro modo de evangelizar – ES