Resurrección, en presente continuo
20.04.2019 | Gabriel Mª Otalora
El acontecimiento más importante de la historia es la Resurrección de Cristo. Los cristianos lo sabemos, otros todavía lo ignoran, por eso mismo una parte esencial de la evangelización es dar testimonio de la Buena Noticia: Cristo ha resucitado, ¡aleluya!
No existen evidencias de esta realidad. Los principales actores en el drama de la Cruz siguieron estupendamente instalados e incluso mataron a varios seguidores de Jesús de Nazaret manteniendo sus estructuras de poder e influencia en la religión. Pilato y todos aquellos romanos que se ensañaron con Jesús antes de matarle, no tuvieron mayor problema en seguir con sus afanes para mantener la presencia romana en aquella lejana provincia del imperio. Nada ocurrió externamente que indicase la Resurrección; todo lo más, la actitud de aquellos seguidores que pasaron del miedo a la valentía, aunque les costara caro, y el nuevo germen de otra religión desligada de la judía. Pero esto tampoco fue inmediatamente.
Como el grano de mostaza, la fuerza del amor se fue expandiendo con aquellos primeros seguidores, aparentemente intrascendente para los que claramente habían ganado la partida. De hecho, Poncio Pilato no llegó a ver en Jesús un peligro para el Imperio, como sí lo vieron los escribas y fariseos para su poder religioso judío. Y todos conocemos como en los primeros siglos, las persecuciones arreciaron contra los cristianos hasta en la misma Roma, hasta convertirse, ay, en la religión del Imperio.
Sabemos que Jesús existió pero, como decía, no existen testimonios directos de la Resurrección; esto es algo que queda acotado al terreno de la fe. A partir de entonces, es el Espíritu el que toma el papel protagonista en la historia y seremos nosotros, los seguidores de Cristo, quienes pongamos en valor la Buena Noticia con nuestras actitudes y obras: por nuestros hechos nos conocerán; no hay fundamento mayor que éste.
Por esto mismo, cada acto de amor, de generosidad, de entrega, de ayuda, son signos vivientes de Resurrección, de buena noticia que manifiestan la presencia de Jesús Resucitado. No hay mejor resumen que el llamado Triduo Pascual: el día del amor fraterno, verdadera revolución de la existencia humana; el fracaso y al ignominia precisamente porque los hijos de las tinieblas la rechazaron; y la Resurrección como el momento en que Dios le da sentido a todo y pone al amor como el motor de la historia, el alfa y omega de toda la revelación y de la existencia, creada precisamente por amor.
Hagamos, pues, un día de fiesta, sabiendo que cada acto de amor que hagamos es un signo de Resurrección y de Buena Noticia para nosotros y para los demás. La Resurrección no es algo que ocurrió entonces, sino la realidad a la que todos estamos abocados y en la que participamos y nos transformamos cada vez que somos testigos del amor de Dios a cada persona. La muerte no es el final, con el Viernes Santo no acabó todo; culminó todo y la Vida tomó proporciones que hasta entonces nadie había captado su más profundo sentido de eternidad.
Demos gracias a Dios por habernos revelado esto; pidamos fuerzas a Dios para ser capaces de experimentar con nuestro amor nuevas Resurrecciones a nuestro alrededor. Amén