Carlos LLANO es deportista, economista, fundador de la ONG Chilhood Smile y voluntario y colaborador de la Fundación Tienda Asilo de San Pedro de Cartagena, España, en el proyecto WEND BE NE DO de Burkina Faso. Ha estado recientemente de voluntario en la isla de Lesbos, en Grecia, con los refugiados. Ofrecemos su valioso testimonio. Gracias, Carlos.
Vivimos tan deprisa y tan apegados a nuestras mundanas necesidades del primer mundo que si fuéramos capaces de tomar distancia y observarnos con atención, sentiríamos rechazo por nosotros mismos. El mundo tiene graves problemas por resolver: se calcula que hay 300.000 niños soldados y que en 2016 son ya 5.000 los refugiados e inmigrantes que han muerto ahogados en el Mediterráneo, pero en general, nos preocupan más nuestros minúsculos problemas del primer mundo que aquello que pueda ocurrir fuera de nuestras fronteras, por terribles que sean esos acontecimientos.
Los vemos tan lejanos que por pensar que podemos hacer poco, acabamos por no hacer nada. Los problemas del mundo no se solucionan aceptándolos con resignación o indiferencia o culpando a los gobiernos. Los problemas del mundo son míos, son tuyos, son nuestros. El mundo se cambia contagiando e inspirando con nuestro comportamiento diario. Si no quiero ver ni un solo ahogado más, só,lo puedo tomar la firme decisión de ir a aportar mi minúsculo granito de arena, que por pequeño que sea, es gigante comparado con la inacción o los cientos de mensajes que podamos poner en el muro de nuestras redes sociales.
Lesbos es una pequeña isla griega en medio del mar Egeo muy cercana a las costas de Turquía. Allí se encuentran dos campos de refugiados: Karatepe, que aún guarda cierta dignidad, donde están las familias completas, mayoritariamente Sirias, pero podía haberlas incluso de República Dominicana. Sí, he dicho, de República Dominicana. Cuando no tienes nada, arriesgas incluso la vida, porque nada tienes que perder más que esta misma, y la desesperación puede llegar a ser tal que incluso la vida llega a no tener ningún valor.
En Karatepe cada familia tiene su propia carpa de Acnur, tienen mantas, tienen colchones y los voluntarios de Remar se encargan de llevarles dos comidas diarias hasta la misma puerta de la carpa. Los niños juegan en la “urbanización” de carpas, y la esperanza por una vida mejor parece que aún no se ha perdido del todo.
El otro campo de refugiados es Moria. Una antigua cárcel con capacidad para 2.000 personas donde se encuentran hacinados más de 5.000 en tiendas de campaña del Decathlon que flotan cuando llueve y el barro cae por el terraplén. La tensión es patente y se respira nada más cruzar esas altas vallas llenas de espinas. Aquí no hay familias, hay mucho chico joven, y alguna mujer con niños pequeños. Cada uno de un país, unas costumbres, un idioma, una cultura. Chicos de Nigeria que huyen porque Boko Haram asesina, secuestra y tortura a quien le da la gana. Adolescentes de Pakistán que no quieren seguir viviendo en un país donde el Isis llega a una aldea para degollar a todas las mujeres y disparar a todos los hombres hasta dejar esa aldea sin rastro de vida. Son historias reales que me han contado mientras ayudaba durante horas haciendo la trivialidad de cortar kilos y kilos de patatas para poder comer esos miles de chicos, mujeres y niños que les une la desesperanza por no ver salida al final del túnel, por ver que las autoridades les tienen allí olvidados y según pasa el tiempo su recuerdo se va diluyendo en nuestros pensamientos. La deshumanización es tal que las mafias han convertido este problema en un rentable negocio donde cobrar de 3.000 a 5.000 euros por persona por un bote sin seguridad ninguna, con sobrepeso. a base de aglomerar más y más personas sin espacio para apenas moverse, donde cada persona no puede llevar ningún equipaje, pues restaría espacio para otro refugiado al que cobrar, y con unos chalecos salvavidas rellenados de basura en lugar de aire que, en caso de necesidad y por su falta de flotabilidad, va ahacer perder una vida más, aumentando el número de las 5.000 personas que ya se han ahogado en el mar Mediterráneo durante 2016. Queda nuestra inquietud o nuestra indiferencia ante este desastre humano que parece ser un callejón sin salida. En nuestras manos está cambiar este mundo.