Europa ha llegado a ser el primer continente en llegada de inmigrantes. Se enfrenta a un movimiento sin precedentes desde la segunda guerra mundial.
Las tragedias humanas se suceden en el Mediterráneo. La solas sucesivas de inmigrantes hacen poner en cuestión a los países europeos política y jurídicamente. Vientos contrarios crean un clima de hostilidad a la inmigración.
La inestabilidad política y las guerras en África y el Medio Oriente lanzan a los habitantes de estos estados a los caminos del exilio. ¡Observemos qué ha llegado a ocurrir en Siria y Libia!
Lo esencial de este éxodo Sur-Norte pasa por el Mediterráneo a través de los traficantes mafiosos.
Estos traficantes encaminan hacia Europa a decenas de miles de inmigrantes en condiciones dramáticas, después de haberles extorsionado con sumas de dinero que endeudan a familias enteras.
Estos negreros de los tiempos modernos no tienen el mínimo escrúpulo. Acumulan hombres, mujeres y niños en embarcaciones no aptas, provocando a veces ellos mismos el naufragio.
Estas tragedias son un inmenso desafío lanzado a la dignidad humana y a los valores fundadores de la Unión Europea.
Los muros de la vergüenza:
Desde la caída del muro de Berlín en 1989, se creía que no iba a ver que alzar más muros en Europa. Pero la falta de seguridad y la estrategia del miedo hacen que se erijan muros anti inmigrantes, las alambradas, los muros de la vergüenza. No se protege a los inmigrantes, se protege a las fronteras.
El fortalecimiento querido por la Unión Europea para los medios de control no impide que olas migratorias continúen llegando a Europa. ¡Pero a qué precio ! Los riesgos se agrandan, las redes de traficantes se refuerzan, la situación humana se degrada…
Países como Hungría y Polonia invocan la “soberanía nacional”, pero la soberanía nacional no puede hacer cara a los problemas que conciernen a Europa como el de la inmigración o el del clima del planeta. La recesión es un callejón sin salida. Es ilusorio pensar que una soberanía nacional pueda permanecer en “solitario”. En la Unión Europea hace falta una soberanía “solidaria” donde cada estado asuma su parte de los intereses europeos y mundiales .
El futuro está en la solidaridad y la fraternidad.
A pesar de este contexto difícil y de tan poca apertura, las iniciativas ponen lo humano por encima de todo.
Así, las ONG’s humanitarias se consagran al rescate de los refugiados en el Mediterráneo.
Pequeños países que pasan por dificultades políticas y económicas se muestran solidarios. El impulso de solidaridad del pueblo griego es ejemplar. La enorme afluencia de refugiados acogidos por Jordania y el Líbano debería interpelar a la política de cerrazón de la Unión Europea.
He regresado de Albania, donde en la capital, Tirana, han acogido unos 3.000 iraníes que se encontraban en peligro de muerte en Irak, en un campo próximo a Bagdad. Gracias a una intensa actividad diplomática, pudieron ser liberados para llegar a Europa, pero la mayor parte de los países europeos no ha querido correr el riego de acogerlos. Para no incomodar al gobierno de Teherán, Albania los ha recibido dignamente, poniendo a su disposición lo necesario para facilitar su inserción.
Alemania se ha mostrado generosa para acoger inmigrantes.
El papa Francisco ha lanzado una llamada a los cristianos para abrir sus corazones y sus casas para acoger a refugiados. Esta llamada ha sido recibida. En la comunidad donde estoy hemos acogido para empezar a un afgano de Kabul y un kurdo de Mossul. Los dos, musulmanes. Su humanidad, su tolerancia, su sentido de los demás, han marcado a la comunidad. Los refugiados son una bendición para aquellos que los acogen.
Sobre el terreno existe una responsabilidad ciudadana importante. Numerosos municipios se comprometen con una política de de acogida y de hospitalidad de cara a los refugiados. Muchas redes de solidaridad muestran que la fraternidad es posible.
El futuro no está en la negación o exclusión del otro. Todos somos hermanos llamados a construir un mundo donde cada uno vive por el otro.
Jacques GAILLOT,
obispo de Partenia.
fraternidad sacerdotal Iesus Caritas