Fernando Tapia, pbro.
Equipo Internacional IESUS CARITAS
“TODOS USTEDES SON HERMANOS” (Mt 23,8)
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La FRATERNIDAD está en el corazón del Evangelio. Es la novedad que trae Jesús en una sociedad muy estratificada, con esclavos y libres, ricos muy ricos y pobres muy pobres, poderes absolutos y pueblos dominados a sangre y fuego, justos y pecadores, etc. Jesús es muy consciente de estas rupturas de la fraternidad y pide a sus discípulos ser diferentes: “No será así entre ustedes (…); quien quiera ser el primero que se haga el sirviente de los demás” (Mt 20,27; ver también Mt 23, 8-11).
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La práctica evangelizadora de Jesús es semilla de fraternidad: se acercó a publicanos, enfermos y pecadores (Mc. 2,15-17), dialoga con samaritanos (Jn 4, 1-42), se deja interpelar por una mujer extranjera (Mt 15,21-28), etc.; es decir, rompe los muros que en su tiempo separaban a los seres humanos y se acerca a aquéllos que eran despreciados y excluidos, generando en ellos alegría y esperanza. Pero al mismo tiempo, lo hizo entrar en un conflicto creciente con aquéllos que querían mantener en pie los muros de separación entre los seres humanos: escribas, fariseos, sacerdotes del templo.
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Con su cercanía y compasión hacia los descartados de la sociedad de su tiempo, Jesús quería hacer visible el fundamento de la fraternidad humana: todos somos hijos e hijas de mismo Padre del cielo que “hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). En el corazón de Dios no hay discriminación alguna. Todos somos amados por El, cualquiera que sea nuestra situación moral.
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San Pablo comprendió a fondo la novedad del Evangelio predicado por Jesús y puede escribir a los gálatas estas audaces palabras: “Por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios. Los que se han bautizado consagrándose a Cristo se han revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todo ustedes son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,26-28). Las Comunidades Cristianas vivían esta fraternidad, sorprendente para los tiempos de Pablo, y por eso eran atractivas y se multiplicaban en toda la cuenca del Mediterráneo. Eran verdaderamente “luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5, 13-14).
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El sacramento del bautismo es entonces el inicio de la vida fraterna. Recibimos como una semilla la gracia de la filiación y de la fraternidad, pero tenemos que cultivarla porque de lo contrario se queda infecunda. Somos hijos de Dios, pero tenemos que hacernos hijos de Dios cada día buscando y haciendo la voluntad del Padre. Somos hermanos y hermanas, pero tenemos que hacernos hermanos y hermanas acercándonos unos a otros cada día, sirviéndonos mutuamente, perdonándonos hasta setenta veces siete.
LAS RUPTURAS DE LA FRATERNIDAD
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Desarrollar la cultura de la filiación, la amistad y la fraternidad es una tarea ardua en nuestra sociedad porque ésta promueve y sostiene una contracultura de individualismo y competitividad, egoísmo y violencia, discriminación y exclusión, aislamiento y autosuficiencia. Basta para ello, escuchar y ver las noticias en la TV.
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Los ministros del Evangelio fácilmente nos podemos contagiar con estos virus que circulan en nuestros ambientes sociales y culturales y ser “sal que pierde su sabor o luz que se coloca debajo de un mueble” (cfr Mt 5, 13-15). Lo que el Señor espera de nosotros es exactamente lo contrario: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y alaben a su Padre que está en el cielo” (Mt 5, 16).
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La vacuna es vivir nuestro ministerio en fraternidad, ojalá desde los tiempos de nuestra formación inicial en el seminario. Es un aprendizaje que purifica nuestro amor del egoísmo, de la rigidez, de la tendencia a usar a los otros para nuestro propio beneficio. Nos protege de la angustia, de la amargura, de la hiperactividad, de enfermedades psicosomáticas y de las depresiones, propias de quien siempre tienen que ser el número 1 en todo y serlo sin ayuda de nadie.
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Si somos honestos, tenemos que reconocer que no podemos solos con la vida, que necesitamos de otros, de compañeros, de consejo, de consuelo y corrección. Por eso Jesús inicia su anuncio del Reino nuevo, formando una fraternidad: los Doce Apóstoles.
¿Qué BUSCA UNA FRATERNIDAD SACERDOTAL?
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Crecer juntos en el seguimiento de Jesucristo. Nos reunimos, como los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), para reencontrarnos con el Resucitado en la amistad, en la revisión de vida, en el compartir la Palabra, en la fracción del Pan, en la oración.
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Aprender a ser transparentes, a confiar en otros, que otros sepan de mi familia, de mi vida, de mi dinero, de mi relación con hombres y mujeres, de mis penas, de mi necesidad de ser apoyado. Aprender a querernos y a pelear; a ser diferentes y no por eso cada uno se va por su lado. Abrirnos a las diferencias, aceptar su existencia.
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Aprender a pertenecer, a ser con otros y de otros. No basta con ser, es necesario pertenecer, crear vínculos. Aprender a cargar con la vida de otros. Aprender a vivir y compartir con iguales. Salir de las categorías superior-inferior, dominador-dominado, protector-protegido que son rasgos autoritarios que todos tenemos.
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Esta experiencia se da en grupos pequeños (4 a 6 participantes) de tal manera de que todos se sientan escuchados, acogidos, aceptados, contenidos. Nos ayudamos a ser fieles en el ministerio que se nos ha confiado y caminar juntos tras las huellas de Jesús, para que El sea el centro de nuestras vidas, animados por su Espíritu.
¿Qué SE REQUIERE?
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Decisión de participar y unirse a otros. Decisión de ser verdaderos, de compartir lo que realmente está pasando en nuestras vidas. Bajar las defensas y dejarse mirar. Confidencialidad de lo escuchado.
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Participar en la reunión mensual de la fraternidad que incluye descanso, comida, adoración, revisión de vida, compartir el Evangelio y, a veces, celebración de la Eucaristía.
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Estabilidad en la asistencia ya que toma tiempo crear los vínculos. Aceptar las frustraciones que toda vida fraterna tiene: que los otros no van, que uno quisiera hablar y no hay espacio o posibilidad de hacerlo, que alguno habla más de la cuenta, etc.
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Vivir la fraternidad más allá de la reunión formal, en la medida de las posibilidades de cada sacerdote. Me refiero a llamadas o visitas gratuitas para saber como está la otra persona, saludos el día del cumpleaños o del aniversario de ordenación, presencia cuando se asume una nueva parroquia u otro encargo importante, algún paseo de fraternidad.
CARLOS DE FOUCAULD, EL HERMANO UNIVERSAL
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Nuestra Fraternidad Sacerdotal tiene como principal figura inspiradora al Bienaventurado Carlos de Foucauld. Seguimos a Jesús tras las huellas de este santo misionero. Como él, quisiéramos ser apasionados buscadores de Dios y dejarnos conducir por el Espíritu Santo, a dónde quiera llevarnos. Después de su conversión, se hizo monje trapense, después fue empleado de las monjas clarisas y finalmente sacerdote diocesano misionero en el norte de África. Su deseo era imitar lo más cercanamente posible a Jesús de Nazaret, su hermano y Señor, en una vida de oración, pobreza y disponibilidad a quien lo necesitara.
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Su modo de evangelizar fue la fraternidad universal. En una carta a un amigo responde: “¿Quieres saber lo que puedo hacer por los nativos? No es posible hablarles directamente de nuestro Señor. Esto sería hacerles huir. Hay que inspirarles confianza, hacerse amigos entre ellos, prestarles pequeños servicios, darles buenos consejos, trabar amistad con ellos, exhortarles discretamente a seguir la religión natural, demostrarles que los cristianos los aman”. Es lo que él llama EL APOSTOLADO DE LA AMISTAD. Tal vez algunos de nosotros hemos tenido experiencia de este modo de evangelizar a personas no creyentes, agnósticas o alejadas de la Iglesia.
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De este modo, nuestra experiencia de fraternidad sacerdotal nos deja mejor preparados para ser forjadores de vida fraterna tanto al interior de nuestro presbiterio y de nuestras comunidades cristianas como a nivel social. La ermita del Hno. Carlos estaba abierta a todos y a toda hora. En una carta a su prima María de Bondy le dice: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos que me miren como a un hermano. Empiezan a llamar mi casa ‘la fraternidad’ y esto me es muy querido”.
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No es extraño entonces que el Papa Francisco que trabaja incansablemente por la fraternidad universal, señala al final de su encíclica Fratelli Tutti que el Hno. Carlos ha sido la principal figura inspiradora de esta carta: “Quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld (…) el hermano universal”1.
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Creo que la pandemia nos ha dado la oportunidad de descubrir y vivir la fraternidad universal a través del trabajo solidario. En nuestra parroquia y en muchas parroquias hemos trabajado codo a codo creyentes y no creyentes, católicos, evangélicos y agnósticos para levantar comedores parroquiales y ollas comunes, para entregar canastas de alimentos, útiles de aseo y medicinas etc. a los enfermos de covid, a desempleados, a adultos mayores. También para trabajar en red con municipios, centros de salud, organizaciones sociales, juntas vecinales, etc.
CONCLUSION.
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Hemos creído en la palabra de Jesús: “Todos ustedes son hermanos” y tratamos de vivirla en nuestras pequeñas fraternidades sacerdotales y ser forjadores de fraternidad en nuestro entorno. No queremos ser grupos cerrados, simplemente de ayuda mutua, que se separan de los demás y se creen mejores que los otros, como una elite sacerdotal. Buscamos la vida fraterna porque nos sabemos frágiles y necesitados de los otros y porque nuestro mundo necesita encontrar caminos de fraternidad, como plantea el Papa Francisco en Fratelli Tutti. Nuestra fraternidad está siempre al servicio de la Misión.
Santiago de Chile, Julio 2021
1 Francisco, “Fratelli Tutti”, n.286 y 287