La pandemia de la Covid 19 ha venido a desinstalar en profundidad, en nuestra vida cristiana, la dimensión de la “práctica eucarística”, y en esta gran desinstalación nos encontramos todos iguales.
¿Todos iguales? Sí, porque aunque sea sacerdote, celebrar solo constituye para mí, como para muchos otros, un desafío que experimentaba también a veces, al volver de mis viajes por el Sahara, celebraba solo en el pequeño oratorio de mi obispado. Pero, tengo que decirlo… ¡sin tener nunca el sentimiento de estar completamente solo!
Es verdad que las cosas han cambiado a partir de los “desconfinamientos” pero esta medida no es general en todo el mundo.
Ha habido numerosas reflexiones en la Iglesia sobre el sentido de la celebración eucarística, reavivado por esta ocasión. Más que considerar esta situación sobre todo como una especie de carencia, e incluso de amputación, ¿no sería mejor tomarla como un desafío positivo para nuestra fe?
¿No será la ocasión de poner una mirada nueva sobre una “práctica” que corre siempre el riesgo de gastarse con la costumbre? Sé que me dirijo también a personas que están ya a menudo privadas de una Eucaristía regular: no puedo excluirlas de una nueva mirada sobre su propia realidad. Ellas también tendrían mucho que decirnos.
Quisiera también alertarnos contra una práctica que se puede volver habitual (a menos que no haya otra posibilidad): la de las misas seguidas a través de la pantalla, que pueden individualizar la Eucaristía y hacer de ella un “show” espiritual del que nos volveríamos pronto simples espectadores. Dicho esto, si no disponemos de otro medio, ¿por qué no aprovecharlo? Lo importante es mantener muy viva nuestra pertenencia al Cuerpo de Cristo y a la pequeña célula de este Cuerpo a la que pertenecemos.
Carlos de FOUCAULD en el desierto: una situación que da luz
Para permanecer en el espíritu de Carlos de FOUCAULD, quiero empezar a él: quiso ser sacerdote para ir a compartir ese tesoro que había descubierto y del que se había alimentado durante muchos años.
“Este divino banquete del que iba a ser ministro, había que presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, a los más ciegos, a los más pobres, a los más abandonados por falta de sacerdotes” (A Maxime CARON, Beni-Abbès, 8 de abril de 1905).
¿Qué iba a pasar con esta vocación sacerdotal centrada en la celebración de la Eucaristía, en unas condiciones a menudo precarias e inciertas?
En Beni-Abbès podía celebrar con una cierta facilidad y regularidad debido a la presencia de soldados franceses cristianos. Durante sus viajes acompañado también, ya que podía transportar con él lo que necesitaba para ello.
Si se instalaba en Tamanrasset las cosas se iban a complicar, ya que se iba a encontrar prácticamente solo, sin la presencia de ninguna guarnición militar. Tendría que esperar que pasara un asistente eventual para poder celebrar. Comparte esa duda con su obispo cuando se le ofrece la posibilidad de ir al Hoggar:
“La cuestión que me plantea – es mejor vivir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa o celebrarla y no ir – yo mismo me la he planteado a menudo… creo que es mejor ir a pesar de todo al Hoggar, dejando a Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si así lo quiere (lo que ha hecho siempre hasta ahora por los medios más variados)…” (carta al P. GUÉRIN, 2 de julio de 1907). Y continúa, en la misma carta: “Vivir solo en el país es bueno; hay una acción posible; incluso sin hacer casi nada, porque uno se vuelve “del país”, todo abordable y muy pequeño”.
Finalmente elige la confianza y prefiere residir en el Hoggar, arriesgándose a no poder ni celebrar misa ni adorar el Santísimo. Vivir como Jesús en Nazaret es para él primordial, y la encarnación en ese pueblo le parece lo más importante dentro de la imitación de Jesús. Por ejemplo, no pudo celebrar la misa en la Navidad de 1907, apesadumbrado por no poder ofrecer el Sacrificio del Altar por falta de personas de paso. Cuando llegó el permiso de Roma, a finales de enero de 1908, ¡qué alegría! Pero no podrá a continuación, y durante bastante tiempo, conservar el Santísimo en la capilla; el permiso para esto llegará más tarde.
La situación que estamos viviendo no es pues insólita; de una cierta manera el Hermano Carlos la vivió, y en una soledad profunda; la decisión de entrar en su Familia Espiritual nos marca muy profundamente incluso en este aspecto. Su experiencia nos habla en el seno del despojamiento que podemos experimentar, y puede incluso ser inspiradora para vivir mejor esta “ausencia”.
Pero para esto tenemos que encontrar el sentido de la presencia del “Cuerpo de Cristo”, que no puede ser restringido o incluso “confinado” únicamente en la “Presencia Real” eucarística en el sagrario o en la celebración. El Cuerpo de Cristo tiene dos brazos, tan “sacramentales” uno como otro.
Su Presencia no se limita a la que adoramos o celebramos en el Santísimo Sacramento del Altar, sino que es igual de real en lo que se llama “el Sacramento del Hermano”. Una de ellas se inspira en la Cena, la otra en el Lavatorio de pies. Estamos delante de un único misterio, que no se puede reducir a uno u otro de estos aspectos. Cristo está realmente presente en el Sacramento de la Eucaristía. También está realmente presente en el gesto que hace al lavar los pies de sus discípulos, gesto que significa el Sacramento del Hermano. Se completan, se implican el uno al otro; si el Sacramento es doble, la realidad de la Presencia de Jesús es una: Él no se puede dividir.
Eucaristía y Sacramento del Altar
Volvamos a la institución de la Eucaristía la noche del Jueves Santo: estamos en un momento crucial en que Jesús va a dejar visiblemente esta tierra para ir al encuentro de su Padre, dando la vida, derramando su sangre “para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52). Lo hará con un gesto que se inscribe en la cena pascual y que va a transmitir a sus Apóstoles, que a su vez lo transmitirán a las generaciones futuras. Os remito al primer relato de la Institución, que nos narra el apóstol Pablo en 1Co 11, 23-26. Así, desde que Jesús se fue de la comunidad apostólica, ésta se encontraba regularmente, “fiel a la fracción del pan” (He 2, 42).Era para responder a su invitación: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Pero se trata de mucho más que de la mera repetición de un ritual litúrgico. Se trata de ir hasta las últimas consecuencias, de seguir a Cristo dando también nosotros la vida para la salvación del mundo, como lo hizo Él. Captamos el carácter muy comprometedor de la Eucaristía, cuya celebración es ineludible en la vida de la Iglesia, desde su nacimiento. Ha adquirido seguramente numerosos aspectos. Al inicio, celebrada en la clandestinidad, bajo forma de liturgia doméstica, luego de manera más abierta cuando la Iglesia pudo vivir en la visibilidad. Estas dos formas continúan bien actuales, según las posibilidades y las situaciones, el tamaño de la comunidad eclesial. La celebración eucarística continúa siendo uno de los pilares de la Iglesia. Más aún, cuando hay en ella hombres y mujeres que se comprometen en una vida consagrada. No se trata de una cuestión de piedad individual, sino del sentido que damos a nuestra vida:
“No es posible vivir nuestra vida de consagradas en el mundo, rodeadas como estamos de todo lo que nos puede ayudar a olvidar al Señor, si no tomamos valerosamente los medios absolutamente esenciales para permanecer fieles. Y el primero de estos medios es el sacrificio de la misa en el cual el Señor de manera visible se nos da para fortificarnos, despojarnos, transformarnos poco a poco en Él” (De Margot PONCET, Junio 1958. Diarios P. 93).
No podemos relativizar la participación en la misa, como si sólo fuera requerida de manera ocasional. Está en verdad en el corazón de nuestras vidas. La adoración eucarística la prolonga y nos lleva a profundizar nuestra pertenencia a Cristo muerto y resucitado, y a la comunidad a la que pertenecemos. Pero participamos también en ella por nuestra Humanidad, como “en embajada”. Toda Eucaristía se celebra “para la gloria de Dios y la salvación del mundo”. Ponemos en la patena el pan de nuestras vidas y vertemos en la copa el vino de nuestras penas y alegrías, es decir, toda la esperanza y todo el sufrimiento de nuestro mundo. Y recibimos a Cristo vivo, entregado en alimento. Conectados con la Comunión de los Santos, esta celebración es ininterrumpida a través del mundo, tanto si podemos participar presencialmente en ella como si no.
Eucaristía y Sacramento del Hermano
El otro brazo de Cristo es tan indispensable como el que acabamos de evocar, es el que nos fue desvelado en el lavatorio de pies, antes de su glorificación (Jn 13). Hay que señalar que la Institución de la Eucaristía no está relatada en el texto de Juan. Es evocada en el “compartir el pan” del capítulo 6. Sin duda la “Fracción del Pan” era frecuente en la Iglesia en esa época tardía del 4º Evangelio, y era necesario proyectar una nueva luz sobre esta otra Presencia Real de Jesús, manifestada a través de nuestro prójimo. ¿Qué dice Jesús después de haber lavado los pies a sus discípulos? “Os he dado un ejemplo, para que hagáis vosotros también como yo he hecho por vosotros” (Jn 13, 15). Esta palabra es como un eco de la que pronuncia en la Institución: “Haced esto en memoria de mi” (Lc 22,19).
Durante la pandemia, la acción caritativa de la Iglesia ha permanecido activa, incluso hubo iglesias que se abrieron para acoger a los pobres y darles ese pan cotidiano indispensable para su vida y la de su familia. Les ayudaron en esto una gran cantidad de voluntarios venidos de horizontes completamente indiferentes a la Iglesia. ¡No podemos decir que esto no tenga nada que ver con la Eucaristía!
En una meditación sobre la “multiplicación de los panes” (Mt 14, 13-21) en el Ángelus del 2 de agosto de este año, el Papa Francisco comenta:
“En este relato evangélico, la referencia a la Eucaristía es evidente, sobre todo cuando describe la bendición, la fracción del pan, la entrega a los discípulos, la distribución al pueblo (v. 19). Es importante observar cuán estrecho es el lazo entre el pan eucarístico, alimento para la vida eterna, y el pan cotidiano, necesario para la vida terrestre. Antes de ofrecerse como Pan de salvación, Jesús cuida del alimento de los que le siguen , y que, para estar con él, han olvidado llevar provisiones. A veces el espíritu y la materia se contraponen, pero en realidad, tanto el espiritualismo como el materialismo son ajenos a la Biblia”.
Carlos de FOUCAULD se sintió muy interpelado por la Eucaristía, y también por la presencia de Jesús en el pobre, el pequeño, el abandonado. Poco tiempo antes de su muerte escribe a Louis MASSIGNON:
“No hay ninguna palabra del Evangelio que haya producido en mí mayor impresión y haya transformado más mi vida que esta: ‘Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis’. Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la boca que dijo: ‘Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre’, ¡con qué fuerza seremos llevados a buscar y a amar a Jesús en estos pequeños, estos pecadores, estos pobres, ofreciendo todos los medios materiales para alivio de las miserias temporales…” (Tamanrasset, 1 de agosto de 1916)
¡Es esto lo que une el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano! No podemos decir que abrir una iglesia para alimentar a los pobres no tiene nada que ver con la Eucaristía. No podemos decir que un compromiso cristiano en favor del prójimo no está en la línea de una celebración y de una participación en la misa. Los dos brazos de Cristo están unidos uno a otro, inseparables, tanto en la celebración como en el bien que se hace a los demás.
La unidad del Cuerpo de Cristo
Así, no se trata de escoger entre los dos ni de separarlos para privilegiar a uno u otro. Los dos son de cierta manera indispensables para la vida de la comunidad cristiana, para la nuestra y para la vida de nuestro mundo.
El P. René VOILLAUME decía a este respecto en una conferencia en 1970:
“No se puede separar el sacrificio de Cristo de la caridad fraterna, como no se puede separar una raíz de la planta que brota de ella; no se puede separar la adoración de Cristo y la comunión en su misterio que es el Amor encarnado, de la realización de un amor eficaz y fraterno entre los hombres… la caridad cortada de su tronco, que es Cristo, se seca y muere…”
Para decir que separar el sacramento del altar y el sacramento del hermano es inconcebible, ofrezco para terminar a vuestra meditación un fragmento de un sermón de San Juan Crisóstomo (del siglo IV): “¿Quieres venerar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está desnudo. No lo veneres aquí en la iglesia, con tejidos de seda, mientras lo dejas fuera sufrir de frío y de falta de vestidos. Porque aquél que dijo: ‘Este es mi cuerpo’, y que lo realizó al decirlo, es el mismo que dijo: me visteis tener hambre, y no me disteis de comer, y también: cada vez que no lo habéis hecho con estos pequeños, es a mí que no lo habéis hecho. Aquí, el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha solicitud” (Homilía sobre el Evangelio de San Mateo)
Nos corresponde a nosotros, cada uno donde está, cultivar este lazo entre el Sacramento del Altar y el Sacramento del Hermano, en las condiciones en que vivimos. ¡Dios no nos pide lo imposible, nos lo da! Pongamos nuestro corazón y nuestra creatividad en alerta para vivir de la presencia de Jesús, y manifestarlo en estos tiempos en que vivimos.
(Claude RAULT, padre blanco, fue obispo de Laghouat, Argelia, y es miembro de la Familia Espiritual de Carlos de FOUCAULD)
PDF: La eucaristía, un reto en los tiempos que vivimos. Claude RAULT, esp