La humildad de Carlos de FOUCAULD y el misterio de Nazaret. José Luís VÁZQUEZ BORAU

La ciudad donde Jesús creció no es sólo preparación, sino ya salvación cuando Dios asume por amor compartir la pobreza con sus hijos

José Luís VÁZQUEZ BORAU

De entre los muchos aspectos que se podrían resaltar de Carlos de Foucauld, uno me parece esencial para la Iglesia de hoy: NAZARET.

La Gran Iglesia no crecerá si ignora que sus raíces están escondidas en la atmósfera de Nazaret.

Será Carlos de Foucauld quien, en busca del “último lugar”, durante su peregrinación a Tierra Santa, descubrió Nazaret, y fue el lugar que más le llamó la atención:

“No se sintió llamado a caminar siguiendo a Jesús en su vida pública. Es Nazaret lo que le hiere en el fondo de su corazón ”.
M. Carrouges, Charles de Foucauld, explorateur mystique, Cerf, Paris 1958, 93

El último lugar

Quería seguir a Jesús silencioso, pobre y trabajador. Quería cumplir al pie de la letra la palabra de Jesús:
“Cuando te inviten, ve y ponte en el último lugar”. Lucas 14, 10

Sabía que Jesús mismo había dado la explicación de esta palabra viviéndola primero; sabía que, incluso antes de su muerte en la cruz, desnudo y sin nada, Jesús había elegido el último lugar en Nazaret.

Trabajo saludable

Carlos de Foucauld encontró su Nazaret primero en la Trapa de “Nuestra Señora de las Nieves” (1890). Luego, sólo seis meses después, en Siria, en una trapa aún más pobre, en “Nuestra Señora del Sagrado Corazón”. Es desde allí que escribió a su hermana:

Hacemos trabajo campesino, trabajo infinitamente saludable para el alma durante el cual puedes rezar y meditar … ¡Entiendes tan bien lo que es un trozo de pan cuando conoces por experiencia el cansancio que se requiere para producirlo!“.
Ibíd., 106

Redescubrir la pobreza

Este proceso de Foucauld de trabajar con Jesús obrero y sumergirse en “Nazaret” sirvió de punto de partida para la idea y realidad de los “sacerdotes obreros”.

Para la Iglesia fue un redescubrimiento de la pobreza.

«La Nueva Alianza no comienza en el Templo, ni en el Monte Santo, sino en la casita de la Virgen, en la casa del trabajador, en uno de los lugares olvidados de la “Galilea de los paganos” de la que nadie esperaba nada. Solo a partir de ahí la Iglesia podrá reiniciarse y sanar. Nunca podrá dar la verdadera respuesta a la revuelta de nuestro siglo contra el poder de la riqueza si, en su seno, Nazaret no se convierte en una realidad vivida».
J. Ratzinguer, El Dios de los cristianos, Sígueme, Salamanca 1979, 72-74

Las 3 claves que mostraron a Carlos su camino

¿Cómo llega Carlos de Foucauld a descubrir que su camino de seguimiento consiste en la imitación de la vida de Jesús en Nazaret? Gracias a estos tres elementos:

1 JESÚS ELIGIÓ SER EL ÚLTIMO

Por un lado, las palabras de Abbé Huvelin, que Carlos recordará toda su vida:
Cristo ha elegido para sí el último puesto, de tal manera, que nadie se lo podrá arrebatar”.

Esto hizo que Carlos viera a Jesús como un pobre y, más aún, como el último entre los pobres.

2 EL MONJE HARAPIENTO

En segundo lugar, Foucauld tuvo una experiencia que lo marcó fuertemente. Visitó la abadía de Fontgombault y fue recibido por un monje vestido de manera sucia y con la ropa raída.

Ese encuentro, muy simple, le causó tal impresión que alimentó su deseo de imitar a Jesús en su condición de pobre obrero de Nazaret.

3 VISITAR NAZARET

Y el acontecimiento definitivo fue la peregrinación a Tierra Santa que realizó por recomendación de Abbè Huvelin en 1888.

Y es que cuando Foucauld entró en la aldea de Nazaret se encontró con un lugar perdido y abandonado.

Ahí tomó plena conciencia de que Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, había vivido treinta años de vida, como todo el mundo, en el máximo ocultamiento, pasando prácticamente inadvertido.

Ahí tocó casi con la mano, el amor de Dios por nosotros, ya que el Hijo, había recorrido un camino de pequeñez y de desprendimiento radical, por nosotros y por nuestra salvación.

Desde ese momento no tuvo dudas de que su camino de seguimiento consistía en abrazar, como su Señor, el último lugar, imitando la vida de Nazaret, es decir, la de un pobre y humilde obrero.

Abandono escogido

El 13 de agosto de 1905, llega a Tamanrasset, donde vivirá hasta su muerte el 1 de diciembre de 1916.

Tamanrasset era un conjunto de veinte pobres cabañas en el corazón del macizo de Hoggar, a 1400 metros de altitud, en el oeste del Sáhara, al sur de Argelia.

Decide establecerse ahí, porque sabe que ningún tipo de ayuda llegará hasta ellos, y por lo mismo, son los más abandonados de todos.

Ahí aprenderá la lengua de los tuaregs y se dedicará a traducir el evangelio a este idioma, y a recopilar gran cantidad de poemas y textos propios de la cultura de este pueblo.

Es decir, se sumergirá en cuerpo y alma en el conocimiento y el servicio de estas poblaciones nómadas del África sudsahariana.

Nazaret es encarnación y ya salvación

Carlos se establece en Tamanrasset para hacerse uno de ellos, siguiendo a Jesús, a través del misterio de Nazaret.

Es un acto de redención, en cuanto es encarnación del Verbo, que asume nuestra humanidad plenamente, haciendo suya nuestra carne y todas sus vicisitudes, sin escatimar nada.

Como una semilla que cae en tierra, y es cubierta, pasando inadvertida, transformándose ella misma en tierra, muriendo, posibilitando así que brote una planta nueva.

Nazaret es Encarnación y, por lo mismo, es salvación, porque Dios salva asumiendo en sí todo lo que somos, incluido el pecado.

Nazaret no es preparación para la misión ni mera condición histórica, es ya cumplimiento de la misión del Hijo, y no sólo prolongación de la infancia y de Belén, es misterio del Jesús adulto.

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EL PAPA FRANCISCO EN IRAK. Marzo 2021

Oración que el Papa Francisco rezó en su paso por Ur,
la tierra de Abraham (6 de marzo –mañana-)

Este sábado, antes de culminar el encuentro interreligioso en la llanura de Ur, como parte de su viaje apostólico a Irak, el Papa Francisco participó en el rezo de la “Oración de los hijos de Abraham” junto a representantes de otras religiones.

El Santo Padre viajó este 6 de marzo a la llanura de Ur, en el sur de Irak, lugar que la Biblia registra como la tierra natal de Abraham, para realizar un encuentro interreligioso.

La oración recuerda a Abraham como padre de judíos, cristianos y musulmanes, y pide a Dios que conceda a los creyentes “una fe fuerte, diligente en el bien, una fe que abra nuestros corazones a Ti y a todos nuestros hermanos y hermanas; y una esperanza invencible, capaz de percibir en todas partes la fidelidad de tus promesas”.

Además, pide por todas las personas que han fallecido víctimas de la violencia y de las guerras, por los que siguen secuestrados, y por la protección de las mujeres y los niños.

“Sostiene nuestras manos en la reconstrucción de este país, y concédenos la fuerza necesaria para ayudar a cuantos han tenido que dejar sus casas y sus tierras con vistas a alcanzar seguridad y dignidad, y a comenzar una vida nueva, serena y próspera”, concluye la oración.

A continuación la “Oración de los hijos de Abraham”:

Dios omnipotente, Creador nuestro que amas a la familia humana y a todo lo que han hecho tus manos, nosotros, los hijos e hijas de Abrahán pertenecientes al judaísmo, al cristianismo y al islam, junto a los otros creyentes y a todas las personas de buena voluntad, te agradecemos por habernos dado como padre común en la fe a Abrahán, hijo insigne de esta noble y amada tierra.

Te damos gracias por su ejemplo de hombre de fe que te obedeció hasta el fin, dejando su familia, su tribu y su patria para ir hacia una tierra que no conocía.

También te agradecemos por el ejemplo de valentía, resiliencia y fortaleza, de generosidad y hospitalidad que nuestro padre común en la fe nos ha dado.

Te damos gracias, en particular, por su fe heroica, demostrada por la disponibilidad para sacrificar a su hijo por obedecer tu mandato. Sabemos que era una prueba muy difícil, de la que, no obstante, salió vencedor, porque sin condiciones confió en Ti, que eres misericordioso y abres siempre nuevas posibilidades para volver a empezar.

Te agradecemos porque, bendiciendo a nuestro padre Abrahán, lo has hecho una bendición para todos los pueblos.

Te pedimos, Dios de nuestro padre Abrahán y Dios nuestro, que nos concedas una fe fuerte, diligente en el bien, una fe que abra nuestros corazones a Ti y a todos nuestros hermanos y hermanas; y una esperanza invencible, capaz de percibir en todas partes la fidelidad de tus promesas.

Haz de cada uno de nosotros un testigo de tu cuidado amoroso hacia todos, en particular hacia los refugiados y los desplazados, las viudas y los huérfanos, los pobres y los enfermos.

Abre nuestros corazones al perdón recíproco y haznos instrumentos de reconciliación, constructores de una sociedad más justa y fraterna.

Acoge en tu morada de paz y de luz a todos los difuntos, en particular a las víctimas de la violencia y de las guerras.

Asiste a las autoridades civiles en la búsqueda y el rescate de las personas secuestradas, y en la particular protección de las mujeres y los niños.

Ayúdanos a cuidar el planeta, la casa común que, en tu bondad y generosidad, nos has dado a todos nosotros.

Sostiene nuestras manos en la reconstrucción de este país, y concédenos la fuerza necesaria para ayudar a cuantos han tenido que dejar sus casas y sus tierras con vistas a alcanzar seguridad y dignidad, y a comenzar una vida nueva, serena y próspera. Amén.

Homilía del Papa Francisco en la Misa de rito caldeo en Catedral de San José en Bagdad (6 marzo –tarde-)

La Palabra de Dios nos habla hoy de sabiduría, testimonio y promesas.

La sabiduría ha sido cultivada en estas tierras desde la antigüedad. Su búsqueda ha fascinado al hombre desde siempre; sin embargo, a menudo quien posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades, mientras que el que tiene menos queda relegado.

Se trata de una desigualdad inaceptable, que hoy se ha ampliado. Pero el Libro de la Sabiduría nos sorprende cambiando la perspectiva. Dice que «el que es pequeño será perdonado por misericordia, pero los poderosos serán examinados con rigor» (Sb 6,6). Para el mundo, quien posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios, no; quien tiene más, quien tiene poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los últimos son los privilegiados de Dios.

Jesús, la Sabiduría en persona, completa este vuelco en el Evangelio, no en cualquier momento, sino al principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas. El cambio es total. Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados. ¿Cómo es posible? Bienaventurados, para el mundo, son los ricos, los poderosos, los famosos. Vale quien tiene, quien puede y quien cuenta. Pero no para Dios.

Para Él no es más grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado por las multitudes, sino el que es misericordioso con su hermano. A este punto nos puede venir la duda: Si vivo como pide Jesús, ¿qué gano? ¿No corro el riesgo de que los demás me pisoteen? ¿Vale la pena la propuesta de Jesús? ¿O es perdedora? No es perdedora, sino sabía.

La propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo, en realidad vence. En la cruz demostró ser más fuerte que el pecado, en el sepulcro venció a la muerte. Es el mismo amor que hizo que los mártires salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más que en los anteriores!

El amor es nuestra fuerza, la fuerza de tantos hermanos y hermanas que aquí también han sufrido prejuicios y ofensas, maltratos y persecuciones por el nombre de Jesús. Pero mientras el poder, la gloria y la vanidad del mundo pasan, el amor permanece, como nos dijo el apóstol Pablo, «no pasa nunca» (I Co 13,8). Vivir las bienaventuranzas, pues, es hacer eterno lo que pasa. Es traer el cielo a la tierra.

Pero, ¿cómo practicamos las bienaventuranzas? Estas no nos piden que hagamos cosas extraordinarias, que realicemos acciones que están por encima de nuestras capacidades. Nos piden un testimonio cotidiano. Bienaventurado es el que vive con mansedumbre, el que practica la misericordia allí donde se encuentra, el que mantiene puro su corazón allí donde vive. Para convertirse en bienaventurado no es necesario ser un héroe de vez en cuando, sino un testigo todos los días.

El testimonio es el camino para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas. Porque así lo hizo Jesús, viviendo hasta el final lo que había dicho al principio. Se trata de dar testimonio del amor de Jesús, aquella misma caridad que san Pablo describe de manera tan hermosa en la segunda lectura de hoy. Veamos cómo la presenta.

Primero dice que la caridad «es magnánima» (v. 4). No nos esperábamos este adjetivo. El amor parece sinónimo de bondad, de generosidad, de buenas obras, pero Pablo dice que la caridad es ante todo magnánima. Es una palabra que, en la Biblia, habla de la paciencia de Dios.

A lo largo de la historia el hombre ha seguido traicionando la alianza con Él, cayendo en los pecados de siempre y el Señor, en lugar de cansarse y marcharse, siempre ha permanecido fiel, ha perdonado, ha comenzado de nuevo.

La paciencia para comenzar de nuevo es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima, sino que sigue siendo creativo. Ante el mal no se rinde, no se resigna.

Quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la cruz. El testigo de Dios actúa así, no es pasivo, ni fatalista, no vive a merced de las circunstancias, del instinto y del momento, sino que está siempre esperanzado, porque está cimentado en el amor que «siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta» (v. 7).

Podemos preguntarnos: ¿Y yo cómo reacciono ante las situaciones que no van bien? Ante la adversidad hay siempre dos tentaciones. La primera es la huida. Escapar, dar la espalda, no querer saber más. La segunda es reaccionar con rabia, con la fuerza.

Es lo que les ocurrió a los discípulos en Getsemaní; en su desconcierto, muchos huyeron y Pedro tomó la espada. Pero ni la huida ni la espada resolvieron nada. Jesús, en cambio, cambió la historia. ¿Cómo? Con la humilde fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a hacer; es así como Dios cumple sus promesas.

Promesas. La sabiduría de Jesús, que se encarna en las bienaventuranzas, exige el testimonio y ofrece la recompensa, contenida en las promesas divinas. De hecho, vemos que a cada bienaventuranza sigue una promesa. Quien la vive poseerá el reino de los cielos, será consolado, será saciado, verá a Dios (cf. Mt 5,3-12).

Las promesas de Dios garantizan una alegría sin igual y no defraudan. Pero, ¿cómo se cumplen? A través de nuestras debilidades. Dios hace bienaventurados a los que recorren el camino de su pobreza interior hasta el final. Este es el camino, no hay otro.

Fijémonos en el patriarca Abraham. Dios le promete una gran descendencia, pero él y Sara son ancianos y no tienen hijos. Y es precisamente en su vejez paciente y confiada cuando Dios obra maravillas y les da un hijo. Veamos a Moisés. Dios le promete que liberará al pueblo de la esclavitud y por eso le pide que hable con el faraón. Moisés le dice que no es capaz de hablar, porque es tartamudo; sin embargo, Dios cumplirá la promesa a través de sus palabras.

Fijémonos en la Virgen que, según lo establecido en la ley, no puede tener hijos, y es llamada a ser madre. Y veamos a Pedro, que niega al Señor, y Jesús lo llama para que confirme a sus hermanos. Queridos hermanos y hermanas, a veces podemos sentirnos incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas precisamente a través de nuestras debilidades.

A Él le encanta comportarse así, y esta tarde, ocho veces nos ha dicho ţūb’ā [bienaventurados], para hacernos entender que con Él lo somos realmente. Claro, pasamos por pruebas, caemos a menudo, pero no debemos olvidar que, con Jesús, somos bienaventurados. Todo lo que el mundo nos quita no es nada comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas.

Querida hermana, querido hermano: Tal vez miras tus manos y te parecen vacías, quizás la desconfianza se insinúa en tu corazón y no te sientes recompensado por la vida. Si te sientes así, no temas; las bienaventuranzas son para ti, para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido.

El Señor te promete que tu nombre está escrito en su corazón, en el cielo. Y hoy le doy gracias con ustedes y por ustedes, porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos de Dios; testigos que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz.

El Papa rezó por víctimas de la guerra en ruinas de Mosul,
la ciudad devastada por ISIS (7 marzo –mañana-)

El encuentro del Papa Francisco con las víctimas de la guerra y de las atrocidades causadas por los terroristas de Estado Islámico era uno de los momentos más esperados del viaje apostólico que el Pontífice está realizando en Irak.

En la mañana del domingo, el Papa llegó a Mosul, ciudad mártir del norte de Irak que durante tres años padeció los crímenes, la violencia y la destrucción sistemática bajo dominio de Estado Islámico. Mosul es la ciudad más grande de la llanura de Nínive.

El Papa se trasladó hasta la conocida como Plaza de las 4 Iglesias, o Hosh al-Bieaa, para presidir la oración de sufragio por las víctimas de la guerra en todo el mundo.

Esta plaza recibe el nombre por la iglesia siro-católica, la iglesia armenio-ortodoxa, la iglesia siro-ortodoxa y la iglesia caldea que la rodean. Los cuatro templos fueron destruidos por ataques terroristas de Estado Islámico entre 2014 y 2017 y desde ahí ISIS grabó un video en el que prometía conquistar Roma y decapitar al Papa Francisco.

Mosul es una antigua ciudad fundada en el siglo VII a.C. que ha tenido gran protagonismo a lo largo de la historia, de la cual son testimonio sus monumentos de época asiria, abasí, mongola y otomana.

Antes de la llegada del Estado Islámico, Mosul era conocida por su bien conservado centro histórico medieval, sus antiguas mezquitas y madrasas, el famoso minarete de al-Hadba de 44 metros de altura, sus iglesias cristianas y su convivencia étnica, religiosa y cultural.

Todo eso se acabó entre julio de 2014 y julio de 2017. Los terroristas del Estado Islámico sometieron la ciudad a sangre y fuego, dejándola completamente devastada.

Los terroristas destruyeron todos los mausoleos de la ciudad, incluido uno atribuido al profeta Jonás, destruyeron las iglesias, el minarete de al-Hadba, destruyeron estatuas antiguas y restos arqueológicos de las civilizaciones mesopotámicas, quemaron más de 100.000 libros de la Biblioteca histórica e, incluso, destruyeron la mezquita de Mur ad-din.

Se calcula que medio millón de personas, entre ellas 120.000 cristianos, huyeron de Mosul ante la conquista del Estado Islámico. La ciudad fue liberada en julio de 2017 tras nueve meses de violentos enfrentamientos bélicos con bombardeos que dejaron la ciudad prácticamente destruida en su totalidad.

Allí, el Santo Padre inauguró una lápida conmemorativa de su visita a Mosul con el siguiente mensaje: “¡Qué bellos son los pies de quienes traen un alegre anuncio de paz!”.

En la placa se explica también que se trata de un monumento “en recuerdo de la visita de Su Santidad, el Papa Francisco, mensajero de paz y de amor fraterno, a la ciudad de Mosul y a la Llanura de Nínive. En este lugar, que los cristianos tuvieron que abandonar obligatoriamente (2003-2017), el Papa rezó por la difusión de la paz y de la justicia, de la coexistencia serena y de la fraternidad entre los hombres”.

En su saludo previo a la oración, el Papa reflexionó sobre la disminución de la población cristiana en Irak y en otros países de Oriente Medio debido a la guerra, a la violencia, la discriminación y los problemas económicos.

El Pontífice afirmó que “la trágica disminución de los discípulos de Cristo, aquí y en todo Oriente Medio, es un daño incalculable no sólo para las personas y las comunidades afectadas, sino para la misma sociedad que dejan atrás”.

“En efecto, un tejido cultural y religioso tan rico de diversidad se debilita con la pérdida de alguno de sus miembros, aunque sea pequeño”, señaló el Papa.

El Santo Padre subrayó que “hoy elevamos nuestras voces en oración a Dios omnipotente por todas las víctimas de la guerra y de los conflictos armados”.

El Papa recordó que “en Mosul las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes. Es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas, musulmanes, cristianos, yazidíes y otros, desalojadas por la fuerza o asesinadas”.

En ese sentido, hizo hincapié en que “a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra”.

“Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y de la violencia; y nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanan el nombre de Dios recorriendo caminos de destrucción”, concluyó.

Oración

Antes de pronunciar la oración por todas las víctimas de la guerra en Mosul, en Irak y en todo Oriente Medio, el Papa Francisco presentó tres reflexiones:

En primer lugar, el Papa señaló que “si Dios es el Dios de la vida, y lo es, a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre”.

En segundo lugar, indicó que “si Dios es el Dios de la paz, y lo es, a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre”.

Por último, “si Dios es el Dios del amor, y lo es, a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”.

A continuación, rezó la siguiente oración:

“Dios altísimo, Señor del tiempo y de la historia, tú has creado el mundo por amor y no dejas nunca de derramar tus bendiciones sobre tus criaturas. Tú, más allá del océano del sufrimiento y de la muerte, más allá de las tentaciones de la violencia, de la injusticia y de la ganancia inicua, acompañas a tus hijos y a tus hijas con tierno amor de Padre”.

“Pero nosotros hombres, desagradecidos de tus dones y absortos en nuestras preocupaciones y ambiciones demasiado terrenas, a menudo hemos olvidado tus designios de paz y de armonía. Nos hemos cerrado en nosotros mismos y en nuestros intereses particulares, e indiferentes a Ti y a los demás, hemos atrancado las puertas a la paz. Así se repitió lo que el profeta Jonás oyó decir de Nínive: la maldad de los hombres subió hasta el cielo (cf. Jon 1,2). No elevamos al cielo manos limpias (cf. 1 Tm 2,8), sino que desde la tierra subió una vez más el grito de sangre inocente (cf. Gn 4,10). Los habitantes de Nínive, en el relato de Jonás, escucharon la voz de tu profeta y encontraron salvación en la conversión. También nosotros, Señor, mientras te confiamos a las numerosas víctimas del odio del hombre contra el hombre, invocamos tu perdón y suplicamos la gracia de la conversión”:

“Kyrie eleison. Kyrie eleison. Kyrie eleison”.

“Señor Dios nuestro, en esta ciudad dos símbolos dan testimonio del deseo constante de la humanidad de acercarse a Ti: la mezquita Al Nuri con su alminar Al Hadba y la iglesia de Nuestra Señora de la Hora, con un reloj que desde hace más de cien años recuerda a los transeúntes que la vida es breve y el tiempo precioso. Enséñanos a comprender que Tú nos has confiado tu designio de amor, de paz y de reconciliación para que lo llevemos a cabo en el tiempo, en el breve desarrollo de nuestra vida terrena. Haznos comprender que sólo poniéndolo en práctica sin demoras esta ciudad y este país se podrán reconstruir, y se lograría sanar los corazones destrozados de dolor. Ayúdanos a no emplear el tiempo al servicio de nuestros intereses egoístas, personales o de grupo, sino al servicio de tu designio de amor. Y cuando nos desviemos del camino, haz que podamos escuchar las voces de los verdaderos hombres de Dios y recapacitar durante un tiempo, para que la destrucción y la muerte no nos arruinen de nuevo”.

“Te confiamos a aquellos cuya vida terrena se ha visto abreviada por la mano violenta de sus hermanos, y te suplicamos también por los que han lastimado a sus hermanos y a sus hermanas; que se arrepientan, alcanzados por la fuerza de tu misericordia”.

“Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis”.

“Requiescant in pace. Amen”.

Tras su llegada a Mosul, el Papa se trasladó hasta la conocida como Plaza de las 4 Iglesias, o Hosh al-Bieaa, para presidir la oración de sufragio por las víctimas de la guerra en todo el mundo.

Esta plaza recibe el nombre por la iglesia siro-católica, la iglesia armenio-ortodoxa, la iglesia siro-ortodoxa y la iglesia caldea que la rodean. Los cuatro templos fueron destruidos por ataques terroristas de Estado Islámico entre 2014 y 2017 y desde ahí ISIS grabó un video en el que prometía conquistar Roma y decapitar al Papa Francisco.

El Papa en Irak: Discurso en Qaraqosh
“Catedral de la Inmaculada Concepción”

El 7 de marzo, en su tercer día de visita en Irak, el Papa Francisco se reunió con la comunidad cristiana de Qaraqosh en la Catedral de la Inmaculada Concepción, para hacer un llamado al perdón y asegurar que el terrorismo nunca tiene la última palabra, sino Cristo que venció a la muerte.

A continuación el discurso del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Agradezco al Señor la oportunidad de estar con ustedes esta mañana. He esperado con impaciencia este momento. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Ignace Youssif Younan su saludo, como también a la señora Doha Sabah Abdallah y al padre Ammar Yako por sus testimonios. Mirándolos, veo la diversidad cultural y religiosa de la gente de Qaraqosh, y esto muestra parte de la belleza que vuestra región ofrece al futuro. Vuestra presencia aquí recuerda que la belleza no es monocromática, sino que resplandece por la variedad y las diferencias.

Al mismo tiempo, con mucha tristeza, miramos a nuestro alrededor y percibimos otros signos, los signos del poder destructivo de la violencia, del odio y de la guerra. Cuántas cosas han sido destruidas. Y cuánto debe ser reconstruido. Nuestro encuentro demuestra que el terrorismo y la muerte nunca tienen la última palabra. La última palabra pertenece a Dios y a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso ante la devastación que causa el terrorismo y la guerra podemos ver, con los ojos de la fe, el triunfo de la vida sobre la muerte. Tienen ante ustedes el ejemplo de sus padres y de sus madres en la fe, que adoraron y alabaron a Dios en este lugar. Perseveraron con firme esperanza en su camino terreno, confiando en Dios que nunca defrauda y que siempre nos sostiene con su gracia. La gran herencia espiritual que nos han dejado continúa viviendo en ustedes. Abracen esta herencia. Esta herencia es su fortaleza. Ahora es el momento de reconstruir y volver a empezar, encomendándose a la gracia de Dios, que guía el destino de cada hombre y de todos los pueblos. ¡No están solos! Toda la Iglesia está con ustedes, por medio de la oración y la caridad concreta. Y en esta región muchos les han abierto las puertas en los momentos de necesidad.

Muy queridos: Este es el momento de reconstruir no sólo los edificios, sino ante todo los vínculos que unen comunidades y familias, jóvenes y ancianos. El profeta Joel dice: «Sus hijos e hijas profetizarán; sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes, visiones» (cf. Jl 3,1). Cuando los ancianos y los jóvenes se encuentran, ¿qué es lo que sucede? Los ancianos sueñan, sueñan un futuro para los jóvenes; y los jóvenes pueden recoger estos sueños y profetizar, llevarlos a cabo. Cuando los ancianos y los jóvenes se unen, preservamos y trasmitimos los dones que Dios da. Miremos a nuestros hijos, sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una cultura y una tradición, sino también los frutos vivos de la fe que son las bendiciones de Dios sobre esta tierra. Los animo a no olvidar quiénes son y de dónde vienen, a custodiar los vínculos que los mantienen unidos y a custodiar sus raíces.

Seguramente hay momentos en los que la fe puede vacilar, cuando parece que Dios no ve y no actúa. Esto se confirmó para ustedes durante los días más oscuros de la guerra, y también en estos días de crisis sanitaria global y de gran inseguridad. En estos momentos, acuérdense de que Jesús está a su lado.

No dejen de soñar. No se rindan, no pierdan la esperanza. Desde el cielo los santos velan sobre nosotros: invoquémoslos y no nos cansemos de pedir su intercesión. Y están también “los santos de la puerta de al lado”, «aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7). Esta tierra está llena de ellos, es una tierra de muchos hombres y mujeres santos. Dejen que los acompañen hacia un futuro mejor, un futuro de esperanza.

Algo que dijo la señora Doha me conmovió; dijo que el perdón es necesario para aquellos que sobrevivieron a los ataques terroristas. Perdón: esta es una palabra clave. El perdón es necesario para permanecer en el amor, para permanecer cristianos. El camino hacia una recuperación total podría ser todavía largo pero les pido, por favor, que no se desanimen. Se necesita capacidad de perdonar y, al mismo tiempo, valentía para luchar. Sé que esto es muy difícil. Pero creemos que Dios puede traer la paz a esta tierra. Nosotros confiamos en Él y, junto con todas las personas de buena voluntad, decimos “no” al terrorismo y a la instrumentalización de la religión.

El padre Ammar, recordando los horrores del terrorismo y de la guerra, agradeció al Señor que siempre los haya sostenido, en los tiempos buenos y en los malos, en la salud y en la enfermedad. La gratitud nace y crece cuando recordamos los dones y las promesas de Dios. La memoria del pasado forja el presente y nos hace avanzar hacia el futuro.

En todo momento, demos gracias a Dios por sus dones y pidámosle que conceda paz, perdón y fraternidad a esta tierra y a su gente. No nos cansemos de rezar por la conversión de los corazones y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y del amor fraterno, que respete las diferencias, las distintas tradiciones religiosas, y que se esfuerce por construir un futuro de unidad y colaboración entre todas las personas de buena voluntad. Un amor fraterno que reconozca «los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer» (Carta enc. Fratelli tutti, 283).

Mientras llegaba con el helicóptero, miré la estatua de la Virgen María colocada sobre esta iglesia de la Inmaculada Concepción, y le confié el renacer de esta ciudad. La Virgen no sólo nos protege desde lo alto, sino que desciende hacia nosotros con ternura maternal. Esta imagen suya incluso ha sido dañada y pisoteada, pero el rostro de la Madre de Dios sigue mirándonos con ternura. Porque así hacen las madres: consuelan, reconfortan, dan vida. Y quisiera agradecer de corazón a todas las madres y las mujeres de este país, mujeres valientes que siguen dando vida, a pesar de los abusos y las heridas. ¡Que las mujeres sean respetadas y defendidas! ¡Que se les brinden cuidados y oportunidades! Y ahora recemos juntos a nuestra Madre, invocando su intercesión por vuestras necesidades y vuestros proyectos. Los pongo a todos bajo su protección. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Homilía del Papa Francisco en la Misa en Erbil,
capital del Kurdistán iraquí [7 marzo 15:00h]

Ex 20, 1-17
Sal 18
I Cor 1,22-25
Jn 2, 13-25

Domingo 3º Cuaresma

El Papa Francisco celebró este domingo 7 de marzo una Misa ante 10.000 personas en el Estadio “Franso Hariri” de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, en la que reconoció: “hoy, puedo ver y sentir que la Iglesia de Irak está viva, que Cristo vive y actúa en este pueblo suyo, santo y fiel”.

“La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, hizo y está haciendo mucho por anunciar esta maravillosa sabiduría de la cruz propagando la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. También en medio de una gran pobreza y dificultad, muchos de ustedes han ofrecido generosamente una ayuda concreta y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Este es uno de los motivos que me han impulsado a venir como peregrino entre ustedes, a agradecerles y confirmarlos en la fe y en el testimonio”, señaló el Papa.

Texto completo de la Homilía del Papa Francisco durante la Misa en Erbil:

San Pablo nos ha recordado que «Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,24). Jesús reveló esta fuerza y esta sabiduría sobre todo con la misericordia y el perdón. No quiso hacerlo con demostraciones de fuerza o imponiendo su voz desde lo alto, ni con largos discursos o exhibiciones de una ciencia incomparable. Lo hizo dando su vida en la cruz. Reveló la sabiduría y la fuerza divina mostrándonos, hasta el final, la fidelidad del amor del Padre; la fidelidad del Dios de la Alianza, que hizo salir a su pueblo de la esclavitud y lo guió por el camino de la libertad (cf. Ex 20,1-2).

Qué fácil es caer en la trampa de pensar que debemos demostrar a los demás que somos fuertes, que somos sabios… En la trampa de fabricarnos falsas imágenes de Dios que nos den seguridad… (cf. Ex 20,4-5). En realidad, es lo contrario, todos necesitamos la fuerza y la sabiduría de Dios revelada por Jesús en la cruz. En el Calvario, Él ofreció al Padre las heridas por las cuales nosotros hemos sido curados (cf. 1 P 2,24).

Aquí en Irak, cuántos de sus hermanos y hermanas, amigos y conciudadanos llevan las heridas de la guerra y de la violencia, heridas visibles e invisibles. La tentación es responder a estos y a otros hechos dolorosos con una fuerza humana, con una sabiduría humana. En cambio, Jesús nos muestra el camino de Dios, el que Él recorrió y en el que nos llama a seguirlo.

En el Evangelio que acabamos de escuchar (Jn 2,13-25), vemos que Jesús echó del Templo de Jerusalén a los cambistas y a todos aquellos que compraban y vendían. ¿Por qué Jesús hizo ese gesto tan fuerte, tan provocador? nos preguntamos. Lo hizo porque el Padre lo mandó a purificar el templo, no sólo el templo de piedra, sino sobre todo el de nuestro corazón. Como Jesús no toleró que la casa de su Padre se convirtiera en un mercado (cf. Jn 2,16), del mismo modo desea que nuestro corazón no sea un lugar de agitación, desorden y confusión.

El corazón se limpia, se ordena, se purifica. ¿De qué? De las falsedades que lo ensucian, de la doblez de la hipocresía; todos las tenemos, todos. Son enfermedades que lastiman el corazón, que enturbian la vida, la hacen doble. Necesitamos ser limpiados de nuestras falsas seguridades, que regatean la fe en Dios con cosas que pasan, con las conveniencias del momento. Necesitamos eliminar de nuestro corazón y de la Iglesia las nefastas sugestiones del poder y del dinero.

Para limpiar el corazón necesitamos ensuciarnos las manos, sentirnos responsables y no quedarnos de brazos cruzados mientras el hermano y la hermana sufren. Pero, ¿cómo purificar el corazón? Solos no somos capaces, necesitamos a Jesús. Él tiene el poder de vencer nuestros males, de curar nuestras enfermedades, de restaurar el templo de nuestro corazón.

Para confirmar esto, como signo de su autoridad dice: «Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo» (v. 19). Jesucristo, sólo Él, puede purificarnos de las obras del mal, Él que murió y resucitó, Él que es el Señor.

Queridos hermanos y hermanas: Dios no nos deja morir en nuestro pecado. Incluso cuando le damos la espalda, no nos abandona a nuestra propia suerte. Nos busca, nos sigue, para llamarnos al arrepentimiento y para purificarnos. «Juro por mi vida -oráculo del Señor Dios- que no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su mala conducta y viva» (33,11). El Señor quiere que nos salvemos y que seamos templos vivos de su amor, en la fraternidad, en el servicio y en la misericordia.

Jesús no sólo nos purifica de nuestros pecados, sino que nos hace partícipes de su misma fuerza y sabiduría. Nos libera de un modo de entender la fe, la familia, la comunidad que divide, que contrapone, que excluye, para que podamos construir una Iglesia y una sociedad abiertas a todos y solícitas hacia nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Y al mismo tiempo nos fortalece, para que sepamos resistir a la tentación de buscar venganza, que nos hunde en una espiral de represalias sin fin.

Con la fuerza del Espíritu Santo nos envía, no a hacer proselitismo, sino como sus discípulos misioneros, hombres y mujeres llamados a testimoniar que el Evangelio tiene el poder de cambiar la vida. El Resucitado nos hace instrumentos de la paz de Dios y de su misericordia, nos hace artesanos pacientes y valientes de un nuevo orden social. Así, por la potencia de Cristo y de su Espíritu, sucede lo que profetizó el apóstol Pablo a los Corintios: «Lo que parece locura en Dios es más sabio que todo lo humano, y lo que parece debilidad en Dios es más fuerte que todo lo humano» (1 Co 1,25). Comunidades cristianas formadas por gente humilde y sencilla se convierten en signo del Reino que llega, Reino de amor, de justicia y de paz.

«Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo» (Jn 2,19). Hablaba del templo de su cuerpo y, por tanto, también de su Iglesia. El Señor nos promete que, con la fuerza de su Resurrección, puede hacernos resurgir a nosotros y a nuestras comunidades de los destrozos provocados por la injusticia, la división y el odio. Es la promesa que celebramos en esta Eucaristía. Con los ojos de la fe, reconocemos la presencia del Señor crucificado y resucitado en medio de nosotros, aprendemos a acoger su sabiduría liberadora, a descansar en sus llagas y a encontrar sanación y fuerza para servir a su Reino que viene a nuestro mundo. Por sus llagas hemos sido curados (cf. 1 P 2,24); en sus heridas, queridos hermanos y hermanas, encontramos el bálsamo de su amor misericordioso; porque Él, Buen Samaritano de la humanidad, desea ungir cada herida, curar cada recuerdo doloroso e inspirar un futuro de paz y de fraternidad en esta tierra.

La Iglesia en Irak, con la gracia de Dios, hizo y está haciendo mucho por anunciar esta maravillosa sabiduría de la cruz propagando la misericordia y el perdón de Cristo, especialmente a los más necesitados. También en medio de una gran pobreza y dificultad, muchos de ustedes han ofrecido generosamente una ayuda concreta y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Este es uno de los motivos que me han impulsado a venir como peregrino entre ustedes, a agradecerles y confirmarlos en la fe y en el testimonio. Hoy, puedo ver y sentir que la Iglesia de Irak está viva, que Cristo vive y actúa en este pueblo suyo, santo y fiel.

Queridos hermanos y hermanas: Los encomiendo a ustedes, a sus familias y a sus comunidades, a la materna protección de la Virgen María, que fue asociada a la pasión y a la muerte de su Hijo y participó en la alegría de su resurrección. Que Ella interceda por nosotros y nos lleve a Él, fuerza y sabiduría de Dios.

السلام معكم شكرا لكم
(La Paz con vosotros. Gracias !)

PDF: El Papa Francisco en Irak, marzo 2021

La Eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT

La pandemia de la Covid 19 ha venido a desinstalar en profundidad, en nuestra vida cristiana, la dimensión de la “práctica eucarística”, y en esta gran desinstalación nos encontramos todos iguales.

¿Todos iguales? Sí, porque aunque sea sacerdote, celebrar solo constituye para mí, como para muchos otros, un desafío que experimentaba también a veces, al volver de mis viajes por el Sahara, celebraba solo en el pequeño oratorio de mi obispado. Pero, tengo que decirlo… ¡sin tener nunca el sentimiento de estar completamente solo!

Es verdad que las cosas han cambiado a partir de los “desconfinamientos” pero esta medida no es general en todo el mundo.

Ha habido numerosas reflexiones en la Iglesia sobre el sentido de la celebración eucarística, reavivado por esta ocasión. Más que considerar esta situación sobre todo como una especie de carencia, e incluso de amputación, ¿no sería mejor tomarla como un desafío positivo para nuestra fe?

¿No será la ocasión de poner una mirada nueva sobre una “práctica” que corre siempre el riesgo de gastarse con la costumbre? Sé que me dirijo también a personas que están ya a menudo privadas de una Eucaristía regular: no puedo excluirlas de una nueva mirada sobre su propia realidad. Ellas también tendrían mucho que decirnos.

Quisiera también alertarnos contra una práctica que se puede volver habitual (a menos que no haya otra posibilidad): la de las misas seguidas a través de la pantalla, que pueden individualizar la Eucaristía y hacer de ella un “show” espiritual del que nos volveríamos pronto simples espectadores. Dicho esto, si no disponemos de otro medio, ¿por qué no aprovecharlo? Lo importante es mantener muy viva nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo y a la pequeña célula de este Cuerpo a la que pertenecemos.

Carlos de FOUCAULD en el desierto: una situación que da luz

Para permanecer en el espíritu de Carlos de FOUCAULD, quiero empezar a él: quiso ser sacerdote para ir a compartir ese tesoro que había descubierto y del que se había alimentado durante muchos años.
“Este divino banquete del que iba a ser ministro, había que presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, a los más ciegos, a los más pobres, a los más abandonados por falta de sacerdotes” (A Maxime CARON, Beni-Abbès, 8 de abril de 1905).
¿Qué iba a pasar con esta vocación sacerdotal centrada en la celebración de la Eucaristía, en unas condiciones a menudo precarias e inciertas?

En Beni-Abbès podía celebrar con una cierta facilidad y regularidad debido a la presencia de soldados franceses cristianos. Durante sus viajes acompañado también, ya que podía transportar con él lo que necesitaba para ello.

Si se instalaba en Tamanrasset las cosas se iban a complicar, ya que se iba a encontrar prácticamente solo, sin la presencia de ninguna guarnición militar. Tendría que esperar que pasara un asistente eventual para poder celebrar. Comparte esa duda con su obispo cuando se le ofrece la posibilidad de ir al Hoggar:

“La cuestión que me plantea – es mejor vivir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa o celebrarla y no ir – yo mismo me la he planteado a menudo… creo que es mejor ir a pesar de todo al Hoggar, dejando a Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si así lo quiere (lo que ha hecho siempre hasta ahora por los medios más variados)…” (carta al P. GUÉRIN, 2 de julio de 1907). Y continúa, en la misma carta: “Vivir solo en el país es bueno; hay una acción posible; incluso sin hacer casi nada, porque uno se vuelve “del país”, todo abordable y muy pequeño”.

Finalmente elige la confianza y prefiere residir en el Hoggar, arriesgándose a no poder ni celebrar misa ni adorar el Santísimo. Vivir como Jesús en Nazaret es para él primordial, y la encarnación en ese pueblo le parece lo más importante dentro de la imitación de Jesús. Por ejemplo, no pudo celebrar la misa en la Navidad de 1907, apesadumbrado por no poder ofrecer el Sacrificio del Altar por falta de personas de paso. Cuando llegó el permiso de Roma, a finales de enero de 1908, ¡qué alegría! Pero no podrá a continuación, y durante bastante tiempo, conservar el Santísimo en la capilla; el permiso para esto llegará más tarde.

La situación que estamos viviendo no es pues insólita; de una cierta manera el Hermano Carlos la vivió, y en una soledad profunda; la decisión de entrar en su Familia Espiritual nos marca muy profundamente incluso en este aspecto. Su experiencia nos habla en el seno del despojamiento que podemos experimentar, y puede incluso ser inspiradora para vivir mejor esta “ausencia”.

Pero para esto tenemos que encontrar el sentido de la presencia del “Cuerpo de Cristo”, que no puede ser restringido o incluso “confinado” únicamente en la “Presencia Real” eucarística en el sagrario o en la celebración. El Cuerpo de Cristo tiene dos brazos, tan “sacramentales” uno como otro.

Su Presencia no se limita a la que adoramos o celebramos en el Santísimo Sacramento del Altar, sino que es igual de real en lo que se llama “el Sacramento del Hermano”. Una de ellas se inspira en la Cena, la otra en el Lavatorio de pies. Estamos delante de un único misterio, que no se puede reducir a uno u otro de estos aspectos. Cristo está realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. También está realmente presente en el gesto que hace al lavar los pies de sus discípulos, gesto que significa el Sacramento del Hermano. Se completan, se implican el uno al otro; si el Sacramento es doble, la realidad de la Presencia de Jesús es una: Él no se puede dividir.

Eucaristía y Sacramento del Altar

Volvamos a la institución de la Eucaristía la noche del Jueves Santo: estamos en un momento crucial en que Jesús va a dejar visiblemente esta tierra para ir al encuentro de su Padre, dando la vida, derramando su sangre “para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Lo hará con un gesto que se inscribe en la cena pascual y que va a transmitir a sus Apóstoles, que a su vez lo transmitirán a las generaciones futuras. Os remito al primer relato de la Institución, que nos narra el apóstol Pablo en 1Co 11, 23-26. Así, desde que Jesús se fue de la comunidad apostólica, ésta se encontraba regularmente, “fiel a la fracción del pan” (He 2, 42).Era para responder a su invitación: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Pero se trata de mucho más que de la mera repetición de un ritual litúrgico. Se trata de ir hasta las últimas consecuencias, de seguir a Cristo dando también nosotros la vida para la salvación del mundo, como lo hizo Él. Captamos el carácter muy comprometedor de la Eucaristía, cuya celebración es ineludible en la vida de la Iglesia, desde su nacimiento. Ha adquirido seguramente numerosos aspectos. Al inicio, celebrada en la clandestinidad, bajo forma de liturgia doméstica, luego de manera más abierta cuando la Iglesia pudo vivir en la visibilidad. Estas dos formas continúan bien actuales, según las posibilidades y las situaciones, el tamaño de la comunidad eclesial. La celebración eucarística continúa siendo uno de los pilares de la Iglesia. Más aún, cuando hay en ella hombres y mujeres que se comprometen en una vida consagrada. No se trata de una cuestión de piedad individual, sino del sentido que damos a nuestra vida:

“No es posible vivir nuestra vida de consagradas en el mundo, rodeadas como estamos de todo lo que nos puede ayudar a olvidar al Señor, si no tomamos valerosamente los medios absolutamente esenciales para permanecer fieles. Y el primero de estos medios es el sacrificio de la misa en el cual el Señor de manera visible se nos da para fortificarnos, despojarnos, transformarnos poco a poco en Él” (De Margot PONCET, Junio 1958. Diarios P. 93).

No podemos relativizar la participación en la misa, como si sólo fuera requerida de manera ocasional. Está en verdad en el corazón de nuestras vidas. La adoración eucarística la prolonga y nos lleva a profundizar nuestra pertenencia a Cristo muerto y resucitado, y a la comunidad a la que pertenecemos. Pero participamos también en ella por nuestra Humanidad, como “en embajada”. Toda Eucaristía se celebra “para la gloria de Dios y la salvación del mundo”. Ponemos en la patena el pan de nuestras vidas y vertemos en la copa el vino de nuestras penas y alegrías, es decir, toda la esperanza y todo el sufrimiento de nuestro mundo. Y recibimos a Cristo vivo, entregado en alimento. Conectados con la Comunión de los Santos, esta celebración es ininterrumpida a través del mundo, tanto si podemos participar presencialmente en ella como si no.

Eucaristía y Sacramento del Hermano

El otro brazo de Cristo es tan indispensable como el que acabamos de evocar, es el que nos fue desvelado en el lavatorio de pies, antes de su glorificación (Jn 13). Hay que señalar que la Institución de la Eucaristía no está relatada en el texto de Juan. Es evocada en el “compartir el pan” del capítulo 6. Sin duda la “Fracción del Pan” era frecuente en la Iglesia en esa época tardía del 4º Evangelio, y era necesario proyectar una nueva luz sobre esta otra Presencia Real de Jesús, manifestada a través de nuestro prójimo. ¿Qué dice Jesús después de haber lavado los pies a sus discípulos? “Os he dado un ejemplo, para que hagáis vosotros también como yo he hecho por vosotros” (Jn 13, 15). Esta palabra es como un eco de la que pronuncia en la Institución: “Haced esto en memoria de mi” (Lc 22,19).

Durante la pandemia, la acción caritativa de la Iglesia ha permanecido activa, incluso hubo iglesias que se abrieron para acoger a los pobres y darles ese pan cotidiano indispensable para su vida y la de su familia. Les ayudaron en esto una gran cantidad de voluntarios venidos de horizontes completamente indiferentes a la Iglesia. ¡No podemos decir que esto no tenga nada que ver con la Eucaristía!

En una meditación sobre la “multiplicación de los panes” (Mt 14, 13-21) en el Ángelus del 2 de agosto de este año, el Papa Francisco comenta:

“En este relato evangélico, la referencia a la Eucaristía es evidente, sobre todo cuando describe la bendición, la fracción del pan, la entrega a los discípulos, la distribución al pueblo (v. 19). Es importante observar cuán estrecho es el lazo entre el pan eucarístico, alimento para la vida eterna, y el pan cotidiano, necesario para la vida terrestre. Antes de ofrecerse como Pan de salvación, Jesús cuida del alimento de los que le siguen , y que, para estar con él, han olvidado llevar provisiones. A veces el espíritu y la materia se contraponen, pero en realidad, tanto el espiritualismo como el materialismo son ajenos a la Biblia”.

Carlos de FOUCAULD se sintió muy interpelado por la Eucaristía, y también por la presencia de Jesús en el pobre, el pequeño, el abandonado. Poco tiempo antes de su muerte escribe a Louis MASSIGNON:

“No hay ninguna palabra del Evangelio que haya producido en mí mayor impresión y haya transformado más mi vida que esta: ‘Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis’. Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la boca que dijo: ‘Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre’, ¡con qué fuerza seremos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos pequeños, estos pecadores, estos pobres, ofreciendo todos los medios materiales para alivio de las miserias temporales…” (Tamanrasset, 1 de agosto de 1916)

¡Es esto lo que une el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano! No podemos decir que abrir una iglesia para alimentar a los pobres no tiene nada que ver con la Eucaristía. No podemos decir que un compromiso cristiano en favor del prójimo no está en la línea de una celebración y de una participación en la misa. Los dos brazos de Cristo están unidos uno a otro, inseparables, tanto en la celebración como en el bien que se hace a los demás.

La unidad del Cuerpo de Cristo

Así, no se trata de escoger entre los dos ni de separarlos para privilegiar a uno u otro. Los dos son de cierta manera indispensables para la vida de la comunidad cristiana, para la nuestra y para la vida de nuestro mundo.

El P. René VOILLAUME decía a este respecto en una conferencia en 1970:

“No se puede separar el sacrificio de Cristo de la caridad fraterna, como no se puede separar una raíz de la planta que brota de ella; no se puede separar la adoración de Cristo y la comunión en su misterio que es el Amor encarnado, de la realización de un amor eficaz y fraterno entre los hombres… la caridad cortada de su tronco, que es Cristo, se seca y muere…”

Para decir que separar el sacramento del altar y el sacramento del hermano es inconcebible, ofrezco para terminar a vuestra meditación un fragmento de un sermón de San Juan Crisóstomo (del siglo IV): “¿Quieres venerar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está desnudo. No lo veneres aquí en la iglesia, con tejidos de seda, mientras lo dejas fuera sufrir de frío y de falta de vestidos. Porque aquél que dijo: ‘Este es mi cuerpo’, y que lo realizó al decirlo, es el mismo que dijo: me visteis tener hambre, y no me disteis de comer, y también: cada vez que no lo habéis hecho con estos pequeños, es a mí que no lo habéis hecho. Aquí, el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha solicitud” (Homilía sobre el Evangelio de San Mateo)

Nos corresponde a nosotros, cada uno donde está, cultivar este lazo entre el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano, en las condiciones en que vivimos. ¡Dios no nos pide lo imposible, nos lo da! Pongamos nuestro corazón y nuestra creatividad en alerta para vivir de la presencia de Jesús, y manifestarlo en estos tiempos en que vivimos.

+ Claude RAULT
Febrero 2021

(Claude RAULT, padre blanco, fue obispo de Laghouat, Argelia, y es miembro de la Familia Espiritual de Carlos de FOUCAULD)

PDF: La eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT, esp