Vivir y crecer como Jesús en Nazaret. Jonathan CUXIL jc

“Pertenecemos única y exclusivamente al momento presente”

Los cristianos tenemos como modelo de vida la persona de Jesús mismo. Se asoma entonces una pregunta: ¿Cómo vivió Jesús?

Muchas cosas han sido escritas a lo largo de los siglos acerca de la persona de Jesús, de su estilo de vida, de sus costumbres, de su humanidad. Han sido publicados cientos de libros “históricos”, “biográficos” e incluso “novelas” sobre estos temas, cada uno de ellos cargado inevitablemente de la visión y sensibilidad del proprio autor.
En realidad los evangelios “canónicos” nos dicen muy poco sobre los aproximadamente treinta años que transcurren desde el nacimiento de Jesús y el inicio de su ministerio público hasta el punto tal que este tiempo es conocido como “la vida escondida” de Cristo.

Dar una respuesta, pues, a la pregunta que nos hemos puesto se nos presenta como un trabajo difícil de realizar. Sin embargo, justamente porque sabemos poco de la vida escondida de Jesús, podemos suponer que en realidad sus días no tenían nada de “especial” respecto a las jornadas de cualquier otra persona de su época. Efectivamente, si hubiese sido el contrario, no sería posible pensar que a los evangelistas se les hubiera escapado la importancia de trasmitirnos al menos en parte los aspectos de este lapso. Como sea y mas allá de hipótesis y suposiciones, una luz indirecta que ilumina nuestra pregunta la encontramos en el evangelio según san Juan: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14).

Esta afirmación es al mismo tiempo sorprendente e increíble porque nunca y nadie habría podido pensar que Dios, el Omnipotente y Altísimo, pudiera hacerse carne, es decir debilidad y fragilidad. Esta es, en última análisis, la novedad del cristianismo, lo que con otro término se llama “Encarnación”, aquello que el concilio Vaticano II ha traducido en esta manera: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.” (Gaudium et spes, 22).

La respuesta a la pregunta la podríamos formular en este modo: vivir como Jesús en Nazaret significa vivir en plenitud nuestra humanidad y, con palabras un poco complicadas, vivir una vida humanamente divina y divinamente humana.

¿Cuales son las consecuencias concretas de un similar modo de vivir? Mencionemos al menos una.

Si vivimos con la conciencia de que nuestra historia está entretejida con la historia de Dios, no podremos separar más entre “sagrado” y “profano” porque a partir de la encarnación nuestro Dios, el Dios-con-nosotros, ha habitado cada espacio y realidad que forman nuestra humanidad. Por esta razón cada una de nuestras acciones adquiere un valor totalmente nuevo, se convierten en el lugar en el que podemos encontrar a Dios y establecer una relación con él. No tiene importancia de qué cosa se trate, no importa si mi ocupación es la del médico o la del barrendero, no importa si somos estudiantes universitarios o vendedores ambulantes, secretarias o amas de casa, lo que realmente importa es que Dios nos alcanza allí donde nos encontramos, en medio de escobas o libros.

Vivir como Jesús en Nazaret significa en definitiva esto: tener la conciencia de ser un “hijo único del Padre” y relacionarme con este Padre en la ordinariedad y, tal vez, banalidad del cotidiano, en casa, en el trabajo, en las amistades. Es esto a lo que cada cristiano está llamado, aquello que Jesús mismo ha llamado la adoración en espíritu y en verdad.

Jonathan CUXIL jc

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Carlos de Foucauld, profeta de la fraternidad universal. Mª Teresa REARTE

Hoy la tumba del Hermano se encuentra al pie de la Iglesia de San José en  el convento de los Padre Blancos en Bel-Bechir cerca de El Golea, al centro de Argelia.

El 1º de diciembre se cumplieron cien años de la muerte de Charles de Foucauld (1858-1916), el hermano Carlos de Jesús, cuyo testimonio en tiempos de indigencia espiritual, tanto como de intemperie en medio de la problemática y aún conflictiva relación con el Islam, adquiere particular relevancia y significación para los cristianos.

Profeta de la fraternidad universal, “Charles de Foucauld representa para la historia de la Iglesia un punto del que no se puede volver: su profecía cayó en el desierto del Sahara como el evangélico grano de trigo, el 1º de diciembre de 1916”, dice el Hno. Michael David Semeraro, monje benedictino y maestro de espiritualidad. Quien también explica que el martirio del Hno. Carlos de Jesús muestra la “disponibilidad de dar la vida hasta el fondo”. Es un hecho que no se puede interpretar en “clave político-cultural”, ni ser usado para ningún tipo de campaña. Sino que “abrió nuevos senderos y nuevos caminos mucho antes de que el Concilio Vaticano II cobrara conciencia” (Cfr. Declaración conciliar “Nostra aetate”, Nº 3). El beato Charles de Foucauld vivió la total adhesión al evangelio, porque él se expuso unilateralmente, sin esperar gestos de reciprocidad, en su fraterna relación con los musulmanes.

Los estudiosos han visto que se perfilan en él referencias a Benito de Nursia, las que pudieron ser adquiridas en el tiempo en que vivió como trapista. Y atesoró los valores de la vida contemplativa de atención a Dios y servicio a los hermanos. De Francisco de Asís aprendió la constante vuelta al evangelio. Y a la vez, el aprecio por la condición de minoridad, que le permitió salir de sí e ir hacia el otro como hermano.

De familia de nobles que, a la muerte de sus padres cuando tenía seis años, fue recogido por su abuelo materno, cuya fortuna heredó y dilapidó en la vida mundana y licenciosa, el vizconde Charles de Foucauld descubrió, en su encuentro con el Islam, el aprecio por la interioridad y el llamado a la trascendencia, que lo ayudaron en su retorno a su fe bautismal. En la profundidad del desierto argelino, el hermano Carlos de Jesús leía el evangelio y adoraba la presencia de Cristo en la Eucaristía, no para contraponer su identidad a la de su entorno; sino para cultivar una fraternidad más abierta. Unido al pueblo tuareg, en vano esperaba la llegada de algunos discípulos. Se veía envejecer solo, como un árbol sin frutos. No obstante, una certidumbre se acrecentaba en su interior: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Así comprendió que para salvar con Jesús, como Él hay que pasar por el fracaso y aún la muerte. Lo cual evidencia el error de los triunfalismos de algunos cristianos. Y el sentido de la esperanza de otros, en medio de aparentes derrotas.

En Nazaret, el 6 de junio de 1897, había escrito: “Piensa que debes morir mártir, despojado de todo, echado por el suelo, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violenta y dolorosamente asesinado”. Al anochecer del 1º de diciembre de 1916, un grupo de tuaregs rebeldes llega a Tamanrasset. Todo se desarrolla rápidamente. La ermita es saqueada, el guardia que debe custodiarlo en un momento de pánico se descontrola, tira sobre el rehén y lo mata. En su Testamento, que data de 1911, se puede leer: “Deseo ser sepultado en el mismo lugar donde moriré. Allí descansaré hasta la resurrección”. Y hay un agregado, en 1913, que dice: “Sin adornos, en una tumba sencilla. Sin monumentos, con una cruz de madera”.

En 1929, el escritor René Bazin publicó la primera biografía de Carlos de Foucauld, que lo hizo conocer y empezaron a llegar los discípulos. El hermano Carlos de Jesús murió solo. No obstante, inspiradas en él nacieron las familias de sacerdotes, religiosas y religiosos, institutos seculares y laicos, que en la actualidad suman veinte, y tienen presencia en todo el mundo. De él, ha hecho notar el teólogo Pierangelo Sequeri, que “fue donado y destinado anticipadamente para este tiempo de la Iglesia«.

María Teresa REARTE

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Horeb Ekumene septiembre 2020

En éste número

  • 03 CARTA DEL DIRECTOR – Por Youssef Nava
  • 05 Las «Madres del Desierto», una espiritualidad – Por Jacques Tyrol
  • 09 Grandes fundadores – Por José Luis Vázquez Borau
  • 15 Tecnología y contemplación – Por Luca Arcangeli
  • 19 Convivencia, ¿un concepto útil? – Por Maribel Fierro
  • 31 ¿Quién es Jesús? El rechazo de los fariseos – Por Antonio Rodríguez Carmona
  • 33 DESDE LA ERMITA – Por Emili M. Boïls
  • 36 TEXTOS DE CARLOS DE FOUCAULD
  • 38 LIBROS, El dolor no es para siempre

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